07 noviembre, 2014

De vuelta



                Vuelvo al blog y a la vida civil, a leer de mi especialidad y de otras cosas, a escribir de lo mío y de lo que se me ocurra, a tratar de investigar en lo de mi oficio y de enredar un poco en otros ámbitos intelectuales, a preparar mis clases con calma, a pensar con un poquito de pausa. Retorno a lo que se supone que es mi profesión y a mis aficiones más auténticas, y considérese que tengo la fortuna de que el gusto y el trabajo se me mezclan un tanto y no los diferencio muy bien. Regreso a esta cita con el blog, que me da debates y contactos bien interesantes y que me ayuda a reflexionar y a sacarle punta a las ocurrencias. Estoy de vuelta, o eso quiero, pero ¿dónde he andado últimamente? No es fácil explicarlo, mas por intentarlo poco se pierde.
                La vida académica es un campo minado de misterios poco menos que insondables. Uno de los mayores es éste: a medida que se asciende y se madura, se multiplican los estímulos para dejar de ejercer las partes centrales del oficio; cuanto más te has formado y te han formado, más se te incita a no dedicarte a tu trabajo. Es un sistema extraordinariamente truculento y estoy convencido de que late en el fondo una función muy perversa, la de desactivar el potencial crítico e incómodo del profesorado universitario. Trataré de explicarlo a continuación. Pero no hablaré de mí mismo ni se me aplicará en todos sus puntos, seguro, el cuadro que paso a trazar. Me referiré a un modelo teórico de profesor estándar y que se encuentre en la cima de su formación y sus capacidades, en la situación más apropiada para rendir bien en lo suyo. A ese profesor, que no soy yo, lo voy a llamar P, para que sea más fácil la expresión.
                P es catedrático competente de universidad pública española, o profesor titular bien sólido, los detalles de su estatuto funcionarial son aquí bastante indiferentes. P ha estudiado bastante, ha publicado trabajos que han tenido buena acogida, ha ido ganando prestigio, se ha labrado una reputación académica. Un marciano o un terrícola ingenuo podrían creer que, en tal tesitura, P va a ser mimado por su universidad, requerido para gobernar órganos universitarios relevantes o para poner en marcha y dirigir nuevos estudios, titulaciones innovadoras, equipos investigadores con futuro. Generalmente, y a salvo de muy puntuales excepciones, ése no va a ser el caso. Los gobernantes universitarios de toda laya no se fiarán de P, no lo tendrán por manejable y lo pintarán como soberbio y de trato complicado.
                En los últimos meses me he encontrado en unos lugares u otros con unos cuantos profesores de Derecho de altísimo nivel, de mi disciplina y de otras, auténticas figuras, verdaderos modelos con obra de primera calidad. Todos ellos rebasaban los sesenta años y sus cabezas están en plena forma, se mantienen activos y atentos, escriben y explican magistralmente. Sin excepción, andan desorientados y un tanto deprimidos. ¿Por qué? Sus universidades, facultades y departamentos les hacen poco caso, más bien los ignoran siempre que es posible, los marginan; incluso han sido recientemente invitados a prejubilarse con el ciento por ciento de sus emolumentos, les ponen puente de plata para que se marchen de una manera o de otra y no incordien ni den mal ejemplo con su capacidad de trabajo. Para poder seguir en lo suyo al mejor nivel y mantenerse activos, tienen que reinventarse, han de buscar salidas, acomodos y ocasiones al margen de las instituciones que les pagan su sueldo, muchas veces enseñando o dirigiendo investigaciones en otros países. Contaré por encima un caso, entre tantos.
                Hace unas semanas coincidí en un aeropuerto extranjero con un viejo profesor español de Derecho, una de las máximas figuras que su especialidad ha dado entre nosotros en las últimas décadas. Hablamos cinco o seis horas seguidas. Su cabeza es un torbellino de ideas, sigue dedicándose a su materia con el mismo entusiasmo que a los treinta años, cultiva contactos con los mejores colegas de medio mundo, habla un puñado de idiomas, publica en las mejores revistas internacionales. En su universidad se aburre, me atrevo a decir que en ella es un cero a la izquierda, aunque a él le dolería mucho esta expresión. Cuando nos separamos, me quedé pensando esto: si yo fuera el rector de esa universidad lo perseguiría día y noche para exprimir su sapiencia, su experiencia, sus contactos y su energía, le pediría que organizara un gran máster en lo suyo, le encargaría que formara un equipo de primera para que en esa materia nuestra universidad se convirtiera en referencia nacional e internacional, lo utilizaría para que atrajera a nuestras aulas doctorandos y jóvenes investigadores españoles, europeos y americanos. Sin duda, en tres o cuatro años tendríamos frutos más que notables. Pero su rector no le hace ni puñetero caso; siempre es así. Muy probablemente su rector no tiene luces bastantes para diferenciar un buen profesional de uno muy mediocre, será el rector ese un catedrático pastueño y de medio pelo y cuyo sueño mayor ha sido siempre el de tener un despacho grande, un coche oficial y un par de secretarias y que lleva como aspiración la de que lo hagan el día de mañana director general de cualquier cosa. Un pobre diablo con ínfulas veniales.
                Otro día charlé con un colega al que profeso grandísima admiración. Le pregunté si tenía muchas clases esta temporada y me contestó que muy poquitas. Pues quién se está ocupando de la docencia del área ahí, inquirí. Me dio unos cuantos nombres y juré en arameo para mis adentros. Cómo es posible, me dije, que a este hombre no lo estén aprovechando para que enseñe mucho y bien de lo que tanto sabe. La respuesta es sencilla: lo que sabe no le importa a nadie, los parámetros son otros, los intereses de la autoridad y la institución no van por ese lado. Es bien triste y bastante absurdo. Pero es lo que hay.
                Sigamos con P. Sabe que si quiere buenos medios para su trabajo, ha de procurárselos él mismo, pues las universidades están arruinadas (ay, estos lodos y aquellos polvos) y, además, son cicateras y reparten por igual entre capaces y lerdos, no sea que se ofenda el electorado o haya sospecha de elitismo intelectual y académico, vade retro. Así que P solicita y consigue proyectos de investigación y financiaciones diversas para la labor investigadora. Pero eso le condena a convertirse en burócrata y le obliga a pelearse con una variadísima tropa de gestores y personal administrativo. Cada dos por tres debe redactar una memoria, rehacer unas cuentas, redactar unos certificados, revisar unas contabilidades, justificar unos resultados a través de unas aplicaciones informáticas infernales. Para todo eso no tiene apoyo administrativo, el personal administrativo de las universidades no se pone al servicio de tales menesteres que, curiosísimamente, se consideran poco menos que privados. El veinte por ciento de los dineros que de esa forma P consigue se van directamente a las arcas de la universidad y con el resto se compran libros para la biblioteca universitaria y medios inventariables para el departamento, pero jamás de los jamases un rector se digna a llamar a P y darle las gracias por sus esfuerzos y sus aportaciones. No, P más bien es sospechoso de vanidad y repugna a cuantos, del rectorado para abajo, lo contemplan pasivos y solemnes.
                Bueno, diremos, pero no son tan malas las condiciones de P, tiene prestigio, se agencia recursos, dispone de tiempo para su trabajo. Bien mirado, en esas circunstancias P es un peligro, quién sabe qué puede hacer o decir, pues tiene algo de incontrolado. Así que tendrá el diablo que mandarle unas tentaciones para tenerlo bien sujeto por salva sea la parte. ¿Eso cómo se hace?
                P empieza a ser requerido para nuevas tareas en lugares a los que sólo se accede cuando se tiene cierto estatus académico y algo de currículum serio. Variadas agencias evaluadoras, comités, órganos de asesoramiento diverso. Un nuevo mundo. Trenes, aviones, reuniones, expedientes, calificaciones, un poquito de dinero extra, un cierto espejismo de poder. Un círculo nuevo de personas y labores. En las estaciones, P se encuentra hoy con J, mañana con K, al otro día con M. El uno viene de evaluar títulos académicos para tal agencia, el otro va a calificar currículos para tales o cuales proyectos. De repente, un día, P toma conciencia de que hace semanas o meses o años que apenas hace otra cosa y, sobre todo, se pregunta si estos nuevos trabajos serán útiles o si no estarán todos únicamente mareando la perdiz, dando vueltas en la noria, retroalimentando un sistema seudocientífico que, en verdad, apenas esconde ya nada más que eso, las burocracias sin cuento, los papeles sobre papeles y, ante todo, una manera de tener a todo quisque ocupado y sin producción verdadera, felices los que aparentemente deciden, sometidos a nuevas servidumbres burocráticas los que deberían estar produciendo, disciplinados y silenciosos todos.
                Se ha creado una dinámica feroz de vueltas y revueltas, todos evaluando y evaluados, con poderes y obediencias que ya no provienen del prestigio de lo producido, sino de la producción de prestigios, donde ya apenas presume nadie de la obra que hizo, sino del lugar en que lo han puesto para valorar trivialmente a los otros, que son los mismos que, ahora ya o mañana, también evalúan al que los evalúa, juzgan a tanto alzado al que a tanto alzado los juzga. El sistema académico está actualmente poseído por una especie de entropía o de energía negativa y muy acelerada que va camino de convertirlo en un agujero negro que atrae todas las capacidades y todos los trabajos a un peculiar pozo sin fondo en el que nada es lo que parece y donde no cuenta lo que se hizo, sino lo que se aparenta.
                El rendimiento es innegable: todos, así abducidos, guardamos silencio y jugamos con esas cartas, unos con el susto en el cuerpo, otros con una muy engañosa sensación de poder y capacidad de decisión. En verdad, nadie decide casi nada, el sistema político-burocrático-académico gestiona sus propias prestaciones en la forma que le conviene, no hay patrones de racionalidad cierta ni de objetividad presentable, entre todos echamos de comer al monstruo que nos devora y nos incapacita, trabajamos para no trabajar y que no se trabaje, maquillamos apariencias, dibujamos resultados en el agua.
                Pongamos un pequeño ejemplo para no quedarnos en ese lírico desencanto. Pensemos en los comités de la ANECA que deciden sobre acreditaciones para profesor titular y catedrático. Docenas de miembros de las comisiones, todos profesores, cientos de evaluadores más o menos anónimos, personal administrativo gestionando papeles y aplicaciones, viajes, hoteles, reuniones, horas y horas y horas de cientos y miles de personas que quitan ese tiempo a la investigación y la docencia. De acuerdo, sobre el papel puede tener sentido, o pudo tenerlo. Pero desde hace unos cinco años ya no se convocan plazas de profesor titular o catedrático en las universidades ni se sabe cuándo volverá a haberlas. Mas la rueda sigue girando, nuevas solicitudes de acreditación llegan y son evaluadas, los acreditados en espera son ya varios miles en todo el país. Dentro de cinco o diez años el ochenta o el noventa por ciento de los titulares tendrán su acreditación para catedrático. ¿Y qué va a pasar? Nadie lo sabe y al sistema político-burocrático no le importa mayormente. La función se cumple así a la perfección, cada uno hace lo que conviene que haga, unos pergeñando sus currículos del modo improductivo o seudoproductivo que se les exige, los otros evaluando como si de verdad evaluaran o cual si se evaluara para algo cuyo valor no fuera puramente simbólico, aviesamente sistémico, girando en el vacío e inflando apariencias. Mientras los números no fallen, la realidad es real aunque todo lo real se haya evaporado.
                He podido observar en muchos lugares y he visto muchos números e indicios muy abundantes y de diverso tipo. Y se puede concluir sin miedo a equivocarse que lo que producimos, en conjunto, es cada vez menos y de peor calidad, salvando las excepciones que haya que salvar. Resulta perfectamente explicable que así ocurra, pues el tiempo es limitado y unos tienen que gastarlo en hacer lo que se les demanda para recibir su reconocimiento simbólico y otros lo emplean en evaluar para repartir los símbolos. Ciertamente, hay un riesgo que remite: no vamos a hacer la revolución académica ni a protestar ni a resultar incómodos para autoridad ninguna. Nunca la universidad española estuvo tan bien domesticada, nunca fue tan liviano el riesgo de que alguien diga esta boca es mía.
                Dejo de referirme a P y de hacer consideraciones generales y retorno a hablar de mí mismo. Me he pasado yo también un tiempo por esos mundos y ahora, perplejo y desconcertado, me rasco la cabeza y me hago preguntas que apenas acierto a contestarme. No sólo fui dejando este blog, que era diversión y terapia. No sé cuánto hace que no leo con calma unos cuantos libros y artículos de mi disciplina, ni recuerdo cuándo escribí un artículo que no fuera a salto de mata y tirando de las reservas de antaño, hace meses y años que no pasa una semana sin que tenga que interrumpirme para ponerme a revisar papeles ajenos o a redactar motivaciones y memorandos o a echar cuentas de obras de otros tomadas al peso. Sí, sí, lo sé, se supone que alguien tiene que hacerlo, que hacer eso y tantísimas cosas, alguien tiene que echarle de comer la monstruo y, además, el monstruo te guiña el ojo y te alaba tu cuerpo serrano. Pero hasta aquí hemos llegado y toca volver a las fuentes y rehabilitar los cuarteles de invierno. Porque lo difícil, tan difícil como apasionante, es pensar, leer, escribir, enseñar. El resto está bien para rectores. Todavía hay clases. O debería haberlas.
                Entiéndaseme rectamente. Por esos mundos político-burocrático-académicos me he encontrado muchos compañeros muy honestos y esforzados. No es a ellos a quien critico, sino al sistema que no los aprovecha para lo que mejor podrían hacer, que es lo suyo, al sistema que intenta desactivarlos como buenos investigadores y docentes capaces y que prefiere tenerlos de la Ceca a la Meca, distraídos y desorientados.
                Dirá más de uno que hay quien se queja de vicio y que ya quisieran otros. Pues será. Y que algo tendrá la cosa cuando resulta que vamos a ella como moscas. Sí, es verdad, nos dicen ven y allá vamos, lo dejamos todo y acudimos a la llamada. ¿Por qué? Hagamos un poquillo de introspección o de examen de conciencia.
                ¿Será el dinero? Depende de donde ponga cada uno el umbral. Ciertamente, por esas labores se cobra. ¿Mucho? Unas veces más y otras menos, pero en general poco. Aunque, insisto, lo que a unos les parece poco a otros les puede poner los dientes largos. Permítaseme un ejemplo. He pasado un año como evaluador dentro de un comité de la CNEAI, lo de los sexenios. No acepté por dinero, francamente, sino para ver y por optimismo. Todavía no he cobrado nada, pero al cabo de un tiempo y ante la carga de trabajo, empecé a preguntarme cuánto sería el emolumento. Así que interrogaba a los que ya habían estado y siempre encontraba respuestas así: no me acuerdo, no reparo en esas cosas, no doy importancia vil metal, etc., etc. Empecé a sospechar y me dije: si nadie “canta” es porque esto va a resultar medio vergonzosillo, sea por mucho o sea por poco. Creo que ya lo averigüé, es por poco. Echo cuentas, calculo las horas de trabajo que esa labor me ha llevado y resulta que la hora sale a menos de lo que cobra la asistenta de mi casa. En algo probablemente coincido con mi asistenta: a ella no le gusta su trabajo, supongo, y a mí ese trabajo tampoco me gustaba, porque el que en verdad me encanta es el mío propiamente dicho.
                ¿Será el prestigio? Hombre, no sé. Me parece que si, a estas alturas, uno cifra su prestigio en ser evaluador de tal o cual sitio, mal vamos. Yo preferiría que se me considerase por haber escrito algún articulillo bueno o por haber discutido alguna idea interesante en teoría del Derecho. Si fuéramos cantantes preferiríamos ser conocidos por nuestros discos y no por ser del jurado de Operación Triunfo, supongo.
                ¿Y el poder? Esto es más delicado y sutil. Desde esos lugares se puede traficar con favores, uno puede gestionarse amigos y conseguir cosillas a base de ser bondadoso y comunicativo. La típica llamadita al colega: oye, Fulano, que sepas que te he valorado positivamente lo de tu sexenio, nada hombre, encantado y ya sabes dónde me tienes y tal. En fin. Habrá de todo, pero si ese es el juego, no me interesa nada. E insisto en que también por ese lado me parece que son honestos los más de los colegas que en menesteres tales me he tropezado.
                Así que no sé contestar, no encuentro los porqués. Me quedaría más satisfecho si fuera capaz de concluir que hay un truco claro o una perversión evidente, o razones serias y de mucho peso. No es por volver a los latiguillos aquellos de antaño y echarle la culpa al incógnito sistema. Pero no se me ocurre idea mejor. El actual sistema universitario y académico es inane y perverso a partes iguales. Nos trae y nos lleva a su antojo, con una sutil combinación de vanidad, temor, mínimos privilegios, recompensas simbólicas, partículas de mezquino poder y un poquito de dinero que es mucho para el que ande entrampado. Si nos movieran proyectos de gran nivel o maquinaciones tremendas, sería más fácil encontrar el sentido. Pero no es el caso, ni estamos trabajando en pro de la excelencia ni nos hacemos de oro al precio de corrompernos, no es ni idealismo ni corrupción, es trivialidad elevada a máxima categoría, desesperada colaboración con un engranaje que en el fondo nos desprecia mientras finge que nos considera, fútil vanidad del que ha sido deliberadamente empequeñecido por la propia trama que luego lo halaga.
                Allá cada cual con su conciencia, averigüe cada uno su vocación y gestione cada sujeto su vida y su oficio como mejor pueda. Un servidor va a volver al sitio que ve como suyo, a lo que le gusta y le llena, a la dicha de las bibliotecas y el placer de los teclados, al diálogo reposado con los buenos colegas, a los desvelos con algunas teorías, al cuidado de esos pocos estudiantes que quieren saber un poco más. Y también, por qué no, al cine, a las novelas, a las vacaciones con los seres queridos y sin pensar que mañana debo abrir tal o cual aplicación y calcular cuántos puntos le corresponden por docencia a uno de Sebastopol que quiere acreditarse o que le reconozcan un quinquenio.
                A esta edad y con estas canas, perder el tiempo y no disfrutar del trabajo y de la vida es gravísima falta. Tengo propósito de enmienda y dolor de los pecados. La penitencia ya la pagué. El futuro es halagüeño y libre. Será mi culpa si no lo disfruto. Espero que ahí nos veamos. Amén.

6 comentarios:

rafael fontán dijo...

Bienvenido! Se le echaba de menos.

Anónimo dijo...

Enhorabuena, profesor. Uno de los mejores y más acertados artículos de este blog.

Francisco bautista dijo...

Sus escritos son mi alimento; ud. es un océano de conocimientos.

Perplejo dijo...

Me alegro de verlo de vuelta a su vocación. Que le dure y lo disfrute.

Eso sí, ¿qué es el sistema? Unos más y otros menos; pero el sistema lo somos todos.

Algunos, en Secundaria, actuamos para cambiarlo.

https://www.facebook.com/Piensa.es

Anónimo dijo...

Yo también quiero manifestar mi alegría por su vuelta. Soy asiduo seguidor de este blogg, al menos desde 2009, y ya llevaba tiempo echándole en falta. Ánimo con la determinación de su vuelta y que le cunda en todos los aspectos...

una 1/2 alumna, casi ex. dijo...

1º. No deje de escribir.
2º. No deje de soñar.
3º. La idea del pesimismo la dejo aparte...
4º. Destaco algunos puntos de su artículo. :

- "el tiempo es limitado y unos tienen que gastarlo en hacer lo que se les demanda para recibir su reconocimiento simbólico y otros lo emplean en evaluar para repartir los símbolos."

-(...) "Todos ellos rebasaban los sesenta años y sus cabezas están en plena forma, se mantienen activos y atentos, escriben y explican magistralmente. Sin excepción, andan desorientados y un tanto deprimidos. ¿Por qué?"

- "El sistema académico está actualmente poseído por una especie de entropía o de energía negativa y muy acelerada que va camino de convertirlo en un agujero negro que atrae todas las capacidades y todos los trabajos a un peculiar pozo sin fondo en el que nada es lo que parece y donde no cuenta lo que se hizo, sino lo que se aparenta."

-"el sistema político-burocrático-académico gestiona sus propias prestaciones en la forma que le conviene, no hay patrones de racionalidad cierta ni de objetividad presentable, entre todos echamos de comer al monstruo que nos devora y nos incapacita, trabajamos para no trabajar y que no se trabaje, maquillamos apariencias, dibujamos resultados en el agua."

- "Es un sistema extraordinariamente truculento y estoy convencido de que late en el fondo una función muy perversa, la de desactivar el potencial crítico e incómodo del profesorado universitario"

- "Cada dos por tres debe redactar una memoria, rehacer unas cuentas, redactar unos certificados, revisar unas contabilidades, justificar unos resultados a través de unas aplicaciones informáticas infernales."

- "En las estaciones, P se encuentra hoy con J, mañana con K, al otro día con M."

-"Nunca la universidad española estuvo tan bien domesticada, nunca fue tan liviano el riesgo de que alguien diga esta boca es mía."

-"alguien tiene que echarle de comer la monstruo y, además, el monstruo te guiña el ojo y te alaba tu cuerpo serrano"

- "tan difícil como apasionante, es pensar, leer, escribir, enseñar."

Después de limitarme a citar, añado:

Coincido en que no es ni el dinero, ni el poder, ni el prestigio. Existe desde mi punto de vista, un cambio inminenente quiera verse o no. A peor a mi parecer. Una bien notable degradación generalizada.

S.XXI. XIII.XI.MMXIV. 16:59