16 diciembre, 2013

Académicos de allá y de acá



                Viajé el pasado jueves a Alemania y regresé ayer, domingo. Dormí tres noches en Münster, ciudad universitaria de Renania del Norte-Westfalia. Mucho frío, pero gran alegría callejera con los mercadillos de Navidad en todo su apogeo y enorme cantidad de gentes visitando la ciudad. Desde hace dos o tres meses estaban reservadas todas las habitaciones de hotel para estos días. En Alemania no se nota la crisis, porque no hay crisis allí. Gran ambiente en las tiendas tan bien adornadas para la época, calles iluminadas con buen gusto, restaurantes y cafés repletos de clientes. Al volver a León me pareció muy triste la ciudad y tenebrosa su oscuridad prenavideña. En Alemania, por cierto, echaron de los gobiernos de Merkel a dos ministros por haber plagiado algunas cosas. A lo mejor tiene que ver lo uno y lo otro, su poca crisis y la poca ventilación de la cueva de ladrones en la que nosotros moramos, agazapados, esperando a que escampe y a que vuelva el botín a dar para repartir y comprar conciencias.

                Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue el reencuentro con la Academia alemana, con el estilo de los profesores universitarios de allá. Pasé bastante rato pensando en los contrastes con lo nuestro, y voy a explicar por qué.

                El motivo del viaje era asistir en un pequeño simposio de un día, en homenaje a los ochenta años de un viejo y prestigioso catedrático jubilado, al que se le entregaba también, al día siguiente, un libro homenaje. Los asistentes a todo eran profesores, alemanes la mayoría y con sus años a cuestas los más. El día primero, viernes, ponencias y debates doctrinales con abundantes peticiones de palabra. El sábado, un acto de homenaje más directo a aquel profesor, con discursos varios, una conferencia de una hora y una charla del propio homenajeado. Unas tres horas en total, antes de comer todos juntos allí mismo y de que el agasajado invitara a un café con tarta en su casa. Nadie protestaba ni se iba ni enredaba con el móvil ni ponía cara de estar a disgusto y andar con hemorroides.

                ¿Qué es lo que me choca? Pues eso, que los presentes estaban encantados oyendo hablar de Derecho Público y Filosofía del Derecho, pues todos eran y éramos académicos dedicados a los menesteres jurídicos y iusfilosóficos. ¿Y qué pasaría si un acto así se intentara en España de ese modo? Resumo:

                a) Iría poca gente, estrictamente los que no podían escapar, por ser muy grande su compromiso. Pero casi todos los presentes estarían con gesto resignado y sin ganas y pensando que qué mala suerte no haber dado con una buena disculpa para poner tierra de por medio.

                b) Con las ponencias y conferencias para tal ocasión, los reunidos pasarían por varias fases. En la primera comentarían entre sí que menudo rollo y que ahora mira lo que tenemos que oír y que todo esto para qué y encima mañana se acaba el plazo para redactar la guía docente de Derechos Humanos de Cuarta Generación, que es una optativa que va a empezar en el Grado. Luego comenzarían muchos a jugar con el móvil, otros se dormirían y al despertar fingirían que tienen que salir por algo muy urgente y volverían exactamente para la foto final.

                Ah, pero aquí ya no engañamos. Ni es que estemos tan ocupados ni que se nos mueran siempre las abuelas esos días. La explicación de nuestras actitudes, en el fondo, todos la conocemos: no nos gusta estar en esos actos académicos donde se conversa y se debate, porque estamos acomplejados por lo poco que sabemos y por lo mucho que trampeamos en escritos, clasecitas y posturas para la galería y los currículos. En todas partes hay de todo, pero más de la mitad de los profesores universitarios españoles que conozco, en el campo del Derecho, odian profundamente todo lo que tenga que ver con su especialidad y que no se refleje positivamente en la nómina. Los congresos, seminarios y simposios les parecen bobadas y pérdidas de tiempo, los homenajes a otros les dan envidia, celos y urticaria, la sociabilidad y las conversaciones con los colegas las rehúyen porque se sienten muy inseguros, los temas de fondo que se pueden debatir no les importan porque suelen ignorarlo casi todo sobre ellos y no hay propósito de aprender. Súmese a eso que vivimos los docentes universitarios españoles en plena alienación familiar-burocrática, atrapados en esa pinza entre los hijos que tienen a todas horas actividades extraescolares a las que no pueden ir solos ni aunque sean ya de quince años, y los mil y un papeleos y carguetes que muchas veces hasta nos buscamos para tener disculpa al no aparecer en conferencias ajenas y seminarios o congresos.

                No, las diferencias que marcan la pauta no son de dinero ni de medios en general ni de regulaciones, obedecen a mentalidades y actitudes. Aquí no somos profesionales de la investigación y la enseñanza, no somos profesionales en el más pleno sentido de la palabra: ni nos identificamos con nuestro oficio ni nos enorgullecemos de él ni cultivamos una ética del buen desempeño en él ni nos avergüenza ser unos escaqueadores y unos saboteadores y unos acomplejados del carajo. Ya lo he dicho aquí muchas veces, si en una universidad española se quiere hacer algo similar y tan sencillo como lo que hace un momento expliqué, se produce ese día una desbandada en la correspondiente Facultad y se oye el tenue ruidillo que al huir apresurados los ratones hacen con sus patitas, un rumor como de timidez, hastío y mala leche porque no lo dejan a uno limarse las uñas en paz en su despacho o chatear un poco con Loli sobre lo que hicimos el fin de semana.

                Ah, pero si del evento en cuestión hay certificados, todos los críticos en fuga y los que dicen que qué chorrada esto de los seminarios y debates y que, hija, como si uno no tuviéramos más cosa que hacer que andar escuchando ponencias, todos estos se matan por tener el papelito para meterlo en el currículum y presentarlo para acreditaciones y similares. Se les agrieta el cutis con las reuniones científicas, pero no ven objeción a un sistema de ascensos y promociones que incita a falsear medio currículum y a dar gato por liebre en todo cada dos por tres. Es más, les gusta el sistema porque les permite tener documentos que certifiquen que, sin haber estado allí o hecho allí nada, participaron en todo eso que desprecian.

                Quiero ser alemán, caray. Siempre lo quise, desde que caí por Múnich con veinticuatro años, pero me vuelve el empeño cuando, de pascuas a ramos, retorno a aquellas tierras de teutones. Dígase lo que se diga, y en lo que a mi oficio toca, allí hay universidades y universitarios, mientras que aquí, en España, apenas tenemos más que garitos llenos de resentidos, tiralevitas y zánganos que, encima, se permiten abominar de lo que desconocen y sabotear cuanto los delata.Y más cuando llegan a rectores.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He de confesar que mucho disfruté en Tübingen mientras Paco ultimaba sus libros de los Maestros alemanes, de los homenajes a los profesores que se jubilaban, de los seminarios... Un resumen de las diferencias entre las Universidades alemana y española se recoge en el libro que citaste el otro de Paco Juristas y enseñanzas alemanas. En fin me alegro mucho de esa bocanada de aire universitario y del recuerdo que nos has traido de Münster ciudad en la que se consiguió acabar con las guerras de religión. Y ahora seguimos con las guerras que nacen de la confusión entre Estado y Nación. Salud

Anónimo dijo...

Ese anónimo es Mercedes Fuertes que el teléfono me ha impedido escrbir.

Baturrico dijo...

He de decir que he participado en homenajes de ese tipo en física, que es lo mío, y puedo confirmar el ambiente de discusión, académico, y la discusión divertida con excursiones filosóficas, el cotilleo de los antiguos tiempos (qué fue de aquél, ah qué cosas hacía aquel otro). Pero que afortunadamente en físicas en España el comportamiento de los colegas no es como el de los juristas, tal vez sea porque muchos de ellos han pasado años y años de postdoc en Alemania, en los Países Bajos, Suecia, Massachusetts o California. Y porque en el CSIC y en varias facultades españolas, hasta la desbandada de ahora mismo, se escuchaba bastante alemán e inglés en el pasillo y en los despachos hay o había nombres 'raros' como Müller o Martin o Schmidt que son 'técnicos superiores de investigación' (oh, postdocs, qué cosa). Eso sí, cada vez menos. Hay que volver a lo de antes, a los modales hispánicos y a la universidad franquista, que es el futuro que ha vuelto. Saludos desde Renania.

Baturrico dijo...

Hace unos años organizamos un congreso en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Tan grande se nos hizo que tuvimos que echar mano de una agencia para que nos ayudase con credenciales y reparto de material. Las azafatas, acostumbradas a congresos de juristas o médicos, estaban impresionadas. Esos astrónomos no sólo iban vestidos 'raros', sino que estaban todo el día escuchando las charlas y trabajando en lugar de irse a la playa. Lo comentaban con nosotros en plan entre 'qué tontos son' o 'admirable'.

Por cierto, yo tanto he querido ser alemán, como el articulista, que incluso he dado media vuelta y he pedido la excedencia para vivir en Alemania y que mis hijos crezcan junto al Rin y vayan en bici como en Münster. A pesar de lo que he dicho sobre los físicos y de muchas sanas excepciones, confirmo mi desagrado en los últimos años por tanto tiralevitas, arribista, pesetero y zángano, en todos los niveles.