Copio más abajo el artículo que hoy publica Javier Barnes en El Mundo de Andalucía. Se titula "Raíces de la endogamia univesitaria". Creo que casa bien con lo que trataba un servidor de explicar el otro día aquí, en la entrada sobre cómo piensan las instituciones. Mi tesis era que la regulación de las instituciones ha de velar por que los que piensan por ellas no piensen para ellos. Esto es, si usted les da a los que trabajan en una institución pública o la gobiernan la posibilidad, o la tentación, de ponerla a su propio servicio y de llevarse ellos sus medios y su dinero, aunque sea a costa del fin y la función que dan sentido a la institución misma, sucumbirán, morderán el anzuelo y pondrán su ética personal y profesional en pompa. Somos humanos. Pero la culpa no es suya en la medida más grande, sino de quienes hacen tales regulaciones .
Ponga que usted trabaja en una oficina y que a todos los alli empleados les dicen que les van a subir doce mil euros anuales si ellos quieren, que, además, les van a rebajar a tres los días laborables semanales y que, eso sí, tal subida para todos supone que esa oficina va a realizar pésimamente sus objetivos de ese año y los siguientes, pero sin que a ustedes eso les perjudique. Todos sus compañeros aceptan encantados: ¿dirá usted que no y que su conciencia se lo impide, y máxime si sabe que mañana mismo lo echan si pueden, por sieso, y meten a otro más juguetón o con mejores pectorales? El verdadero cretino, el sinvergüenza, el cáncer del lugar es el directivo que les hace la oferta. En el caso de las universidades, la responsabilida mayor, aunque no sea única, se halla en quienes a cualquier nivel legislan con el objetivo de fomentar precisamente cosas como la endogamia y las mil y una corrputelas que nos permiten a los profesores (como a tantos en otras sedes) invertir el sentido de la institución universitaria, pues no la ponemos al servicio de la enseñanza ni de la investigación, sino de los intereses nuestros: el interés de vivir en nuestra ciudad, el interés de cobrar más, el interés de trabajar menos, el interés de que medren nuestros parientes, amigos y amantes... El que eso se permita no es homenaje a ningún derecho fundamental ni a una automía universitaria razonablemente entendida; es incitación a la prostitución y ejercicio de proxenetismo institucional. Dejo abierta la pregunta sobre quiénes serán los chulos y cuanto ganarán.
Bueno, pues lean las interesantes consideraciones del profesor Barnes. Son éstas:
A nadie se le ocurriría organizar
un hospital a la medida de las necesidades profesionales y de promoción
personal de los médicos. Un hospital no se construye a base de los intereses de
cada uno de los profesionales que allí trabajan. El resultado sería disparatado:
podrían sobrar especialistas en medicina deportiva y faltar cirujanos. El
paciente sería lo último.
Lo mismo cabe decir de la
Universidad. Ésta no puede construirse a partir de lo que a cada profesor
interese, sino de acuerdo con las necesidades del servicio. Los planes de
estudio no pueden ser planes de empleo del profesorado. La plantilla de
profesores, como la de médicos, jueces o funcionarios, la debe determinar el
servicio, y no ser el resultado aleatorio de los intereses de cada especialista.
Las legítimas expectativas a la promoción personal del profesorado no pueden
convertirse en la finalidad última.
Estas consideraciones elementales
se encuentran en la base de la endogamia: cuando el ascenso en la carrera
profesional se convierte en un absoluto, no sólo se crean y mantienen plazas o
planes, en función de esos intereses, al margen de las necesidades, sino que
esa promoción personal se hace igualmente a costa de las condiciones de
igualdad, mérito y capacidad. Y es que resulta mucho más fácil promocionarse
con la ayuda de la universidad en la que uno trabaja, pues es gestionada por el
propio personal: se podrán utilizar a tal fin todos los medios para asegurar
que el profesor obtenga la plaza cuando sale a concurso. Y he aquí el origen de
la endogamia, un problema antiguo, que hoy ha alcanzado, sin embargo, cotas
históricas sin precedente.
En ese contexto, ¿qué aporta la
reciente Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) que ha
anulado una plaza y el nombramiento de catedrático de la Universidad Pablo de
Olavide? La sentencia hace dos afirmaciones, que son obvias para la Ley:
primero, que los concursos universitarios no son de promoción interna y no
están reservados a los que trabajan en la Universidad convocante, sino que son
de libre acceso para todos y por igual. Y, segundo, que la universidad no puede
añadir un requisito específico que beneficie al candidato local «justo en el momento
en que éste puede concursar», un requisito, en definitiva, a la medida de sus
singularidades.
No se trata, por tanto, de una
infracción menor, sino de algo muy grave; de lo contrario,
el Tribunal no habría anulado la convocatoria
y el indebido nombramiento del candidato local. Lo que supone que sigue siendo
profesor titular y que una nueva convocatoria, que no ordena la sentencia, tendría
que respetar las reglas, incluidas las presupuestarias. Estas serias consecuencias
se habrían evitado de haberse hecho bien las cosas, comenzando por haber
atendido la advertencia que se le hizo a la Universidad antes de la celebración
del concurso.
La Universidad cuenta con muchas
fórmulas para especializarse, y con muchos ejemplos en Europa sobre
competitividad y conflictos de intereses. Es la hora de la ley.
Javier Barnes, catedrático, acaba de obtener un fallo
favorable del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía que anula una plaza de
catedrático de la Universidad Pablo de Olavide
3 comentarios:
La engogamia también se mantiene porque los rectores tiene que satisfacer a sus electores. Ahora mismo hay universidades endeudadas hasta el infinito que siguen convocando plazas (no siempre necesarias)por presión de "sus votantes".
Al final, como decía aquella ministra "l dinero no es de nadie".
¿Le pareceria a alguien razonable que el alcalde de su ciudad fuera elegido unicamente por los bomberos y demas funcionarios y empleados municipales?
¿Y que el voto del jefe de bomberos valga seis, ocho, diez veces más que el de los demás bomberos gracias a la ponderación? Sólo por el hecho de serlo, no vamos a entrar en su capacidad y sus méritos por los que lo consiguió. Todos son bomberos, pero existen privilegios de casta que se retroalimentan y se perpetúan.
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