31 diciembre, 2010

¿El fin contra la letra de la ley? Sobre alguna perversa deriva del Derecho actual y sobre la manera de enderezar el rumbo

Acabo de ver en un diario jurídico la noticia sobre la sentencia que anula la sanción impuesta a un automovilista por conducir “bajo los efectos” del cannabis. En un control de los Mossos d´Esquadra, en 2008, dio positivo. No se cuestiona el control ni su fiabilidad como indicio del consumo real de la sustancia. Al parecer, se reconoció en el proceso que cuatro horas antes ese conductor había compartido un porro con unos amigos. Ya ven qué cosa. Lo que fundamenta la anulación de la sanción, que había consistido en multa de seiscientos euros y seis puntos del carnet de conducir, es que no quedó demostrado “que la mera presencia de sustancia influyera en la conducción”. La defensa había aducido que en ese tipo de pruebas, a diferencia de las de alcoholemia, sólo sale resultado positivo o negativo, sin graduaciones que permitan una consecuencia matizada y adaptada. Así, lo mismo se castiga al que ha tomado cantidades ínfimas de droga que al que se las ha administrado mayores. La sentencia reprocha a los agentes públicos que no hayan informado sobre posibles signos externos del conductor, signos de su limitada capacidad para ponerse al volante, tales como síntomas de fatiga o andar deambulante.

Hace poco también leía la referencia a una nueva sentencia que anula la sanción a un conductor que había dado positivo en el control de alcoholemia, pues no quedó patente por ese mero dato que tuviera alteradas sus condiciones para manejar el vehículo con seguridad.

Estamos instalados en una dinámica de punitivismo legislativo combinado con casuismo judicial. El malo y el bueno; nos falta el feo, aunque hay unos cuantos candidatos. El legislador se pasa el día gritándonos que todos al suelo y los jueces dicen hoy que sí, que vale, pero que no rige la orden para los rubios, pues se les ve aunque estén tumbados, y mañana que no se aplica a los bajitos, pues disimulan su presencia incluso en el caso de que se mantengan de pie y estirados. Y así todo el día. Lo único jurídicamente firme es la incerteza. Ya no hay hijo de madre que sepa cuál es la regla, de tantas excepciones como se apuntan un día sí y otro también, sin orden ni concierto, según que pinten oros o bastos.

El esquema suele ser siempre el mismo: se busca el fin de la norma y se arroja contra su letra. Con lo que, a la postre, de todas las normas se hacen directivas, normas meramente finalísticas o que nada más que prescriben resultados. Se acabó lo de supuesto de hecho y consecuencia jurídica, ahora todo es hágase en mí según tu palabra, señoría. En nuestro caso: que se sancione a los conductores cuyas condiciones ponen en peligro la vida y la integridad de los usuarios de las carreteras.

Y el proceso es doble, de ida y vuelta. Primeo se perpetran interpretaciones teleológicas muy estrictas, a fin de limitar el alcance de la letra. Así, si la norma dice que multa de tanto para el que conduzca con tal tasa de alcohol en sangre, se alega que es aquel objetivo de seguridad el que explica el precepto y que si, en un caso, no se demuestra que la conducción con dicha tasa afecta a la seguridad del manejo, no ha lugar a la sanción. Parece solución muy garantista y celosa de los derechos. ¿De cuáles? ¿De los de quién? Por de pronto, del que pueda buscarse un abogado hábil.

Pero agazapado espera el envés de ese mismo razonamiento, su otra cara: acabará sancionándose al que, sin dar esa proporción de alcohol, sí parezca un peligro para el tráfico, a juicio de la autoridad. Hoy se absuelve al que ha bebido pero conduce bien; mañana se condenará al que no ha bebido lo bastante según la pertinente norma, pero conduce mal. Al tiempo. Cierto que los requisitos del principio de legalidad son muy estrictos en materia penal. Pero todo se andará a base de casuismo, demagogia y cabezas de turco. En otras ramas del Derecho ya se han recorrido todos esos trechos. No hay más que ver el Derecho de Familia, que es ya desecho de las dos cosas, del Derecho y de la familia. Y en tantos otros temas.

Sobre ese tipo de ilícitos penales ya han debido de decirlo todo los amigos penalistas. Si no me equivoco, se trata de su debate sobre delitos de peligro abstracto y de peligro concreto. No se castiga a un sujeto por el daño o mal que ha producido, sino por el peligro que supone su proceder para los demás, aunque a ninguno en concreto ataque o dañe. No se me multa o se me quita el carnet por haber atropellado a alguien debido a que yo iba ebrio, sino por el riesgo de atropello, aunque no se consume en accidente ninguno. Y aquí viene el razonamiento que retratamos: si la razón de ser del castigo es el peligro que la conducta típica acarrea, en caso de que esa conducta, aun típica, no lleve consigo ese peligro, no hay delito. Con lo cual, lo que se tipifica no es una conducta sino un resultado hipotético. No te sancionan por conducir “colocado”, sino por ser, así, un peligro hipotético en la carretera. Si demuestras que has ganado el campeonato del mundo de conductores enchupitados hasta el alma, habrá que retirarte la sanción: vas seguro al volante aunque lleves encima media cosecha de Rioja.

Todos vemos a diario en las carreteras y autovías conductores que no dan pie con bola, con sus facultades patentemente limitadas y poniendo en muy serio riesgo la integridad de todo bicho viviente que, motorizado o no, se les acerque. Y no siempre, ni mucho menos, es porque se hayan tomado unas copas. Suele pasar, por ejemplo, por razones de edad; o de poca práctica al volante aunque el carnet tenga sus años. Los fieros domingueros son un pánico rodante. ¿Qué hacemos con ellos en aplicación de esa lógica teleológica, valga la expresión?

Algún juez echado p´adelante dirá: pues a por ellos, al trullo, lo primero es lo primero. Con un par de ponderaciones de principios constitucionales sale, seguro, la disculpa para cargarse el principio de legalidad, que, al fin y al cabo, es un principio más y, para más inri, con un tufo formalista que mete miedo. Alexy, padre y patrono de los principialistas de incensario, ya lo deja claro en su obra principal sobre la materia: el del 103 de la Ley Fundamental de Bonn es un principio más, simplemente. Puede perder contra otros con mayor sustancia. El del 103 es el principio de legalidad penal, aviso. Que ningún querubín jurídico se llame a engaño.

Pero a ese mismo juez y a los de las sentencias anteriores uno les replicaría así. Muy bien, majetones de mis entretelas, pero entonces vamos a ser congruentes. ¿Cuál es la finalidad de la norma que, bajo sanción, prohíbe circular en las autopistas y autovías a más de ciento veinte kilómetros por hora? Salvo que me justifiquen que el objetivo es el ahorro de combustibles fósiles, tendrán que convenir que se trata, de nuevo, de un fin de seguridad. Bueno, pues, si es así y no aplicamos la ley del embudo, habrá que hacer excepciones cuando el que va a ciento ochenta es Fernando Alonso o es Jaime Algersuari o, simplemente, un avezado piloto que tiene mayor dominio a esa velocidad que muchos abueletes a noventa. ¿Pedimos a la guardia civil que no sólo mande la foto tomada por el radar, sino que, además, pare al piloto de turno y lo someta a unas pruebas, aunque sean de videoconsola, a ver cuál es su concreta habilidad y cuánto peligro supone en la carretera a mucha marcha? ¿Por qué en unos casos sí y en otros no? Si el fin impera, ¿por qué no impera siempre? Lo dicho, con esta lógica acabará no habiendo más normas que las de este tipo: que se castigue fuertemente a los que en la carretera pongan a otros en peligro, y a los que no, no. A temblar todo Zeus.

¿El fin? ¿Siempre? ¿Y en otro tipo de delitos? Pongamos en los delitos de género, esos que justifican la mayor sanción para el varón porque no sólo se reprime la violencia en sí y sus resultados, sino lo que encierra de propósito de abusar de “posición dominante” y de prejuicio atávico. ¿Y si resulta que con mil testimonios se demuestra que el concreto señor X que –muy mal- le soltó la mano a su pareja (femenina; si es homo no hay agravación) ni es machista habitual ni trata desigualmente a las mujeres ni quería con la suya mostrar ningún tipo de tonta superioridad ni nada de nada? Como si la torta se la hubier dado a un varón, vamos. Y además pongan que no le hizo daño. ¿Cuela como razón desactivadora de la norma y su sanción –o de su plus de sanción-, por el hecho de que el fin no se vulnera aunque se cumplan los hechos, aunque materialmente se haya realizado la conducta típica?

No sería difícil –sí demasiado largo y seguro que innecesario- traer más ejemplos. Igual que podríamos aducir muestras de cómo normas penales se aplican por analogía en razón de su fin. Como cuando, hace un tiempo, un juez de Santander –creo- aplicó un delito “de género”, hecho sólo para parejas hetero (pero sin discriminar, ¿eh?, que ya dice el TC que está bien que cada cerdo tenga su sanmartín y que eso no atenta contra el 14), a un caso de parejas homo, y todo porque lo que importa es el tamaño del fin y no el detalle de que la norma penal correspondiente tipifique un colgajo más o menos como elemento del “tipo” del actor.

No trato de defender la aplicación ciega de toda ley, sea la que sea, y menos de la penal. Lo que sí propugno es la discreta retirada del legislador, y más del penal. Que sea delito nada más que lo que claramente lo merezca, dada la importancia del bien en juego y la relevancia del daño o peligro para el mismo. Menos normas y más congruentemente aplicadas, esa sería mi modesta propuesta. Que las excepciones las haga el legislador, todas las necesarias, muchas si quiere, para que sepamos todos y siempre a qué atenernos, en lo posible. Y que los jueces estén a lo suyo, que no es enmendar a nuestros representantes más o menos legítimos, sino impartir la justicia que marca la legalidad legítima, única justicia que no es capricho de nadie porque es voluntad de todos o, al menos, sentada por quienes entre todos hemos escogido para esa tarea de legislar.

Predicar en el desierto. Se lleva la metafísica pija travestida de constitucionalismo con mechas. Han cambiado el alzacuellos por el pañuelo palestino o el gabán de Armani, pero seguimos en las mismas manos: en las de los meapilas que se creen superiores al vulgo. Y no lo digo por los jueces precisamente.

30 diciembre, 2010

Sobre posibles y variadas reclamaciones (jurídicas) de responsabilidad en las universidades

Volvamos sobre una cuestión que ya salió aquí días atrás y que dio pie a algún conato de debate rico. Es el tema de si cabría que los estudiantes que en las universidades no reciben los servicios por los que pagan y que justifican tales instituciones tuvieran o usaran vías para reclamar compensación por los daños y perjuicios que se les causan. Pero no es sólo ese tema.

El estudiante universitario abona un dinero por un servicio que la Administración pública le presta, concretamente una universidad. Cuando la universidad es pública esa cantidad se paga en concepto de tasa. Tasa es también, por ejemplo y si no yerro –nunca anduve yo muy ducho en estas materias fiscales y financieras, pues tuve en tiempos un profesor que…; bueno, dejemos eso y no nos vayamos por los cerros de Oviedo-, lo que yo abono por el servicio de recogida de basura que mi ayuntamiento me presta. Si la universidad es privada, se paga por un servicio el precio que estipule la correspondiente empresa. Lo mismo que cuando vas a la peluquería a ponerte unas mechas o a la casa aquella a lo del masaje tailandés. Dicho sea sin ánimo de comparar las universidades privadas con los/as pobres masajistas de Tailandia.

Aquí sólo voy a referir el asunto a las universidades públicas, pues sería muy prolijo ponerse a discernir si en las otras se paga por un servicio –la enseñanza, la formación que corresponda a los estándares de la titulación que sea- o si nada más que se compra el título. Si se tratara de esto último, sería el mundo al revés, pues un titulejo no pasa de ser un papel con unos sellos estampados, mientras que enseñar en condiciones un montón de materias requiere buenos profesores y adecuados medios; y lo bonito del caso es que los que venden títulos –si es el caso- cobran más que los que enseñan. Pero en fin, aplacemos esta discusión hasta que se nos suba a las barbas alguno de la privada y entonces aprovecharemos para arrastrar y cantar cuarenta en bastos. Por de pronto, conste que no excluyo ni que haya alguna privada con calidad ni algún profesor excelente que está ahí por sus buenas razones. También María Magdalena había pasado por lo que había pasado y luego mira.

Las tasas que apoquina el estudiante de la universidad pública –generalmente los papás, cuando hablamos de España; en otros países no es así porque es menos básica esa célula de la sociedad, la sacrosanta familia en la que todos los atracos se disfrazan de amor total- no cubren nada más que una parte exigua de lo que cuesta un estudiante por curso. El resto lo pone el erario público; o sea usted y el otro, aunque no tengan descendencia o no hayan podido estudiar carrera. De esto hablaremos más adelante, pero ahora baste señalar que, con todo y con eso, no deja de ser un desembolso relevante la tasa de marras.

Pongamos un estudiante honesto al que le financia la carrera una familia esforzada que se lo tiene que quitar de vacaciones y mariscos gallegos. El compromiso que la institución adquiere, a cambio, es doble, como mínimo. Por un lado, el de que la enseñanza se aplique conforme a ciertas pautas y que case con unos estándares mínimos de calidad, con un promedio cualitativo aceptable. Con lo primero nos referimos a que hay unos profesores que están obligados a impartir unas clases, a cumplir unas tutorías, a calificar con objetividad, a cumplimentar algunos trámites burocráticos en pro de la eficiencia, etc. Con lo segundo aludimos a que las explicaciones de ese profesorado han de ser dignas, lo bastante informadas y apropiadas para aportar una formación seria en la disciplina de que se trate.

Por otro lado, y de resultas de lo anterior, la institución está asumiendo que su tarea y su razón de ser es que sus titulados salgan convertidos en unos profesionales con una mínima solvencia, que esos títulos tengan un valor en la sociedad y en el mercado por ir asociados a una bien fundada presunción de que ni tocan en una tómbola ni se compran con malas artes ni se regalan a tontas y a locas ni se prostituyen para que a políticos y meretrices pedabóbicas les cuadren las estadísticas y les queden monas las tablas o los tablones.

Si todo eso no está muy descaminado, ya tenemos el marco para nuestro análisis. La pregunta capital es ésta: ¿qué ocurre, en términos de derechos del estudiantes y de vías para hacerlos efectivos, si en varios o muchos de esos aspectos una universidad desatiende sus obligaciones y compromisos? No hace falta ponerse muy imaginativos ni pergeñar hipótesis de escuela, basta mirar alrededor o recordar cosas que uno ha visto. Que sucede, pues, si resulta que un estudiante medianamente capaz y que pone de su parte lo que de él se espera se encuentra con que:

a) Una o varias asignaturas de su carrera fueron explicadas por un profesor que era un perfecto zoquete, que nada sabía de esos temas y/o no tenía tampoco ningún interés en aprender de ellos y transmitir lo aprendido; que pasaba las horas comentando el partido del Betis o del Madrid, que narraba su última excursión a Guadalajara o que ponía a los alumnos a hacer como que debatían entre ellos sobre la más pintoresca pendejada.

b) Una o varias asignaturas fueron impartidas por docentes que “piraban” buena parte de los días en que tocaba explicar, con disculpa o sin ella, y sin ser sustituidos; y si, además, no estaban a la hora de las tutorías marcadas, no atendían preguntas y consultas, no calificaban a tiempo y en la debida forma…

c) Entre pitos y flautas y pitorreos y flautistas, casi todos los que comenzaron la carrera a la vez que nuestro voluntarioso y meritorio estudiante la terminaron al mismo tiempo que él, unos sabiendo algo y otros sin tener ni puñetera idea de nada, unos examinándose en serio y otros porque eran primos del cuñado del tío del que se la …. al catedrático, etc., etc.; con lo que tenemos que ese título no vale un pimiento, irá perdiendo todo prestigio, su obtención será puro rito de paso para ponerse a competir en serio en otras partes donde, a lo mejor, no se juega limpio o se pugna con maneras todavía más sucias.

Si usted es el estudiante de nuestro ejemplo que se ha visto en esas, ¿qué puede hacer? ¿Ajo y agua? A día de hoy así es, pero ha de resultarnos intolerable. Hoy nos mandarían a reclamar al maestro armero. Pero, ¿no dice la normativa administrativa que la Administración responde por los daños que al ciudadano le cause el funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos y que dicho ciudadano no esté obligado a soportar? Usted acude a que le quiten un grano de la cara en la Seguridad Social, le falla el pulso o vaya a saber qué a cirujano, le dejan una marquita de nada a modo de cicatriz y puede sacarse un puñadete de euros como indemnización y hasta por la parte del daño moral de verse ahora más feo aún que antes. Pero si usted se apunta a un máster sobre inseminación de rumiantes, previo pago, y el profesor de tal o cual materia se pasa las tardes contando chistes malos o rascándose las criadillas, ¿por qué no puede usted solicitar compensación por lo que tenía derecho a saber y no le enseñaron, por la vergüenza ajena padecida y porque sufre al verse tan tonto como antes de acudir a ese prodigio de posgrado?

Si usted iba para un viaje de negocios o una boda y una huelga salvaje de controladores o una mala gestión de las pistas de despegue hacen que no llegue a tiempo a su destino y para su cometido, podrá reclamarle a AENA una compensación que cubra íntegramente los perjuicios, daños morales incluidos. Pero si a donde acude usted es a clase todos los días durante unos cuantos meses, para aprender lo básico de Derecho aeronáutico –pongamos- y el titular de la materia es un cantamañanas que no sabe qué normas están derogadas y cuáles vigentes, que no explica ni dos temas decentemente y que luego regala aprobado general, ¿por qué no ha de tener usted dónde y cómo hacer valer que ha sido víctima poco menos que de una estafa, con un autor principal, varios cómplices –los del Departamento que asignaron la docencia a semejante zote- y algún que otro cooperador necesario –quienes acreditaron al figura o le dieron los votos en la habilitación o en la antigua oposición nada más que porque era de los nuestros y fíjate qué culete-.

Se me dirá, y es cierto, que lo difícil está en fijar los estándares apropiados, saber qué y cómo se ha de enseñar en cada título y asignatura. De acuerdo, pero ni tomemos la parte por el todo ni confundamos churras con merinas. Algunos incumplimientos son palmarios y no necesitan más medida o cálculo que su simple prueba. Si día tras día y mes tras mes un profesor no aparece en su despacho en horario de tutorías o si “se fuma” la cuarta parte de las horas de docencia que tiene asignadas, nos hallaremos ante hechos que se pueden probar y que deberían tener dos tipos de consecuencias: sancionadoras para dicho profesor, pues no sé por qué la exigencia de horarios y tareas ha de ser con él menos estricta que para un guardia municipal o un auxiliar administrativo de Hacienda, e indemnizatorias para los estudiantes que sean capaces de hacer valer algún daño o perjuicio por esos incumplimientos, lo cual tampoco parece tan difícil ni rebuscado.

Más complicado, ciertamente, es evaluar incumplimientos y daños por razón de la baja calidad del profesorado y el ridículo nivel de alguna docencia. Pero bastaría con apretar las tuercas nada más que en los casos extremos, concentrar el fuego en de aquellos docentes de los que sabe todo el mundo que han perdido el seso o que son unos perfectos sinvergüenzas. Sólo esos casos bastarían para hacer unos escarmientos en cabeza ajena y, sobre todo, en cabeza de la institución.

Yo, en tiempos, cursé una asignatura que tenía que ver con determinado tipo de normas jurídicas y con ciertas operaciones jurídico-económicas y les aseguro, empeñando mi más sagrada palabra, que en todo un curso de ocho o nueve meses no vi ni vimos una sola norma de aquellas ni hicimos un ejercicio, pues el profesor un día nos hablaba de las Cortes de Cádiz, otro de las costumbres alimenticias de los pueblos de pescadores y otro de los problemas laborales en los astilleros canadienses. Era un erudito, lo era, un hombre muy leído. Y qué. Es como si viene Jessica Alba y enseña el busto en lugar de explicar Derecho del Trabajo. ¿Porque lo tenga bonito vamos a decir que no hace falta que se refiera a la normativa laboral?

Para mí y para mis compañeros la consecuencia fue impepinable: nada aprendimos de tan importante materia y ninguno llevó por ahí sus opciones profesionales al acabar la carrera. Fuimos defraudados, se nos birló nuestro derecho, nos tomaron el pelo. Y casos como esos sigue habiendo bastantes. ¿No debería responder cada universidad en esas ocasiones? Sería mano de santo para acabar en cuatro días con algunos mamoneos y con la mala costumbre de poner a los peores a dar las clases. Se dice que es que no valen para otra cosa; pues por eso, a la puta calle y, si no, a pagar a los perjudicados.

Desde luego, no es que si un titulado no encuentra un buen trabajo haya de poder pedir cuentas a la universidad que lo formó. Pero, en un terreno que ya no es el de la responsabilidad por daño, sí encontramos ahí, bien a mano, un criterio muy válido para clasificar las universidades por razón de excelencia y premiarlas o castigarlas con más dineros o menos. Sólo hace falta acumular datos serios y fiables sobre el éxito profesional de los titulados de cada una en periodos de tiempo razonables. Si los titulados en Derecho por la universidad X tienen éxito de un 35% en las oposiciones jurídicas más exigentes o de más alto prestigio y de los titulados en la universidad Y sólo de un 5%, la primera es de más calidad que la segunda. Y punto. Que una tenga disponga de más ordenadores por alumno y más metros de césped con geranios es gilipollez completamente irrelevante entre gente seria.

También intuyo otra réplica posible: que existen y deben aplicarse otros mecanismos puramente internos, mecanismos disciplinarios, por ejemplo. Que si empieza la danza de las reclamaciones por daños, nos metemos en un berenjenal del que nadie sabe cómo saldremos. Pero creo que es exactamente al revés como se han de plantear las cosas. En la actualidad los cauces para la reclamación seria de rendimiento están completamente bloqueados. Y lo están en un doble sentido: jurídico y corporativo, si así se puede decir. Jurídicamente, porque todo el mundo depende de todo el mundo y todos andamos a la que salta. Nadie denuncia las ilegalides de nadie porque la consigna es vive, deja vivir y aprovéchate tú también, tontín. La producción desaforada de reglamentos es directamente proporcional al propósito descarado de incumplirlos. Es tinta de calamar, apariencia legalística que encubre mafiosos apaños.

Y corporativamente porque se ha perdido por completo todo sentido del honor profesional o de la dignidad del oficio, si es que alguna vez existieron. La universidad se ha llenado de truhanes iletrados que han visto el chollo y que imponen a sangre y fuego el principio de que todo el mundo es bueno y que nadie se meta con nadie y todos a hacer las mismas chorradas infamantes. Los más aviesos y caraduras circulan por pasillos y reuniones con la cabeza altísima, el gesto orgulloso y la actitud del fanfarrón aldeano dispuesto a retar a duelo en el corral al cumplidor que se queje de que Fulano sólo explica una cuarta parte del temario o de que Mengano dice dos meses antes del fin de curso que ya terminó el suyo y que ya no le queda más que enseñar de la asignatura y que para casa todos ya. Conozco casos a día de hoy, no son supuestos inventados.

Todos esos cuentos se irán acabando desde el primer día que la universidad pierda un buen pleito con un alumno que socita reparación porque le engañó ese profesor que le dijo que el Código Civil sólo son estos diez artículos que les expliqué la semana pasada y ahora vacaciones, o porque viajó veinte veces desde su pueblo para ver al docente en horas de consulta de alumnos y jamás dio con él, pues se ha mudado a Segovia y viene nada más que dos días al mes, en los que concentra sus diez horas de trabajo mensual, o porque hubo un aprobado general en tal asignatura y no se hace justicia al esfuerzo individual de cada alumno.

Todo se andará y la crisis también nos ayudará para esto. Hasta hoy cada fechoría se tapaba con aprobados abundantes y los estudiantes tragaban porque pensaban que, sepas mucho o poco, te colocarás en algo y, además, no es tan alto el coste de la matrícula. Subirán esas tasas, aumentará el paro entre los titulados, tomarán conciencia de que les están dando gato por liebre, caerán en la cuenta de que muchos de los que como funcionarios les explican complicadas asignaturas ni saben ni lo pretenden. Arderá Troya. O debería empezar ya a oler a humo. Y tendrían los estudiantes que aprender a usar las armas del Derecho y sus juicios. Porque materia hay, eso seguro.

Ah, por último y porque no se me puede olvidar. Cuestan caras al conbribuyente las plazas estudiantiles en universidades públicas. Así que también al alumno hay que exigirle con seriedad, precisamente por respeto al contribuyente que le pone el pupitre y los aparatos del laboratorio. Pero para eso no hace falta meterse en pleitos ni consultar muchos códigos. Basta recuperar la vieja decencia en la docencia y suspender al que no dé palo al agua o esté como un burro sin remisión posible. Todo lo cual es verdad que no se hará mientas no arrojemos al pilón a unas docenas de pedagogos pijoprogres y tarados. Así que manos a la obra. A la de tres…

29 diciembre, 2010

Sobre esfuerzo y mérito de los estudiantes. Reflexiones de "un amigo"

Hace unos días poníamos aquí, con algo de entusiasmo, un editorial del diaro La Nueva España que se titulaba "Estudiar sin esfuerzo, un objetivo imposible". De los buenos comentarios recibidos, quiero pasar a primera plana este que nos ha enviado hoy el amigo "un amigo". Pone el dedo en otra llaga de este cuerpo social y educativo que está hecho unos zorros o, como decíamos en Asturias los que hablábamos bable sin estudiarlo en un cursillín, que está hecho una "llaceria".
Gracias, "un amigo". Creo que tiene usted mucha razón. La pregunta sobre la que tenemos que echar un día de estos unas parrafadas es esta: ¿cómo nos las ingeniaremos para montar una sociedad decentemente meritocrática?
Ahí va
:


Todo muy bien, muy bonito, y sin duda podemos estar bastante de acuerdo y añorar los tiempos en los que una sustanciosa minoría nos esforzábamos estudiando, y cómo.

Pero me gustaría, sin contraponerme a nadie, romper una lanza por mis muchachos. Resulta que he aprendido a respetar la inteligencia de las personas, incluso cuando su conducta parece a primera vista inmotivada. Y algo de ello ocurre en este caso.

Creo que el análisis del editorial, que es indudablemente bienintencionado y afirma algunas cuestiones innegables, cojea en un punto. A saber, discurre sobre la enseñanza, y sobre la Universidad, como si de un sistema cerrado se tratase: señala un vicio, que dentro de este sistema cerrado se corrige con una virtud, y basta. Contra pereza, diligencia, como nos enseñaban un tiempo.

Pero no es así. La enseñanza es un sistema abierto, analítica y operativamente inseparable del sistema de mayor orden -la sociedad- que la alberga. Y aquí meto mi cuña. ¿No será que los chavales rehúyen el esfuerzo en el ámbito restringido (la enseñanza) porque observan -certeramente, a mi modo de ver- que el esfuerzo es poco o nada retribuido en el ámbito general (la sociedad)?

Les propongo ejemplos concretos. Piensen a las cien personas que cortan el bacalao en el PP; en el PSOE; en el PNV; en CiU. Piensen en los cien directivos más importantes de las cuatro empresas españolas con mayor capitalización bursátil. Pensemos a los cien pintores españoles más cotizados, o a los cien escritores que más venden, o a los cien músicos que más derechos cobran de la sgae. Pensemos en los cien catedráticos de universidad más salamelequeados en sus universidades y áreas de conocimiento. Piensen en los cien directivos de clubes y federaciones deportivas de mayor relieve, con más títulos y mayores presupuestos.

Y ahora respóndase cada uno a sí mismo,¿creen ustedes que haya una mayoría de casos puramente meritocráticos, es decir cincuenta y uno, dentro de cada uno de esos centenares? Ya imaginan cuál sea mi percepción – y en alguno concreto de esos colectivos ya me daría con un canto en los dientes por encontrar diez casos meritocráticos de entre los cien.

Las habilidades que encumbran a muchos ‘de los que son’ … no son precisamente el esfuerzo, el mérito, el trabajo abnegado y concienzudo.

Resumiendo. ¿No les estaremos pidiendo a los estudiantes que actúen como si la sociedad fuera meritocrática? ¿O no estaremos pidiéndoles que apliquen las reglas del juego del ajedrez, cuando la partida es de póquer, simplemente porque nosotros querríamos –bienintencionadamente, repito– que lo fuera de ajedrez?

Mi punto final. Si queremos una enseñanza refundada sobre los principios del esfuerzo individual, del mérito personal, de la profesionalidad y de la sustancia, no basta con exhortaciones a ser buenos y a estudiar más. Hay que hacer algo distinto – hay que estar dispuesto a comprometerse radicalmente por reorganizar la entera sociedad sobre esos principios. De otra manera, los estudiantes … o van a dejar de estudiar, o van a seguir ‘estudiando’ con los criterios que ven aplicados alrededor en su cotidianidad, o se van a ir a los sitios –cada vez menos– donde el mérito sirva para algo.

28 diciembre, 2010

La universidad del fracaso

(Lo envié anoche a El Mundo de León y saldrá mañana. Lo anticipo aquí hoy, aunque resulte un poco repetido para los amigos del blog, pues no me queda tiempo para escribir más nada: tengo fiesta de día completo. Mañana resaca, al tiempo).

Hace unos días se celebró reunión del claustro de nuestra universidad leonesa. El rector, a quien tengo por amigo y hombre honesto, informó de cómo marcha por aquí la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior, lo que ordinariamente se conoce como sistema de Bolonia. Nos regaló abundantísimas cifras, numerosos gráficos, variopintas estadísticas. Es lo que se lleva en estos tiempos en que el número ha desplazado a la letra y la vana aritmética a la retórica con sustancia. Cuando ante nuestras razones cualquiera va y nos suelta ratios, índices, porcentajes y siglas, muchas siglas para iniciados y pedantes, sólo nos queda poner cara de póquer y hacer mutis con el rabo entre las patas. Ya ni comerte un cocido puedes sin que alguien te aplique la tasa de fallecidos anuales por sobredosis de grasas e hidratos, fumar se ha tornado clandestino desafío a la estadística cancerígena y hasta el amor lo hacemos ahora con un ojo puesto en el Código Penal y el otro en las posturas de género. Sea en lo uno o en lo otro, hoy ya sólo gozan los contables y los censores, medran los vacuos, prosperan los atorados.

Una cosa sí entendí cabalmente, creo. Desde ministerios, consejerías, variadas y polimorfas agencias evaluadoras, rectorados y gabinetes de expertos nos mirarán con lupa a los profesores. Nuestra será la culpa si un día se suprimen titulaciones, se clausuran centros o se altera el orden políticamente correcto. ¿Van a comprobar si nos mantenemos al tanto de las publicaciones últimas, de las teorías innovadoras, de los descubrimientos recientes? No, no es eso. ¿Se pretende expurgar de los claustros a los docentes indocumentados, reprimir a los zánganos, alentar a los capaces? No, tampoco es eso.

¿Entonces? Pues que no debemos suspender a nadie, que tenemos que aprobar a todo el que se deje, ya que en caso contrario se considerará que fracasamos todos, las instituciones y sus profesionales, la comunidad autónoma, el país y hasta el lucero del alba. Tal cual. La calidad muta en cantidad, la excelencia se calcula al peso. Se quiere hacer rebaño y se buscan pastores dóciles. Para que tengamos muchos parados con título y quedemos guapos en las bobas estadísticas que devoran los lerdos.

27 diciembre, 2010

Miscelánea desconcertada

No digo que estén mal estos días entre festejos navideños que, además, para nosotros, los profesores, son de vacaciones. De vacaciones relativas para quienes sucumbinos a la antipatriótica y tontorrona obsesión del estudio y la investigación y que nunca nos movemos para un viaje sin cargar una maleta de libros y que nos levantamos con remordimientos cuando se nos hace tarde en la cama, porque teníamos que haber terminado de escribir no sé qué parte de un artículo esta mañana. Pero cada perrillo se lame su culillo y cada quien se cuida sus dolencias psíquicas. Al fin y al cabo, la mayor parte de los colegas de este antro universitario no piensan dar palo al agua ni estos días ni estos meses ni en los años que les falten para jubilarse o estirar la pata.

No digo que estén mal estar jornadas de rutinas indefinidas y niña en casa, pero anda uno con la cabeza a pájaros, con los tiempos desubicados y con tareas nuevas que no ganan a las usuales. Ayer estuve con Elsa y su mamá en Mercaplana, que es un evento para niños que organizan cada año en el recinto ferial de Gijón. Bien, pero qué bostezos, oiga. Los mayores, digo. Y, según me cuentan, este año sí me toca ya acudir, niña en ristre, a la cabalgata de los Reyes Magos. A ver si hay suerte y se instaura la república antes del fatídico día, aunque tengamos para ello que organizar una asonada en el mismísimo Portal de Belén o cambiarle el rumbo a la dichosa estrella.

El asunto real me recuerda la impresión que tuve al abrir los periódicos y escuchar los noticiarios radiofónicos al día siguiente al de Navidad. Lugar principalísimo para el discurso de nochebuena del rey y para las palabras del papa, que ya no sé si eran en la misa del gallo o la de la gallina, pues me lío con las celebraciones de esta Iglesia de los pobres y los afligidos y yo con estos pelos. Repito: todo tipo de análisis, comentarios y glosas a propósito de lo que sobre el mundo y nosotros y lo que había que hacer y lo que anda bien o mal o necesita arreglo dijeron un rey y un papa. Les recuerdo la fecha: fines del año 2010, terminación de la primera década del siglo XXI. Y como si no pasara el tiempo. Tal cual. El Rey y el Papa, y les pongo las mayúsculas porque como para no ponérselas, si siguen siendo nuestras referencias, nuestros faros, nuestros guías.

¿Son tan aplastante mayorías los católicos serios? ¿Nos rodean los monárquicos de estricta observancia? ¿Que no? Entonces, ¿por qué habla todo el mundo de las ocurrencias de esos dos señores vetustos que para muchos, entre los que me apunto, no son más que nos ciudadanetes que tienen un trabajo rancio, antiguo, tan antiguo -ya que sigo en Asturias- como hacer “madreñes” o capar cerdos?

Cambio de tema, aunque quizá no tanto. Parece que se escandalizan muchos del PSOE porque todo un personaje del PSC, Ferran Mascarell, va de consejero de cultura en el gobierno de Mas, en un gobierno de CiU. ¿Será tan raro eso en estos tiempos? Estadísticamente aun es infrecuente, pero lo veremos cada vez más a menudo. Sarkozy fichó socialistas de gran renombre, y no me extrañaría nada, absolutamente nada, que, en el gobierno de Rajoy que se aproxima, aterrizaran paracaidistas tipo Paco Vázquez o algún antiguo consejero de Bono. O el mismo Bono. Es más, imagino un escenario perfecto con Bono y Rajoy como cabezas de lista de PSOE y PP, con victoria aplastante del PP y con Rajoy haciendo al manchego de la fonética absurda ministro de Defensa o de Corte y Confección. Al tiempo.

Tomemos en cuenta estas dos circunstancias difícilmente discutibles. Una, que entre los partidos dominantes ya no existen diferencias ideológicas o de programa. Quiero decir diferencias sustantivas. Las divergencias son simbólicas, nada más que de mitin o eslogan o atinentes a mariconadítas para la galería y las partes más bobas del electorado, las que reflexionan precisamente con las partes. La otra, que la inmensa mayoría de los que en esos partidos se dedican a la política, luchan por cargos y los consiguen son profesionales del asunto, no tienen otro oficio ni beneficio o dan lo que haga falta para no volver a su tajo y perder chofer y secretarias. Resultado de todo ello: yo por mi cargo mato. Antes muerto que sin poltrona. ¿Por qué no? Si en las cuestiones de más importancia esos politicastros saben que hará lo mismo un gobierno de estos o de los otros, si están seguros de que su situación será la misma si los preside el de tal o cual partido, ¿dónde está el misterio de que se dejen con el primero que se lo proponga?

Si pensamos que el sexo y el amor van siempre unidos, no podemos imaginar una prostituta que no se enamore un poco, sinceramente, de cada cliente. Si creemos que política e ideología van de la mano, nos cuesta concebir un político que tenga cargo en gobierno rival de su partido. Pero son dos ideas verdaderamente tontas, al menos en estos tiempos en que las prostitutas se vuelven serias y responsables y los políticos se venden en la secciones de relax de los anuncios por palabras. Dentro de nada veremos partidos de carretera y de chalet con jacuzzi. Al tiempo.



Aunque, a propósito de ideas tontas, miren lo que han soltado los de la Conferencia Episcopal, que no tienen perdón de Dios: que en las parejas tradicionales hay menos maltrato y menos violencia de género y esas cosas. Así lo cuenta El Confidencial:

"El presidente de la Subcomisión Episcopal de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, ha vinculado la violencia de género a la perdida de la familia tradicional, en la presentación de la Misa de Familia del próximo 2 de enero.
Según Reig Plá, la violencia doméstica se da sobre todo en aquellos procesos de separación y divorcio, y en procesos de litigio. "Los matrimonios canónicamente constituidos tienen menos casos de violencia doméstica que aquellos que son parejas de hecho o personas que viven inestablemente", ha dicho el obispo".

Como si digo yo que si eliminaran el celibato y las sotanas habría menos niños sodomizados. Igualito. Aunque, pensándolo bien, a lo mejor en esto estaríamos en lo cierto.

La conclusión episcopal cae por sí sola y es auténtico prodigio de inteligencia: si se suprimieran la separación y el divorcio, no habría tanta violencia familiar. Añado yo que si se prohibiera denunciar esa violencia, o no se persiguiera o se machacara a la (o al) denunciante, tampoco veríamos tantos casos como ahora aparecen. Es como aquel que quería suprimir el vagón de cola porque era el vagón con más víctimas en caso de descarrilamiento. O como los pegagogos idiotas que piensan que para que la enseñanza no sea un fracaso sólo se necesita dejar de suspender a los estudiantes.

Así estamos. Y va a comenzar un año que más vale que nos coja confesados.

26 diciembre, 2010

Estudiar sin esfuerzo, un objetivo imposible (editorial de La Nueva España)

Nos hemos venido a Gijón para escapar un par de días del frío y las digestiones de León. Y aquí acabo de leer el editorial del periódico asturiano La Nueva España que copio a continuación y que también pueden ver en este enlace. Me parece muy interesante y valiente. Es más, creo que hace unos cuantos años nadie, ni periódicos ni casi ciudadanos particulares, se atrevía a escribir estas cosas y a escribirlas así, a cara de perro. Y no es que no se vieran venir los desastres, sino que la dictadura pijoprogre y la piara pedabóbica imponían su estúpida ley.
Algo está cambiando y cada día tendremos más que agradecer a la crisis. Y entiéndase esta frase, que no está reñida con el lamento por las víctimas más inocentes y desprotegidas de esta catástrofe económica que apenas ha comenzado. Pero quién sabe, a lo mejor hasta aprovechamos para reformar también el Estado y hacer que la política social y el manejo de los fondos públicos no sean más el camelo en que se han convertido.
Sobre el tema del editorial permitan que les cuente una anecdotilla. El otro día estuve un rato en una reunión del Claustro de la Universidad de León, que es la que me da de comer. El rector, con quien no pretendo para nada meterme con esto que voy a decir, contaba cómo iba la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior. Lo de Bolonia, vamos. Dio muchas cifras, era un galimatías todo. Pero algo quedó muy claro: a la hora de las evaluaciones de nuestros centros y títulos, de la gestión del futuro y del reparto de los dineros, se considerará tanto más fracasada una universidad o tal o cual titulación cuantos menos alumnos de los que empiezan una carrera no la acaben. Se nos ha metido la porquería del fracaso escolar. Fracasaremos, pues. La consigna para el profesor es evidente: aprueba y pasa de todo, no jodamos la marrana, califica con la nariz tapada, pero califica sin suspensos.
Deberíamos quedar un día para quemar unas cuantas universidades. Y unas cuantas consejerías del ramo. Y el ministerio. De verdad que sí. A ver si lo vamos organizando discretamente.
Entretanto, no olviden nuestra vieja consigna: escupe a un pedagogo.
Bueno, ahí va el texto que les recomiendo:
Estudiar sin esfuerzo, un objetivo imposible
La reforma de Bolonia es a la Universidad lo que el euro a la economía: un mecanismo para unificar valores. Compartir moneda no garantiza disfrutar de idénticas condiciones de crecimiento o prosperidad, la diferencia bien se comprende al mirar a España y Alemania. De igual modo, que un título español sea válido en Francia o Italia, y viceversa, indica que los respectivos gobiernos han pactado una homologación de materias, pero nada más. La Universidad puede ser igual de mala, o peor, que antes. El hecho de asimilarla formalmente a otros países no garantiza su excelencia.
Cierto que ha transcurrido poco tiempo, apenas cuatro meses, y cierto que cualquier cambio, más en el inmovilista ámbito educativo, avanza con pereza, pero la frustración y la confusión predominan en Asturias sobre las expectativas positivas que despertó Bolonia. Si la gestación ya alimentó dudas, con cada facultad y cada departamento peleando con uñas y dientes por su statu quo, ahora aumenta la certeza de que vamos por un camino equivocado. Los estudiantes son los primeros en denunciar la ficción. Nada es como se les anunció. Los profesores, por su parte, han notado una asfixiante acumulación de las labores burocráticas que sólo redundan en perjuicio del alumno.
En una Europa unida Bolonia era inevitable e irreversible. Hablar mucho de lo accesorio, el método, y nada de lo sustancial, los rendimientos, es desvirtuar el problema. La desoladora evidencia es que el modelo de enseñanza español, desde la base hasta la altura, se ha instalado desde hace décadas en la mediocridad. Lo corroboran año tras año las pruebas internacionales que evalúan el conocimiento de los estudiantes.Las deficiencias no se corrigen simplemente por rebautizar como «grado» las carreras o como «materia curricular» las áreas de conocimiento. Dejen de dar vueltas a la noria con tanta filosofía edulcorada y llamen a las cosas por su nombre. Una buena educación sólo depende de la capacidad de los docentes y del esfuerzo de los alumnos. Hace tiempo que ambos principios están perdidos para la causa de la enseñanza en España, reino de la comodidad. No hay exigencia, de ahí arrancan los males.
Los profesores marcan la diferencia, no los textos, ni los libros, ni los centros, ni los programas. Eso enseñan la investigación y la experiencia. Los países que obtienen los mejores resultados educativos, como Finlandia, son los que miman a sus maestros. España deprecia hasta socialmente su papel, socava su autoridad y niega el estímulo a quien brilla en la tarima.
Sólo hay un secreto para que los adolescentes de Corea del Sur hayan obtenido el primer puesto en los exámenes de PISA: estudian más de diez horas diarias. Tienen culturalmente arraigado que es la única forma de vencer la pobreza. Entre eso y convertir el colegio en una fiesta vacua hay un término medio. No se puede progresar sin estudiar, y el sistema español, por sus obsesiones igualitarias, predica lo contrario. El desolador resultado: los escolares no comprenden lo que leen y ante cualquier problema de pequeñísima complejidad se atascan.
Para que no haya excusas, conviene también romper mitos. No hay relación entre nivel económico y nivel educativo. País rico y buena educación y país pobre y mala educación son asociaciones pasadas de moda: esa es la razón de que Estonia supere con claridad a España. Por lo mismo, más recursos no garantizan mejor educación: los chinos, con clases masificadas y sin ordenadores, atesoran un conocimiento matemático superior al de cualquier alumno occidental.
Replantearse el sistema educativo español, y no sólo encajar la Universidad en el contexto europeo, parece una tarea indispensable en este momento. No es cuestión de dinero, sino de claridad de ideas. Con reformas baratas pero valientes se puede hacer un uso más eficiente de los recursos. Unos óptimos resultados en la enseñanza son garantía de desarrollo económico. Los países con niveles escolares deficientes tienen bajos índices de productividad y competitividad. Si se superpone la clasificación de prosperidad a los resultados PISA hay un calco: los estudiantes destacados pertenecen a las naciones que más prosperan. Crecimiento y conocimiento viajan unidos.
Al flamante Nobel de Literatura Vargas Llosa lo que más le sorprendió de su reciente estancia en Estocolmo fue la visita a una escuela de Rinkeby. Tiene alumnos de 19 países que hablan tres idiomas, el propio, el sueco y el inglés, y varios figuran en los palmareses de logros académicos. La UE premió al centro por su éxito en la prevención de la delincuencia. Y es que el barrio era hace poco uno de los más peligrosos y sucios de la capital de Suecia. Ahora está cambiando por el tirón de su escuela. Querer es poder. El milagro fue obra personal de un profesor, que se implicó sin más medios que su talento y su perseverancia.
La educación transforma personas, pero también sociedades. Una catapulta para salir ahora de la crisis es reformar todo el sistema educativo, desde el parvulario al aula magna. Cuando las universidades fichen a los mejores científicos del mundo igual que los clubes de fútbol traen a los astros más destacados, algo habrá cambiado en serio en la enseñanza española.

24 diciembre, 2010

Cutre

(Publicado ayer, jueves, en El Mundo de León)
¿Por qué nos hemos vuelto tan ordinarios? Zafios, vocingleros, bastos… Además, poco fiables por lo general. Estafar al conocido, al cliente y hasta al amigo no se considera deshonroso, pensamos que es más despierto y que tiene mayor gracia el que da el palo, el que anda a la que salta, el que te sonríe mientras te roba la cartera.
Viernes. Nos vamos de cena familiar a un restaurante de las afueras. Ocho personas. Viene el dueño a atendernos y nos vende con gran arte el menú y algunos mariscos. Dice que estos son fresquísimos, vivos hasta hace nada más que un rato. Picamos, claro. No que tomemos marisco para picar, que también, sino que nos creemos la patraña. Llegan a la mesa las viandas. Al hincar el diente en algunas piezas, resulta que están medio congeladas. Duras y frías como este invierno. Se informa al camarero, que se lleva unas cuantas nécoras. Pasa el tiempo. Que dónde se han ido las nécoras, preguntamos. Pues que no tenían más, nos responden. Eso sí, un trozo de una aparece dentro del carro de un centollo. No es barato el sitio. Va a volver a comer ahí su tía. Luego se quejarán de la crisis y dirán que la culpa de todo la tienen los especuladores.
En la mesa de al lado cena un grupo de jóvenes, chicos y chicas. Hablan a voces, alborotan. Parecen salidos de la telebasura. Sus chistes los oye todo el comedor. Son toscos. Como su aspecto, sus modales, su indumentaria, todo. Gritan y gritan y por doquier les asoman grasas y pelajos.
¿Qué nos ha pasado? Posiblemente ya nadie en ninguna parte explica ni a pequeños ni a mayores que se vive más gratamente con algo de elegancia, que la cortesía nos diferencia de las bestias, que entre hablar y mugir va alguna distancia, que por el gesto, el porte y hasta la forma de mirar se distingue a un ser humano de un cochino listo para el sanmartín.
Quién sabe, a lo mejor después de la crisis y de tocar fondo volvemos a entrar en razón, dejamos de actuar como gañanes soberbios, nos depilamos un poco el pelo de la dehesa. O no, o nos quedamos así y nos convertimos en parque natural lleno de especies pintorescas y vienen a vernos los extranjeros, igual que se va al zoo o para imaginar cómo serían de finos los pobladores de las cuevas de Altamira.

22 diciembre, 2010

¿Deben las universidades indemnizar a los estudiantes si la enseñanza es mala?

Parece broma, pero ya se está hablando con seriedad en algunas partes. Miren este reportaje del periódico inglés The Guardian que me envió un amigo el otro día.

Bien pensado, y como ahí se dice, si uno compra un aparato o un servicio y sale malo, el comercio debe devolver el importe o, si se han causado daños, hubo mala fe, no se dio la prestación comprometida o se engañó en la calidad del bien, etc., etc., se siguen consecuencias jurídicas en forma de compensaciones, reparaciones, sanciones, etc. ¿Por qué no en la universidad?

En la información a la que me refiero y que ustedes pueden ver, se habla de que un estudiante ha pagado una matrícula -allá más alta- a cambio de que le den unas clases -y se las den todas-, lo atiendan en las tutorías, se pongan las calificaciones en su tiempo... Y a cambio, también, de que lo enseñado tenga la calidad que se requiere y se le supone. ¿Y cuando todo eso se incumple?

Lean ustedes mismos y reflexionemos todos. Pinchen aquí o, miren más abajo, pues lo copio:


Can you get a refund if university fails to deliver?

Increased tuition fees are likely to result in more students claiming compensation when courses are not up to standard

Courses that are sub-standard, lecturers who don't turn up, supervision that doesn't materialise ... now that students will be paying up to £9,000 a year, will they be able to demand their money back if university fails to deliver?
If a product doesn't live up to expectations, if it's not of merchantable quality, then consumers have rights to ask for their money back under the Sale of Goods Act. But what if you are paying for a course that didn't live up to expectations? Already, officials in the university sector are preparing for an increase in complaints from heavily-indebted consumers of education who feel they didn't get what was promised.
First, it's important to remember that students are not buying a degree. They pay for services and facilities (tuition, libraries) which enable them to study and complete a course to the best of their ability. But if these services are lacking or inadequate, then surely they deserve compensation?
If difficulties are apparent in a degree course (for example, absentee supervisors or sub-standard pastoral care) then a university's internal complaints procedure should be the first stop. These tribunals were once notorious for their casual attitude to correct legal procedure. They still don't like paying compensation and proceed slowly even with urgent matters – such as disputed marks – important when a job hinges on the outcome.
In England and Wales, the Office of the Independent Adjudicator (OIA), can intervene when internal appeals have been exhausted. Interestingly, the OIA's own research suggests that dissatisfied students don't want cash, but, rather, a fair and independent system of restitution. Rob Behrens, the Independent Adjudicator, emphasises that complaints are still rare. He aims to rectify a situation, but where it is too late (such as when complained-about supervisors have left) he can require the university to pay compensation.
Pay-outs are usually modest: for example, £300 to a student who did not receive an essential CD Rom, and the largest so far - £45,000 to a student involved in a damaging, complex, and protracted dispute about a PhD. Behrens emphasises that students have a right to appropriate service and deals with instances of: "…delays, distress, legal fees and loss of earnings, and only if there is evidence – we are not in the business of giving handouts".
He says the OIA rarely sees vexatious actions, and upholds roughly a quarter of all complaints.
Most likely to complain are mature students and post-graduates, who have probably worked outside academia. Also over-represented are overseas students, who pay higher fees, and have uprooted their lives to study. Vocational degrees such as medicine feature heavily, possibly because a student's entire career is at stake.
Behrens emphasises his independence, but is concerned that embattled universities might make "extravagant promises", especially to attract lucrative international applicants. He believes that if the Brown Review (which emphasises students are consumers) is adopted, complaints will increase.
While disputes are usually settled before reaching court (indeed, legal action is allowed only if internal procedures have been exhausted) some students have sued their university. In 2002, a mature law student, Mike Austin, was awarded £30,000 by the University of Wolverhampton in an out of court settlement. His catalogue of grievances include crowded lecture halls, poorly drafted exams papers and inflated promises.
Lower-than-expected marks usually ruin plans for further study, which might have prompted Andrew Croskery to sue Queen's University, Belfast. The electrical engineering student was awarded a 2.2 instead of an expected 2.1, and this September he applied for a judicial review citing poor supervision of his studies (a 2.1 is usually required for a place on masters courses.)
The NUS has yet to see an onslaught of litigation for damages, but accepts that students will become more demanding when fees increase. President Aaron Porter told us: "Students must have more power to hold their institutions to account. Institutions must be required to repay fees to students where there is poor quality in delivery or promises not kept. They must face genuine penalties where malpractice and misadministration occur."
So the rule is this: if you have suffered severe problems with your course, first try your university's internal complaints procedure, which might ultimately offer financial reparations. If all else fails, English and Welsh students can seek redress with the OIA, or increasingly, the courts. After all, you're going to pay as much as £9,000 a year for your education.
Office of the Independent Adjudicator: http://www.oiahe.org.uk/

Advice from a refund evangelist
I am a refund evangelist. But to be successful in the art of getting your money back, it is essential to show neither shame nor embarrassment. A friend returned a designer vibrator to the point of purchase – not because this expensive item didn't have, well, the desired effect, but because the mechanism broke. She spent some time walking up and down the pavement summoning the nerve to ask (successfully) for a refund.
And what about "alternative" therapies like homeopathic medicines? If, somewhat inevitably, they don't work, who do you approach: the prescribing dispenser, or the manufacturer?
Sylvia Rook, principal training officer of the Trading Standards Institute, says the answer is the point of sale: "There are obviously a number of items where consumers may be embarrassed to pursue a refund or where it may be difficult to show that the trader has not used reasonable care and skill. That should not, however, deter the consumer from making a claim if they feel their rights have been breached."
Persistence is a virtue. I once returned some expensive boots which had begun to leak after just a few months. The shop said I had worn them (imagine that) but eventually, after much arguing, I was granted a replacement.
Sylvia Rook says: "When consumers buy goods, they have rights under the Sale of Goods Act 1979. Goods should be of satisfactory quality, fit for their purpose and as described. If they are not, and the consumer has not 'accepted' the goods then the consumer is entitled to his or her money back."

21 diciembre, 2010

¿Cuándo se acaba una crisis alarmante?

No me refiero a la crisis económica. Ésa sí que nos va a dejar alarmados para largo tiempo. Hablo de la llamada crisis de los controladores y de la prórroga del estado de alarma.

¿Tiene el autor de normas jurídicas, sean legislativas o reglamentarias, alguna obligación de ser coherente? ¿Y sincero? ¿Y decente? No parece. A lo mejor hay alguna obligación moral de tales cosas, vaya usted a saber. Jurídica es probable que no. Si la deshonestidad del que pare en el BOE fuera razón de nulidad de las normas quedaría el ordenamiento jurídico mondo y lirondo, con cuatro códigos de hace un siglo, y pare usted de contar.

A lo que íbamos. Acabo de leer, por morbosa curiosidad, la parrafada introductoria al REAL DECRETO 1717/2010, DE 17 DE DICIEMBRE, POR EL QUE SE PRORROGA EL ESTADO DE ALARMA DECLARADO POR EL REAL DECRETO 1673/2010, DE 4 DE DICIEMBRE. A ver si un día de estos consigo quitarme estas malas costumbres, estos vicios nefandos que me están dañando la médula espinal y la cristiana resignación.

Miren qué cosas tan congruentes nos cuenta don Gobierno ahí. El que consiga casarlas será nombrado rey del puzzle conceptual onanístico:

1. “La declaración del estado de alarma posibilitó la respuesta inmediata a la situación que se produjo los días 3 y 4 de diciembre de 2010 y que determinó el cierre del espacio aéreo español como consecuencia del abandono de sus puestos de trabajo por los controladores civiles de tránsito aéreo.
Ha sido, sin duda, una medida eficaz en cuanto que ha provocado que, tras su proclamación, los controladores se reincorporaran al servicio y, bajo la dirección del Ejército del Aire, lo hayan venido prestando en condiciones de normalidad


O sea, que muy bien y que con aquella declaración se arregló el desaguisado.

2. “Los hechos que han afectado al tráfico aéreo en España han sido de una enorme gravedad tanto por el número de ciudadanos afectados, como por los perjuicios económicos causados, como por el daño originado a la imagen internacional de España como, en fin, por la alarma social generada en el conjunto de la ciudadanía que, por un lado, ha rechazado la expresión de un conflicto con desprecio de todas las previsiones legales que ha afectado al conjunto de la sociedad hasta el punto de impedirle disfrutar en términos absolutos de un servicio esencial para la comunidad y que, por otro lado, aún hoy teme que hechos similares puedan reproducirse de inmediato”.

Vaya, creo que esto va por nosotros, los ciudadanos. Nos ponen como disculpa. Ya no hay crisis aeroportuaria ni nada alarmante, pues lo arregló todo la anterior declaración de alarma en estado puro, pero lo que pasa es que la gente, nosotros, barruntamos que pueda volver a ocurrir lo de antes de la alarma si no sigue habiendo alarma. Pues conste que muchos nos tememos cosas mucho más alarmantes si siguen gobernando estos inútiles. ¿Y qué? ¿Qué declaramos? No sé, pero si mis temores cuentan, que cuenten de verdad y que alguien tire al río a Zapatero y a la mitad de su gobierno de marujos y marujas.

3. “Sin embargo, aún hoy no se puede afirmar que el funcionamiento del sistema aeroportuario sea idéntico al de situaciones de normalidad anteriores. La complejidad de la organización del espacio aéreo, tanto en el ámbito nacional como en el europeo, ha sido tan radicalmente alterada por los hechos acaecidos la pasada semana, que está exigiendo, y exigirá todavía durante semanas, un esfuerzo considerable”-

Ah, caray, en realidad no está arreglado del todo. Falta la puntita. Era mentira lo del párrafo que cité el primero. Queda mucho por hacer hasta que de la alarma absoluta pasemos a que ni rastro de alarma. ¿Para cuándo será, más o menos? Hija, es que tranquilo, tranquilo, nunca puedes estar. Con este tiempo y lo poco educada que es la gente....

4. “La consideración de los hechos acaecidos, el conjunto de tareas que han de seguir abordándose para asegurar la consolidación de la normalidad en el servicio público del transporte aéreo y la alarma social experimentada y aún viva en el conjunto de los ciudadanos, impiden que se pueda dar ya por superada la crisis desencadenada en los días pasados”.

Acabáramos. El servicio público todavía no anda normal, pero, de todos modos, nos vamos a tomar un tiempo más para consolidar su normalidad. Si se trata de consolidarla, será que sí se normalizó. Bueno, sí y no. Hay días. Esto es como todo. Un día te levantas contento y otro día ni te levantas. La botella medio vacía o medio llena y todo eso. Pues las crisis de los controladores igual. Y las alarmas. La culpa la tenemos nosotros, no se olvide, que un día nos preocupamos y luego nos dura y dura la preocupación, viva y coleando y sin permitir que se pueda dar por superada esa crisis para ponernos con la siguiente, que ésa sí que va a ser buena y habrá que traer los tanques de la OTAN para parar a los fieros sindicatos.
5. “Por ello, el Gobierno, mediante Acuerdo de 14 de diciembre de 2010, solicitó del Congreso de los Diputados la prórroga del estado de alarma declarado, con el fin de asegurar la normalidad en el funcionamiento del tráfico aéreo, de mantener la seguridad jurídica en la prestación de un servicio público esencial y de proteger los derechos y libertades de los ciudadanos, especialmente su libertad de circulación”.

Marean a una, la verdad. Los más ingenuos pensábamos que era lo de la seguridad aérea lo preocupante y digno de que sonaran las alarmas. Pero no, era la seguridad jurídica. Aunque, bien mirado, nuestra seguridad jurídica cada día es más aérea. Pneumática, sonaría más bonito pneumática, pero se entendería peor. Evanescente también cabría. O suave y de doble capa.

Menos mal que todo es por mi libertad de circulación y por la suya de usted, amigo mío. Y por todos los otros derechos fundamentales de marca blanca y precios económicos. Los derechos de las personas y tal. De momento vamos a ver si se los quitamos todos a los controladores. Y la pasta también. Los vamos a dejar en bragas y calzoncillos, hasta el televisor les arrebataremos. Nada de redistribución de la renta ni de política social de verdad ni de igualdad de oportunidades. El pueblo lo que quiere es quitar cosas a los controladores. Bueno, y entre control y descontrol y alarma que va y que viene, bajemos también el sueldo a los funcionarios, otros hijoputas. Que tomen las torres de control y los negociados los chivos expiatorios. O los turcos. Por lo de las cabezas de turco.

El próximo millón de parados comerá de la basura, pero será feliz destrozando el último jirón de controlador o apedreando a un funcionario. Para colmo, verás cómo le toca el canto (rodado) a uno de carrera y no de los de confianza con el dedo.

Lo bueno es que la tal alarma se prorroga con el apoyo de los nacionalistas. Yo, puesto ya como ciudadano común que se cabrea sin tasa, voto para que la próxima militarización y la próxima suspensión de derechos les caiga a ellos encima, con militares en las ejecutivas de Convergencia i Unio y con un coronel de infantería reemplazando a Erkoreka o komo koño se llame. No es que me guste a mí imaginarlo, pero les estaría al pelo a estos nacionalistas con liguero.
Eso sí, para congruencia, la del PP. Creo que en los próximos años tienen intención de abstenerse siempre, en todo, sin excepción. Incluso cuando gobiernen. Viva el voto útil.

19 diciembre, 2010

Estado de alarma. Por Francisco Sosa Wagner

Terminamos el año y empezamos otro nuevo alarmados, es decir, asustados y sobresaltados. Y yo quisiera explicar que no hay razón justificada para ello porque la autoridad competente ha tenido el caballeroso gesto de declarar el estado de alarma.

Hemos visto como se ha reunido la tal autoridad con las demás autoridades, se han sentado en torno a una mesa llena de códigos y ahíta de sabios asesores, han cogido recado de escribir y han tomado la decisión de que es obligado declarar la alarma, es decir, avisarnos a todos de la existencia de un peligro cierto que nos acecha habida cuenta de la preocupante situación en la que nos encontramos. A mí esto me parece un signo de claridad y de sinceridad que debe ser agradecido por la ciudadanía. ¿Alguien se molesta con la jefatura de tráfico porque nos advierte de que nos pueden caer unas piedras sobre el parabrisas del coche si persistimos en circular por tal o cual carretera? ¿O con el ministerio de industria porque nos previene que, si tocamos un poste de la luz, nos podemos quedar como es fama queda el triste residuo de un cigarrillo abandonado a su suerte? ¿O con el radiólogo que nos avisa del riesgo que corre la mujer grávida si entra confiadamente por sus dominios?

Parece claro que, a la vista de tales prudentes advertencias, todos tomamos nuestras medidas y quedamos tan agradecidos.

Pues lo mismo con quien ha declarado el estado de alarma: autoridades llenas de sabiduría y sensatez que, a la vista de cómo anda el patio, nos señalan el peligro cual padres que velan por la seguridad de sus hijos. Ahora que estamos en época de restricciones yo propondría que a estos beneméritos gobernantes se les suba el sueldo porque esta vez de verdad se lo han ganado. Limpiamente y con suma honradez.

Por el contrario, lo que es absolutamente reprochable es que no lo hayan hecho hasta ahora pues señales de alarmas llevan sonando desde hace muchos años en el solar hispano de nuestras entretelas. Así, verbigracia, cuando se enteraron, porque así lo consignaron estudios serios avalados por organizaciones internacionales de prestige (perdón, de prestigio), de que el nivel educativo en España era bajísimo, que el jovencillo con el bachillerato acabado confundía a Pérez Galdós con Pérez Rubalcaba, y creía que Napoleón era una acreditada marca de calzoncillos con abertura aliviadora, o no sabía más que el nombre del río que pasa por su pueblo ¿por qué no declararon el estado de alarma?

Y cuando esa misma autoridad u otra parecida ha decidido destruir millones de vacunas compradas alegremente por causa de la improvisación con el dinero de los contribuyentes o cuando los ganaderos se veían obligados a tirar la leche por el desagüe ¿por qué tampoco se declaró el estado de alarma?

Y cuando todos nos endeudábamos de forma desenvuelta haciendo cola ante las oficinas de bancos y cajas de ahorro formando un ovillo inextricable que habría de estallar como estallan las luminarias de feria ¿por qué no se declaró el preventivo estado de alarma?

Y cuando nos enteramos de que cientos de investigadores españoles no pueden volver a su país porque la investigación en la Universidad está agarrotada por la endogamia ¿por qué no se declaró el estado de alarma de la creación y la inventiva?

Y así podríamos seguir ...

Es decir que, en un Estado de alarma como el que vivimos, lo procedente es declararla a boletín oficial destapado y con las vergüenzas al desnudo. Y esto es lo que se ha hecho con limpieza. Lo que esperamos ahora es que no vuelvan a ocultarnos nunca más el alarmante estado de nuestro Estado.

18 diciembre, 2010

Lo poco que somos

Lo he pasado divinamente leyendo este artículo de Javier Cercas en El País, titulado “La ley de gravedad del poder”. Repasa, con mucha gracia, ese trastorno que nos afecta cuando andamos cerca de un mandamás en condiciones y empezamos a creernos de los suyos y, al tiempo, naturales merecedores de cualquier privilegio, casta especial, material humano de primera.

Me trajo ese texto recuerdos de mí mismo, de ocasiones en que también fui entrañablemente idiota. No me sucedió a la vera de ningún presidente de gobierno, aunque tal vez porque ni me lo propuse ni me dejé, ya que otros bastante más tontos se han rascado guapamente el lomo con éste o aquél. Pero amigos con poder del bueno sí tuve en tiempos, no se crean, frecuenté a alguno que otro. Luego acabó todo en enemistad porque mi diplomacia es de erizo, porque tengo un blog y porque se me pone fatal el cutis con los lubricantes. Mas cuando era feliz y virginal, más de una vez paseé a la diestra de algún padre de la patria, sintiendo en el codo la presión de su regia mano y detrás los pasos de los guardaespaldas, mientras deseaba que en ese momento pasara por allí alguno de mi pueblo y me viera así, poseído y poseedor, admirado por los enemigos y odiado por el resto de trabajadoras honestas de aquel mismo burdel.

Pero no fueron esos sucedidos los que me vinieron a la memoria con el texto de Cercas, sino otros más triviales y, al tiempo, aún más lamentables, si cabe.

Resulta que, como saben por aquí, viajo bastante a Latinoamérica. Suelo volar con Iberia y tengo mi tarjeta Iberia Plus hinchada de puntos cual faltriquera de concejal de urbanismo intachable. Así que cuando hay sobreventa de billetes y no cabemos en clase turista todos los pringados que volamos así, apretujados y comiendo viandas propias de campo de refugiados administrado por la Generalidad valenciana, suena en la sala de embarque una voz melodiosa que canta esto: si está en la sala el señor Juan Antonio García, preséntese, por favor, al personal de Iberia. Y me presento, claro, sabiendo que me van a decir que me cambian de asiento y de clase y que me toca primera. Otras veces es ya en el mostrador, al gestionar la tarjeta de embarque, cuando recibo la feliz noticia. Sea como sea, trato entonces de reprimir las expresiones que serían propias de mi condición plebeya, tipo huy qué bien o es mi día de suerte o que Dios se lo pague, señorita. No, pongo cara de bueno-ya-estoy-acostumbrado y se ha hecho justicia, pues debieron de sacarme el billete en turista por pura equivocación, ya se sabe lo despistadas que andan estas secretarias.

Lo que en verdad quería contarles es lo que viene después, en el momento de acceder el avión. Estoy con la tarjeta milagrosa en la mano, muy apretada, y en cuanto anuncian que comienza el embarque y que los pasajeros de clase business pueden pasar los primeros, allá voy, acelerado pero procurando llevar el paso corto para que no me delate la ansiedad. Yo me siento hasta guapo en ese momento y se me ocurre que cualquier tía que me esté viendo de entre el grupo de los menesterosos tiene que encontrarme irresistible, bien mirado. Juraría, cada vez, que en los ojos de todos esos que esperan que pasemos antes los ricos hay más admiración que reproche, más envidia que ira, pues se sabe que al pueblo le gustan las jerarquías y las asimila gustoso cuando se corresponden con el derecho natural y el orden de la Creación.

Como, pese a los intentos de ir contenido, he llegado de los primerísimos a la cabina selecta, me apalanco en el sillón amplio procurando expandir mi cuerpo, esponjándome para rellenarlo entero y no parecer un tirillas adolescente que se ha colado en el cuarto de los mayores. Sentado, observo a los que entran al mismo departamento de los elegidos, y pronto me molesta que aquel sea tan jovenzuelo y lleve esa camiseta raída que aquí no pega, que aquella señora hable muy alto o que el calvo de más allá se ponga torpemente a manipular los mil artilugios tecnológicos del asiento. Bien se le nota a ese tipo que cayó aquí por el overbookin y que no está acostumbrado a moverse en este ambiente, me digo, sabedor de que yo ya me trato de tú a tú con la pantalla táctil y con los cinco botones para cambiar la postura del asiento, desde la almohadilla de la cabeza hasta el apoyo para los pies. En ese instante no añado, palabra, que me manejo hábilmente con los chismes porque debe de ser la décima vez que me regalan por la jeta y de milagro ese privilegio de viajar ahí; no. Seguro que tampoco el nuevo rico que prosperó a base de robar a los vecinos y de explotar a inmigrantes se considera un impostor cuando le dice a su hija que cuide las compañías o cuando le pide a su amante de Visa vicios raros de los que una vez oyó a un marqués de verdad en un documental de la tele.

No sé qué va a pasar si en alguna oportunidad viajo en primera por haber pagado yo –raro, raro- o que me haya pagado alguien –raro- tal billete carísimo. Nunca me ha ocurrido así y es probable que jamás suceda. Pero, si se diera el caso, mucho me temo que, nada más instalarme y mientras me tomaba la copita de cava que te ofrecen siempre, comenzaría a decirme que a cuántos mindundis y apocados de los que me rodean les habrá tocado viajar conmigo por el morro y nada más que porque el avión va muy lleno y tienen unos cuantos puntos en su tarjeta de Iberia, y que no hay derecho y que un país no puede prosperar así, igualando a lo tonto y sin reconocer como se debe el mérito y la capacidad. Al tiempo.

Así que no me extraña nada que flipen y se deslumbren los que, como el señor Cercas, un día viajan con Zapatero a China. Puedo comprender, incluso, lo del mismísimo Zapatero, que ya es decir. Yo, cuando voy al baño en esos aviones, también rehuyo el espejo. Palabra. El maldito espejo sin alma.

¿No vieron este artículo de Ruiz Soroa? Pues léanlo ahora

Es de hace un par de días, pero merece la pena leerlo y reflexionar un poco. Además, su autor es un buen amigo.
Se trata de José María Ruiz Soroa y el escrito se titula "¿Hemos perdido el juicio?". Salió en El País y pueden verlo aquí, pero, además, se lo copio ahora mismo.

¿Hemos perdido el juicio? Por José María Ruiz Soroa.


El sometimiento de los trabajadores del mar o del aire a una legislación represora específica, concomitante con la militar (son palabras de Quintano Ripollés), fue uno de los logros del franquismo.

Se dictaron para ello las Leyes Penales especiales de Marina Mercante (1955) y Navegación Aérea (1964), ambas directamente inspiradas en el Codice della Navigazione italiano de 1942, de fuerte impronta fascista.

En ambos casos, se concebía a la empresa marítima o aérea como una estructura jerárquica de producción al servicio de la nación, en la que los derechos de los trabajadores estaban subordinados al bien colectivo, concretado a través de las órdenes del jefe o superior. Interés empresarial, interés patriótico e interés militar se confundían.

En este marco estructuralmente fascista tenía pleno sentido que cualquier desobediencia colectiva de los trabajadores fuera considerada delito de sedición, pues era tanto como alzarse tumultuariamente contra las órdenes del mando y contra el bien de la patria.

El bien jurídico protegido por esta tipificación de las desobediencias colectivas no era, conviene subrayarlo, la seguridad de la navegación marítima o aérea, dado que era indiferente que la desobediencia o abandono del puesto de trabajo se produjera en la mar o en el puerto, o que la seguridad de los aviones se pusiera en peligro o no. La cuestión no era la seguridad, sino la estructura jerárquica de la empresa fascista, que no puede tolerar un desplante colectivo, sea cual sea la razón que lo determine.

Ni que decir tiene, que una huelga de marinos o empleados de aviación era directamente un caso de delito de sedición punible con años de cárcel.

Pasaron los años, llegó la democracia, los interesados hicieron oír su voz, y, sin embargo, las Leyes Penales en cuestión siguieron formalmente vigentes.

La Ley Penal Marítima se derogó finalmente en 1992 (15 años necesitó la democracia para llegar a la mar), la Ley Penal Aérea nunca, ahí sigue como un monumento a la inercia y a la comodidad de todo buen burócrata, que nunca desdeña la oportunidad de poseer en su arsenal un arma tan eficaz como el de poder amenazar con la cárcel a los trabajadores insumisos. Y en esos lodos franquistas estamos, no le demos vueltas. Unos trabajadores abandonan colectivamente su puesto de trabajo, sin poner en riesgo la seguridad de la navegación, y nuestras autoridades y fiscales descubren encantados que pueden acusarles de un delito de sedición, que un controlador que abandona su puesto de trabajo colectivamente es un delincuente y debe ir a la cárcel unos cuantos años.

Incluso se recupera la terminología y se habla de "cabecillas" e "instigadores".
Y la opinión pública, atizada por nuestro democrático Gobierno y por unos medios que se proclaman progresistas, asiente callada a este caso de auténtica prestidigitación en el que faltar a las obligaciones derivadas de un contrato de trabajo puede convertirse en un ilícito penal. No en un ilícito civil o laboral, merecedor de despido o de indemnización de perjuicios, sino en un auténtico crimen.

¿Hemos perdido el juicio? ¿Se nos han olvidado los requerimientos mínimos de una sociedad liberal? ¿Cómo podría ser delito el incumplimiento de un contrato laboral? ¿Cuál sería el bien jurídico protegido por la norma? ¿El funcionamiento y los beneficios de AENA? ¿La producción nacional? ¿Por el hecho de arruinar las vacaciones a cientos de miles de ciudadanos se puede ir a la cárcel? ¿Qué diferencia relevante existe entre un maquinista del metro y un controlador para hacer de uno un criminal y del otro un ciudadano protestón a pesar de que su conducta es idéntica y la del maquinista perjudica a más ciudadanos y no precisamente en sus vacaciones?

Por mucho que una legalidad procedente de nuestro obscuro pasado lo avale, lo sucedido no puede constituir delito, es así de sencillo. Y excesos verbales del Gobierno como los de decir que se estaba "echando un pulso al Estado" no son admisibles en democracia.

Al Estado le echan un pulso los etarras, los controladores le echan un pulso a una empresa aeroportuaria llamada AENA. Solo en la concepción del "Estado total" fascista puede confundirse entre el Estado y una empresa, entre el Estado de derecho y el Estado productor, y sólo allí puede criminalizarse el desbarajuste laboral como si fuera un motín contra la patria.

16 diciembre, 2010

Un nuevo derecho fundamental: el de no asistir a las funciones navideñas de los jodidos niños

Mucho inventarse derechos de tercera, cuarta o quinta generación, mucha teoría sobre derechos implícitos y derechos sobrinos-nietos, y estamos dejando a los pies de los caballos algunas libertades fundamentales de las que depende la dignidad de nuestra existencia, la salud física y mental y hasta el sentido de la vida. En estas fechas se perciben muchos de esos derechos desprotegidos, con la consiguiente indefensión y miseria vital de la gente, pero yo quiero referirme hoy nada más que a uno: al derecho a no asistir a esas diabólicas funciones que “en estas entrañables fiestas” (la próxima vez que oiga esa expresión en boca de alguien que tenga a tiro voy aparecer de Olot, aviso; con perdón) los colegios organizan para recreo de los niños pequeños y solaz de sus papás. Bueno, pues yo -disculpándome por la expresión- me cisco en los papás, los niños y los colegios. Y ahora, antes de que me manden sus padrinos los de alguna (H)AMPA, me explico.

En cualquier ciudad grande o infame villorrio pasan a lo largo del año un puñado de actividades culturales que merecen la pena: conciertos, teatro, películas, exposiciones, certámenes... No va ni dios a nada, y en su derecho está cada quien. Puestos a proporcionar a los niños un gusto inicial por la cultura y el arte, en sus variadas manifestaciones, cabe llevarlos de vez en cuanto a alguna representación apta para su edad, sea de marionetas o títeres, sea con actores de carne y hueso que pongan en escena obras bien apropiadas. También existirán grupos de teatro escolar en los que nuestros retoños puedan hacer tablas. No va ni dios a nada.

¿Y los colegios? Pues habrá de todo, claro, pero algo pasa cuando uno, en sus clases con universitarios, dice Mahler (pasó aquí el otro día, aunque quizá era broma) o Juan Gris o Thomas Mann y no tienen esos jovenzuelos, salidos de los estupendos colegios con función navideña, ni remota idea de quiénes serán tales sujetos, ni les suenan. Por regla general, aunque siempre hay un poco de todo, repito. A la mayoría de los que se dicen centros educativos el asunto cultural les importa un carajo, más que nada porque los más de sus directivos y de su profesorado están como burros y sólo saben de Belén Esteban y del coño de la Bernarda, que no sé quién será, pero me juego unos bocadillos a que sale en Tele5 y habla todo el rato de sus partes dizque pudendas. Otro tanto puede sostenerse del profesorado universitario, que ninguno se me pique por eso. Además, cuanto más arriba en los ciclos educativos, más vergonzosa la condición asilvestrada.

Bueno, pues vale. Existe un acuerdo social muy amplio y que transversalmente (miren cómo hablo, parezco ya un pedabobo ministerial) abarca generaciones, grupos sociales y campos profesionales bien heterogéneos. Pues nada, pasemos de todo. Ah, pero se acercan las navidades y sobreviene una incontenible afición al teatro infantil. Esos colegios que en el todo el maldito curso jamás van a representar con los chavales una obra teatral que tenga pies y cabeza y que parezca para gente normal, se ponen como locos a organizar una función de tema navideño, pastores venid, pastores llegad. Tú de Virgen, tú de San José, el más bajito de Niño Jesús, la masa sin enchufe de pastorcillos, los sobrinos del Director de Reyes Magos y el que no vaya a Religión de cactus nevado o de farola. ¿Que no había farolas donde el Portal de Belén? Repámpanos, y por qué no cayó en la cuenta alguien antes de hoy, que ya tenemos a los padres en el salón y no podemos cambiar los papeles para poner a este desgraciado de burro junto al pesebre.

Pero me he precipitado un poco, porque esto no llega así, de sopetón. A su tiempo reciben un papel los padres: que su Vanessa Letizia tiene que hacer de estrella de Belén en la fiesta de navidad y que deben coserle un traje de estrella que sea brillante y que tenga ruedas para que ella pueda desplazarse para arriba y para abajo por detrás del Portal. Tócate los atributos viriles, brillante y con ruedas. Parece algún alcalde de León. Naturalmente, Vanessa Letizia va a poner de su parte lo que corresponde a su condición de niña de hoy en día: mami, la estrella no me vale de los chinos, tiene que ser de Hello Kitty auténtica y con una perla de verdad como la que lleva Tamara-Ainhoa Yamaha en el chándal. Es una de su clase, hija del que fue concejal de urbanismo de Osaka, que ahora tiene aquí una empresa de trata de chinas y se casó con una de La Bañeza.

En ese momento pierden los padres su gran oportunidad, la tercera o así, pues si le preguntan a su adorable engendro qué pasa si no le ponen perla ni gata ni hostias, ella responderá que entonces no participará en la función ni irá al cole ese día ni volverá a tomar caviar de postre... y ahí es donde la podías haber pillado y, cuando se arrepintiera, haberle explicado que una persona tiene que ser fiel a sus convicciones y a su palabra. Pero no, te gastas una pasta en tela de marca y en variados adornos para la estrella de los cataplines y pones a tu madre y a tres tías a coser contra reloj durante tres días con sus noches, hasta que se les ponga cara de milagro económico asiático y las cite como ejemplo de buen amor el presidente de nuestra patronal o el ministro Sebastián El Desaparecido.

Digo que aquel fallo era al menos el tercero porque ya antes de pedir plaza para tu hijo/a tenías que haber preguntado si el colegio es serio o hacen mamarrachadas de navidad; y luego, en la primera entrevista con el tutor o tutora, tendrías que haber llevado un papelín declarándote objetor de conciencia para las representaciones infantiles y las broncas de la (H)AMPA y amenazando con que a la primera que te toquen las narices y no te respeten tu libre desarrollo de la personalidad furiosa les pones un pleito para que retiren los crucifijos o los dibujos de la Barbie, según sea el caso. Pero no lo has hecho, has llegado hasta aquí y hoy toca la fiesta feroz.

Tu criatura tiene un papel estelar. Sale de estrella, como ya sabemos, y tiene que decir, en pleno clímax dramático, “Amén, amén”. Así, dos veces. Qué orgullosos estamos en casa. En el cole llevan un mes ensayando, y fumándose los maestros las horas correspondientes, en las que podrían enseñarles algo útil a los pequeños, como conocimiento del medio, historia de la comunidad autónoma, coleópteros municipales y otros valiosos saberes de igual jaez. En casa sólo hace tres semanas que empezamos las prácticas. Media horita diaria al principio, pero bastante más desde que vienen todos los días los abuelos y los tíos a ver qué guapa está la niña de estrella circunfleja y cómo vocaliza las palabras de su papelón. Hasta una vecina se asomó un día al escuchar el entusiasmo gritón de la abuela. Un par de tíos lloraron y todo. A lo mejor es que estaban sensibles por lo del cólera en Haití.

Y llegó el gran día. En la entrada del salón de actos se arremolinan progenitores reales y legales, abuelos y abuelas, tíos en paro, vecinas íntimas, hermanitos y primos... Los flases ciegan, cual si se estuviera desnudando ahí al lado Jessica Alba y mereciera la pena tirar de cámara. Los niños ya salen, entre aplausos, los profesores asoman también, saludan y se retuercen las manos, nerviosos y cargados de responsabilidad. El director o directora ha reservado en primera fila asientos para el concejal de cultura, para el de educación y para cinco o seis inspectores de primaria, pero no aparee ni uno, los muy cabrones. Tarda en hacerse el silencio, pues cada cual se aplica a lo de mira, el que está de cocodrilo en el riachuelo es mi Ibrahim, o fíjate qué preciosa está mi Natatxa con el sombrero mexicano que le trajo la tía Choni de La Manga.

Comienza el espectáculo y hay ya veinte o treinta madres llorando a moco tendido y otros tantos padres, o más, con un nudo en la garganta y disimulando como pueden. Las abuelas no se callan y ahora aplauden a destiempo o tratan de llamar la atención de su respectivo nieto actor alzando el abanico y llamándolo por lo bajinis a todo volumen. Fernandito, Fernandito, tírale un beso a la abuela. Unos cuantos abuelos se han dormido y otros juran en el dialecto local porque se les ha movido la bolsa. No se oye nada de lo que recitan los artistas, entre otras cosas por el murmullo de tantos parientes que ahora repiten lo de pues en casa le salía alto y clarito, tenías que haberlo visto.


Acaba la obra, después de que el coro formado más que nada por espectadores ha cantado la de El Tamborilero y Hacia Belén va una Burra, y la mitad de los niños sale llorando porque el otro los tapó o porque Hugo ya no es mi amigo o porque me hice caca. La otra mitad llorará dentro de nada, en cuanto les caiga a todos la bronca porque se les soltó el moño postizo de Virgen Santa o porque tenías que haber gritado más, o porque no te acuerdas que abuelita está sorda y por tu culpa se durmió, qué vergüenza de familia tengo y no sé porqué no me fui a Dinamarca cuando pude.


Uf. Dejémoslo. Pero antes permitan que les cuente que hablo de oídas, de momento. Tal vez me falle la memoria, pero creo que durante la infancia, lejana, de mi querido David no asistí ni a una de ésas. Insúltenme si les apetece. Ahora el peligro acecha de nuevo y los tiempos se han puesto más difíciles. Antes había más libertad. No éramos tan progres. Actualmente pueden procesarte y quitarte la custodia si no vas a ver cómo consiguen hacer de tu hijo un perfecto cretino disfrazado de Melchor o de río caudaloso en el desierto. Debes hacerlo por ellos, te dicen. Como te ven poco inclinado a la histeria consanguínea, añaden el argumento definitivo: además, se pasa genial, ya verás. Miras a tu interlocutor y, en efecto, parece un pastorcillo del Portal; o el caganer. Mismamente. Fue su primer papel, en tiempos, en el cole, y ahí se quedó. De paso, entiendes también por qué vota lo que vota cuando las generales. Moriremos todos juntos y con las pellizas puestas. Las de pastorcillo. Campana sobre campana y sobre campana una...


A lo mejor, cuando le toque a Elsa me acerco un ratito, si ella me lo pide en serio. Lo narraré aquí, si es el caso. Lo prometo. Pero puedo convertirme ese día en un peligro, aviso, en un auténtico hombre-lobo que se come a los putos corderitos de los jodidos pastorcillos. Y no sigo, que me embalo y puede acabar esto peor que lo de las caricaturas de Mahoma.

PD.- Vale, listo. Ya sé lo que está pensando usted. Que si nunca he ido, por qué sé cómo es, y hasta lo juzgo. ¿Ha estado usted en muchas orgías tumultuosas? ¿No? Entonces ¿por qué dice que están mal y que no le gustan? Pues lo mismo. Un respeto.

El carbón y tantas cosas

(Publicado hoy en El Mundo de León. Al final de esta entrada añadiré alguna cosa).

¿Cuántas actividades productivas se han acabado y a cuántos trabajadores y pequeños empresarios hemos visto tirar la toalla a la fuerza? En mi juventud asturiana empezaba a hacerse inviable la producción de leche en las pequeñas explotaciones campesinas y la aplicación desde la Comunidad Europea de la cuota láctea asfixiaba a los ganaderos. De tantos pequeños puertos fueron desapareciendo las barcas de pesca. En las ciudades, casi todo el pequeño comercio, y especialmente aquellas entrañables tiendas de ultramarinos, fue lentamente a pique porque no podía aguantar el embate de las grandes superficies. Y así sucesivamente. También vimos en Asturias cómo se recortaba drásticamente la producción de carbón y cuántas minas se cerraban, si bien con el momentáneo alivio de una prejubilaciones generosas. Uno de mis mejores amigos de juventud, que anda por los cincuenta y pocos años, hace ya un tiempo que pasó a pensionista con buena paga, al cerrarse en Gijón la única mina, la de La Camocha.
Ahora toca otra vez, en León. Los mineros son más luchadores, más correosos, diríase que les gusta su tajo, aunque sea razonable pensar que pelean para lograr un retiro digno, igual que otros antes. La sociedad se solidariza con la minería como no lo hizo otras veces con la ganadería ni con la pesca ni con el comercio ni con casi nada. Tampoco con esos pequeños empresarios que cada día se ven obligados a dejar su negocio. Tengo otro amigo que era dueño de una fábrica y ahora prepara oposiciones para conserje. Hasta en la Universidad se ha comenzado a negar la renovación de sus contratos a profesores con gran formación y amplia experiencia.
Deberían darnos a todos, al país entero, una moratoria hasta el 2018, o más. Alguien debería conseguir que el Estado ponga un colchón que evite estos batacazos continuos y ayude con buen dinero para que el tendero siga en su tienda, el pescador en su navío, el ganadero en su cuadra, el investigador en su laboratorio, el empresario en su industria…
Dicho esto, deseo de corazón la mejor suerte a los trabajadores de la minería, y también a los patronos honestos del sector. Y que a todos nos pille confesados el temible futuro que nos aguarda agazapado.
ADENDA PARA EL BLOG.
Díganme una cosa los habituales de este blog de ustedes. ¿Verdad que pensaron, al leer el título de esta entrada, que venía el cántico ocho mil a la fogosidad de los mineros y las virtudes del carbón? Pues no.
Los mineros son unos obreros que merecen muchísimo apoyo por su condición de asalariados, pero ni un ápice más que otros currantes, mismamente los del andamio, que pasan peligros tan grandes o más y que suelen cobrar menos y no se prejubilan tanto.
Algún día se deberá estudiar la mitología del carbón. Mi hipótesis es que se trata de la enésima herencia franquista no curada. Aquellos mineros del carbón que, en mi tierra, en la mina de La Camocha -a la que aludo más arriba-, fundaron Comisiones Obreras eran auténticos héroes, en todos los sentidos. Hoy, ahora mismo, es más difícil saber quién es héroe y quien víctima y quién las dos cosas.
Este año, sólo en León, se han dado de baja más de seiscientos autónomos. Nadie les regalaría ni agua si organizaran una marcha de protesta. Y en la calle se han quedado un montón de trabajadores de pequeñas empresas. Nadie les pone cara o nombre en los medios de comunicación ni les procura moratorias a base de subvenciones para las empresas, con beneplácito de la UE.
Entiéndase: hay que apoyar a los mineros y la minería del carbón, no objeto a eso. Pero tanto como al resto de los empleados y sectores productivos. Y eso porque no me pongo a hablar de los investigadores científicos de primera que aquí son mileuristas y que día tras día emigran a buscarse la vida, porque aquí no se les da tajo ni paga.
PD.- No sería raro que hoy me cayera algún gorrazo. Me lo habré buscado, por dar la nota a lo tonto. Puto redil de bienpensantes.

14 diciembre, 2010

Gran novedad jurídica: el Observatorio de Observatorios

Siempre he querido coleccionar algo, pero toda la vida me ha faltado constancia. Probé con sellos, con monedas, con cajas de cerillas, con postales, con almanaques o calendarios…, mil cosas; y nada. También… Bueno, déjalo. El caso es que al fin tengo una colección seria en marcha, y va viento en popa. Colecciono observatorios.

No me refiero a los meteorológicos ni a los astronómicos, sino a esos observatorios que sin parar crea el legislador estatal y autonómico: que si Observatorio de la Fauna del Monte Pelado, que si Observatorio de las Margaritas de Maceta, que si Observatorio del Ecosistema Inmundo, que si Observatorio de las Canciones Populares Bercianas, que si Observatorio de Cambio Climatérico… Tengo miles ya. No hay semana en que no aparezca alguno.

¿Quieren ejemplos reales, y a ver cómo los diferencian de los anteriores, que eran de pega? Déjenme que les diga unos cuantos, sacados prácticamente al azar: Observatorio del Empleo Público (Real Decreto 868/2010, de 2 de julio), Observatorio Estatal de la Convivencia Escolar (Real Decreto 275/2007, de 23 de febrero), Observatorio de la Lectura y el Libro (Real Decreto 1574/2007, de 30 de noviembre), Observatorio Universitario de Becas, Ayudas al Estudio y Rendimiento Académico (Real Decreto 1220/2010, de 1 de octubre), Observatorio Nacional del Termalismo y Desarrollo Rural, Observatorio del Sector Porcino (Cataluña), Observatorio de la Pequeña y Mediana Empresa (Real Decreto 943/2005, de 29 de julio), Observatorio Estatal de Violencia contra la Mujer (Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre), Observatorio Industrial Bipartito en el Sector de la Madera (Resolución de 13 de mayo de 2010, de la Dirección General de Trabajo), Observatorio de la Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres (Real Decreto 1686/2000, de 6 de octubre), Observatorio del Comercio Valenciano (Decreto 55/2001, de 13 de Marzo, del gobierno Valenciano), Observatorio de Precios de los Alimentos (Real Decreto 509/2000, de 14 de abril), Observatorio de la Distribución Comercial (Orden de 22 de octubre de 1996 del Ministerio de Economía y Hacienda), Observatorio de la Igualdad (LEY 7/2007, de 4 de abril, para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, y de Protección contra la Violencia de Género en la Región de Murcia), Observatorio de la Pequeña y Mediana Empresa (Real Decreto 943/2005 de 29 de julio)…

Bien, ya me cansé. Pero si me apuestan algo sustancioso, les preparo para mañana una lista de mil observatorios o más, empezando por los más chuscos.

Esta gente se pasa el día cotilleando y espiándolo todo. Su lema es: "Obsérvame: te estoy observando".

Es la última moda en gilipolleces legislativas.

Mi última adquisición es el “Observatorio Vasco de las Familias”. Que sí, diantre, que va en serio. Como en los patios de vecindad de antes. Que mira la del sexto qué bragas ha tendido, la muy guarra. Está en el Decreto 399/2010, de 23 de noviembre, de creación y regulación del Observatorio Vasco de las Familias (BOPV de 2 de diciembre de 2010). Pueden conocerlo aquí. Visto uno, los has visto todos, así que, si tienen curiosidad, echen un vistazo a esta prosa y ya se hacen una idea general.

¿Para qué sirven estos engendros jurídicos? Habrá de todo, pero la mayoría está creada más que nada para una cosa: para financiar a amiguetes y conmilitones mediante el encargo de estudios y proyectos bien pagados. Usted tiene cargo público con manejo de pasta ajena, quiere que unos colegas suyos se embolsen unos buenos miles de euros y resulta que la ley le pone trabas para regalárselos así, por el morro y sin papeles. Bueno, no hay problema. Puede, entre otras cosas, constituir una fundación, lo cual tiene un trámite algo más engorroso, o puede disponer la creación de un observatorio de cualquier mentecatez. Luego le pone un dinero para su presupuesto y, previamente, en la norma que lo crea, ha establecido que una de sus funciones es propiciar estudios y proyectos sobre la sexualidad latente de la oruga cachonda y tal. Y arreglado, le dice al Director del Observatorio, que casualmente es el novio de su sobrina de usted, que encargue el apaño a la empresa-tapadera que ha constituido la cuñada de su Consejero de Chupa-Chupa, y listo. Ni siquiera hace falta meterle mano a una sola oruga para ver cómo iba aquello. Son veinte mil euros este año y otros tantos el que viene. De nada.

Luego están los que no pillan tajada gorda, pero forman parte de la Dirección o Comité Superflás de algún Observatorio. En las conversaciones de pijos se lleva mucho ahora preguntarse por los observatorios. "¿Tú en qué observatorio estás?". "Yo, ahora, en el de Vegetaciones y Sinusitis y en el de Remo, Waterpolo y Rómulo, ¿y tú?". "Chico, yo he dejado el de Puntos y Comas porque no podía más. Ahora ando sólo en el de Cócteles Sin y en el del Portal de Bailén" (nota del traductor: este Observatorio había sido creado, como Observatorio del Portal de Belén, por el segundo gobierno de Aznar, pero una de las primeras medidas de Zapatero, nada más bajarse de la onda expansiva, fue darle un toque laico, con lo que se cambió Belén por Bailén, se transfirió a la Junta de Andalucía y tiene actualmente su sede en Algeciras).

Bueno, pues yo voy a patentar un observatorio nuevo y revolucionario, uno que está haciendo muchísima falta: el Observatorio de Observatorios. Sí. Concretamente, se llamará Observatorio Estatal de Observatorios, a fin de que, de inmediato, cada una de las diecisiete Comunidades Autónomas cree su Observatorio Autonómico (Gallego, Asturiano, Murciano, Balear, Canario, Madrileño… y el Vasco y el Catalán, que se distinguirán porque les meten más pasta por no sé qué de un teatro, porque tienen una Exposición de Motivos en la que se explica que cada nación tiene que observarse a sí misma y no dejar que la miren otros y porque en la norma constitutiva se establecerá que tales Observatorios meramente nacionales de allí mismo tendrán representación diplomática en Bruselas, Pekín y Las Vegas), a fin de que en cosa de un año o dos el Observatorio Estatal quede sin competencias y sin nada que observar, aunque seguirá funcionando y una reforma de su normativa dispondrá que el número de miembros de su Directorio pase de veinte a ochenta y dos.

Por supuesto, tanto en el Observatorio Estatal de Observatorios como en los Observatorios Autonómicos de los Observatorios Autonómicos respectivos no se cobrará por ser miembro Observador de la Dirección del Observatorio y sólo se percibirán dietas. En cambio, los que formen parte de cualesquiera de dichos Meta-Observatorios y hagan más que observar y observar, es decir, que trabajen algo, percibirán un sueldo neto que oscilará entre los doce mil euros anuales del Observatorio Riojano de Observatorios de La Rioja (en abreviatura: TINTO, aunque no entiendo por qué) y los noventa mil del Observatorio Vasco de Observatorios de Euskadi (Vaskoak Observatorikoak Reobservatorikoak Vaskaya –VORV-).
¿Qué les parece mi observación?