Esto del blog es una cruz. Sarna con gusto no pica y a mí estos desahogos me vienen de perlas para el cutis, pero he de reconocer que a veces anda uno sumamente escaso de tiempo y, sin embargo, se le mete en la cabeza el runrún de una entrada o un comentario y no puede librarse de la agitación si no lo escribe. Esta es una complicada semana casera entre dos largos viajes, pero debí pensármelo mejor antes de colocar aquí ciertos posts hace unos días. De algunos asuntos y de algunas maneras no se habla impunemente, salvo que nos atengamos a la ortodoxia y no nos salgamos del credo. Así que toca darle a la polémica, y allá vamos.
Comienzo con una reflexión sincera y que no pretende ser nada retórica. El mantener este blog me ha enseñado mucho sobre algunas circunstancias de la vida social. Sin ánimo de ser soberbio, permítanme que les cuente que me tengo por sujeto con cierta personalidad, aunque no sea más que como resultado de los años y las particularidades biográficas. Además, créanme que tengo todo el pescado vendido o, como decía aquel en otros tiempos, tengo las hijas casadas (subrayo que lo decía aquel y en otros tiempos, y que se entienda lo que la expresión significaba, sin traer a colación boludeces que no vienen a cuento ahora). Traducido a términos más claros: mis expectativas y ambiciones sociales y profesionales están más que colmadas en lo que de los demás puedan depender; esto es, ni aspiro a cargos de ningún tipo ni los aceptaría, no me voy a presentar a ninguna elección para nada, no se me ocurre qué favor que me interesara me podría hacer el gobernante de institución ninguna, creo que no tengo cadáveres en el armario ni cuentas pendientes por fechorías antiguas, de mí no depende el futuro profesional de nadie ni en la universidad ni fuera de ella, mi carácter es más bien introvertido y no soy de muchos amigos ni me estimula especialmente el halago o la sonrisa ajena. Medio autista, sí, a mucha honra. Sí conservo sueños y hay unas cuantas cosas que me gustaría hacer o conseguir antes de irme al otro barrio o de perder las facultades por completo, pero todas ellas dependen enteramente de mí y, como mucho, de mi círculo más estrecho: desearía escribir ciertos libros que tengo en la cabeza, visitar algunos lugares del mundo que aún no conozco y convertir en realidad algunas fantasías, más que nada eróticas. Y, por supuesto, ver felices a mi hijo, a mi hija y a mi mujer. Y salud para esos pocos amigos. Y pare usted de contar.
Todo lo anterior, tan largo y presuntuoso, es para que quede claro que me siento libre y que nada de mis circunstancias me invita a cohibirme a la hora de cascar lo que pienso o me viene en gana, donde sea y como sea. Y, sin embargo, confieso que en más de una ocasión cuento hasta diez antes de escribir algunas cosas en este blog, que, al fin y al cabo, es mi casa (y la de ustedes). Unas veces por cuestiones de forma, pues cada vez que alguno me apercibe amablemente por decir palabrotas o emplear expresiones políticamente incorrectas me siento trasladado a la infancia, a la escuela del pueblo o al párroco y su catecismo. Haberse criado en tiempos de Franco es una fuente inagotable de experiencias y comparaciones, a la larga una riqueza. Otras veces tengo que sobreponerme a una mezcla de pereza y anticipado resquemor antes de escribir sobre lo indecible o lo indudable, antes de rozar, aunque sea tenuemente, el discurso único, al menos al único que se permite a un “intelectual” universitario y tal que no quiera ser colocado sin remisión en el cercado de los fachas y reaccionarios. Y habría tanto que hablar de quiénes son en el día a día y en la práctica los fachas y reaccionarios... Otra vez el maldito catecismo. Otra vez el maniqueísmo. El mundo dividido siempre en dos grupos, el de aquellos con los que te puedes meter a discreción y el de esos otros a los que nadie debe toser. Por un lado y por otro, verdades, dogmas que se han de aceptar acríticamente. La duda ofende. Sí, la simple duda. Te va a caer un buen tirón de orejas no sólo si niegas la divinidad de los dioses, la pureza de los puros, la maldad de los diablos y lo odioso de los apestados, sino nada más que con que pongas mínimamente en solfa algún dogma, algún mandamiento de la santa madre iglesia de turno. Dices un día, por ejemplo, que lo del cambio climático te lo crees bastante, pero que te gustaría que la ciencia fuera aún más capaz de acabar con las dudas que puedan subsistir en algunos, y te vienen con que así fundamentarás tú tus trabajos, si no sabes distinguir entre la verdad y la mentira. Caramba. Insinúas que a lo mejor Obama no es santo del todo y que hace pis y caca como un mortal más, y te recuerdan que Bush era un hijo de mala madre, como si Bush y tú fuerais parientes o de lo uno se siguiera algo para lo otro. Afirmas que Cuba es una dictadura odiosa y te responden que entonces por qué te vas algunos fines de semana a Madrid, donde gobierna la derecha más cavernícola. Ah, vaya. Sales con que el feminismo ha tenido y tiene toda la justificación del mundo para sus empeños, pero que quizá en algún momento puede considerar sus objetivos cumplidos, pues ojalá la igualdad llegue a ser plena y entonces habrá que ponerse a pelear contra otro tipo de desigualdades, y te contestan que últimamente se te ve muy resentido con las mujeres. Ah, pues seamos muy considerados con las mujeres, como me enseñaban los curas en el colegio.
¿Qué pretendo ilustrar con todo eso que, en lo que a mí y a este blog se refiere es nada más que anecdótico? Pues que me ayuda a entender ciertos mecanismos de la nueva dominación y que, unido a lo que sé y recuerdo del franquismo, me enseña de qué manera en cualquier tiempo se impone el discurso dominante o se establecen las ortodoxias oficiales, sean las que sean. Debo concluir esta parte con un nuevo ejercicio de inmodestia: yo me lo puedo permitir, pero sé que mucha gente no. Me explico. Yo, poco más o menos, digo lo que me da la gana, por las razones personales y vitales antes expuestas, pero mucha gente se calla rigurosamente lo que piensa nada más que por miedo al qué le dirán o por temor de perderse algo que aún desea. Porque todos sabemos que los guardianes del templo son inmisericordes. La diferencia es que a algunos, que vamos un poquito de vuelta, para bien o para mal, el templo y sus moradores ya nos traen al fresco. Me cisco en los templos y en todos sus sacerdotes, con perdón y tal. Y en Franco y sus remedos tardíos.
Con todo lo anterior no pretendo, en modo alguno, hacer ni la más mínima crítica a ninguno de los amigos que en este blog amabilísimamente me contradicen. Bien al contrario, para eso está y para eso estamos. Gracias, de corazón. Pero, como esta dialéctica es buena, me voy a permitir ahora algunas observaciones sobre nuestras polémicas recientes en temas relacionados con la igualdad.
Va primero una chulería más, que no es nueva. A feminista práctico, en los hechos, no me gana nadie. Empatarán muchos, pero ganarme no. Llamo feminista en este momento a la persona radical y absolutamente partidaria de la total igualdad de derechos y de trato de hombres y mujeres. No creo ni lo más mínimo en diferencias naturales que justifiquen distinto trato y distinto estatuto social de hombres y mujeres. Pero no sólo lo proclamo así, sino que así lo vivo. En mi vida privada y profesional no admito discriminaciones entre mujeres y hombres. Y jamás de los jamases una mujer con la que yo comparta mi vida va a hacer de ninguna cosa (salvo parir y amamantar, claro) más que yo porque sea mujer. Ni cambiar pañales, ni lavar, ni cocinar, ni planchar, ni comprar lo que sea, ni hacer las camas ni... absolutamente nada. Eso no es “su” tarea. Y tampoco voy a pretender nunca que ciertas labores sean mías por ser yo el macho, ni una sola. Quienes me conocen saben que lo cumplo a rajatabla y por la más estricta convicción. En ese sentido, milito completamente en el feminismo. Y me abstengo de comparaciones, pues me he propuesto estar moderadito hoy.
Ahora bien, ahora bien, por las mismas, a la hora de contar un chiste o de emplear una frase hecha, también me importa un bledo si se trata de hombres o de mujeres, de blancos o de negros, de cojos o de tuertos, de asturianos o de madrileños. Porque me parece que como se cambia la sociedad no es al hablar o al seleccionar las palabritas, sino al hacer. Y ahí sí que suelo salirme de mis casillas cuando, porque hice no sé qué juego de palabras, pretende saltarme a la yugular alguno, pues le parece que soy muy machista y muy culpable del abuso masculino al hablar así.
En esta sociedad queda mucho por hacer para alcanzar una elemental justicia social. Mismamente en materia de relaciones entre mujeres y hombres, como expresamente mantuve en la entrada de hace un par de días. Pero lo que no veo es por qué la reparación no ha de hacerse, a igual calidad, con el mínimo coste. En otros términos, y por seguir con el tema de la igualdad entre los sexos: en tiempos de mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y así hacia atrás, las mujeres estaban totalmente oprimidas y discriminadas y pongamos que cada uno de ellos tuvo la parte correspondiente de responsabilidad. Todos hemos tenido que asumir unos costes para restaurar la igualdad debida y habrá que seguir en el empeño mientras alguna discriminación persista. Sin duda. Pero ojo, yo -concédaseme, en homenaje a lo que antes dije o aunque sólo sea como hipótesis- ya no soy culpable. Asumo la necesidad, por ejemplo, de ciertas políticas de acción afirmativa, también llamada discriminación positiva, estoy perfectamente dispuesto a que una parte de los impuestos que pago sea destinada a promocionar a las mujeres aún maltratadas -por ejemplo, dándoles a ellas más becas, construyendo residencias para las que padezcan violencia doméstica, financiando investigaciones sobre problemas específicos de la mujer, etc., etc. Todo eso lo asumo, a ojos cerrados si hace falta. Pero no acepto que nadie me califique negativamente por haber nacido varón, ni que se pretenda limitar mi libertad de expresión si cuento un chiste de mujeres -o de hombres, o de profesores o de chinos- o si critico alguna variante o manifestación de ese conglomerado de doctrinas que se acogen al nombre de feminismo. Puesto que no creo en el Dios verdadero, no admito que su lugar lo ocupe ningún otro dios o diosa. Puesto que no tengo la Biblia ni el Corán como libro sagrado, no admito ningún libro sagrado. Puesto que no me son gratos profetas ni mesías, no me pliego ante ninguno o ninguna. Me da lo mismo que sea mujer, hombre, transexual, hermafrodita o estrella de mar. Cuando critico algo o a alguien, estaré equivocado por lo que pienso, pero no por el hecho de que mi crítica verse sobre estos o aquellos intocables. En una sociedad libre e igual (subrayo: e igual), no hay intocables, no es intocable ni dios. A partir de ahí, podemos debatir lo que haga falta, pero sobre argumentos y no atizando dogmas.
Decía que ya no estoy dispuesto a cargar con los epítetos que tal vez se puedan predicar retroactivamente de mi abuelo: que si machista que si falócrata que si abusón. Pero menos todavía entiendo por qué un hijo mío tendría, en su caso, que soportar ninguna discriminación negativa por ser hombre y al grito de que se trata de una retaliación histórica, de una compensación por lo que sufrió su bisabuela. No. Entre otras mil cosas, porque el día que toque recibir compensación por las injusticias padecidas por determinados grupos en tiempos pretéritos, yo me voy a apuntar el primerito y sé lo que voy a pedir: que me traten como a un marajá porque desciendo de generaciones y generaciones de campesinos paupérrimos, explotados, ignorados, “invisibilizados”, despreciados y de todo y que, ya puestos, tienen conmigo una deuda del copón todos esos ricachones y ricachonas con pedigree, sean ahora feministas, machistas o mormones. ¿O es que vamos a seguir siendo selectivos y los pobres seguirán quedando los últimos a la hora de sanar la injusticia secularmente padecida?
Si yo critico un día aquí una determinada corriente del muy plural y variado pensamiento feminista (pongamos por caso la que propugna la prohibición de la pornografía) o una cierta política feminista (por ejemplo, la financiación de ciertos proyectos de investigación supuestamente relacionados con las mujeres y sus problemas), ni me estoy oponiendo a la igualación plena de las mujeres ni estoy atacando a las mujeres ni estoy, tan siquiera, cuestionando el feminismo como un todo. Critico lo que critico, ni más ni menos que eso, eso y sólo eso. Pero si usted, querido lector o querida lectora, me viene con que, al cuestionar yo ese concreto aspecto doctrinal o práctico, me muestro como un machista resentido que está en contra del género femenino y de cualquier política progresista, usted pretende hacer conmigo una cosa bien distinta: pretende que me calle, pretende que me autocensure, pretende que me asuste y que, al menos de puertas afuera, acepte y dé por bueno cualquier pensamiento o cualquier política porque simplemente lleve puesta la etiqueta de feminista. Y eso no, majos y majas. Políticamente eso revela afanes de censor, psicológicamente tal vez pone de manifiesto una personalidad sectaria y amiga de rebaños y en términos lógicos puede que responda a una inferencia errónea. Pues si, por poner una comparación, yo me permito dudar un día de las verdades científicas del cambio climático -que no dudo, es un decir, tranquilos-, no se sigue de ahí que yo esté a favor de la contaminación o del deshielo de los polos; si dudo de que el Barcelona sea el mejor equipo de fútbol de Europa -también es un suponer, ese tema en particular me trae al fresco-, no se deriva con necesidad lógica que yo sea fanático del Real Madrid; si critico esto o lo otro de tal o cual teoría o práctica que se autocalifique como feminista, no se deduce ni que yo sea enemigo de la igualdad femenina ni que sea consciente o inconsciente servidor del más rancio machismo. Que no, caramba. Por las mismas que si proclamo mis dudas sobre la existencia de Dios no estoy dando con ello por sentado que creo en el Diablo, con toda su verdad y su poder. Que no, rediez.
Retorno al comienzo. La pelea contra algunas desigualdades, perfectamente legítima y completamente necesaria, en ocasiones adopta formas que tienen dos efectos muy perversos y peligrosos, a mi juicio. Uno, que se pretende hacer por la igualdad a base de reprimir más que nada la libertad de expresión. Otro, que, al poner toda la insistencia en la fuente lingüística o comunicativa de las desigualdades, se pierde de vista que la más grave y determinante desigualdad es la económica y de oportunidades y que ésa sí que es transversal en sus efectos y ubicua en sus manifestaciones.
Sobre lo primero, brevemente. De eso se aprende mucho leyendo sobre la historia de las iglesias. Los herejes no eran ateos, no se trataba de no creyentes, sino de gentes que creían en lo mismo, pero de otra manera. Su represión no sirvió para perfeccionar el mensaje correspondiente, para hacer más rigurosa la teología -si es que una teología puede ser rigurosa, dejemos eso ahora- o para construir una mejor comunidad de creyentes, sino nada más que para reforzar el dogma y, ante todo, para respaldar la autoridad y el privilegio de prebostes y mandamases. Después de unas cuantas -miles y miles- de hogueras, lo que quedó fue el miedo comprensible de las masas: que nadie hable, que nadie critique, que nadie opine, que todo quisque obedezca y achante. Pues, mutatis mutandis y salvando las grandes distancias que haya que salvar, con lo del feminismo a algunos varones, como el que suscribe, nos pasa otro tanto: no hablamos porque estemos ni en contra de las mujeres y sus derechos ni en contra del feminismo, sino porque estamos en contra de cualquier iglesia y de todo privilegio, sea de mujeres, de hombres o del vecino o la vecina del quinto. Y porque nos da la gana hablar y a hablar tendríamos el mismo derecho aun en el caso de que fuéramos antifeministas y hasta machistas militantes. ¡No se puede, no se debe reprimir la libertad de expresión a base de etiquetas tontas y sambenitos superficiales!
Sobre lo segundo. Cuando se pone en el habla y la comunicación lingüística la razón fundamental de las discriminaciones sociales, se yerra el diagnóstico y, consiguientemente, se equivoca la terapia. Vuelvo a decir aquí -y ya van muchas veces- que hay que rescatar más de cuatro cosas del viejo Marx, como algo de aquella relación entre estructura económica y superestructura ideológica. No es que a base de decir que las mujeres -o los negros, o los homosexuales o los de mi pueblo- son inferiores se haya creado una situación en la que los hombres acabaron teniendo el poder político y económico; es al revés. No es saltando a la yugular al que critica algo de algún feminismo como se va a reparar lo que de discriminación aún padezcan las mujeres, sino yendo en verdad a las causas, a las auténticas causas, que no tienen que ver, sino muy secundariamente, con maneras de hablar, sino con maneras de hacer y repartir. Además, así podemos detectar también discriminaciones entre mujeres, de mujer a mujer, si es que tales pudieran existir, que no sé. El verdadero “enemigo” del feminismo tan necesario no es el que cuenta el típico chiste de la mujer que no sabe aparcar y le pasa no sé qué, sino el que, feminista de boquilla o no, progre o carca de salón, sigue adjudicándole en los hechos a su pareja femenina o a su mamá la tarea de cocinar, lavar, cuidar a los niños o hacerle la vida agradable y cómoda por ser ella quien es o porque “casualmente” es menos lista o está menos ocupada que él.
Y por último. En mi pueblo o en el quinto pino aún nacen hoy algunos niños varones que en la puñetera vida tendrán las oportunidades que se les presentan a las niñas que ahora mismo o hace treinta años nacen o nacieron en la calle Velázquez o la calle Serrano de Madrid, verbigracia. No me consuela que ahora se insinúe que les toca pagar por ser machos, igual que a sus padres les tocó pagar por no ser aristócratas, burguesotes, militares con muchas estrellas u obispos. Así que algo habrá que hacer con eso y tendremos que pensar de qué manera combinamos los derechos de las mujeres ricas con los de los varones muy pobres.
Comienzo con una reflexión sincera y que no pretende ser nada retórica. El mantener este blog me ha enseñado mucho sobre algunas circunstancias de la vida social. Sin ánimo de ser soberbio, permítanme que les cuente que me tengo por sujeto con cierta personalidad, aunque no sea más que como resultado de los años y las particularidades biográficas. Además, créanme que tengo todo el pescado vendido o, como decía aquel en otros tiempos, tengo las hijas casadas (subrayo que lo decía aquel y en otros tiempos, y que se entienda lo que la expresión significaba, sin traer a colación boludeces que no vienen a cuento ahora). Traducido a términos más claros: mis expectativas y ambiciones sociales y profesionales están más que colmadas en lo que de los demás puedan depender; esto es, ni aspiro a cargos de ningún tipo ni los aceptaría, no me voy a presentar a ninguna elección para nada, no se me ocurre qué favor que me interesara me podría hacer el gobernante de institución ninguna, creo que no tengo cadáveres en el armario ni cuentas pendientes por fechorías antiguas, de mí no depende el futuro profesional de nadie ni en la universidad ni fuera de ella, mi carácter es más bien introvertido y no soy de muchos amigos ni me estimula especialmente el halago o la sonrisa ajena. Medio autista, sí, a mucha honra. Sí conservo sueños y hay unas cuantas cosas que me gustaría hacer o conseguir antes de irme al otro barrio o de perder las facultades por completo, pero todas ellas dependen enteramente de mí y, como mucho, de mi círculo más estrecho: desearía escribir ciertos libros que tengo en la cabeza, visitar algunos lugares del mundo que aún no conozco y convertir en realidad algunas fantasías, más que nada eróticas. Y, por supuesto, ver felices a mi hijo, a mi hija y a mi mujer. Y salud para esos pocos amigos. Y pare usted de contar.
Todo lo anterior, tan largo y presuntuoso, es para que quede claro que me siento libre y que nada de mis circunstancias me invita a cohibirme a la hora de cascar lo que pienso o me viene en gana, donde sea y como sea. Y, sin embargo, confieso que en más de una ocasión cuento hasta diez antes de escribir algunas cosas en este blog, que, al fin y al cabo, es mi casa (y la de ustedes). Unas veces por cuestiones de forma, pues cada vez que alguno me apercibe amablemente por decir palabrotas o emplear expresiones políticamente incorrectas me siento trasladado a la infancia, a la escuela del pueblo o al párroco y su catecismo. Haberse criado en tiempos de Franco es una fuente inagotable de experiencias y comparaciones, a la larga una riqueza. Otras veces tengo que sobreponerme a una mezcla de pereza y anticipado resquemor antes de escribir sobre lo indecible o lo indudable, antes de rozar, aunque sea tenuemente, el discurso único, al menos al único que se permite a un “intelectual” universitario y tal que no quiera ser colocado sin remisión en el cercado de los fachas y reaccionarios. Y habría tanto que hablar de quiénes son en el día a día y en la práctica los fachas y reaccionarios... Otra vez el maldito catecismo. Otra vez el maniqueísmo. El mundo dividido siempre en dos grupos, el de aquellos con los que te puedes meter a discreción y el de esos otros a los que nadie debe toser. Por un lado y por otro, verdades, dogmas que se han de aceptar acríticamente. La duda ofende. Sí, la simple duda. Te va a caer un buen tirón de orejas no sólo si niegas la divinidad de los dioses, la pureza de los puros, la maldad de los diablos y lo odioso de los apestados, sino nada más que con que pongas mínimamente en solfa algún dogma, algún mandamiento de la santa madre iglesia de turno. Dices un día, por ejemplo, que lo del cambio climático te lo crees bastante, pero que te gustaría que la ciencia fuera aún más capaz de acabar con las dudas que puedan subsistir en algunos, y te vienen con que así fundamentarás tú tus trabajos, si no sabes distinguir entre la verdad y la mentira. Caramba. Insinúas que a lo mejor Obama no es santo del todo y que hace pis y caca como un mortal más, y te recuerdan que Bush era un hijo de mala madre, como si Bush y tú fuerais parientes o de lo uno se siguiera algo para lo otro. Afirmas que Cuba es una dictadura odiosa y te responden que entonces por qué te vas algunos fines de semana a Madrid, donde gobierna la derecha más cavernícola. Ah, vaya. Sales con que el feminismo ha tenido y tiene toda la justificación del mundo para sus empeños, pero que quizá en algún momento puede considerar sus objetivos cumplidos, pues ojalá la igualdad llegue a ser plena y entonces habrá que ponerse a pelear contra otro tipo de desigualdades, y te contestan que últimamente se te ve muy resentido con las mujeres. Ah, pues seamos muy considerados con las mujeres, como me enseñaban los curas en el colegio.
¿Qué pretendo ilustrar con todo eso que, en lo que a mí y a este blog se refiere es nada más que anecdótico? Pues que me ayuda a entender ciertos mecanismos de la nueva dominación y que, unido a lo que sé y recuerdo del franquismo, me enseña de qué manera en cualquier tiempo se impone el discurso dominante o se establecen las ortodoxias oficiales, sean las que sean. Debo concluir esta parte con un nuevo ejercicio de inmodestia: yo me lo puedo permitir, pero sé que mucha gente no. Me explico. Yo, poco más o menos, digo lo que me da la gana, por las razones personales y vitales antes expuestas, pero mucha gente se calla rigurosamente lo que piensa nada más que por miedo al qué le dirán o por temor de perderse algo que aún desea. Porque todos sabemos que los guardianes del templo son inmisericordes. La diferencia es que a algunos, que vamos un poquito de vuelta, para bien o para mal, el templo y sus moradores ya nos traen al fresco. Me cisco en los templos y en todos sus sacerdotes, con perdón y tal. Y en Franco y sus remedos tardíos.
Con todo lo anterior no pretendo, en modo alguno, hacer ni la más mínima crítica a ninguno de los amigos que en este blog amabilísimamente me contradicen. Bien al contrario, para eso está y para eso estamos. Gracias, de corazón. Pero, como esta dialéctica es buena, me voy a permitir ahora algunas observaciones sobre nuestras polémicas recientes en temas relacionados con la igualdad.
Va primero una chulería más, que no es nueva. A feminista práctico, en los hechos, no me gana nadie. Empatarán muchos, pero ganarme no. Llamo feminista en este momento a la persona radical y absolutamente partidaria de la total igualdad de derechos y de trato de hombres y mujeres. No creo ni lo más mínimo en diferencias naturales que justifiquen distinto trato y distinto estatuto social de hombres y mujeres. Pero no sólo lo proclamo así, sino que así lo vivo. En mi vida privada y profesional no admito discriminaciones entre mujeres y hombres. Y jamás de los jamases una mujer con la que yo comparta mi vida va a hacer de ninguna cosa (salvo parir y amamantar, claro) más que yo porque sea mujer. Ni cambiar pañales, ni lavar, ni cocinar, ni planchar, ni comprar lo que sea, ni hacer las camas ni... absolutamente nada. Eso no es “su” tarea. Y tampoco voy a pretender nunca que ciertas labores sean mías por ser yo el macho, ni una sola. Quienes me conocen saben que lo cumplo a rajatabla y por la más estricta convicción. En ese sentido, milito completamente en el feminismo. Y me abstengo de comparaciones, pues me he propuesto estar moderadito hoy.
Ahora bien, ahora bien, por las mismas, a la hora de contar un chiste o de emplear una frase hecha, también me importa un bledo si se trata de hombres o de mujeres, de blancos o de negros, de cojos o de tuertos, de asturianos o de madrileños. Porque me parece que como se cambia la sociedad no es al hablar o al seleccionar las palabritas, sino al hacer. Y ahí sí que suelo salirme de mis casillas cuando, porque hice no sé qué juego de palabras, pretende saltarme a la yugular alguno, pues le parece que soy muy machista y muy culpable del abuso masculino al hablar así.
En esta sociedad queda mucho por hacer para alcanzar una elemental justicia social. Mismamente en materia de relaciones entre mujeres y hombres, como expresamente mantuve en la entrada de hace un par de días. Pero lo que no veo es por qué la reparación no ha de hacerse, a igual calidad, con el mínimo coste. En otros términos, y por seguir con el tema de la igualdad entre los sexos: en tiempos de mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y así hacia atrás, las mujeres estaban totalmente oprimidas y discriminadas y pongamos que cada uno de ellos tuvo la parte correspondiente de responsabilidad. Todos hemos tenido que asumir unos costes para restaurar la igualdad debida y habrá que seguir en el empeño mientras alguna discriminación persista. Sin duda. Pero ojo, yo -concédaseme, en homenaje a lo que antes dije o aunque sólo sea como hipótesis- ya no soy culpable. Asumo la necesidad, por ejemplo, de ciertas políticas de acción afirmativa, también llamada discriminación positiva, estoy perfectamente dispuesto a que una parte de los impuestos que pago sea destinada a promocionar a las mujeres aún maltratadas -por ejemplo, dándoles a ellas más becas, construyendo residencias para las que padezcan violencia doméstica, financiando investigaciones sobre problemas específicos de la mujer, etc., etc. Todo eso lo asumo, a ojos cerrados si hace falta. Pero no acepto que nadie me califique negativamente por haber nacido varón, ni que se pretenda limitar mi libertad de expresión si cuento un chiste de mujeres -o de hombres, o de profesores o de chinos- o si critico alguna variante o manifestación de ese conglomerado de doctrinas que se acogen al nombre de feminismo. Puesto que no creo en el Dios verdadero, no admito que su lugar lo ocupe ningún otro dios o diosa. Puesto que no tengo la Biblia ni el Corán como libro sagrado, no admito ningún libro sagrado. Puesto que no me son gratos profetas ni mesías, no me pliego ante ninguno o ninguna. Me da lo mismo que sea mujer, hombre, transexual, hermafrodita o estrella de mar. Cuando critico algo o a alguien, estaré equivocado por lo que pienso, pero no por el hecho de que mi crítica verse sobre estos o aquellos intocables. En una sociedad libre e igual (subrayo: e igual), no hay intocables, no es intocable ni dios. A partir de ahí, podemos debatir lo que haga falta, pero sobre argumentos y no atizando dogmas.
Decía que ya no estoy dispuesto a cargar con los epítetos que tal vez se puedan predicar retroactivamente de mi abuelo: que si machista que si falócrata que si abusón. Pero menos todavía entiendo por qué un hijo mío tendría, en su caso, que soportar ninguna discriminación negativa por ser hombre y al grito de que se trata de una retaliación histórica, de una compensación por lo que sufrió su bisabuela. No. Entre otras mil cosas, porque el día que toque recibir compensación por las injusticias padecidas por determinados grupos en tiempos pretéritos, yo me voy a apuntar el primerito y sé lo que voy a pedir: que me traten como a un marajá porque desciendo de generaciones y generaciones de campesinos paupérrimos, explotados, ignorados, “invisibilizados”, despreciados y de todo y que, ya puestos, tienen conmigo una deuda del copón todos esos ricachones y ricachonas con pedigree, sean ahora feministas, machistas o mormones. ¿O es que vamos a seguir siendo selectivos y los pobres seguirán quedando los últimos a la hora de sanar la injusticia secularmente padecida?
Si yo critico un día aquí una determinada corriente del muy plural y variado pensamiento feminista (pongamos por caso la que propugna la prohibición de la pornografía) o una cierta política feminista (por ejemplo, la financiación de ciertos proyectos de investigación supuestamente relacionados con las mujeres y sus problemas), ni me estoy oponiendo a la igualación plena de las mujeres ni estoy atacando a las mujeres ni estoy, tan siquiera, cuestionando el feminismo como un todo. Critico lo que critico, ni más ni menos que eso, eso y sólo eso. Pero si usted, querido lector o querida lectora, me viene con que, al cuestionar yo ese concreto aspecto doctrinal o práctico, me muestro como un machista resentido que está en contra del género femenino y de cualquier política progresista, usted pretende hacer conmigo una cosa bien distinta: pretende que me calle, pretende que me autocensure, pretende que me asuste y que, al menos de puertas afuera, acepte y dé por bueno cualquier pensamiento o cualquier política porque simplemente lleve puesta la etiqueta de feminista. Y eso no, majos y majas. Políticamente eso revela afanes de censor, psicológicamente tal vez pone de manifiesto una personalidad sectaria y amiga de rebaños y en términos lógicos puede que responda a una inferencia errónea. Pues si, por poner una comparación, yo me permito dudar un día de las verdades científicas del cambio climático -que no dudo, es un decir, tranquilos-, no se sigue de ahí que yo esté a favor de la contaminación o del deshielo de los polos; si dudo de que el Barcelona sea el mejor equipo de fútbol de Europa -también es un suponer, ese tema en particular me trae al fresco-, no se deriva con necesidad lógica que yo sea fanático del Real Madrid; si critico esto o lo otro de tal o cual teoría o práctica que se autocalifique como feminista, no se deduce ni que yo sea enemigo de la igualdad femenina ni que sea consciente o inconsciente servidor del más rancio machismo. Que no, caramba. Por las mismas que si proclamo mis dudas sobre la existencia de Dios no estoy dando con ello por sentado que creo en el Diablo, con toda su verdad y su poder. Que no, rediez.
Retorno al comienzo. La pelea contra algunas desigualdades, perfectamente legítima y completamente necesaria, en ocasiones adopta formas que tienen dos efectos muy perversos y peligrosos, a mi juicio. Uno, que se pretende hacer por la igualdad a base de reprimir más que nada la libertad de expresión. Otro, que, al poner toda la insistencia en la fuente lingüística o comunicativa de las desigualdades, se pierde de vista que la más grave y determinante desigualdad es la económica y de oportunidades y que ésa sí que es transversal en sus efectos y ubicua en sus manifestaciones.
Sobre lo primero, brevemente. De eso se aprende mucho leyendo sobre la historia de las iglesias. Los herejes no eran ateos, no se trataba de no creyentes, sino de gentes que creían en lo mismo, pero de otra manera. Su represión no sirvió para perfeccionar el mensaje correspondiente, para hacer más rigurosa la teología -si es que una teología puede ser rigurosa, dejemos eso ahora- o para construir una mejor comunidad de creyentes, sino nada más que para reforzar el dogma y, ante todo, para respaldar la autoridad y el privilegio de prebostes y mandamases. Después de unas cuantas -miles y miles- de hogueras, lo que quedó fue el miedo comprensible de las masas: que nadie hable, que nadie critique, que nadie opine, que todo quisque obedezca y achante. Pues, mutatis mutandis y salvando las grandes distancias que haya que salvar, con lo del feminismo a algunos varones, como el que suscribe, nos pasa otro tanto: no hablamos porque estemos ni en contra de las mujeres y sus derechos ni en contra del feminismo, sino porque estamos en contra de cualquier iglesia y de todo privilegio, sea de mujeres, de hombres o del vecino o la vecina del quinto. Y porque nos da la gana hablar y a hablar tendríamos el mismo derecho aun en el caso de que fuéramos antifeministas y hasta machistas militantes. ¡No se puede, no se debe reprimir la libertad de expresión a base de etiquetas tontas y sambenitos superficiales!
Sobre lo segundo. Cuando se pone en el habla y la comunicación lingüística la razón fundamental de las discriminaciones sociales, se yerra el diagnóstico y, consiguientemente, se equivoca la terapia. Vuelvo a decir aquí -y ya van muchas veces- que hay que rescatar más de cuatro cosas del viejo Marx, como algo de aquella relación entre estructura económica y superestructura ideológica. No es que a base de decir que las mujeres -o los negros, o los homosexuales o los de mi pueblo- son inferiores se haya creado una situación en la que los hombres acabaron teniendo el poder político y económico; es al revés. No es saltando a la yugular al que critica algo de algún feminismo como se va a reparar lo que de discriminación aún padezcan las mujeres, sino yendo en verdad a las causas, a las auténticas causas, que no tienen que ver, sino muy secundariamente, con maneras de hablar, sino con maneras de hacer y repartir. Además, así podemos detectar también discriminaciones entre mujeres, de mujer a mujer, si es que tales pudieran existir, que no sé. El verdadero “enemigo” del feminismo tan necesario no es el que cuenta el típico chiste de la mujer que no sabe aparcar y le pasa no sé qué, sino el que, feminista de boquilla o no, progre o carca de salón, sigue adjudicándole en los hechos a su pareja femenina o a su mamá la tarea de cocinar, lavar, cuidar a los niños o hacerle la vida agradable y cómoda por ser ella quien es o porque “casualmente” es menos lista o está menos ocupada que él.
Y por último. En mi pueblo o en el quinto pino aún nacen hoy algunos niños varones que en la puñetera vida tendrán las oportunidades que se les presentan a las niñas que ahora mismo o hace treinta años nacen o nacieron en la calle Velázquez o la calle Serrano de Madrid, verbigracia. No me consuela que ahora se insinúe que les toca pagar por ser machos, igual que a sus padres les tocó pagar por no ser aristócratas, burguesotes, militares con muchas estrellas u obispos. Así que algo habrá que hacer con eso y tendremos que pensar de qué manera combinamos los derechos de las mujeres ricas con los de los varones muy pobres.
Y segunda cosa. Hoy mismo habrá nacido en el barrio gitano de León alguna niña que jamás va a tener las oportunidades de esa niña que al tiempo viene al mundo en la zona guapa de Madrid o que -seamos algo provocativos para no perder la costumbre- acaba de dar a luz una importante autora del feminismo barcelonés. Así que a ver si no se nos olvida luchar también por la igualdad de derechos y oportunidades entre esas dos mujeres del mañana.
Fijémonos en este curioso desajuste. Yo no puedo aquí -salvo al precio de que me lluevan chuzos de punta- decir, por ejemplo, que estoy muy orgulloso de ser heterosexual -eso, querido y admirado Jacobo, no tiene por qué equivaler a proclamarse orgulloso de ser ario, puede también querer decir orgullo de ser alemán, que no es ni más ni menos que ser francés, simplemente es distinto- o de ser varón (tampoco tengo especial interés en decir esas cosas, la verdad, no me siento tan inseguro), pero sí puedo sostener, sin que se me echen encima las vanguardias de la lucha nominal, que me gustaría ser muy rico, ganar un gran sueldo y comprarme una mansión enorme. ¿Por qué esa diferencia? Porque, tal como se ha fragmentado la lucha contra la desigualdad, se piensa que las desigualdades de riqueza tienen más relación con lo que se hace que con lo que se dice, mientras que las otras la tienen mayor con lo que se dice que con lo que se hace. De ahí que los guardianes del templo permitan sin enfado contar chistes de pobres, pero no de negros, homosexuales o chicas. Y por eso algunos sospechamos que dicha fragmentación del discurso igualitario y que ciertas actitudes dogmáticas y sectarias no sólo no sirven del mejor modo a la muy debida y justa igualdad de las mujeres, los homosexuales, los negros y quien haga falta, sino que, además, provocan un efecto paradójico: ayudan a mantener en la oscuridad y a resguardo la mayor y más injusta razón de las desigualdades, la desigualdad económica no unida ni siquiera al mérito y el esfuerzo personales.
Fijémonos en este curioso desajuste. Yo no puedo aquí -salvo al precio de que me lluevan chuzos de punta- decir, por ejemplo, que estoy muy orgulloso de ser heterosexual -eso, querido y admirado Jacobo, no tiene por qué equivaler a proclamarse orgulloso de ser ario, puede también querer decir orgullo de ser alemán, que no es ni más ni menos que ser francés, simplemente es distinto- o de ser varón (tampoco tengo especial interés en decir esas cosas, la verdad, no me siento tan inseguro), pero sí puedo sostener, sin que se me echen encima las vanguardias de la lucha nominal, que me gustaría ser muy rico, ganar un gran sueldo y comprarme una mansión enorme. ¿Por qué esa diferencia? Porque, tal como se ha fragmentado la lucha contra la desigualdad, se piensa que las desigualdades de riqueza tienen más relación con lo que se hace que con lo que se dice, mientras que las otras la tienen mayor con lo que se dice que con lo que se hace. De ahí que los guardianes del templo permitan sin enfado contar chistes de pobres, pero no de negros, homosexuales o chicas. Y por eso algunos sospechamos que dicha fragmentación del discurso igualitario y que ciertas actitudes dogmáticas y sectarias no sólo no sirven del mejor modo a la muy debida y justa igualdad de las mujeres, los homosexuales, los negros y quien haga falta, sino que, además, provocan un efecto paradójico: ayudan a mantener en la oscuridad y a resguardo la mayor y más injusta razón de las desigualdades, la desigualdad económica no unida ni siquiera al mérito y el esfuerzo personales.
13 comentarios:
Estupenda entrada, apreciado profesor, aunque creo sinceramente que da usted demasiadas explicaciones sin tener por qué. Si para expresar lo que pensamos hay que cogérsela con papel de fumar, apaga y vámonos.
Tener el más mínimo respeto al pensamiento único, o la la opinión supuestamente "progre" (he aquí otro término falaz), no es sino la peor autocensura. Y por completo estéril.
En cuanto al feminismo (feminismos, diría yo: las mujeres indias pobres que se esfuerzan en montar microempresas para mejorar su condición, es decir, para intentar ser más personas, ellas y sus falimias, se parecen a las Bibianas y cía como un huevo a una pistola), y en mi opinión, estoy con usted: siempre he creído que la verdadera desigualdad es la económica, y no la lingüistica, y me dá grima eso de ciudadanos y ciudadanas ó alumnos y alumnas. Precisamente por lo que tiene de ocultación de la realidad.
Saludos
Estoy totalmente de acuerdo con Vd., profesor; yo suelo comentar a quienes me quieren escuchar que los viejos inquisidores españoles se han hecho progres pero no han dejado de ser inquisidores; el resultado es una nueva religión, formalmente laica, pero con sus santones, a los que no se puede cuestionar, y mucha, muchísima, intolerancia.
Estas últimas semanas he sufrido algunas profundas decepciones (no en los personal, sino relativas a mi comprensión de la sociedad). Una de ellas ha sido darme cuenta de que la libertad de pensamiento y de expresión es tan solo instrumental. Una vez instalado en el poder quien reclamaba la libertad de mantener su discurso heterodoxo la libertad de oponerse a dicho discurso desaparece. Ahora estamos en un momento claro de reflujo. De momento solamente caen chuzos de punta; pero la tendencia es que de aquí a unos años el ostracismo y el desprecio vengan acompañados de sanciones administrativas y penales. Volverán las hogueras, y no es una metáfora, por desgracia.
Qué pena, sobre todo para nuestros hijos.
Me adhiero a considerar la entrada excelente - la veo autoreflexiva, más que explicativa.
Al mismo tiempo, estoy de acuerdo en que la discusión tras la reciente entrada del feminismo, el otro día, se fue de madre.
Propondría unas consideraciones al anfitrión
- la crítica civil, con argumentos (mejor todavía con fuentes), es siempre constructiva
- el lenguaje festivo de algunos comentarios, sin pasarse, corresponde al estándar comunicativo que muchas entradas de esta bitácora ya afirman
- en este foro hay una mezcla de "conocidos" y "desconocidos". Con personas que no nos conocen, es mejor ser prudentes, en el buen sentido del término. Pongo un ejemplo. Tengo un amigo panameño, color chocolate oscuro, afirmado funcionario internacional, que cuenta unos chistes de negros para partirse. Ahora bien, si encontrase en una bitácora esos mismos chistes, firmados por un "Roberto", de quien no conozco nada, los consideraría imprudentes. Estoy diciendo una pergorullada -comunicación es mensaje, más contexto-, pero a veces hay que recordarlas, ya que aquí, a veces, el contexto es escaso.
Y también sugeriría dos reglas de exclusión sistemática -aunque suene duro, pero en realidad son de autoexclusión- que veo que se están generalizando a lo largo y ancho de bitacorlandia - por lo menos, en las comarcas que suelo visitar.
1) exclusión sistemática de comentarios anónimos, en el sentido literal del término. Esto es un baile de máscaras, y cada uno podemos escoger la que queramos -yo soy "un amigo"- y mantenerla. Pero sugiero que la burka integral no la acepte usted, amigo anfitrión. La considero contraria al diálogo.
2) exclusión sistemática de cualquier palabra fuera de tono (bastante rigurosa, propondría).
Salud y buen fin de semana,
Querido y admirado Toño:
Ese orgullo personal de ser varón, alemán o lo que sea, es una (curiosísima) cuestión personal que nunca he alcanzado a entender. Siempre entendí que el orgullo es correlato subjetivo del mérito (propio o ajeno). No puedo sentirme orgulloso de que mi apellido empiece por D.
Pero a lo que iba: ¿por qué admites el orgullo de ser varón, de ser hetero... pero sacas de en medio al orgullo de ser ario? Con tus propios parámetros, no lo entiendo. ¿Puede estar orgulloso de ser de Pola de Narcea el de Pola de Narcea, pero el ario no puede enorgullecerse de su ariedad?
Suena raro... a menos que esto se nos escape del ámbito de las cuestiones íntimas y personales. Como en efecto ocurre.
No se puede negar la relevancia social y política de estos actos, una relevancia distinta del íntimo orgullo personal por circunstancias biológicas (como la la piel blanca, el cromosoma "Y" o heterosexualidad) o romántico-administrativas (como la nacionalidad del pasaporte); orgullo que, querido y admirado amigo, no acabo de entender. Intento aclararme con preguntas:
- ¿Por qué no irías a un día del White Pride? ¿Sólo porque no te sientes orgulloso de ser blanco? ¿No será más bien porque sería un acto neonazi?
- Y ¿por qué "Orgullo blanco" es neonazi? ¿Es casualidad?
Creo que no. Creo que el orgullo de sentirse miembro de la raza blanca, la "raza superior" de los racistas es una manifestación de racismo.
Creo que el orgullo de sentirse miembro de un colectivo tradicionalmente despreciado y humillado (orgullo judío, orgullo gay, orgullo gitano) es un acto de restitución y pública afirmación.
Y creo que el "orgullo hetero" es tan reactivo como el orgullo gay. Unos reaccionarán contra lo que creen excesos del orgullo gay. Otros, porque sienten la necesidad de expresar que se sienten orgullosos ser XY a los que les gustan XX (que no entienda ese orgullo no significa que no exista). Otros, contra la presencia gay pública, contra el matrimonio gay (así, la página "Heteropride"), contra lo que juzgan una degeneración moral y política. Otros, por malditismo. Otros, porque les gusta cómo suena.
Pero habrá que ver en qué cuaja este jovencísimo y minoritario movimiento social. Si es que cuaja.
Permítame que le haga quizás una corrección, pero implicitamente y sin darse cuenta me parece que está cayendo en ese "maniqueísmo" que desprecia al principio autodenominándose feminista.
Me explico, claramente se ve que usted es contrario al machismo y que como ha explicado, defiende unos ideales de igualdad en todos los aspectos (cosa que yo mismo comparto con usted y lo practico a diario). Pero calificar eso de feminismo es puro maniqueismo. No es feminismo lo contrario de machismo, sino el polo opuesto y así como machismo a día de hoy tiene una connotación negativa global, igual connotación tengo yo de feminismo.
Quizás se utilice mal a día de hoy la palabra "feminismo", que gracias a los medios y el contexto social se ha convertido más en algo positivo que en algo negativo, que creo que es lo que es. Yo estoy a favor de la mujer, y no por ello soy feminista. También estoy a favor del hombre, y de una convivencia a igualdad de oportunidades.
Respecto a lo que ha comentado usted del cambio climático, más como curiosidad que como reproche, he estado indagando últimamente por diversas fuentes científicas lo más imparciales que he encontrado, y puede ser que el ser humano con la contaminación no haya sido tan determinante en este proceso como nos hacen creer, y tenga mucha más fuerza la inercia planetaria a estos sucesos. Con ello no niego que se haga un uso desproporcionado e irracional de los recursos y que la contaminación no sea algo grave que haya que atajar, pero tampoco podemos dejarnos engañar.
Profesor Dopico ¿qué le hemos hecho los neonazis hombre?
Que siempre está a vueltas con nosotros
¿Qué nos desea que nos pase como mínimo lo que ayer a Rosa Díez en la Universidad?
¿Por qué no escribe improperios del partido político que han montado los musulmanes? ¿no hay pelotas o qué? o ¿está Vd haciendo la pelota a alguien o apuntándose a alguna subvención mentándonos a los neonazis como si fuéramos la bicha?
Es que si no no lo entiendo. Explíquese que yo no me voy a molestar porque me llame bellaco.
Y luego hay quien se queja de Fidel Castro. Caguen ros, como son ustedes los demócratas
Una característica común de todas las iglesias e ideologías es la de autodefinirse de tal manera que sea imposible pedirle responsabilidades por sus acciones.
La Iglesia, autodefinida como cuerpo místico de Cristo, no aceptará jamás que un fenómeno como la Inquisición pueda tener nada que ver con la "auténtica Iglesia"; como mucho, podrá admitir que estos fenómenos fueron responsabilidad de ciertos individuos que --oh triste casualidad-- eran también miembros de la Iglesia. Los comunistas, cuando ya no tienen más remedio que aceptar que sí, que Stalin fue uno de los peores asesinos de la humanidad, establecen enseguida una radical diferenciación entre Stalin y el "auténtico" comunismo, que no es más que la auténtica búsqueda de la libertad, igualdad y fraternidad. Si los Nazis no hubieran perdido tan rotundamente la guerra, no sería de extrañar que el nazismo hubiera perdurado como una ideología respetable, y cuando cosas como el Holocausto salieran a la luz, se pasaría rápidamente a diferenciar entre Hitler y los "auténticos" nacionalsocialistas, declarados buscadores del progreso de la humanidad (recordemos, por cierto, que Hitler fue propuesto para el Nobel de la paz por cierto parlamentario socialista sueco).
El feminismo, desde luego, se caracteriza igualmente por ser un término escurridizo, que tanto se puede interpretar así como asado, que tanto sirve para denunciar, pongamos por caso, que las mujeres no puedan ser militares profesionales como para mantener un servicio militar obligatorio sólo para varones (nuestra feminista vicepresidenta fue, no lo olvidemos, la auténtica tejedora de aquel código penal que condenaba a la "muerte civil" a los varoncitos insumisos).
La palabra "feminismo", en fin, podrá querer decir en la más etérea teoría "no discriminación por razón de sexo", pero en la práctica ya hace varios decenios que la 'praxis' feminista no se ha caracterizado precisamente por buscar aquello de que "el sexo no sea un destino". Todo lo contrario, han establecido un sistema de cuotas e, incluso, un código penal que asigna los derechos y obligaciones de cada individuo atendiendo, antes que nada, a su dotación cromosómica.
(continúa)
(continuación)
Pero, en fin, así como para definir el "comunismo" resultaba indispensable atender a lo que en la práctica hacía el Partido Comunista, y así como para definir lo que debemos entender por "Iglesia" es muy razonable recurrir a aquello que hace la jerarquía eclesiástica, ¿por qué no es normal que definamos al "feminismo" como aquello que oficialmente ha proclamado la fundadora del Partido Feminista de España?
Lidia Falcón, la fundadora del Partido Feminista de España, en su "Discurso sobre el poder feminista" (página 41) afirma lo siguiente:
"Porque si Lenin afirmaba que marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado, debemos decir de una vez por todas que feminista revolucionaria sólo es la que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases entre el hombre y la mujer al reconocimiento de la dictadura de la mujer, y en esto estriba la diferencia entre una feminista revolucionaria y una feminista reformista".
Para esta ilustre feminista, por tanto, el objetivo inmediato del feminismo sólo puede ser el establecimiento de la "dictadura de la mujer". Un ideal a todas luces muy igualitario.
Pero, se me dirá, Lidia Falcón no representa en realidad a las feministas. Bien, pero, en ese caso, ¿por qué una ministra tan feminista como Carmen Alborch le organizó un homenaje oficial, y otra ministra igualmente feminista, Carmen Calvo, se encargó de la presentación de uno de sus libros? ¿Por qué el Parlamento Español la cita como "experta" a la hora de debatir la prostitución? ¿Por qué "El País" y "Público" publican habitualmente sus artículos como fuente de autoridad sobre la posición "feminista" ante determinadas cuestiones?
En la práctica, perdón por la insistencia, el feminismo hoy es lo que representan personas como Lidia Falcón, y significa en lo ideológico la proclamación de la mujer como ser superior "por naturaleza" al varón (nuestra señora vicepresidenta así lo proclamó, creyéndose respaldada por la autoridad científica, en una entrevista), y en la praxis el establecimiento de cuotas para todo aquello que convenga a las mujeres y sólo para eso (se pedirá paridad en el número de catedráticas de ingeniería en la universidad, pero jamás se pedirá tal cosa para la plantilla de profesora de primaria), "discriminación positiva" incluso en el derecho penal, estatutos de autonomía con declaración explícita de derechos especiales para las mujeres, oposición absoluta de custodia compartida, etcétera.
(athini_glaucopis@hotmail.com)
En menos de cinco minutos encuentre usted diferencias entre estas dos argumentaciones.
A. Quizás se utilice mal a día de hoy la palabra "feminismo", que gracias a los medios y el contexto social se ha convertido más en algo positivo que en algo negativo, que creo que es lo que es.
B. Quizás se utilice mal a día de hoy la palabra "feminismo", que gracias a los medios y el contexto social se ha convertido más en algo negativo que en algo positivo, que creo que es lo que es.
ACTIVIDADES
1. Dibuja un feminismo.
2. Subraya los conceptos "positivo" y "negativo" y coméntalos con un compañero.
Jacobo, se mete usted en camisas de once varas que nadie le ham mandado vestir.
No sé qué pretende exactamente citándome a mí y posibilitando las dos opciones, sin citar el resto del contexto. Posiblemente indique que todo se puede relativizar.
No es el caso, principalmente porque primero queda claro en la frase que es a mi juicio y más claro aún queda en el resto de comentario que mi opinión es así porque me parece nocivo cualquier tipo de posición extrema.
Ahora bien, si usted ve una posición extrema como algo positivo, una positivización de uno de los lados en detrimento del otro, pues claro, todo se puede relativizar.
Algunos le dirán que matar negros es positivo, pero claro, todo es relativo, y así hasta el infinito (o hasta el finito más lejano, pues todo es relativo...)
Querido Toño,
Me atrevo a entrar en este espinoso jardín de los feminismos, encima escribiendo hoy, día 8 de marzo. Lo hago con mi nombre y esperando no desatar demasiada polémica. Desde luego, te agradezco que nos invites a todos desde tu blog a participar con nuestras distintas opiniones y a construir un diálogo contigo, ya que te toca a ti, como “bloguero” mayor que eres y anfitrión, abrir el fuego, causando en ocasiones más de un incendio. Quiero, como mujer, feminista y humanista que soy, romper una lanza por ti (aunque no necesites mi defensa, que bien sabes defenderte tú). Es evidente que el tema del feminismo (o feminismos) es bien polémico, no hay más que ver las numerosas respuestas recibidas a tu entrada. Supongo yo que parte de la polémica viene porque, como ocurre en estos temas en los que hay tantas aristas, el identificar una de las partes como representante del todo es causa de gran confusión y a menudo malestar. A mí, humildemente, me parece que parte del problema deriva de identificar a todo el feminismo con una serie de mujeres que aprovechan una coyuntura específica en su afán de instalar una tiranía de la mujer. Por poner un ejemplo tonto: hay muchas feministas lesbianas y vegetarianas, y no por ello todas las feministas tienen que serlo. Yo no tengo ningún problema con eso. Lo que si que es problemático es que te digan que si no eres lesbiana ni vegetariana, no puedes ser feminista. Contra ese tipo de feminismo están muchas feministas, entre las que me incluyo. Pero eso no quiere decir que yo, pongamos el caso, deje de ser feminista porque no comparta esta visión del feminismo. Lo malo es que por culpa de una “escuela” se termine creyendo que todas las feministas son iguales y, por eso, el término feminismo se convierta en un término con connotaciones negativas. Es evidente que tú distingues bien uno de otro y que el objeto de tu crítica es aquel que discrimina y no el que iguala. Está claro que no estás resentido contra las mujeres, ni contra el feminismo en general, sino con un uso desmedido del afán igualitario en aras de una tiranía. Eso queda claro a poco que uno te lea (y te conozca). Ya quisiera yo que todos (hombres y mujeres) lo tuviéramos tan claro.
"El colectivo 'Olé mi koño' protesta de que las mujeres sean consideradas meramente un culo":
http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2010/03/06/culo/325392.html
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