24 noviembre, 2014

La nación en el avión



Ayer mismo tuve un viaje transoceánico, de vuelta a casa desde Cuenca, Ecuador. En el vuelo largo entre Quito y Madrid me senté todo contento en la salida de emergencia que me había agenciado. Pronto llegó un señor a ocupar el sillón de al lado y resultó de los que hablan.

Un saludo y una mínima conversación inicial entre dos que van a pasar diez horas casi hombro con hombro y hasta oyéndose roncar puede estar bien. Pero si ese vecino le coge gusto a la cháchara y se empeña en contarte su vida, es para echar a correr. Sólo que no se puede ni hay a dónde. El hombre este resultó ser un pequeño empresario catalán y, conmigo allí prisionero y atado durante el despegue, se puso a narrarme las maravillas de su especialidad, que tenía nombre en inglés y era una cosa muy modernísima. Luego, alcanzada la altura de crucero, pasó a glosar las virtudes de la cultura del esfuerzo y a lamentar que seamos hoy en general tan flojos y mucho menos emprendedores y laboriosos que él mismo.

Vale, yo asentía un poco, porque no tengo valor para cerrar los ojos y hacer como que duermo o que padezco un retortijón en los intestinos. Pero aquellos temas, al parecer, eran sólo el precalentamiento, los juegos preliminares. Cuando faltaba poco para que nos sirvieran la cena, llegó a donde quería, a su tierra. Pues sin venir a cuento ni que hubiera dicho yo ni mu sobre tal cuestión (ni sobre ninguna otra) pasó a referirse al “problema catalán” y, sin que yo hubiera mostrado ni rastro de interés, me dijo que él en el fondo no era partidario de que Cataluña se independizara de España, pero que el otro día había ido a votar en el “referéndum” y que había respondido a las dos preguntas de la papeleta con un sí. Y que hasta su madre, nacida en Córdoba y emigrada a Tarragona de joven, había votado lo mismo.

Lo que le contesté fue de lo más sencillo, nada más que un “ah, bueno”. Y conecté la tableta que tenía en la mano con gesto de querer ponerme a leer. No se dio por vencido el hombre y pasó a lamentar que Rajo y su dichoso gobierno no negociaran ni dialogaran ni nada y me fue explicando que por eso más que nada estaban tan enfadado los catalanes que, como él mismo, no es que fueran independentistas, pero se sentían muy ofendidos, yo diría que despechados, aunque él creo que no usó tal expresión. Conciliador y por ver si se acababa el discurso y podía leer un rato, le contesté que lo comprendía, tres palabras y ni una más: “sí, lo comprendo”. ¿O acaso no hay mejor cosa que hacer sobre el Atlántico que ponerse a considerar el profundo sentir de los catalanes o los extremeños o los de la Conchinchina?

Debió de creer que ya me tenía en el bote y se lanzó con todo y a culminar su curiosa faena proselitista, como esos testigos de Jehová que se te meten hasta la cocina si no los despides de mano con un par de sonoras blasfemias. Y dijo: “Porque, mire, yo le digo una cosa, a los catalanes nos dejan en paz nuestra lengua, que es el mayor tesoro que tenemos, y nos dan un régimen económico y fiscal como el de Navarra y no hay más problema, aquí seguimos en España sin más enfado ni enfrentamiento ninguno”.

Oigan, contra lo que claramente era mi propósito, me calenté. Sin perder las formas y con toda la elegancia que pude, que quizá no fue mucha, tomé la palabra unos diez minutos y se acabó el tocar los aviones con las naciones. Resumidamente, en intercalando algún taco o palabra malsonante, le expuse:

a) Que a mí, asturiano que vive en León y que se pasa cada año un buen montón de semanas o meses viajando por el mundo mundial, la dependencia o independencia de Cataluña me trae sin cuidado (creo que, repitiendo la idea para que calara, dije también “me la pela” y “me la suda”).

b) Que comprendo que hay gente para todo y que tras la muerte de Dios con algo hay que suplirlo, pero que a un servidor esas historias de naciones que o bien quieren seguir unidas o bien quieren separarse, de pueblos que ansían votar sobre si pueden votar, de gobiernos de un lado o de otro que son más falsos que la falsa moneda y más desleales que putas baratas y colgadas de la heroína, ni me entretienen ni me divierten.

c) Que me gustaría acabar viviendo en un Estado, grande o pequeño, donde ciudadanos y gobernantes se ocupen de las cosas que importan para la calidad de vida de la gente y el progreso común y de los derechos más relevantes de cada uno, sea uno del color que sea o haya mamado en un idioma u otro, y que si resulta que ese Estado acaba llamándose Pequelandia y abarca nada más que el territorio de lo que hoy es León, Asturias, Palencia y Lugo, un suponer, por mí está bien y no se hable más y, sobre todo, que no se hablen más gilipolleces sobre si somos galgos o si debemos autodeterminarnos como podencos.

d) Que, por mí, referéndum serio y vinculante mañana mismo, en Cataluña y en cualquier región, provincia, parroquia o comunidad de vecinos que lo pida un poco en serio. Y a volar (creo que dije “a tomar por el saco”). Que, total, y puestos a pensar en autodeterminaciones, me pongo con la mía y resulta que tengo la vida poco más o menos resuelta y hasta la posibilidad de irme a trabajar a otro país si me da la gana; y que mi esposa y mis hijos tampoco tienen o han de tener problema.

e) Pero que, entretanto y si alguien me pregunta, lo de aplicarle al Cataluña el régimen de Navarra o lo del concierto vasco, sí por los cojones (sic). Que soy más partidario de que se marchen los que quieran ponerse a régimen o irse de conciertos que no de que se queden y resulte que tienen privilegios y todavía hacen mohínes y les parece escaso el mimo. Le apliqué mi comparación sobre si tendría sentido intentar aplacar con regalitos caros a tu pareja cuando a todas horas se proclama íntimamente insatisfecha contigo y deseosa de responder a la llamada de la selva o de probar suerte con el del butano. Aire, otro vendrá que bueno me hará.

f) Que tuviera en cuenta que en Cataluña estarán hartos, pero que fuera estábamos hasta el moño, dándose de poco para acá la llamativa novedad de que ciudadanos de ideologías de las que se llaman progresistas han dejado de pensar que es moderno y muy progre eso de los nacionalismos periféricos, y que ahora más bien decimos todos que son una peste y una panda de lloricas tocapelotas.

g) Se me olvidaba contar aquí que el buen hombre también había dicho, tan campante, que al nacionalismo le había hecho daño lo de que Jordi Pujol no hubiera declarado aquella herencia recibida. Pues le hice ver que ni herencia ni gaitas, que saltaba a la vista del que no esté ciego que los Pujol y compañía son uno ladrones sin atenuantes y que nos dejáramos de eufemismos cuando se trata de “los nuestros”. Y que nada me haría más ilusión que ver a los catalanes gobernados por los Pujol, los Mas y los Junqueras hasta el día del Juicio Final por la tarde.

Oigan, mano de santo. No sólo se acabó la conversación enseguida sino que, antes, se apeó de lo dicho y me comentó que él en realidad creía que el nacionalismo era un peligro y la independencia un error. Conclusión: el tipo pensaba que le iba a quedar de lo más fino dárselas en un vuelo de catalán herido y de empresario comprometido con su patria. Y metió la pata por meter la patria.

Pasé casi todo el resto del vuelo durmiendo como un bendito, relajado y como si me hubiera librado de un ataque de gases estomacales.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hasta el día 28 de noviembre , hasta las 20:15, se puede donar sangre en el Metro Ciudad Universitaria, en Madrid. Regalan hasta entradas para el cine. Id, y leed el ABC.

Un abrazo, profesor.

David.

Jimmy dijo...

Gracias, Sara, digo, David.

Cristina dijo...

Caramba, con el esfuerzo que hacen las compañías aéreas para luchar contra la aerofobia, y va vd y suelta esto.


...vamos, que pienso cruzar el Atlántico a remo

He dicho

Anónimo dijo...

Profesor, desde Barcelona le felicito por su artículo. ¡Ridendo dicere verum!

Un abrazo,

Fdo. Un mal catalán

un amigo dijo...

No acabo de comprender… si quien se le sentó al lado era un relativista provecto o un camaleón deleznable, hehe.

Eso en cuanto a los comportamientos. En cuanto a los contenidos, hizo bien en demolerle el esperpento.

Salud,

Anónimo dijo...

Muy mal, no me esperaba eso de usted.Hay personas que somos muy sociables y nos gusta hablar con cualquiera.¿Qué hizo el señor de malo?Estaban en un avión con un largo viaje por medio y lo único que quiso era ser agradable.¿De qué quería que le hablara?No lo conocía y lo más normal es emprender conversación tratando un tema de actualidad.Si todos hicieramos como usted cada vez que se nos acerca un chico en un bar deberíamos decirle, mira chico ni me pones, me importan tres... lo que estudies o en lo que trabajes y que corra el aire porque me estás dando calor.Ah, y aparte preferiría besar a un cerdo, antes que besarte a tí.
Hay veces que la vida te sorprende y la persona que menos esperabas es la que te acaba dando una lección.¿A usted nunca le han dicho que aprende más el que escucha que el que habla? Entiendo que a lo mejor el tema no le interesara, pero hay maneras más educadas de cortarle la conversación a una persona.
"Nada es tan fácil ni tan útil como escuchar mucho "Juan Luis Vives.
Mariel