26 abril, 2012

Evaluación y seleccion del profesorado universitario


En comentario al post anterior me pregunta Gauffre cuál sería, en mi opinión, el adecuado sistema para la evaluación del profesorado. Voy a exponer más bien alguna idea no muy original sobre cómo debería el profesorado ser seleccionado en las universidades públicas, pero antes algo tendré que decir sobre los sistemas de evaluación vigentes. Lo haré en unos pocos puntos y luego pasaré al otro tema.

1. Consideración previa. Diga un servidor lo que diga de cualquiera de esas variantes en evaluación, tendré variadas respuestas desde la feria y dependiendo de cómo a cada uno le haya ido en ella. Es inevitable y es respetable, no digo que no. En descargo de mis opiniones o para que se me ubique adecuadamente, para bien o para mal, sólo aclaro esto:


a) Nunca he estado ni he querido estar –en lo que oportunidad hubiera tenido- ni en comisiones de las que juzgan de sexenios investigadores ni entre los de la comisión o los evaluadores para acreditaciones de profesor titular o catedrático. Sí he pertenecido a alguna comisión de las que acreditan para profesor ayudante o contratado doctor, pero en agencia autonómica.


b) Tengo mis sexenios al día y nunca me denegaron uno. Pero puede ocurrir, no soy ninguna vaca sagrada; toro tampoco. Conozco algún buen investigador al que injustamente se le negó sexenio y más de un manta alevoso que los tuvo todos, especialmente entre los viejos cátedros que pillaron los primeros, cuando el todo a cien.


c) Doy gracias al cielo por no haber tenido que acreditarme para titular o catedrático, pues soy de sistema anterior (aunque conste que la cátedra la gané fuera de casa y contra candidato local) ¿Por qué lo digo? Porque abomino de los papeleos, las burocracias y las famosas aplicaciones y porque odio con toda mi alma que alguien trate de obligarme a hacer lo que no me gusta o me parece una idiotez supina. No me veo yendo a escuchar pedagogos sin seso para tener titulitos de actualización en mentecateces. En cuanto a trampas, me gusta hacer las mínimas, a ser posible. En el sistema de acreditaciones de la ANECA es un espanto que haya que rellenar apartados tan idiotas como los de carguitos, cursitos y bobaditas variadas, igual que es un asquillo que otras cosas cuenten al peso, desde las estancias de investigación en el extranjero hasta las tesis doctorales dirigidas, y no digamos las mismísimas publicaciones. En lo referido a investigar, publicar o enseñar, lo haré mejor o peor, pero no tengo problema para competir donde haga falta, siempre y cuando que el árbitro sea decente y apto y no el primer imbécil pillado a lazo por ser primo de alguien.


d) En cuestión de acreditaciones de la ANECA he visto toda la casuística: desde muy capaces y expertos profesores a los que se le ha negado la acreditación, hasta famosas acémilas que la han obtenido con holgura. El sistema ha tenido la virtud de desbloquear el camino para buenos profesionales que con el anterior procedimiento lo tenían complicado por razones “políticas”, de facciones y escuelas, pero en los resultados comparativos resulta profundamente injusto. Ahora mismo, al menos en lo poco que yo de oídas conozco o lejanamente voy viendo, es una lotería lo de la acreditación, no hay verdadero criterio y prima una cierta arbitrariedad o, si se quiere decir más suave, hay un elevado componente de azar.

2. Pese a unas cuantas cosas de las que en el punto anterior he dicho, no me parecen del todo mal ni el sistema de sexenios ni el de acreditaciones. Me refiero a las ideas de fondo o los esquemas de partida. Otra cosa es que convenga muy mucho hacer algunos ajustes o correcciones. Las más importantes tienen que ver con la necesidad de sustituir la evaluación al peso por la evaluación fundada en el análisis de resultados reales.


a) En cuanto a los sexenios, convendría que se prescindiera de una vez de estupideces y frivolités. Si lo que se comprueba es la concurrencia de un mínimo decente de méritos investigadores en el periodo correspondiente, quien evalúa debe ver lo que dicen los trabajos presentados y si son serios o se trata de refritos infumables o tomaduras de pelo envueltas en celofán indexado. No hay más tutía. Si con un evaluador por materia o área de conocimiento no alcanza, búsquense cuantos sean necesarios. Y déjense ya de cretineces como algunas de las que, si no me equivoco, se vienen imponiendo últimamente. Qué es eso de que, en el campo del Derecho, por ejemplo, un trabajo publicado en un libro homenaje no cuenta y sí vale, porque sí, el que ha aparecido en tal o cual revista. ¿Y si el primero es fabuloso y el segundo es una memez con notas a pie de página? Y qué decir de que una monografía de ochocientas páginas valga como una “aportación” y cinco artículos de veinte páginas computen como cinco aportaciones. Leer, hay que leer u hojear al menos lo que está dentro de las obras que el candidato ha seleccionado, o incluso de toda su producción de ese tiempo. Y que no nos vengan con que cómo se mueve tanto papel, pues no hace falta mover papel ninguno: se envían en formato electrónico los trabajos al que evalúa y sanseacabó. Por supuesto, en la motivación de la denegación, cuando sea el caso, hay que entrar en materia seriamente. ¿Que es trabajoso así? Vale, pues páguese como corresponda. Y, sobre todo, ¿no es mejor un sistema trabajoso que uno que roza el ridículo? Lo de ahora es como pedirle a un árbitro de boxeo que arbitre un combate, pero sin ver a los púgiles, solo de oído, por los gritos del público. Es tongo.


b) Todo lo anterior se aplica igual a las acreditaciones. Con el agravante de que ahí son más las cosas que van a ciegas, no solamente publicaciones. De esa manera se puntúa también por toda una serie de lindezas y con desatención absoluta a los resultados. Por ejemplo, cuenta haber sido vicedecano de algo, aunque no se sepa si en tal cargo se hizo algo útil o más bien zanganear, montárselo de mamporrero del superior de turno o, aun peor, colaborar a la ruina y el descrédito de una facultad entera. Pero no, cargo es cargo y si usted ha sido teniente o sargento, le aplican puntito, aunque lo haya sido de las SS. Idénticamente, por mencionar solo otro caso, si ha presentado estancias de investigación en centros extranjeros. Si no las tiene, mal asunto. Si las acredita, puntos por ahí. Vale, seis meses en Edimburgo o Los Ángeles, pero haciendo qué. Ah, sobre eso no se pregunta. Estuvo, y listo. Pero es que se fue allá porque tiene allí una novia y un primo profesor que le firma los papeles necesarios, pero golpe no dio ninguno, salvo con la contraparte y en la cama. Da igual, basta haber estado y tener documento que lo diga. Nunca el estar fue tan relevante para el ser. Y nunca circularon tantos certificados falsos, amañados o firmados por un cuñado.


Pero en lo de las acreditaciones se suma otro vicio muy grave: los informantes o evaluadores anónimos. Lo del anonimato es una vergüenza nacional. La razón para que los que informan de los expedientes lo hagan anónimamente está, como es obvio, en que en este país hay mucho cabronazo, mucha mafia, mucha venganza y mucha porquería. De acuerdo, pero precisamente esa es la gran razón por la que no debe haber evaluación en el anonimato: porque no está garantizado que no sea un zote corrupto el informante emboscado.


3. Entre el párrafo inicial del punto anterior y el desarrollo que vino luego hay menos contradicción de la que parece. Pues tanto sexenios como acreditaciones tienen su plena razón de ser como controles de mínimos, pero no como vías automáticas de acceso o de ascenso del profesorado universitario. En los sexenios no se trata, o no ha de tratarse, de un certificado de excelencia investigadora, sino de un control de que se haya realizado un mínimo de investigación digna, dentro de los estándares de cada campo o rama del conocimiento. Se trata de ver que el candidato ha investigado algo seriamente y con algún fruto. Nada más que eso. ¿Para qué valen, entonces, los sexenios? Para separar el grado de la paja, para que vaya quedando en evidencia el que no da golpe o el que nada más que quiere medrar a golpe de de decanato o de sindicato o de conspiración de campus o de hacerle pajillas a rectores y rectoras. De estos cada vez hay más, la plaga es atroz. Conste que no hablo en sentido figurado. Y conste que tanta culpa como los sujetos activos la tienen los pasivos. Dos no se pajean si uno no quiere.


Y las acreditaciones deben servir para acreditar, para acreditar que el acreditado ya da los mínimos para ser profesor titular o catedrático. ¿Y luego qué? Ahí, amigos, ahí está la madre del cordero. Y el padre y toda la parentela. Y luego es cuando la película debería empezar, y empezar en serio. Luego habría que pasar al sistema de selección del profesorado de entre los que han sido evaluados y han superado esas pruebas de mínimos.


Aquí, al decidir quién va a ser profesor e investigador de tal cosa en tal departamento de tal universidad, a mi modo de ver no hay más que un sistema que pueda ser eficiente en un país como el nuestro: que el que selecciona responda y pague por las consecuencias de sus selecciones. Desde la institución misma, la universidad de que se trate, hasta el último miembro de ese departamento o como se llame la unidad administrativa que queramos tomar como referencia. Si se prefiere que sea la facultad, también me vale. Lo decisivo es esto: que los que seleccionen respondan y que los que respondan hayan participado en la selección.


¿Eso cómo se hace? Es bien sencillo y ya está más que inventado y puesto en práctica en algún país. Lo explicaré con un caso que me invento. En mi universidad mi disciplina está integrada en el Departamento de Derecho Público, ya que solo hay dos y los de Privado son muy suyos y como para meterse ahí, donde no tienen más que negocios jurídicos bilaterales y unilaterales, convenios colectivos, empresas y variadas sociedades con ánimo de lucro. Póngase que hubiera en plantilla un hueco de titular o catedrático de alguna materia de mi departamento y que la condición de selección fuera básicamente esta: el departamento puede escoger a quien quiera, si acaso de los que estén acreditados (aunque esto no me parece en modo alguno imprescindible). Ya estará usted, amigo lector, echándose las manos a la cabeza al presagiar lo mismo que yo y que cualquiera que conozca el percal: será seleccionado el amante de Fulano/a, el sobrino de Mengano, el hijo del capoescuela de esa disciplina, el antiguo secretario general del partido que controla el Ayuntamiento, el discípulo predilecto del catedrático más dilecto, uno que toda la vida estuvo allí y que ha perdido el seso y que pobrecito, el recomendado de la limpiadora que ni limpia ni es fija pero da esplendor…


Ah, pero espere, nos falta un detalle. La remuneración del profesorado está organizada así: tanto por ser titular o catedrático, tanto, si queremos seguir con lo que hay, por tramo docente o investigador y… una cuarta parte del sueldo de cada cual dependiendo de los resultados del departamento. O sea, que, por ejemplo, a más sexenios del departamento, más cobra cada uno de sus profesores; y a menos, menos. Si por seleccionar indocumentados o capaces nos jugamos cada uno quinientos o seiscientos euros al mes, como mínimo, ¿a quién escogeremos de entre todos los que estén en condiciones de concurrir? Al mejor. Por la cuenta que nos tiene. Pues así de sencillo. Mano de santo. Porque el problema ahora es que usted enchufa como profesor al más lerdo de la Comunidad Autónoma y a usted no se le sigue ningún perjuicio. Al contrario, tanto el idiota como su familia y como sus primos en el ayuntamiento le quedarán eternamente agradecidos por haberles colocado de catedrático a ese pobre que jamás habría sacado unas oposiciones para conserje y le van a levantar multas, le llevarán jamones navideños y le presentarán unas amigas preciosas que han venido de Rumanía la semana pasada y que trabajan en “nuestro” local. Vale, pero que pierda usted pasta porque el imbécil ni investiga ni enseña un carajo ni produce nada, y ya veremos a qué da preferencia al final.


Sirve igual en lo que toca a la docencia. Que se den más dineros a las facultades cuyos egresados alcanzan, de promedio, mejores salidas profesionales, previa elaboración del correspondiente baremo objetivo y acopio de los pertinentes datos. Y, en cuanto a las universidades, más dineros cuanto más alto sea el índice de sexenios investigadores (o sistema que se arbitre) y de proyectos de investigación competitivos y con financiación externa de sus profesores y cuanto más elevara resulte aquella proporción de éxito profesional de su titulados. Si procede, añádanse otros factores objetivos y serios, como patentes y similares.


Es tan sencillo que casi da risa. Risa floja. Pues nos preguntaremos por qué es imposible que cosa así la vean nuestros ojos. Sabemos que a los primeros que tendríamos que poner de patitas en la calle sería a más de la mitad de los rectores. Y de ahí para abajo, media plantilla a tomar vientos. Sin violencia legítima no creo que sea posible, y hoy en día está muy desprestigiada toda la violencia, hasta la legítima. Pues nada, ajo y agua y que siga la fiesta. Que ya falta poco para el cierre del chiringuito.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

También seria importante aumentar la transparencia porque yo acostumbro a oír entre académicos este tipo de discusiones pero nunca salen nombres ni señas.

Si yo por ejemplo llego a saber que a mi hijo le alecciona el zote perezoso en vez del sabio currante, me iba a oir el que le nombró.

Anónimo dijo...

El Gobierno publicó el BOE 21/4/2012 medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo. Sería interesante leer algún comentario al respecto.

Gauffre dijo...

Muchas gracias por su amplísima respuesta.

Creo que su razonamiento, pese a su aparente solidez, tiene un punto débil que lo hace desmoronarse. Por una parte dice que los evaluadores de las revistas no valen para nada, porque dejan pasar auténtica mierda. Pero por otra dice que usted defiende un sistema de acreditación/sexenios en el que habría unos evaluadores que se leerían nuestros trabajos y dirían si son buenos o malos. La diferencia entre su propuesta y la situación actual es en qué punto se establece el filtro, pero en los dos casos tenemos el mismo problema: dependemos de las decisiones de otras personas, que pueden ser muy razonables, pero con una probabilidad no despreciable serán unos burros y unos vagos.

Anónimo dijo...

No veo ninguna consideración sobre la docencia, la gran perjudicada por el actual sistema y por el que se avecina.

Como la docencia no da puntitos para la acreditación y los quinquenios son automáticos, a los alumnos que les den por el culo, yo a lo mío: en mi despacho a "investigar", o sea, a producir cuantitativamente papel.

Me gustaría leer alguna reflexión del profesor García Amado sobre los caraduras que terminan las clases quince días antes del final de curso, sobre los que no se las preparan y leen los folios ya amarillentos que copiaron de un par de manuales años ha, sobre los que exigen poco precisamente para que los alumnos sean más indulgentes con ellos (y así, contentos todos), sobre los que a caballo de Bolonia se pelan buena parte de las horas lectivas poniendo peliculitas, encargando trabajos a los estudiantes y haciéndoselos exponer en clase, etc. (cualquier excusa innovadora es buena para escabullirse de la tarima).

Juan Antonio García Amado dijo...

Para el último anónimo. Estimado amigo, puede que un día de estos me repita, pero sobre los descaros que usted muy bien menciona ya he escrito un montón de veces aquí y en Faneca. Y verá que estoy muy de acuerdo con usted en esas críticas.
Por otro lado, cuando aquí digo que a efectos de remuneración y financiación hay que tomar en cuenta el éxito profesional, seriamente medido, de los titulados, estoy hablando de los resultados de la docencia, al fin y al cabo.
En cualquier caso, un día de estos volveré sobre el tema de los timos docentes en vigor. Pero tanto lo de acabar las clases antes de tiempo como lo de las peliculitas lo he mencionado yo mismo muchas veces. Y tantas otras cosas.
Saludos.

Anónimo dijo...

Tiene razón, profesor, y lamento el poco matizado comentario anterior.

Pero es que en algunas ocasiones da la impresión de que al buen investigador (rectius: a quien acumula sexenios) le disculpamos que pueda ser un pésimo docente, cuando muchas veces ha ido sumando los puntitos a costa precisamente de otras obligaciones, como las docentes, que quedan totalmente desatendidas. Por el contrario, a un excelente docente no le disculpamos que publique menos.

Mi diagnóstico de la universidad española es radicalmente contrario al de Wert: el salto que se ha producido en investigación en los últimos años ha sido francamente bueno. En cambio, el nivel docente se encuentra por los suelos.

Un saludo

Anónimo dijo...

En el área de ciencias en la que yo me encuentro creo que es fundamental que el profesor haga también investigación, no tiene mucho sentido "contar en las clases" cosas que no sabes ni como se hacen, y eso solo se puede conocer si las estas realizando tú mismo en el laboratorio.
En cuanto al último comentario, en relación al aumento de la investigación en España en los últimos años, habría que ver a quien se debe realmente, al catedro apalancado en la poltrona o a la caterva de becarios esclavizados que tratan de conseguir meritos para poder estabilizarse.

televisores dijo...

Considero que la docencia universitaria debe mejorar, me parece muy poco ético, el docente que al pertenecer a una entidad pública pierde la motivación por su verdadera esencia, la enseñanza; por un cumplimento de labor banal.

Yossi dijo...

La verdad es que es un bálsamo para el alma leer verdades como puños como las que se han dicho aquí, sin pelos en la lengua.Es, cuando menos, absurdo, si no aberrante, valorar la actividad docente de una persona en función del número de publicaciones, cargos ADMINISTRATIVOS y oscuras estancias en el extranjero. Quien se dedica en cuerpo y alma a dar clase, necesita un buen número de horas para preparar materiales, confeccionar ejercicios adecuados (sobre todo si son de idiomas como es mi caso), corregir tareas, atender dudas de los alumnos en las tutorías y reciclarse continuamente. Pero el día tiene 24 horas, y es imposible llevar a cabo una buena labor investigadora con el fin de ver publicado un solo artículo que valga la pena; para lo cual, también hay que recordarlo, se necesitan meses, desde que se escribe el artículo hasta que sale en la revista de turno. Meses, en el mejor de los casos. Si queremos publicar en revistas indexadas, la lista de espera pueden ser años. ¿Y qué decir de la escasísma puntuación dada a las traducciones de otros artículos y trabajos de referencia de reconocidos expertos extranjeros? Y no me refiero a las traducciones del inglés, sino a las de lenguas "raras" como el árabe, el ruso o el hebreo, en las que aparecen artículos de investigadores nativos de esos países, expertos en diversas materias sobre las que algunos de nuestros investigadores podrían extraer valiosísimos conocimientos para estar al día de lo que se mueve en el mundo.¿No debería la Aneca valorar por separado a docentes e investigadores? Realmente, estamos inmersos en un círculo vicioso difícil de romper: si no investigas, no te acreditas. Pero para investigar necesitas tiempo. Si encima le exigen a uno estancias en el extranjero de varios meses, el que no trabaje en la universidad, pero quiera ir sumando puntos para tener la remota posibilidad de acreditarse alguna vez, deberá abandonar su frágil estabilidad laboral para irse a fisgonear en alguna biblioteca del país de su elección. Porque pedir una beca...bueno, mejor no hablar. En definitiva, felicito a los fundadores de la mafia-¡qué digo, perdón!- de la Aneca por inventar un medio de colocar a mediocres,vagos, enchufados y otros pobres desgraciados que no tendrían opción de entrar en la universidad de otra forma. La labor social de la Aneca en este sentido es encomiable. Facilita la integración laboral de estos colectivos. Seguramente pensarán que los que somos capaces de algo más nos podremos ganar la vida de otra forma y seremos más útiles fuera de la uniersidad que dentro de ella.

Yossi dijo...

Perdonad si alguien se siente ofendido repecto a las traducciones del inglés. No he pretendido decir que sean más fáciles de hacer, sino más fáciles de conseguir. Ha sido un pequeño desliz por escrbir ta rápido y or tantas ideas bullendo a la vez en la cabeza. Gracias por la comprensión