22 mayo, 2013

Comentario a un comentario en el post “Por qué no están los mejores y cómo repartimos las culpas”



            En esa entrada de hace unos días un comentarista anónimo escribe lo siguiente (en cursiva):

Y en esto está el fallo de todo el argumento presentado:"Si yo soy catedrático, dos mil euros mensuales como sueldo fijo y el resto, hasta límites bien altos, en función de la producción científica real de mi departamento o de la parte de él que yo escogí." La premisa de que el catedrático dirige una estructura piramidal es justamente el origen de la endogamia. Hay que hacer titular a uno más para mi grupo que no inicie una línea nueva de investigación, que no compita conmigo por proyectos ni por espacio de laboratorios... Ahí esta el fallo. Por que no se habla nunca del cuerpo único? Por qué no se habla nunca de limitar el número de personal fijo en los proyectos de investigación? Por qué nadie piensa que en la mejores universidades británicas (que es lo que conozco) un equipo de investigación es un Professor o un Lecturer (pero no los dos) con sus estudiantes de doctorado y sus postdocs pero nada más? Cuando en el extranjero el prestigioso investigador Prof. X se presenta diciendo que en su equipo están el Dr. Y y la Dra. Z que cada uno se encargan de dirigir a los estudiantes y postdocs, la reacción siempre es la misma "Así cualquiera publica tanto!" Por que entre tanto informe de "experto" nadie habla de derruir las pirámides. Tal vez porque esos informes destilan un corporativismo rancio, de catedráticos "pata negra" imbuidos de un espíritu sacramental que les hace creerse los guardianes del santuario.

            No sé como tomármelo, dicho sea un poco en broma. Porque en líneas generales el anónimo comunicante tiene razón, pero en lo que a un servidor y al sentido de aquella entrada se refiere, me parece que yerra bastante. Así que, con amistosa actitud, aprovecho para intentar aclararle alguna cosa y, de paso, amplío mis opiniones.

            1. Relativizo absolutamente las jerarquías formales y los escalafones institucionales. Es muy sencilla la razón: hay catedráticos que son unos burros y están como burros y hay titulares y profesores contratados que tienen una altísima capacidad y que saben diez veces más que sus supuestos “jefes” y trabajan el triple. Si me encargaran que en mi disciplina o en otras cuantas de las que algo conozco escogiera veinte o treinta profesores universitarios para ir a Europa a competir en algún torneo de la materia, habría en esa selección una buena porción de no catedráticos, junto con unos cuantos cátedros también. Pero, desde luego, a unos pocos catedráticos que yo me sé no me los llevaría ni de utilleros, ni para lavar los calcetines de los otros servirían.

            2. Es bien cierto, creo, que el modo como de hecho y por tradición funcionan las jerarquías en nuestras universidades lleva a todo tipo de corruptelas y apaños. Y, si me apuran, creo que más todavía en las ciencias duras. Ser catedrático ahí supone que vas a firmar en todos los trabajos del equipo, y a veces el primero, aunque tú no hayas dado ni puñetero golpe y ni siquiera sepas de qué va eso a lo que añades tu nombre y que pasa a tu currículum. Hoy en día es particularmente sangrante ver cuántos becarios pasan tres o cuatro años trabajando para el catedrático o los “de dentro” que el catedrático quiera promocionar, cómo les hacen las investigaciones y los trabajos y luego... el becario a la calle o a la Conchinchina y los otros vacilando de escalafón y nivelazo en los burdeles del campus.

            Aclaremos, no vaya a venírsenos un anónimo que lea a su manera: no todos los catedráticos son así y no siempre se funciona de semejante modo; sólo afirmo que no es poco común que así vayan las cosas.

            3. Se me critica a mí mismo en el comentario ese, repitiendo lo que era, en el fondo, el eje de mi tesis. Claro que es esa estructura piramidal formal o más basada en el poder y la influencia académico-burocrática que en la competencia profesional lo que favorece la endogamia. Yo, catedrático, seré tanto más poderoso en mi universidad y en mi disciplina en todo el país cuanta más gente mía “coloque” o cuanto mejor y más disciplinadamente me integre yo en una escuela que tenga muchos “colocados”. Y algún día habrá que hacer una consideración detenida sobre el concepto y los efectos de esa idea de “colocación”. Disciplinas enteras se salvan o se condenan en los planes de estudios o en el diseño general de la ciencia según que tengan o no un catedrático bien “situado” en el gobierno de turno o en las comisiones y agencias competentes cuando cada reforma.

            Por todo eso, y más allá de consideraciones personales positivas o negativas que no vienen ahora al caso, me chirría enormemente cuando oigo frases del tipo “en mi escuela ya tenemos quince catedráticos” o “Fulano se jubila dejando veinte catedráticos y cien titulares”. Qué prolífico, mi amol, qué potencia. Pero si metemos en la evaluación cuántos indocumentados habrá entre los que medraron bajo el poder de Fulano o cuántos competentes acabarían en las cunetas de la Academia ante el empuje de esa escuela en los concursos y las agencias, a lo mejor habría que rebajar un poco la loa. No es tan poco común que nuestra admiración ante los “maestros” eche sus raíces en aquélla que antes se regalaba al macho que preñaba muchas señoras que no eran la suya, o la que se brinda al capo mafioso que se hace a sangre y fuego con el dominio de un territorio y luego pasea con ostentación y mostrando sus esclavas de oro y sus camisas de seda.

            Lo que no quiere decir, tampoco, que no haya buenos maestros, y alguno he conocido yo de cerca. Cierto también que, sean buenas o malas las escuelas, está por escribir la gran sátira sobre su vida interna y sobre los quebraderos de cabeza que da tanto a los que mandan como a los pringadillos que sueñan con heredar al Supremo o que hacen sus méritos para poder sentarse un día a la mesa de los coroneles. En otra ocasión intentaré aquí un resumen y se verá cómo es habitual que al hacerse mayor el maestro se encapriche de y promocione a chavalas (a veces chavales; y a veces son maestras; no me hagan perder el hilo con combinaciones de géneros y orientaciones sexuales) no muy capaces pero con indudable encanto, cómo algunos de los aspirantes a suceder al dios se impacientan en exceso porque es longevo, etc.

            Por las dudas y puesto que parece que mi interlocutor en ese comentario es de ciencias: yo no crecí en una escuela, no he formado ninguna ni lo haría aunque pudiera y cuando con alguna he tenido, de mayor, tratos estrechos, hemos acabado a palos porque no pasé alguna de esas pruebas consistentes en caminar sobre piedras candentes o votar a torpes señalados por el divino dedo. Lo que no quita para que pudiera equivocarme más de una vez ni me libera de tener mis muertos en el armario también, no digo que no. Pero en el capítulo de resistencia antiparásitos estoy dispuesto a competir con quien haga falta y alguno me ganará, pero no muchos. Y perdón por la inmodestia.

            4. Pero jerarquías tiene que haber. Alude nuestro amigo anónimo al cuerpo único y yo no tengo inconveniente a que sea único, con tal de que haya controles para que sea cuerpo; controles reales, fiables y no corruptos. Si ya he afirmado antes que no creo que la superior posición en el escalafón conlleve una más alta cualificación real, admito perfectamente que haya un sólo cuerpo de profesores funcionarios (o sea cual sea su estatuto), siempre que a ese cuerpo se acceda cuando se ha demostrado sin trampa ni cartón un cierto nivel en la investigación y la docencia. Ya sé que con esta pandilla de corruptos que somos no hay manera de controlar el nivel ese con objetividad, pero de eso ya hemos hablado en otras ocasiones.

            Es más, habría que sacar de ese cuerpo único a muchos de los que ahora mismo son o somos profesores funcionarios, catedráticos o titulares.

            Dicho todo lo cual, repito jerarquías tiene que haber. Al que trabaja más y mejor tiene que ser posible pagarle más, pagarle por lo que hace y por cómo lo hace. Y al que se apalanque o se oxide ha de ser posible bajarle el sueldo, ponerlo de patitas en la calle o, si esto no cabe, obligarlo a limpiar los aseos y entretenerlo con labores en las que no haga daño. Jerarquías tiene que haber, pero (y no me entiendan mal) las jerarquías no pueden trazarse burocráticamente o políticamente, ha de ponerlas el mercado. Que las universidades sean financiadas en razón de sus resultados (y en proporción a otros parámetros que hagan equitativo el reparto entre universidades grandes y pequeñas, capitalinas o provincianas, etc.) seriamente considerados y que puedan las universidades competir, pagando, por los profesores que les garanticen mejores resultados. Pensando en Derecho y a título de ejemplo, no me explico por qué el profesor X (podría dar nombres, bastantes, pero no lo haré para no liarla más), de extraordinario prestigio académico y considerado genial y de lo mejor de Europa, puede recibir una oferta millonaria de un gran despacho de abogados, pero no puede recibir una oferta similar de su universidad para que se quede en ella a pleno rendimiento y exigiéndole como en el bufete ese le van a exigir; o de otra universidad, para que a ella se vaya y en ella forme a sus estudiantes y profesores y organice las investigaciones en esa materia. ¿Por qué no hay mercado en las universidades y entre las universidades pero se permite que las empresas se lleven de las universidades a su personal mejor?

            Ha de haber jerarquías dentro del cuerpo único, del cuerpo variado o del cuerpo místico, démosle el nombre que queramos, mas tienen que ser jerarquías vinculadas al saber, el rendimiento y la disposición para el trabajo y el esfuerzo. En un sistema de universidades públicas competitivas en serio y jugándose su suerte de verdad, muchos titulares y contratados de ahora mismo pasarían a ganar muchísimo más y a estar infinitamente más solicitados que gran parte de los catedráticos de ahora.

            ¿Que cómo podemos lograr todo eso? Sencillo del todo. Bastaría hacer un sistema serio y real de medición del rendimiento de las universidades o de sus centros y, por ejemplo, avisar de que las dos universidades que peor calificación obtengan de aquí a cinco años dejarán sí o sí de recibir financiación pública. Con este matiz adicional: se permite a las universidades luchar por los profesores buenos y librarse de los malos. ¿Librarse cómo? Hombre, pues igual que se ha hecho ahora para prescindir de muchos muy prestigiosos y capaces, con prejubilaciones lujosas, diciéndole al catedrático inútil esto: usted, so zote, o se marcha ahora mismo con el ciento por ciento de su sueldo, pero no vuelva por aquí a manchar nada, o le abrimos un expediente por bajo rendimiento y, además, le quitamos el despacho y la becaria mofletuda. Infalible. Y también digo esto otro, que muchos de los que ahora hacen muy poco producirían dignamente si Damocles tuviera espada y la sintieran sobre sus cabezas. Sucede que ahora Damocles tiene un palito de madera y que lo usa para darse gusto.


            5. Termino con lo que dice el comentarista que dije y que sí dije. Donde pongo eso de “Si yo soy catedrático...”, lo expresé así porque me estaba poniendo a mí de ejemplo y soy catedrático. Pero en el sistema que en esa entrada proponía y que aquí estoy reiterando “catedrático” es perfectamente intercambiable por “profesor”. Planteaba que los profesores nuevos deben seleccionarlos todos los miembros de una unidad coherente de investigación y docencia, llámese departamento (coherente, repito), área, centro, o como se quiera, y que cada uno de esos que entre candidatos la plaza optan tiene que saber que su puesto estará más seguro y mejor pagado cuanto mejor sea el conjunto y, por tanto, cuando más aporte ese nuevo fichaje al conjunto; y que cuanto menos, menos. Estaba bien lejos de mi intención el sugerir que deberían ser solamente los catedráticos los que decidieran esas cosas. Aunque me reconocerán algo más: por mucho que digamos de los catedráticos y sus malas mañas, no conozco muchos titulares y contratados que puedan presumir de mayor altura moral o de miras más inmaculadamente académicas. Somos como somos y esto está como está, hecho unos zorros; y unas zorras.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Prefiero seguir siendo anónimo, por aquello de que el mundo es un pañuelo... Efectivamente deduces bien, soy de ciencias (le quito lo de duras, daría para otra discusión interesante...). Me da la impresión de que estamos de acuerdo en -casi- todo. En lo que es en eso de que "jerarquías tiene que haber". Mi experiencia, en universidades británicas, como escribí, es que un grupo de investigación es un miembro del "staff" y sus estudiantes y postdocs. No más. De alguna contratación fui testigo y en ella hubo alguna conferencia más bien asamblearia, estudiantes incluidos (la conferencia no era el único cirterio, claro) y un criterio claro: el nuevo contratado ha de traer conocimiento nuevo: una nueva area de investigación, una nueva asignatura de una sub-disciplina de la que no se dispone de especialista... vamos lo contrario de lo que se hace por estos pagos. En cuanto al control del rendimiento, por supuesto que estamos de acuerdo ! Otra cosa es que últimamente en la dichosa comisión de "expertos" (entrecomillado con intención capciosa) se vuelva a proponer la habilitación nacional de tan infausto recuerdo y que simplemente es reflejo de la mentalidad sacerdotal de los proponentes que conciben tal acto como acto sacramental "que imprime carácter". Me parece que en en el fondo estamos más bien de acuerdo, salvando detalles faltaría mas :-)

Anónimo dijo...

Una frase se ha colado mal escrita... donde digo "En lo que es en eso de que "jerarquías tiene que haber"" debería ser "En lo NO es en eso de que "jerarquías tiene que haber""

Perplejo dijo...

Estimado profesor,

No comento muchas de sus entradas por la poca sustancia que tendría un "de acuerdo con (casi) todo".

Nunca he creído que articular un sistema más racional y productivo sea difícil (Están las importantísimas cuestiones de matices, claro -cómo concretar tantas cosas-; pero los cimientos y la estructura son cuestiones de "bon sens"). Lo difícil es llevarlo a la práctica, pues el sistema -lamento repetirme- es casi absolutamente refractario a la meritocracia.

Y por "sistema", obviamente, quiero decir que este, ese y aquel individuos concretos que forman parte de instituciones concretas abominan de la meritocracia y se afanan en el chalaneo. Y por buenas razones: en una sociedad donde abundan los pillos, los mafiosetes y los zánganos el baremos del mérito es temido como la bicha.

En España, el esfuerzo lo dedicamos a "clientear". Así nos desluce el pelo. Ni que decir tiene que a corto y medio plazo no hay solución. Enjuague lampedusiano, si acaso.