11 noviembre, 2014

Me lo hago con Monago



                Lejos de mí toda pretensión de originalidad, va de suyo que nada se me puede ocurrir que no hayan dicho ya muchos. Lo curioso es que lo más esperpéntico se ha vuelto tan cotidiano que ya casi resulta trivial y manido cualquier comentario. No nos quedan ni reservas de escándalo ni restos de ironía que merezca la pena, porque es intensa la pena y el horno cada vez está para menos bollos.
                Resulta que un senador del Partido Popular, que hoy es Presidente de la Comunidad de Extremadura, y un diputado del Partido Popular, que ya está dignamente dimitido y, parece, íntimamente desengañado, viajaban cada dos por tres a Canarias a ver a una señora que era la misma señora. La dama es colombiana, mas supongo que el dato es secundario, también podría haber sido nativa de Tenerife. No entremos en esas aguas tan pantanosas y que no se olvide la mención de un dato esencial: viajaban gratis del todo, con cargo al erario público, pues diputados y senadores pueden pasar a la Cámara respectiva los gastos de todos sus viajes por el territorio nacional. Y, ya puestos, se dice también que el viaje lo hacían en clase ejecutiva, en primera y para llegar descansados y con el sueño satisfecho antes de entregarse en cuerpo y alma a sus amorosos sueños.
                El escándalo viene de que sea el contribuyente maltrecho el que apoquine para financiar las lúbricas escapadas. Pero a mí lo que me estimula es que compartieran amada. Y si no la compartían durante la misma época ni a la vez, en plan tres en raya o chucuchucu, que se hayan reemplazado el uno al otro con gremial solidaridad y en nombre de nuestra soberanía, que es la popular y que, por lo que se ve, casa bien con el modo en que entiende la soberanía el Partido Popular. Vaya, que le echaban sus polvos a la apreciada mujer y se sucedían en el puesto con planteamientos de justicia distributiva y sin hacer cuentas sobre tasas de reposición ni zarandajas por el estilo.
                Uno no se tiene por conservador, sino por liberal en el mejor sentido y economías aparte, y desde esa liberal convicción siempre he sospechado que no va tanta distancia entre la libertad bien entendida y una civilizada dosis de libertinaje. Y ahí es donde nuestros conservadores oficiales me sorprenden o, como diría un colombiano, me descrestan. Nadie como nuestros conservadores para entregarse con fruición a los gustos de la carne, a la promiscuidad relajada, al cultivo del cuerpo en grata compañía y mientras la maquinaria aguante.
                Los papeles están cambiados. Mientras el progresista que sucumbe a las procaces tentaciones acaba siendo carne de psicoanalista, se devana los sesos por culpa del sexo y se plantea mil y una esotéricas cuestiones sobre géneros y especies, el conservadorón ya ni el confesionario frecuenta, como cabría suponer que pasaba antaño. El conservador de estos tiempos tiene tan laxa la conciencia como floja la bragueta y concilia sin trauma la vida laboral y la vida sexual, el gusto teórico por el orden con el feliz desordenarse entre humores y carantoñas. Es más, a la vez que se proclama partidario de reducir las políticas sociales, no tiene empacho ni mala conciencia a la hora de socializar a las militantes o simpatizantes del partido o a las inmigrantes de mejor ver.
                ¿Qué socialista podría hacerle competencia a Álvarez Cascos, por ejemplo, en lo atinente a la vida amorosa y a los carnales devaneos? Piénsese en el contraste con aquel Zapatero y estará todo dicho. ¿Resistiría Pedro Sánchez una competición de historias y andanzas con Monago? ¿Cuántos diputados y senadores del PSOE o de IU soportarían tan enteros semejante cantidad de viajes a Canarias para verse con una colombiana de pro o una española de armas tomar? ¿Podrán los de Podemos?
                Es el mundo al revés y, como tal, tiene su gracia. Los grandes defensores de la familia tradicional se echan al monte al grito de la tía para el que la trabaja, se lían la manta a la cabeza, y la sábana y el edredón y todo, mientras que a los de ideas teóricas más avanzadas les cuesta una depresión cada divorcio y un examen de conciencia cada aventurilla hasta de solteros. Quienes más ensalzan los sagrados valores tradicionales valoran la carne como pocos y al físico desparrame se abandonan como si ya no creyeran en el Juicio Final y hubieran olvidado aquello de que los enemigos del alma son el mundo, el demonio y la carne, y no precisamente la de ternera abulense.
                Urgen unas memorias de la sufrida señora, que creo que se llama Olga María, y que deje para la posteridad testimonio del orden desordenado de los conservadores, de su furia viajera, de su empuje amoroso, de su respeto ejemplar a los del propio partido, de su diligencia para correr a donde haga falta si es por una buena causa suya, de su venéreo entusiasmo y de su contribución a la recuperación económica de las líneas aéreas.
                Usted, estimada y admirada Olga María, es nuestro icono y nuestra más sutil representante, nuestra delegada general, nuestro emblema, nuestro presente y nuestro futuro. A nosotros también nos están jodiendo bien y sin que les cueste nada.
     PD 1.- Dicen los periódicos que Olga María también estuvo en la proclamación de Felipe VI. Coincidió allí con el pequeño Nicolás. ¿Faltaría alguien a esa fiesta tan interesante?
         PD 2.- También cuentas los diarios que ahora Olga María está en Londres haciendo un curso de "reciclaje empresarial". Es la famosa cultura del emprendimiento, que tanto se lleva. Esperemos que se trate de empresas sostenibles.
       PD 3.- Ya estábamos convencidos todos de que Rajoy no tiene pilila. Pero ahora resulta que Monago sí, y es peor. No hay arreglo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y siempre lo mismo ... , Monago era de los que más hablaba.
Pensandolo bien, incluso en clave de eficacia, tampoco está mal integrar a determinadas personas en el propio partido ..., eso sí, salvando las distancias