Era cuestión de tiempo. Tenía que pasar. Sólo faltaba el detonante. Ya está. Ahora vendrá la explosión, con su onda expansiva. Ahora se van a enterar aquí también de lo que cuesta un peine. Aunque no van a pagar ni de una forma ni de otra por todos los platos rotos. Y no sólo los platos. Es mucho poder el que hay ahí también. Pero cuánta rabia me da.
Ya tenemos en marcha el primer caso de abusos a menores en España por curas o religiosos. Dada la idiosincrasia nacional y las correlaciones de fuerzas, era de esperar que el primero fuera así: particularmente asqueroso. El muy cabrón tenía una colección de vídeos bien variada, incluyendo sexo con bebés. También se hacía sus propias películas, él mismo de protagonista y con cámara oculta. Con pretextos peregrinos y chantajes conseguía llevarse al huerto a adolescentes de los colegios en los que enseñaba y se entretenía en masturbarlos y otras lindezas.
Los amigos de este blog saben dos cuestiones que vienen ahora al caso. Una, que no soy creyente; otra, que cuando de asuntos religiosos se trata, suelo, o al menos intento, ir con bastante respeto. Me gusta definirme como un ateo tranquilo. En este caso no, para nada. Ni tranquilo ni respetuoso. Leña, luz, taquígrafos, castigo, vergüenza pública, indemnizaciones, escarmientos. E igualdad ante la ley. ¿He dicho igualdad? Ojalá hubiera argumentos contra la igualdad y un agravante grande por sotana. Cabrones.
Sí, cabrones. Por razones múltiples. Las maniobras y excusas del caso me las sé por anticipado. Toda carne es débil y los curas también son humanos. Vale, lo admito así cuando se tiran a alguna marquesona viuda. Con niños no. Que son casos puntuales de sujetos puntuales, pero que no manchan ni cuestionan ni a la Iglesia como institución ni a las concretas órdenes ni a los obispados ni a los colegios donde esos casos ocurrían. Mentira, falso. Estudié el bachillerato en un colegio de religiosos. No se movía una mosca sin que los “padres” se enteraran. A mí me van a contar que los “colegas” de la orden y del colegio no iban a saber o a tener fundadas sospechas si alguno se estaba tirando chavales o metiéndoles mano. ¡Anda ya! Más el secreto de confesión -comenzando por las confesiones de los chavales- que es secreto, pero que no priva del conocimiento ni impide tomar medidas compatibles con el mantenimiento del secreto. Venga, hombre, a otro perro con ese hueso. Se tapaban, se disculpaban las mariconerías -en este caso está plenamente justificada la expresión, no se me diga que no-, se hacían los locos unos para que los otros siguieran a los suyo. Sectarismo, sí, por supuesto. Creo que somos un país sectario en la política y en mil cosas porque aprendimos donde aprendimos. Y un país de hipocresía, doble moral y cara dura. Por lo mismo.
Ante la fe sincera me descubro. Ante el sacrificio del que por amor a Dios y al prójimo se deja la piel trabajando con los pobres, los abandonados o los enfermos me descubro. Al que renuncia a un montón de placeres o bienes para consagrarse seriamente a vivir su religión, también me inclino levemente, aunque poco a poco voy dejando de comprender. Ante el malnacido, el hijo de perra, el sinvergüenza, la rata, el cobarde, el baboso que se aprovecha de su puta sotana para hacerse pajas con un niño o darle por el saco, siento enormes ganas de matar. Sí, de matar. Y me cisco en toda su maldita estirpe y en su fe de los demonios.
A fuer de liberal, mi disposición a ser comprensivo con cualquier debilidad humana y generoso con mil usos de la libertad es grande. Pero con esos tipos no. Lo siento. Se la debo. Se la debo en nombre de mi madre y de mil mujeres de su quinta que he conocido, amargadas, asustadas, asqueadas de si mismas, sin permitirse nunca un momento de placer calmado, sin darse tregua para ser felices ellas con su cuerpo o regalar un poco de amoroso gusto a sus maridos. Las aterraron muchos curas, las persiguieron, las convencieron para sentirse putas si notaban el más mínimo placer de la carne. Las llevaron a sentirse sucias si no cerraban los ojos, si no apagaban la luz, si se recreaban un solo minuto, si no querían quedar embarazadas una vez y otra, como conejas, como cerdas. Y fueron ellos. Y algunos de ellos, mientras tanto, toqueteaban niños y otros de ellos, muchos, lo sabían o lo sospechaban y se hacían los locos, o, todo lo más, le decían algo al director del colegio o al superior de la orden para que éste procediese discretamente a trasladar a otro lado al asqueroso, para que siguiera en otra parte aterrando señoras en el confesionario y violando infantes en su cuarto.
Este desahogo se lo debo también por mí mismo. Ahora me paro a pensar y creo que de mí no abusaron propiamente. Pero no pongo la mano en el fuego en ningún otro caso y por nadie. Porque no sé qué habría pasado si, por cualquier razón, por ejemplo por alguna propensión homosexual mía, hubiera reaccionado yo distinto en ciertos casos. Así, cuando en aquellos ejercicios espirituales aquel cura sádico y obseso, que nos prometía las penas más sobrecogedoras si nos masturbábamos -tenía un servidor quince años, quince-, vino a la habitación que me había correspondido en aquella casa de ejercicios a la que a todos nos habían llevado obligados -sí, entonces esas cosas no eran optativas- y se puso a confesarme y a pedirme detalles de cuánto y cómo me tocaba y, mientras, me pasaba la mano por la espalda y me echaba bien cerca su aliento de jabalí en celo. ¿Eso es abuso? No ocurrió nada más, pero ¿terminaban así, sin pasar a mayores, todas las confesiones del miserable? ¿Y aquel otro que nos enseñaba Historia y que si tenías el codo fuera del pupitre se arrimaba y, como el que no quiere la cosa o no se entera, se refrotaba el pito contra tu codo? Lo recuerdo perfectísimamente. Yo retiraba el codo, sobrecogido, sin malicia, con vergüenza ajena, como diciéndome hay que ver qué despistado es este “padre” que no se da cuenta de que está frotándose su picha contra mi brazo. ¿Y si hubiera dejado el codo alguna vez, por una timidez aún mayor, por susto, por curiosidad, por morbo? ¿Habría acabado en su habitación? Tengo para mí muy clara la respuesta.
Muchos y muchas se quedaron tocados para siempre por la enfermiza obsesión de tantos curas con el pecado más absurdo y más estúpido que imaginarse pueda, el pecado de la carne entre adultos libres y que consienten porque pueden consentir. A otros nos costó bastante sobreponernos a aquellos traumas del puñetero pecado idiota, si es que lo hemos logrado, que no sé. Así que es nuestro turno, por nosotros, por nuestras madres y padres, por los abuelos y las abuelas. Al buen religioso, a la buena persona que tiene fe, el cielo mañana y hoy el aplauso, con el mayor gusto. Pero a aquellos marranos, a esos marranos, a los marranos que ahora van a ir apareciendo, a zurrarles bien fuerte, sin compasión, con saña, con sed de venganza, con burla, con escarnio. Y luego vomitamos tranquilamente.
Ya tenemos en marcha el primer caso de abusos a menores en España por curas o religiosos. Dada la idiosincrasia nacional y las correlaciones de fuerzas, era de esperar que el primero fuera así: particularmente asqueroso. El muy cabrón tenía una colección de vídeos bien variada, incluyendo sexo con bebés. También se hacía sus propias películas, él mismo de protagonista y con cámara oculta. Con pretextos peregrinos y chantajes conseguía llevarse al huerto a adolescentes de los colegios en los que enseñaba y se entretenía en masturbarlos y otras lindezas.
Los amigos de este blog saben dos cuestiones que vienen ahora al caso. Una, que no soy creyente; otra, que cuando de asuntos religiosos se trata, suelo, o al menos intento, ir con bastante respeto. Me gusta definirme como un ateo tranquilo. En este caso no, para nada. Ni tranquilo ni respetuoso. Leña, luz, taquígrafos, castigo, vergüenza pública, indemnizaciones, escarmientos. E igualdad ante la ley. ¿He dicho igualdad? Ojalá hubiera argumentos contra la igualdad y un agravante grande por sotana. Cabrones.
Sí, cabrones. Por razones múltiples. Las maniobras y excusas del caso me las sé por anticipado. Toda carne es débil y los curas también son humanos. Vale, lo admito así cuando se tiran a alguna marquesona viuda. Con niños no. Que son casos puntuales de sujetos puntuales, pero que no manchan ni cuestionan ni a la Iglesia como institución ni a las concretas órdenes ni a los obispados ni a los colegios donde esos casos ocurrían. Mentira, falso. Estudié el bachillerato en un colegio de religiosos. No se movía una mosca sin que los “padres” se enteraran. A mí me van a contar que los “colegas” de la orden y del colegio no iban a saber o a tener fundadas sospechas si alguno se estaba tirando chavales o metiéndoles mano. ¡Anda ya! Más el secreto de confesión -comenzando por las confesiones de los chavales- que es secreto, pero que no priva del conocimiento ni impide tomar medidas compatibles con el mantenimiento del secreto. Venga, hombre, a otro perro con ese hueso. Se tapaban, se disculpaban las mariconerías -en este caso está plenamente justificada la expresión, no se me diga que no-, se hacían los locos unos para que los otros siguieran a los suyo. Sectarismo, sí, por supuesto. Creo que somos un país sectario en la política y en mil cosas porque aprendimos donde aprendimos. Y un país de hipocresía, doble moral y cara dura. Por lo mismo.
Ante la fe sincera me descubro. Ante el sacrificio del que por amor a Dios y al prójimo se deja la piel trabajando con los pobres, los abandonados o los enfermos me descubro. Al que renuncia a un montón de placeres o bienes para consagrarse seriamente a vivir su religión, también me inclino levemente, aunque poco a poco voy dejando de comprender. Ante el malnacido, el hijo de perra, el sinvergüenza, la rata, el cobarde, el baboso que se aprovecha de su puta sotana para hacerse pajas con un niño o darle por el saco, siento enormes ganas de matar. Sí, de matar. Y me cisco en toda su maldita estirpe y en su fe de los demonios.
A fuer de liberal, mi disposición a ser comprensivo con cualquier debilidad humana y generoso con mil usos de la libertad es grande. Pero con esos tipos no. Lo siento. Se la debo. Se la debo en nombre de mi madre y de mil mujeres de su quinta que he conocido, amargadas, asustadas, asqueadas de si mismas, sin permitirse nunca un momento de placer calmado, sin darse tregua para ser felices ellas con su cuerpo o regalar un poco de amoroso gusto a sus maridos. Las aterraron muchos curas, las persiguieron, las convencieron para sentirse putas si notaban el más mínimo placer de la carne. Las llevaron a sentirse sucias si no cerraban los ojos, si no apagaban la luz, si se recreaban un solo minuto, si no querían quedar embarazadas una vez y otra, como conejas, como cerdas. Y fueron ellos. Y algunos de ellos, mientras tanto, toqueteaban niños y otros de ellos, muchos, lo sabían o lo sospechaban y se hacían los locos, o, todo lo más, le decían algo al director del colegio o al superior de la orden para que éste procediese discretamente a trasladar a otro lado al asqueroso, para que siguiera en otra parte aterrando señoras en el confesionario y violando infantes en su cuarto.
Este desahogo se lo debo también por mí mismo. Ahora me paro a pensar y creo que de mí no abusaron propiamente. Pero no pongo la mano en el fuego en ningún otro caso y por nadie. Porque no sé qué habría pasado si, por cualquier razón, por ejemplo por alguna propensión homosexual mía, hubiera reaccionado yo distinto en ciertos casos. Así, cuando en aquellos ejercicios espirituales aquel cura sádico y obseso, que nos prometía las penas más sobrecogedoras si nos masturbábamos -tenía un servidor quince años, quince-, vino a la habitación que me había correspondido en aquella casa de ejercicios a la que a todos nos habían llevado obligados -sí, entonces esas cosas no eran optativas- y se puso a confesarme y a pedirme detalles de cuánto y cómo me tocaba y, mientras, me pasaba la mano por la espalda y me echaba bien cerca su aliento de jabalí en celo. ¿Eso es abuso? No ocurrió nada más, pero ¿terminaban así, sin pasar a mayores, todas las confesiones del miserable? ¿Y aquel otro que nos enseñaba Historia y que si tenías el codo fuera del pupitre se arrimaba y, como el que no quiere la cosa o no se entera, se refrotaba el pito contra tu codo? Lo recuerdo perfectísimamente. Yo retiraba el codo, sobrecogido, sin malicia, con vergüenza ajena, como diciéndome hay que ver qué despistado es este “padre” que no se da cuenta de que está frotándose su picha contra mi brazo. ¿Y si hubiera dejado el codo alguna vez, por una timidez aún mayor, por susto, por curiosidad, por morbo? ¿Habría acabado en su habitación? Tengo para mí muy clara la respuesta.
Muchos y muchas se quedaron tocados para siempre por la enfermiza obsesión de tantos curas con el pecado más absurdo y más estúpido que imaginarse pueda, el pecado de la carne entre adultos libres y que consienten porque pueden consentir. A otros nos costó bastante sobreponernos a aquellos traumas del puñetero pecado idiota, si es que lo hemos logrado, que no sé. Así que es nuestro turno, por nosotros, por nuestras madres y padres, por los abuelos y las abuelas. Al buen religioso, a la buena persona que tiene fe, el cielo mañana y hoy el aplauso, con el mayor gusto. Pero a aquellos marranos, a esos marranos, a los marranos que ahora van a ir apareciendo, a zurrarles bien fuerte, sin compasión, con saña, con sed de venganza, con burla, con escarnio. Y luego vomitamos tranquilamente.
A los concretos autores, sí, pero no sólo. Y a los que sabían y callaban, y a los que borraban las pruebas, y a los que desviaban las denuncias o cerraban los ojos ante los indicios. Y a los que pensaron y piensan que el asunto es puramente intraeclesiástico y que tienen fuero especial los curas que violan niños o los desnudan y los tocan o se hacen tocar por ellos. Y a los que piensan o insinúan que no deben ir ante el fiscal como cualquier ciudadano y ante el mismo juez que cualquier ciudadano y a la misma cárcel que cualquier ciudadano. Contra todos ésos. Sólo contra ésos, salvemos a los justos, apliquemos el beneficio de la duda y la presunción de inocencia (ay, la inocencia, qué paradoja). Pero contra ésos a muerte, a despellejarlos. Y luego que quede Iglesia o que se acabe, a mí me da igual. Pero, si algo queda, que sea lo que se supone que ha de ser, si es que no se trata del cuento que a algunos nos parece.
La ola viene de lejos, el maremoto llega de otros países. Estados Unidos, Irlanda..., hace cuatro días Alemania. Llevo tiempo preguntándome cuánto faltaba en España y por qué tardaba tanto en reventar el escándalo. La noticia de hoy da una buena pista. Ninguno de los que hace un tiempo fueron víctimas reconoce ahora de buen grado que lo fue. Al verse en las películas no les queda más remedio. No habían querido contarlo a nadie, no han querido recordarlo nunca, ni para sí mismos. Se avergüenzan. Es una de las consecuencias colaterales de la homofobia latina. Si un varón reconoce que un día un cura lo tocó malamente o que fue obligado a tocar al cura, teme que en esta sociedad unos lo vean como marica horrible y que otros le nieguen el saludo por andar criticando a la Iglesia santa. Pero ahora que el lodo que dormía en el fondo del estanque va a empezar a removerse, a muchos los asaltará el recuerdo enterrado, otros seguirán el ejemplo de los más valientes y hasta alguno habrá que vea la ocasión para sacarse unos euros de indemnización, que bien justos serán si existen hechos que la justifiquen.
Preparémonos. Vamos a pasar mucho asco y mucha rabia durante los meses venideros. Van a volver los maniqueísmos y los manifiestos. Y vamos a tener nueva ocasión para comprobar si en España hay un sistema de justicia o no. Que tengan esos curas un juicio justo. Pero que lo tengan. Y ojalá -este es mi deseo personal- esos juicios justos acaben en condenas tan legales como ejemplares.
La ola viene de lejos, el maremoto llega de otros países. Estados Unidos, Irlanda..., hace cuatro días Alemania. Llevo tiempo preguntándome cuánto faltaba en España y por qué tardaba tanto en reventar el escándalo. La noticia de hoy da una buena pista. Ninguno de los que hace un tiempo fueron víctimas reconoce ahora de buen grado que lo fue. Al verse en las películas no les queda más remedio. No habían querido contarlo a nadie, no han querido recordarlo nunca, ni para sí mismos. Se avergüenzan. Es una de las consecuencias colaterales de la homofobia latina. Si un varón reconoce que un día un cura lo tocó malamente o que fue obligado a tocar al cura, teme que en esta sociedad unos lo vean como marica horrible y que otros le nieguen el saludo por andar criticando a la Iglesia santa. Pero ahora que el lodo que dormía en el fondo del estanque va a empezar a removerse, a muchos los asaltará el recuerdo enterrado, otros seguirán el ejemplo de los más valientes y hasta alguno habrá que vea la ocasión para sacarse unos euros de indemnización, que bien justos serán si existen hechos que la justifiquen.
Preparémonos. Vamos a pasar mucho asco y mucha rabia durante los meses venideros. Van a volver los maniqueísmos y los manifiestos. Y vamos a tener nueva ocasión para comprobar si en España hay un sistema de justicia o no. Que tengan esos curas un juicio justo. Pero que lo tengan. Y ojalá -este es mi deseo personal- esos juicios justos acaben en condenas tan legales como ejemplares.
17 comentarios:
Estimado profesor, suscribo por completo su indignación, que hago mía. Desearía poder escribirle a usted unas palabras por vía privada, por correo electrónico si es posible. Si es usted tan amable y no le supone molestia, ¿podría colgar una dirección a la que escribirle?
Gracias. Un cordial saludo.
Estimado profesor, suscribo por completo su indignación, que hago mía. Desearía poder escribirle a usted unas palabras por vía privada, por correo electrónico si es posible. Si es usted tan amable y no le supone molestia, ¿podría colgar una dirección a la que escribirle?
Gracias. Un cordial saludo.
Estimado profesor, suscribo por completo su indignación, que hago mía (o que remueve la mía). Desearía poder escribirle a usted unas palabras por vía privada, por correo electrónico si es posible. Si es usted tan amable y no le supone molestia, ¿podría colgar una dirección a la que escribirle?
Gracias. Un cordial saludo.
Isidro.
Perdón, se me olvidó firmar. Me llamo Isidro.
Vaya por Dios, no se me olvidó la firma, sino que salió mutilada en la visualización. Cosas de la informática.
Para Isidro:
jagara(arroba)unileon.es
Saludos
Muchas gracias, Juan Antonio. En cuanto pueda le envío el correo.
Saludos.
Isidro.
Sin duda, la mutilación de la naturaleza sexual del hombre que ejerce el sacerdocio que, contra natura (uno de los argumentos religiosos habituales), prescribe la Iglesia Católica acaba pervirtiendo un instinto que en condiciones normales se satisface con naturalidad.
Pero también hay que distinguir los casos de sacerdotes que se vuelven pedófilos de los de pedófilos que escogen el sacerdocio como forma de acceder fácilmente a niños particularmente vulnerables. Debido a esto, cuando se descubre un caso, es desgraciadamente habitual que sean muchas sus víctimas, con la consiguiente repercusión mediática. En cambio, los abusos sexuales dentro de la familia (cuya institución nadie se cuestiona) y próximos, con mucho los más habituales, suelen tener menor publicidad.
Digo todo esto con la única intención de que no paguen justos por pecadores y de distinguir el sentimiento religioso, en sí mismo natural, de la tiranía doctrinal religiosa, tal como un sistema de derecho sano aumenta la libertad del ciudadano mientras que uno opresor la restringe.
Creer, no creer o hacerlo a medias es una cuestión personal basada según mi opinión en como de aferrados nos sintamos a lo material. A mi me pone que me rocen unos buenos pezones (perdón por el erotismo...) y no me parece pecaminoso, no porque no crea en Dios, sino porque no creo en esa idea de Dios que nos venden. La Iglesia Católica es una institución creada por los hombres para formalizar una necesidad humana, luego, de las necesidades humanas siempre hay quien ha sabido sacar provecho personal como es el caso. La espiritualidad es una cosa, la religión es otra. No creer en nada más alla de lo que vemos por confundir los términos y no aprobar el dogma católico es un error. Sería un paso adelante como sociedad el hecho de que no nos escandalizaramos más, por puro morbo, cuando esto lo hacen curas que cuando lo hace quien no es cura. Es deplorable en ambos casos, por supuesto, pero se está en la equivocación de usar frente al cura el argumento de que encima es cura; encima eres cura no, simplemente eres un hipócrita. Ver la diferencia es importante a la hora de avanzar como sociedad desmitificando la Iglesia, cosa que a día de hoy no se ha conseguido hacer ni siquiera en el fuero interno de aquellos que no creen, o que creen que no creen.
Claro que hay que escandalizarse porque sea cura.
Concurre agravante de "abuso de la credibilidad empresarial o profesional" (art. 250.1, 7ª).
Y no me vengan con que esa agravante sólo es aplicable a las estafas, porque, evidentemente, lo de los curas es una estafa.
Dos citas del Nuevo Testamento que la Iglesia suele olvidar:
Epístola I de san Pablo a Timoteo:el obispo debe ser "irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?
San Mateo 18,6: Y cualquiera que escandalizare á alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en el profundo de la mar.
ATCM: o ser cura es una estafa y entonces no puede hablarse de credibilidad, o hay credibilidad y entonces ser cura no es una estafa.
¡¡HA DICHO "JEHOVÁ"!!
Excelente entrada.
A mi juicio, algo excesivo encarnizamiento verbal con el triste individuo -que dañino, lo es, pero mucho menos que quien se lleva por delante a una criatura en un paso de cebra, pues eso si que no tiene remedio-, y aún demasiado poco con la horrenda, hipócrita, repugnante, criminal y bellaca puta de Babilonia, en cuyo seno podrido van a explotar éste y mil bubones más.
Me sabe a dulce ajuste de cuentas histórico -aunque tardío-: que una banda que tan pérfida y cruelmente ha manipulado para sus oscuros fines la sexualidad en general y la homosexualidad en particular, se vea arrastrada por el fango, hacia su descrédito más completo, precisamente por la (mucha) homosexualidad que reprime en su seno.
Aprendamos la lección norteamericana - se trata de hacer palanca sobre estos casos, sin perdonar ni uno. Por una parte, explotándolos mediáticamente; por otra, más importante aún, centrándose no tanto en la responsabilidad penal del individuo, cuanto en la civil de la banda, y por consiguiente reclamando judicialmente indemnizaciones que empujen a la miserable, diócesis tras diócesis, al foso de la bancarrota.
Sería preciso formar una brigada de juristas voluntarios, benefactores de la humanidad, que den asistencia gratuita y sistemática a las víctimas para ayudarlas a humillar y desangrar a la infecta.
Salud,
En mi opinión conviene no confundir el odio a la Iglesia, las Iglesias o las religiones con el odio al pederasta.
Olé, ole y más ole!
Qué gusto poder leer a alguien que demuestra tiene sangre en la venas y no se deja llevar por otras cuestiones (varias) y le quita hierro al asunto! Olé!
Aunque tampoco sé para que digo ole si encima soy de las defiende la supresión de las corridas...jajaja, pero en fin, que me he emocionado una vez más al leerle.
Susana Alegre
Ole, olé y más olé!!! Qué gusto da poder leer a alguien que le hierve la sangre con estos asuntos y habla claramente sin callarse lo más mínimo. OOOOlllléeee sus narices, sí señor!
Aunque no sé para qué digo olé si yo soy de las que estoy a favor de prohibir las corridas de toros...jaja, en fin, que me he emocionado al leerle pues creo yo, que cualquier persona MÍNIMAMENTE decente, creyente o no creyente, debería de pensar y sentir igual.
Y no sigo no por ganas sino porque mi intención era solo para felicitarle una vez más por la forma que tiene de escribir.
Susana Alegre
Perdón, pero me temo que he pecado de novatilla pardilla y he repetido mensaje! cómo no me veo publicada...
Menos mal que sé sumar y ya me he dado cuenta que si antes había 13 y ahora hay 15 mensajes, aunque no aparezca, por algún lado debo de estar. Ayyy, que tontuna está una!
Peeero, una faena haberme repetido y no haber sido más original.
En fin, así es la vida! jaja
Un saludo y de nuevo mi enhorabuena.
Susi Alegre (la pesada de antes)
Aunque corresponda al Santo Pontificado anterior - dígnense compartir conmigo un clásico de ayer, hoy, y siempre. Es que hay valores por los que el tiempo no pasa.
Que lo disfruten ustedes.
El Papa perdona a los menores objeto de abusos.
Salud,
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