01 marzo, 2010

33 horas (y media)

Algo más de treinta y tres horas, eso fue lo que duró mi viaje de regreso, desde que salí de mi hotel en San Salvador hasta que llegué a casa. ¿Por qué sigo haciendo tales viajes? ¿Por lo que me pagan? Ciertamente no. Ni es para tanto ni lo necesito para vivir, esa es la verdad. ¿Por romanticismo? Algo de eso habrá. ¿Por lo que estimulan aquellas audiencias? Es probable. ¿Por amor al arte? También. Pero los dichosos aviones acaban con la moral de cualquiera.
En el viaje de ida ya me había tocado hacer noche en Guatemala, pues Iberia no llegó a tiempo para tomar el enlace con el vuelo de Taca a El Salvador. Dicen que es así siempre, vaya usted a saber por qué. En realidad el vuelo de Taca no había salido, pero nos desviaron al hotel de cualquier modo. A las cuatro de la madrugada me tuve que levantar para volver al aeropuerto y embarcar otra vez a las siete.
La vuelta sí resultó mareante. De San Salvador a Guatemala, de Guatemala a Panamá, de Panamá a Madrid. Con las conosiguientes esperas, siempre un par de horas, en cada aeropuerto. El cuerpo va tomando forma de silla y luego cuesta y se hace raro mantenerse en pie y caminar erguido. En Madrid, casi seis horas aguardando el último vuelo, a León. Al fin sale el las pantallas de la T4 la puerta de embarque, K75. Recojo los libros y papeles que tenía a mi alrededor, echo otro vistazo a la pantalla y… vuelo cancelado. Mecagoenlaleche. A buscar el mostrador en el que resuelven -es un decir- esos contratiempos. Que debo volar a Asturias a las nueve y media de la noche y que de allí los pasajeros de León serán trasladados en bus. Acepto, qué voy a hacer. Tómame o déjame en Barajas para siempre; me relajo y no gozo, pero casi me da la risa. Explicaciones del por qué de la cancelación no hay, faltaría más. Soberano es el que no tiene que dar cuenta de sus actos ni responde ante nadie.
El avión hacia Asturias parte con una hora de retraso. Reencuentro a un grupo de leoneses con los que había coincidido el día de mi partida. Habían estado esquiando en los Alpes. Hay un trío de esos que me encanta observar: matrimonio cincuentón e hija veinteañera que no se quita las supergafas grandes de sol ni cuando oscurece o apagan la luz y que se ve guapísima –no lo es- e ideal de la vida, tan chic. Masca chicle con una cadencia que a ella le debe de parecer muy sugestiva. Se le ve el chicle a cada vuelta, claro. Se siente jaca jerezana, pero le sobra ya algo de volumen en la grupa. Malos presagios. La madre va cargada de pieles y joyas. Entre las dos ponen de vuelta y media al padre cada vez que pronuncia palabra. No parece que a él le importe demasiado, tiene aspecto de vivir en otra dimensión de la realidad, p´allá, curtido. Sería un viudo feliz, seguro.
Me duermo durante todo el vuelo. El autobús nos espera. En la autopista del Huerna cae una nevada seria. Lo que haya de ser, que sea. El viaje hasta León dura casi tres horas. Como no hay mal –casi- que no tenga su ventaja, aprovecho para terminar una magnífica novela que me había comprado en el aeropuerto, Bilbao-Nueva York-Bilbao, de Kirmen Uribe. Tiene un montón de premios y comencé a leerla con algo de desconfianza, pero me pareció fascinante. Lástima que la traducción, del euskera, haya dado una versión en castellano con más de un error, creo.
A las dos de la madrugada estoy en casa. Había arrancado de mi hotel a las diez de la mañana del día anterior, hora de El Salvador. Elsa, naturalmente, dormida. Yo, perplejo con mis porqués. En León hace frío, como casi siempre.

2 comentarios:

roland freisler dijo...

Vaya cruz de viaje. A la jaca esa jerezana la guiñaba yo el ojo a cada vuelta de chicle, a ver que tal se daba la cosa.

Achab dijo...

Las traducciones son siempre peligrosas, Herr Professor.

Por cierto, hablando de lecturas, muchas gracias de nuevo por el artículo del positismo alemán, cuya lectura hube de retrasar por motivos personales, pero que me ha resultado tan ilustrativo como ameno -al menos para un loco de la teoría del Derecho como yo-