22 diciembre, 2009

Los que se van de la universidad. Y cómo se van

Conozco a unos cuantos profesores universitarios que están en trámites para su jubilación, tanto en mi universidad como en otras. Por lo general se trata de prejubilaciones al hilo de esa política eufemísticamente llamada de rejuvenecimiento de las plantillas y que no es más que una desesperada salida que se ha inventado para combatir la ruina económica en que andan metidas las universidades públicas por causa de su propio desgobierno y de la demagógica y populista política académica de las últimas décadas. No desaparecen los que la han echado a perder, no, ésos se quedan y se las prometen felices mientras se disputan los trozos putrefactos de la presa muerta.
No son viejos, no se van porque ya no puedan rendir. Bien al contrario. Muchos de ellos podría ahora, con su experiencia y a su edad, dar sus mejores frutos en la docencia y la investigación, predicar por su ejemplo, enseñar a las nuevas generaciones de docentes lo mejor de su largo camino. Pero su camino ya no es un modelo cotizado, su experiencia no cuenta nada, su trayectoria no importa en esta época en que son bien distintos los imperativos y es diferente el estilo que se quiere implantar. Se marchan porque están cansados y porque les ponen puente de plata para que se quiten de en medio, para que no atosiguen al alumnado con alardes de antiguos saberes, para que no acomplejen a los compañeros con cuentos de cuando labrarse un currículum costaba sangre, sudor y lágrimas y, sobre todo, dedicación intensa y esfuerzo constante.
Hacen mutis discretamente, salen por la puerta de atrás y no dejan nostalgia en los que permanecen. No los van a echar de menos, más bien se oyen suspiros de alivio y queda la alegría cazurra de los que piensan que correrá el turno para alcanzar mezquinos trozos de poder o para hacerse con plazas y puestos. Pitas, pitas, pitas. No van a ser despedidos con amabilidad, sino con indiferencia. Al final, descubren que hace mucho tiempo que estaban solos. Nadie, o casi, quiere escuchar sus historias y menos aún sus consejos. Están pasados de moda, son testigos molestos, se les asocia, a ellos, con una universidad reaccionaria, llena de clases magistrales y de cultura libresca. Son seres prehistóricos, especies en extinción que nadie protege, testigos de un mundo universitario anterior que no se añora porque de él no va quedando noticia y porque en las tinieblas del cretinismo todos los gatos son pardos.
Estoy seguro de que les gustaría contar, si alguien quisiera escucharlos, que tuvieron destinos en varias universidades. ¿Y eso por qué? Qué atraso andar desplazándose de aquí para allá, respondería el joven profesor a la salida de un curso de actualización docente o de camino a buscar a sus hijos a la guardería. Les encantaría detenerse en pormenores de cuántos años dedicaron a la tesis doctoral o del tiempo que pasaron en Alemania o Francia buscándose la vida para aprender el idioma, leer los clásicos de su disciplina y reflejarlo todo en una extensa monografía. ¿Monografías? Ya no puntúan apenas para las acreditaciones, es mejor hacer muchos artículos en inglés macarrónico y que se publiquen en revistas de impacto impactante, o comunicaciones breves en congresillos financiados por una empresa lechera o una fábrica de zumos. Hasta podrían hablar de tanto sacrificio de la vida personal y familiar, de divorcios y separaciones a cuenta del romántico empeño para labrarse un prestigio académico genuino, o al menos para intentarlo. Replicará el joven cachorro que seguro que esa gente no supo nunca valorar la familia o la comodidad del hogar, que eran fanáticos sin sensibilidad para los placeres domésticos y nada dotados para la generosa entrega que exige la crianza de la prole y el cuidado de una pareja bien equilibrada en su género.
Estoy seguro de que muchos de ésos que nos dejan no sabrán qué hacer con su biblioteca, con esos libros que llenan sus despachos. En su casa les traerían cada día un regusto amargo, mejor ni verlos. Y en la universidad a quién dejárselos, pues donarlos a la biblioteca crearía problemas burocráticos y descompensaría la ratio de estantería per capita o el índice de páginas por crédito. Además, libros para qué, pensarán muchos, si ahora se trata sólo de hacer en las aulas debates sobre cuestiones “de actualidad” y sin rozar ni por asomo los férreos límites de la corrección política y del relativismo evanescente, si ahora lo que se cotiza es trabajar con el recorta y pega de los materiales electrónicos, si ahora la investigación consiste en dimes y diretes que se puedan traducir al powerpoint y plasmar en textitos sin notas al pie ni adornos eruditos.
A algunos los compañeros con morriña les organizaremos una comida de despedida a la que muchos otros del gremio acudirán por compromiso y abandonarán a los postres porque hay que recoger a los niños o porque viene el fontanero a casa para reparar el radiador del living o porque esa tarde toca clase en el máster sobre dietética sostenible, y se irán comentado que veinte euros por cubierto, por Dios, qué gasto inútil y tan excesivo. Los homenajeados también se retirarán temprano porque se han jurado que nadie los verá llorar y porque tienen ganas de dejar de toparse con ciertas caras. Y unos pocos, muy pocos, los de siempre, los incorregibles, los que no entendemos nada, los que no nos rendimos porque no queremos asumir que ya estamos derrotados, prolongaremos la jornada, nos emborracharemos, fumaremos, usaremos expresiones inconvenientes, hablaremos de nuestras cosas como si no hubiera pasado el tiempo y veremos amanecer mientras brindamos para que la muerte de la universidad sea rápida y no deje bicho con cabeza y para que de una puta vez se les acabe el chollo a los gusanos que se las prometen tan felices con la carroña. Así sea.
Hasta siempre, compañeros, amigos, viejos maestros. Conste, aunque sea vano consuelo, que no estáis tan solos como creéis, porque somos muchos los que también nos estamos quedando muy solos y muy hastiados.

21 diciembre, 2009

Comedida reivindicación de la autoridad (legítima)

Podríamos llamarlo la primera ley de la nomodinámica. Me lo acabo de inventar, creo, pero queda gracioso. Rezaría así: todo espacio de la convivencia social que deja libre una norma lo ocupa otra norma, y todo terreno que abandona un poder lo ocupa otro poder. Sirva como hipótesis y estúdiese algún día, aunque no lleve en la formulación términos como sostenible, género, multicultural o paz.
Si hay algo de cierto en esa afirmación que acabamos de formular, nos estamos equivocando al inventarnos muchas de las filosofías políticas de hoy y, sobre todo, se están equivocando los listos de la alianza académico-político-empresarial. O quizá no se equivocan, en cuyo caso tenemos aún más razones para preocuparnos.
En el fondo del yerro, real o fingido, asoma un vergonzante idealismo que tiene a veces hasta los aires de un cuento de hadas. Un ramillete de ideas, con un aire más de tópicos que de reflexión, expresa esos nuevos mitos. Mencionemos algunas.
La primera, que todo ejercicio de autoridad equivale a abuso y a conservadurismo rancio. Este cuestionamiento de la autoridad tiene numerosas manifestaciones. En la vida ordinaria, se pone en solfa desde la autoridad de los padres sobre los hijos, incluso desde bebés, hasta la de los profesores sobre los alumnos. Como se mezclan churras con merinas y aprovechando que venimos de sistemas sociales y políticos declaradamente autoritarios, en lugar de analizar con cuidado y sentido común en qué ámbitos la autoridad es necesaria y puede estar justificada y en cuáles otros es ociosa y dañina, el pensamiento oficial y pretendidamente único se lleva por delante la noción misma de autoridad.
Cierto que no tiene razón de ser cosa tal como el dominio del esposo sobre la esposa, por ejemplo, pero es de una ingenuidad que mezcla ignorancia con mala fe creer que la autoridad va a desaparecer por arte de magia y a base de discursos bienintencionados. Semejante pensamiento se pone en práctica a lomos de una insoportable paradoja, pues da la impresión de que las relaciones sociales perfectamente igualitarias y la arcádica convivencia entre individuos y grupos se puede y se debe lograr a golpe de ley y sobre la base de la coacción legal, precisamente. A la paradoja se suma la negativa a tomar en cuenta, con el rigor de una ciencia social auténtica, el hecho aludido de que las relaciones sociales no son armónicas porque en ellas se plasme la naturaleza bondadosa del ser humano, sino que contienen siempre una pugna por el dominio e inevitablemente se articulan también como relaciones de poder.
Cuando se trata de que el grupo hasta ahora dominante, sea en la familia, en la escuela o en otros campos sociales, deje de beneficiarse de su anterior posición, fuente antaño de tantos excesos, hay que preguntarse con seriedad quién o quiénes van a tomar el relevo, con qué consecuencias y aplicando qué modelos y con qué origen. Cada tipo de casos merecerá consideración detenida. En toda ocasión se ha de perseguir el abuso, sin duda. Entre adultos -al menos entre adultos que se conduzcan según cierto ideal de racionalidad- y en grupos restringidos en los que puede predominar un interés común, como es el caso de la pareja y la familia, podemos confiar en que las transacciones libres entre los sujetos produzcan buenos acomodos si el sistema jurídico vigila para evitar los malos usos. Pero cuando se trata de relaciones sociales constitutivamente asimétricas, como la que se da entre padres e hijos, entre profesores y estudiantes o entre empresarios y trabajadores, no tiene sentido fiarlo todo a la organización de unas bonitas deliberaciones entre unos y otros individuos. Lo mismo sucede entre gobernantes y gobernados cuando de política se trata. En algunos de estos casos, como en la relación paterno-filial, porque el poder que antes ejercían los unos pasarán a disfrutarlo los otros, sin más. En otras ocasiones, porque la desigualdad de las posiciones de partida se reproducirá una y mil veces, si bien ahora camuflada bajo procedimientos negociadores, comités y comisiones y procesos de concertación que introducen nuevas diferencias no menos problemáticas que las anteriores.
En la política está de moda el rechazo de toda fuerza y mitificar el diálogo como vía para la mejora de las comunidades, sean las comunidades nacionales o sea la comunidad internacional. Nuevamente oscila el péndulo y pasamos de aquella “Realpolitik” basada en la pura amenaza o el descarado uso de la fuerza, a esta trivialidad de que basta reunir a muchos y muy variados “actores” para que los grandes acuerdos que arreglan las cosas tengan que salir por generación espontánea y como manifestación de la general bonhomía. Los resultados saltan a la vista donde quiera que miremos. En la política española basta pensar en el sistema de negociación de la financiación autonómica o en esas patéticas reuniones de presidentes de las Comunidades Autónomas. O no hay acuerdo posible, dado que los intereses de unos y otros son inconciliables tal como están establecidas las reglas del juego y puesto que cada parte tiene que legitimarse ante su electorado haciendo gala del mayor y más radical de los egoísmos, o los acuerdos que aparecen son resultado del puro chantaje de quienes tienen más fuerza o la mayor capacidad para amenazar la ya frágil estabilidad del sistema. Presentar dichos acuerdos como fruto del diálogo libre y del afán de entendimiento es hacer gala de la estulticia de los idiotas o de la mala fe de los hipócritas.
En los asuntos de la política internacional para qué decir. Basta ver lo que acaba de ocurrir en la reunión de Copenhage sobre el cambio climático. Todos a hablar como si fueran iguales, pero la sartén por el mango la tienen y la usan los más poderosos. Mucho discurso, mucho diálogo, mucho de aquí no se va nadie mientras no haya un buen acuerdo -fue lo que dijo el pobre Zapatero para hacer que pintaba algo, y ya se vio: a los cinco minutos todos para casa sin acuerdo que valga la pena-, mucha apelación al interés de la humanidad de hoy y al de las generaciones futuras, pero la reunión empieza y acaba cuando y como quieran EEUU -¿no iba a ser Obama el paladín de la justicia universal y de la edificación, al fin, del paraíso angelical sobre la tierra?- y China, entre otros y con la notable falta de papel de esta Europa que parece una confederación de variadas impotencias y de miopes sin gafas. Todo iba a ser una maravilla, sobre el papel: tantos jefes de Estado y de gobierno, tantas ONGs, tantos representantes de parlamentos variados, tantos enviados de la “sociedad civil”..., y se podría haber llegado exactamente a lo mismo con una reunión bilateral entre Obama y los chinos y que luego pasaran a la firma de los demás lo que acordaran. Ni una maldita dictadura se ha terminado todavía a base de diálogo universal, ni una sola guerra se impide o se acaba con acuerdos que no se basen en el miedo a la derrota o en su inminencia. Triste, pero es así, y así sigue siendo en estos tiempos en que los querubines gritan sus eslóganes de paz. Tampoco la desigualdad entre países pobres y ricos o el conflicto entre “culturas” se va a solucionar de esa manera, ni con alianzas de civilizaciones ni con manoseos de altos representantes. Es lo que hay y para atajar el mal lo primero que se requiere es acertar con los diagnósticos y, lo segundo, no andar recetando placebos o imposiciones de manos de cualquier chamán avispado o de algún equívoco santo con peana.
El tercer aspecto en que el idealismo estéril desborda y perjudica es el referido al Derecho. El Derecho inquieta a los antiautoritarios de boquilla porque es coactivo y porque es la autoridad la que crea sus normas y las aplica. El Derecho desconcierta a los del alma seráfica porque llama a la obediencia y coarta la libertad, esa libertad que se supone que, si no estuviera limitada, nos haría a todos relacionarnos amorosamente y como iguales, sacando lo mejor que cada uno lleva dentro y olvidando para siempre egoísmos, rencillas y violencias. Puede ser coherente el anarquista, desde luego que sí, aquel que rechace todo poder y toda norma vinculante, desde su fe en la bondad natural de la gente. Es el suyo un pensamiento contrafáctico a más no poder, pero puede que no incoherente. La incoherencia la monopolizan esos políticos de discurso antinormativo que pretenden cambiar la sociedad a golpe de decreto y con su ordeno y mando. El “os ordeno que renunciéis a todo poder” es una incongruencia propia de mentes alicortas o de redomados hipócritas. El “ahí van esas normas para que se obedezcan sin que tengan que aplicarse como normas” no es otra cosa que el viejo deseo de dar al poder y a la política la vieja capacidad sugestiva y manipuladora de los sermones religiosos. Si usted, estimado mandatario, supremo jefe, luz de Occidente, considera que no ha lugar para más imposición ni más violencia estatal sublimada en Derecho, apéese del cargo, véngase con nosotros a conversar en el bar de la esquina, puesto que de hablar se trata y hablando se entiende la gente, renuncie a conductores y escoltas y confíe en la pía esencia de los ciudadanos y, ya puestos, no nos mande a los inspectores para ver si en ese local estamos fumando o si le hacemos una foto a una niña en la playa.
Muchos de nuestros gobernantes laicos -de los otros no hace falta ni hablar- llevan en los genes ideológicos las mañas de la religión y las argucias de las viejas políticas. Nos exhortan a ser buenos y beatíficos y nos prometen un futuro de goce pacífico y de disfrute sin cuento, mientras engorda, roban, abusan y se agarran al sillón con la saña de los posesos. Nos espantan al asegurarnos que hay aquelarres por doquier -aquí una reunión de fumadores, allá una confabulación de pedófilos, en el fondo del alma de cada varón un aroma de azufre y maltrato doméstico...- y que por todas partes de cuecen los desmanes que sólo ellos sabrán atajar desde su privilegiada lectura de los textos sagrados, su profética misión y su sabia legislación. ¿Legislación? Como legislan con empeño y como, además, legislan para aparentar que en verdad se preocupan y actúan, caen en la mentada contradicción de imponer la paz por la fuerza, la libertad mediante los castigos y la igualdad con nuevas discriminaciones. Pero también esas mentalidades tienen sus precedentes. Es el viejo truco de la dictadura del proletariado, adaptado a los tiempos, por supuesto. Del mismo modo que la antítesis entre explotadores y explotados se iba a resolver alcanzando aquella sociedad comunista en la que por definición ya no cabían tensiones ni explotación, de la misma manera que el bueno de Marx fue puesto del revés por el perverso Lenin, ahora los nuevos adalides de la justicia cósmica y el diálogo imparable se entregan al punitivismo más desaforado, al más férreo control de las libertades y a la perpetuación de los desequilibrios sociales con el pretexto en que no se trata más que de una etapa necesaria para llegar a esa utopía de almas cándidas, a la perfecta comunión de los santos. Ahora hay que lograr la habermasiana situación ideal de diálogo a base de repartir estopa a algunos interlocutores y de forzar a que los que queden con derecho a la palabra y con posibilidad de usarla den la razón a los mesiánicos líderes y les permitan llegar los primeros al bienestar de los exquisitos y a la dicha de los elegidos.
En todo este proceso, que sólo se puede comprender cabalmente si resucitamos otra vez a Marx, a aquel Marx que nos explicaba las claves de la alienación y el lado oscuro de la ideología como falsa conciencia, se van perdiendo algunas nociones capitales, ante todo la idea de legitimidad. No todo poder es igual y sucio por ser poder, no toda fuerza es lamentable y dañina por ser fuerza, no toda norma jurídica es ilegítima y perversa por ser jurídica, es decir, por tener una naturaleza coactiva, por estar respaldada por la violencia institucional. Hay poderes legítimos, hay usos legítimos de la fuerza y hay normas jurídicas legítimas. Precisamente ahí está la clave, en que, nos pongamos como nos pongamos, ni el poder ni la fuerza ni las normas que obran en la sociedad van a desaparecer por arte de birlibirloque, razón por la que, una vez efectuado tan elemental diagnóstico, no nos queda más que ocuparnos con y preocuparnos de estas dos cosas: que la autoridad sea legítima y que esa autoridad, legítima, haga lo que le corresponde: ejercer de tal desde su legitimidad. Porque, en otro caso, y como ya hemos repetido, seguiremos teniendo autoridad, seguirá sometiéndonos el poder, seguirán aplicándonos la fuerza y seguirán imponiéndonos normas, pero de un modo más primitivo y con efectos mucho más aterradores.
¿Qué es lo que hace legítima la autoridad? En primer lugar, su origen democrático. Es una cuestión de escala, será tanto mayor esa legitimidad cuanto más abierto, limpio y realmente participativo sea el proceso electoral por el que se determina quién ha de estar facultado para ejercer el poder político. En segundo lugar, el sometimiento a Derecho, y especialmente a la Constitución y a las reglas constitutivas del juego democrático de quienes así ejerzan el poder. En tercer lugar, el modo de ejercicio de tal poder político que ha de legitimarse mediante el cumplimiento de sus programas y evitando en todo lo posible el fácil recurso a la demagogia, al discurso vacío y al proselitismo barato.
Nadie más tiene legitimidad en un Estado de Derecho democrático para dictar las normas que a todos atañen y para velar por su correcta ejecución poniendo los medios necesarios y, al tiempo, respetando las especiales facultades de los jueces. Nadie más. La llamada sociedad civil y los movimientos asociativos pueden obrar de múltiples maneras para tratar de influir sobre la opinión pública y sobre los partidos, pero la sociedad civil, las asociaciones y cualquier movimiento ciudadano no han de suplantar a los legítimos representantes de la ciudadanía en su conjunto. Las normas las establece la mayoría parlamentaria, las negociaciones se llevan a cabo entre partidos, las leyes así justificadas se elaboran para ser aplicadas con carácter general. La democracia deliberativa no debe confundirse con el todo el monte es orégano, con el tonto el último o con que mande el que más grite o mejor amenace. Por muy poca cosa que ello sea, usted y yo en las urnas y ante la urnas somos iguales, pero nada más que somos iguales ahí, y por eso ni nos representan las asociaciones de empresarios o los sindicatos cuando de dictar legislación laboral se trata, ni nos representan los grupos ecologistas cuando toca legislar sobre el medio ambiente, ni nos representa ningún feminismo ni ningún machismo a la hora de regular jurídicamente ciertas relaciones “de género”. Tampoco la Conferencia Episcopal. Los católicos ya han tenido ocasión de votar a los partidos que mejor reflejan sus ideales en sus programas. Y punto. Lo demás es impostura, demagogia, filibusterismo, propaganda y, sobre todo, una manera de sustraer la soberanía al conjunto de sus titulares. Fuera intermediarios.

Gran artículo de Timothy Garton Ash sobre niños cuidados y adultos desprotegidos

Está en El País de hoy, se titula "La elefantiasis del Estado niñera" y puede verlo si pincha aquí. Debería hacernos meditar sobre lo enfermos que estamos y sobre lo peligroso que se torna este Estado al que todo el día andamos pidiendo consuelo para nuestros repelentes miedos.

20 diciembre, 2009

Cuentos de domingo. 6. Feedback

El ex marido acaba de soltar un montón de improperios contra su antigua esposa y entre otras cosas le ha espetado que sólo se depilaba cuanto llegaba el tiempo de playa y que con los años se le hicieron insoportables los ruidos de ella en el baño, pero la mujer contraataca con fieras alusiones a la escasa hombría de su pasada pareja y con demoledores detalles sobre las rutinas hogareñas de él. Cuando el presentador terció con preguntas cruzadas que tocaban nuevos aspectos de su convivencia de antaño, la mujer estalló en llanto y el hombre reaccionó agresivamente y sacó a relucir pasados fracasos televisivos del sujeto y rumores sobre sus inclinaciones sexuales, momento en que el programa se interrumpió y llegó una nueva tanda de anuncios.
Lola aprovechó para explayarse sobre la indudable falta de estilo de la mujer y Manolo fue hasta la cocina a buscar una cerveza en la nevera. Cuando regresó al salón, su cónyuge seguía desgranando pormenores sobre la problemática biografía de la dama, hasta que Manolo, de nuevo acomodado en el sillón y tomándose la cerveza directamente de la botella y a largos tragos, hizo saber que a él le parecían ambos igual de impresentables y que no entendía por qué se emitían esos programas tan embrutecedores.
- Tú cállate, que no estás para hablar. Nunca has entendido a Kant y todos tus artículos sobre el lugar de la razón práctica en el cálculo económico no son más que refritos sin ningún fondo.
- ¿Qué has dicho? -tronó Manolo incorporándose a medias y posando la botella vacía en la mesita de centro.
- Yo no he abierto la boca -contestó Lola con un hilo de voz.
- Además, te has aprovechado de tu última becaria y después de hacerla trabajar para ti y de propasarte con ella en la mismísima mesa de tu despacho, la has dejado tirada de mala manera y ni te has molestado en respaldarla cuando concursó para el contrato de ayudante.
- Manolo, la televisión te está hablando -Lola tenía unos ojos como platos y temblaba como si hubiera un terremoto en su sofá.
- ¡Pero qué cojones es esto! -gritó él poniéndose de pie y avanzando hacia el aparato.
- ¡No, no lo apagues! Seguro que era un anuncio. Manolo, ¿por qué te has mosqueado?
- Eso, por qué te mosqueas. Explícate, Manolo, explícate.
Era el presentador el que, en primer plano y mirando fijamente a la cámara, se dirigía a Manolo. No había duda. ¿Será una pesadilla?
- Tú de qué vas, hijoputa, métete en tus asuntos -bramó Manolo con la cara encendida y un espumarajo asomando por la comisura de los labios.
- Manolo, qué es lo que ha dicho ese hombre. -La voz de Lola salió con dificultad entre un mar de hipos y jadeos.
Él iba a replicar algo pero se atragantaba.
- Y tú, Lola, no te hagas la mosquita muerta y nárrale a tu hombre cómo acabó la última fiesta de tu oficina -Ahora era la mujer de la tele la que ocupaba la pantalla con un dedo extendido y gesto acusador.
- ¿Qué es esa historia de la fiesta de la oficina?
- Nada, Manuel, ya sabes que fuimos todos a tomar unas copas e hicimos unas risas.
En este instante, en la pantalla asomaba el hombre y gritaba que él jamás le consentiría una cosa así a su pareja.
- ¿Y tú quien coño te crees que eres, eh? Maldito payaso -Manolo gritaba con su cara a un palmo del televisor.
- Yo sólo te digo que a una pécora como tu mujer no la aguantaría ni tres días. Y de payaso nada, leo a Kant y a Gadamer en alemán y si quieres te recito de memoria cualquier capítulo de la Crítica del Juicio. Así que cuidadín.
- Manolo, ese señor me ha llamado pécora -Lola se deshacía en lágrimas.
- Pues tú chitón también, que ya me vas a explicar luego algunas cosas.
- Creo que deberías aclarar tu tema ahora mismo, Lola -Era el presentador, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Manolo, cuando vuelva la publicidad te lo cuento todo.
- No, no, hablad ahora. Y que él nos informe a todos del lío con la becaria.
- No hay ningún lío ni tengo nada que decir y me marcho de aquí ahora mismo.
- Manolo, mira, una cámara. ¡Ha entrado una cámara en nuestra casa!
En efecto, las puertas del salón se habían abierto de par en par y una cámara había aparecido y se movía por el recinto.
- Hacemos una mínima pausa y en tres minutos regresamos. No se lo pierdan.

19 diciembre, 2009

Cambio climático y política climatérica

Escribo esta nota al atardecer del viernes y los periódicos e informativos radiofónicos salen llenos de noticias sobre el probable fracaso de la cumbre de Copenhage sobre el cambio climático. Es una de tantísimas cosas sobre las que no sé qué pensar, pues ni entiendo un pimiento de tales asuntos científicos ni me fío del todo de la actual alianza a tres bandas entre ciencia dura-blanda, política y empresa. Que no sepa que pensar no significa, por lo mismo, que me pase con armas y bagajes a los que dicen que no hay tal cambio o que no depende de la acción del ser humano, sino que me parece que existe demasiado ruido en el ambiente como para que un modesto ciudadano se pueda aclarar. En cualquier caso, un acuerdo internacional de verdad para que la contaminación de todo tipo sea menor constituiría por sí buena cosa, supongo. Conste, en cualquier caso, la gracia que tiene un comentario de lector que acabo de ver en un periódico digital y que dice así: “En los 70 fue el apocalipsis nuclear, en los 80 el agujero de la capa de ozono, en los 90 el efecto invernadero y ahora lo que está de moda es el cambio climático, lo siguiente será la inversión de los polos magnéticos y después vendrá una invasión alienígena. ¿Pero es que no os dais cuenta de que son todo falacias para acojonarnos? A mi no me la pegan estos chupópteros abrazafarolas”. Yo, menos cabreado en este caso y más dubitativo, sólo confío en que con lo del clima no pase como con el pescado azul o el aceite de oliva, que hace treinta años eran malísimos para la salud, en opinión de los más reputados especialistas, y hoy están recomendados a tope.
Sea como sea, lo que no entiendo es cómo va a ser posible un tal acuerdo serio en este mundo de hoy y con las reglas de juego que imperan. Hagamos una sencilla comparación que espero que no esté muy desenfocada. Pongamos que se trata de una comunidad de diez vecinos, cada uno dueño de su casa. De los diez, uno se ha hecho riquísimo poniendo en su piso un puticlub, otro se ha forrado a base de robar a los otros sus felpudos y revenderlos en el rastro, un tercero se ha hecho de oro criando serpientes en su bañera y amenazando con ellas, en la escalera, a todo parroquiano que no le pague por su seguridad. Además, nadie abona las cuotas de la comunidad. En éstas, todos se ponen a decir un día que no se puede seguir en ese plan y que si no se cortan los abusos y no se arreglan el portal y los ascensores y no se refuerzan los cimientos, el edificio se hará inhabitable. Así que se reúnen en asamblea y argumentan del siguiente modo.
Los tres que se han puesto las botas hasta ahora dicen que vale y que, aunque van a seguir con sus negocios, se comprometen a ser más discretos, a hacer menos ruido y a contribuir puntualmente a los gastos comunes. Hay cuatro vecinos que han ido tirando más o menos y que están preocupados, pero alegan que tienen que apoquinar los que más han estropeado y que o hay carta blanca para que cada cual monte en su piso el chiringuito que le dé la gana, o dejan los tres aprovechados de jugar con ventaja y aunque ahora se hagan los santos. Otro de los habitantes del inmueble está en la absoluta pobreza y afirma que por él como si se cae la casa y se acaba el mundo, que ya le da igual. Y, especialmente, el décimo inquilino es un tipo que justamente ahora está medrando porque ha empezado a alquilar sus habitaciones por horas a parejas de noctámbulos y noctámbulas que hacen bastante ruido y que dejan la escalera hecha unos zorros. Éste último dice que están muy bien las preocupaciones de todos, pero que ahora le toca a él volverse millonario y que en su casa hace lo que le viene en gana, igual que antes procedieron otros en la suya de ellos. Visto el caso, la pregunta rezaría así: ¿cabe, en esa situación, esperar algún acuerdo razonable? Añádase, para colmo, que mientras unos peritos dicen que los niveles de ruido ya son intolerables y que los elementos estructurales del edificio están seriamente dañados, otros afirman que no es para tanto lo uno ni lo otro y que las casas siguen siendo perfectamente habitables y así pueden seguir por mucho tiempo aunque nada cambie.
Ahora volvamos a esos excelsos políticos que se reúnen en Dinamarca para solucionar lo del clima. Para ganarse a la opinión pública de sus respectivos países y conseguir montones de votos se han apuntado al discurso ecologista y han prometido grandes reformas, pero todos ellos saben que en cuanto esas reformas empiecen a costarles dineros y sacrificios a sus electores, se van a quedar más solos que la una y sin poltrona. Así están los que gobiernan en países democráticos, pero los que mandan en las dictaduras andan perfectamente tranquilos, porque a ellos no los presionan las opiniones del electorado y, de propina, no piensan en clave de bienestar universal o de sus ciudadanos, sino en términos nada más que de potencia de su Estado y de su fuerza en las relaciones internacionales. Añádase la presencia de unos cuantos payasos bolivarianos que sólo van a Copenhage a repetir que ellos no transigen con nada, ni con acuerdos ni con desacuerdos, pues todo es parte de la misma conspiración imperialista o judeo-masónica, y tendremos completo el estimulante panorama.
O sea, más vale que lo de las amenazas del cambio climático no tenga base científica sólida o se arregle por sí mismo o por un milagro, porque, si no es así, vamos de cráneo. Los problemas del planeta no tienen solución desde la lógica de las políticas nacionales y, hoy por hoy, una política global seria y eficaz es un ideal perfectamente utópico, por no decir tontorrón. Así que recen los que sean creyentes y procedamos los demás como se dice que hacían aquellas gentes del año mil que se daban a orgías en los cementerios mientras esperaban el fin del mundo. Al final las previsiones no se cumplieron, pero que les quiten lo bailao.

18 diciembre, 2009

Bolonia y los corderos

Cada vez que me doy una vuelta por ahí y me encuentro con muchos compañeros de profesión sale a relucir el tema de Bolonia y la nueva organización de las enseñanzas universitarias. Mi desconcierto aumenta de día en día, pues es de lo más infrecuente encontrarse algún colega que se muestre de acuerdo con el modo en que se están haciendo las cosas, que entienda los propósitos y la filosofía de los nuevos métodos y que no eche pestes al referirse a la manera de ponerse en práctica el nuevo sistema.
Hay acuerdo general en que los nuevos planes de estudio son en cada lugar el resultado de una especie de rifa amañada o del enésimo pulso entre departamentos, grupos académicos y áreas que pugnan por el dominio, con desprecio total de la racionalidad de las carreras, y en que menuda convergencia es ésta, puesto que prima la divergencia y el sálvese quien pueda. Hace tiempo que algunos venimos diciendo que en la nueva enseñanza rige un fetichismo metodológico que, a la postre, no obedece a más razón que una nueva “guerra de las facultades”.
En efecto, el método pedagógico lo es todo y el objeto de la enseñanza, lo enseñado, ya a nadie le importa un pito. Además, late en el fondo la estúpida idea de que el profesor no es más que un dinamizador de grupos que a base de organizar unas pocas lecturas fáciles, unos debates más bien tontorrones y unos cuantos comentarios de los alumnos que ni siquiera puede leer con calma, logrará que los discentes alcancen y asimilen por sí mismos los conocimientos debidos. Es como si se creyera que cualquiera que frecuente un aula es capaz por sí y sin especial esfuerzo de captar en un periquete los más sofisticados conocimientos científicos y de ponerse al día en los recovecos y los más profundos debates de cualquier disciplina.
Por ejemplo, usted pone a sus estudiantes de Derecho a debatir sobre la ley del aborto o sobre la guerra de Iraq y ya con eso se les van a aparecer todos los conocimientos sobre las peculiaridades de las normas, el estado de la legislación o las estructuras de los sistemas jurídicos, cuestiones sobre las que la doctrina del mundo viene debatiendo desde hace cientos o incluso miles de años. Una descarada falsedad y un estúpido imposible. Sin muy doctas explicaciones por boca del que sabe porque lleva a sus espaldas muchos años de especialización en la correspondiente materia y sin un esfuerzo intenso del estudiante entregado al estudio más concienzudo, no es posible adquirir una mínima competencia teórica y práctica y no queda más que superficialidad, trivialidad y el convencimiento generalizado de que todo es discutible y no se necesita más que descaro y un poco de retórica para tornarse un gran especialista en cualquier cosa. Un timo para los estudiantes y para la sociedad.
En lo que personalmente me toca, me niego a aceptar que, después de haberme pasado más de media vida estudiando y tratando de entender ciertas claves bien complicadas del Derecho, ahora no he de tratar de transmitir esos conocimientos mediante mis explicaciones y haciendo que los estudiantes alcancen un grado suficiente de dominio de las cuestiones que importan. No acepto rebajar mi papel al de simple organizador de tertulias y al de corrector de trabajos escolares en los que el alumno exprese simples opiniones carentes de más fundamento que el que pueda estar al alcance de un elemental lector de periódicos. Me da igual que cuatro o cuatro mil cantamañanas pedabóbicos afirmen que la clase magistral es reaccionaria o que la evaluación seria es represiva y, desde luego, no pienso dedicar la mayor parte de mi tiempo como profesor e investigador a repasar foros virtuales o a chatear con alumnos sobre si es justo apresar un perro callejero, conducir borracho o comer alimentos transgénicos. Seguiré explicando qué es una norma jurídica y de qué tipos las hay y volveré una y mil veces a contarles con detalle la noción de sistema jurídico que manejan Kelsen, Hart, Dworkin y otros, entre otras mil cosas que han de saber si se van a dedicar al Derecho en serio y no a tontunas y mamporreos.
Tampoco estoy dispuesto a convertirme definitivamente en un burócrata de la enseñanza y un fanático de cuadrantes, cuadrículas y programas al detalle, y me voy a pasar por el arco del triunfo cuantas comisiones de coordinación y comités de control me vengan con el cuento de que dediqué a un tema más de los veintinueve minutos marcados en la programación o de que dejé sin tocar un subepígrafe del subepígrafe treinta y dos. No. Escarmiento en cabeza ajena al ver a esos compañeros de fatigas angustiados porque se han retrasado media hora con no sé qué lección o porque no les sale la raíz cuadrada que tienen que aplicar para hallar el resultado de una evaluación que combina dos docenas de factores y que, a la postre, sirve para que apruebe todo estudiante que se deje.
Yo voy a comunicar mis saberes, pocos o muchos, pues se supone que para eso se me han exigido en ciertas pruebas. No quita para que las explicaciones puedan ir acompañadas con buenos ejemplos, casos prácticos y lecturas seleccionadas, pero mi suprema responsabilidad como profesor, un auténtico imperativo moral y profesional, consiste en procurar que al final del curso mis estudiantes estén a mi altura, no en ponerme yo a la de ellos o a la de los menos capaces o más zánganos de ellos o de las lumbreras ministeriales, al grito de todo es relativo, todos somos iguales y esto es una reunión de amigos que pasan el rato contándose lo que buenamente se les ocurre. Y todo eso significa que primero hablo yo, cuento yo lo que hay, abierto, por supuesto, a las preguntas, las dudas y las críticas, y luego a esos estudiantes los evalúo yo por lo que saben, no por lo que hacen, por lo formales que son al enviarme puntuales los trabajitos de página y media o por la capacidad de liderazgo que demuestran al levantar la mano y soltar sus ocurrencias.
¿De dónde viene toda esta cadena de desmanes e insensateces que nos atenaza? Tengo una hipótesis al respecto que paso a formular. El poder sobre la enseñanza está en estos tiempos en manos de ciertas disciplinas que carecen de tradición teórica o la tienen muy elemental y de profesores, entre pícaros y lelos, que nada tienen que enseñar y que por eso creen que sólo importa el enseñar a enseñar. Además, sus currículos suelen ser tan abultados como vacíos, llenos de trabajillos y comunicaciones cuya simpleza espanta y cuyo rigor brilla por su ausencia, una mezcla ofensiva de vacuidad intelectual, lugares comunes y corrección política. Y esos sujetos son los que, desde su actual influencia política, pretenden que por ese aro de la inanidad y el esnobismo pasen también las ciencias serias y las disciplinas que sí se ocupan de asuntos relevantes. Tipos inflados que no saben hablar sin la muleta del escrito en la pantallita, incapaces de escribir con una mínima solvencia gramatical y con un léxico que no parezca de parvulario, se han convertido en adalides de la nueva docencia y en censores de las prácticas académicas, y organizan a su medida sistemas de calidad (¡de calidad, manda narices!) y criterios de evaluación científica e investigadora: sistemas idiotas, hechos por idiotas, a la medida de los idiotas y para perpetuar su dominación idiota.
Parece que sobre lo anterior existe entre gran parte de los profesionales universitarios un amplio acuerdo, acuerdo que hace más acuciante la siguiente pregunta: ¿por qué nos sometemos? ¿Por qué tanto profesor formado, capaz y con sobrada experiencia se pliega a esta nueva dictadura de la nadería y el esperpento? ¿Por qué tanta resignación, tanta obediencia, tanto miedo? Nos amenazan con que, si no nos entregamos en cuerpo y alma a toda esta demagogia barata y a todo ese cretinismo pedagógico, no pasarán los controles y las censuras nuestras universidades, nuestros centros, nuestros departamentos y no los superaremos nosotros mismos. Todos con los pantalones bajados y en pompa en el puticlub de los niñatos del metodito, el powerpoint y el seso flácido, por si acaso. ¿En tan poco nos tenemos y tan fácil se nos asusta? ¿Por cuánto nos vendemos o con qué agencita evaluadora nos entendemos con evidente placer, enmascarados y a la chita callando, en las largas noches del invierno académico? Por mí se pueden ir al carajo mi universidad, mi facultad y el lucero del alba, yo resistiré; humildemente, pero cagándome en los putos muertos de quien haga falta. Sí. A ver quién es el guapo que tiene lo que hay que tener para decirme que enseño mal, que sé poco o que fomento el fracaso escolar. Que vengan, que vayan pasando y que me cuenten.
Toca desobedecer, queridos amigos, toca plantarse, llamar a las cosas por su nombre y defender con garra la dignidad del oficio: la dignidad de los profesores y la dignidad de los estudiantes. Toca ejercer la libertad de cátedra, la libertad de expresión y hasta el derecho al honor y la propia imagen, si me apuran. Ardo en deseos de que la primera comisioncilla de pedabobos embozados y de colegas vendidos por cuatro perras me diga que soy un mal profesional y que no enseño lo que es debido y como es debido. Se van a enterar.

16 diciembre, 2009

Fetiches, mitos y otros vicios intelectuales

Llevo casi una semana entera dando vueltas de un lado para otro, de tesis doctoral en seminario y de seminario en tesis doctoral. Contento y entre amigos, conste. Pero menos mal que desde hoy volveré a dormir en casa y a ponerme a mis cosas.
Es curioso cómo se van configurando cada tanto nuevas modas intelectuales en estos temas en los que supuestamente trabajamos los de las ciencias sociales y jurídicas. Esta temporada no hago más que leer sobre y oír hablar de asuntos tales como gobernanza, sistemas alternativos de participación y administración, derechos reflexivo, derecho responsivo, soft law, sostenibilidad y otra serie de temas de ese cariz que me tienen entre perplejo y con la sensación de que me he equivocado de tren o de época.
No voy a soltar aquí un escrito ni largo ni pretendidamente sesudo sobre cuestiones de este jaez -además estoy durmiéndome en la T4 a la espera del avión para León-, pero sí me gustaría, brevemente, diagnosticar tres dolencias que aquejan a la tribu profesoral en estos tiempos: fetichismo semántico, mitología participativa y soberbia disfrazada de deliberación universal.
Comencemos por el fetichismo semántico. Últimamente cunde el convencimiento de que para cambiar el mundo sólo hace falta modificar el lenguaje. Ciertas prácticas injustas y desagradables desaparecerán por arte de magia en cuanto dejemos de usar algunos sustantivos y determinados calificativos o si alteramos el género de los nombres. Otras veces el efecto taumatúrgico se ha de producir inventándose nociones nuevas. Un buen ejemplo de esto último puede ser la idea de gobernanza, sobre la que, por cierto, acabo de leer una tesis doctoral magnífica. Después de constatar que las instituciones públicas son cada vez más opacas y autoritarias, pensamos que todo puede cambiar sustituyendo la idea de gobierno por la de gobernanza y definiendo ésta como una forma de tomar decisiones y de aplicarlas al margen de las jerarquías tradicionales, con mucha negociación con los agentes sociales y los comités de expertos y en un clima de confianza y reciprocidad. Mano de santo.
No sabemos quiénes son los famosos agentes sociales ni quién o en virtud de qué selecciona a los que se las dan de expertos, pero nos quedamos la mar de convencidos de que con esos elementales trucos se modifica la lógica del poder y, sobre todo, aumenta la participación y la importancia de ese vaporoso ente llamado sociedad civil. Mentira cochina. Las fracturas sociales y las desigualdades preexistentes se mantienen o incluso aumentan, pero el poder se legitima a base de fingirse abierto al diálogo, la negociación y la conciliación de intereses. Mentira, repito. Si escaso es el control que usted o yo ejercemos sobre nuestros representantes por vía de la democracia representativa, por estos caminos alternativos de la gobernanza dicho control se vuelve nulo. Los comités, comisiones y demás expresiones del movimiento asociativo o de representación de los llamados intereses difusos no son más que vías para disfrazar el lobby de toda la vida y maneras de reclutar nuevos cómplices y servidores del poder sin pasar por los filtros legales y políticos habituales.
Esto nos lleva a la segunda idea, la de la mitología de la participación. Que si sociedades en red, que si negociación multinivel, que si estrategias de concertación... Cuentos chinos. De lo que se trata en verdad es de sustraer las decisiones a sus controles jurídicos y de legitimar determinados acuerdos alcanzados en la ardiente oscuridad en la que se intercambian favores y se reparten privilegios para grupúsculos infames. Y todo dando por sentado -en las antípodas del pensamiento progresista o izquierdista tradicional- que, en su fondo, la sociedad es armónica y que sólo hay que descubrir los procedimientos que nos permitan a todos entendernos, conciliar y alcanzar de la manita el interés general. De la lucha de clases y la pugna entre grupos que compiten por la dominación estamos pasando a pensar que todo se arregla hablando y que a base de dialéctica deliberativa nace la síntesis del interés común y del bien general. O sea, estamos recuperando por la puerta de atrás lo que antaño se llamaba democracia orgánica o corporativa. Como cuando Franco, sin ir más lejos, sólo que ahora los adalides de la armonía universal parlanchina van sin corbata y con sandalias. O, si queremos hacer otra comparación más provocativa, aunque tomándola sólo en lo que sirva, parece que estamos descubriendo con entusiasmo lo que hace tanto tiempo que practica la mafia: funcionamiento en red, contactos variados con la “sociedad civil”, estrategias de penetración comunitaria, descentralización de ciertas decisiones, márgenes de autonomía operativa y de ejecución imaginativa de las decisiones por parte de ciertos “colectivos”, ritualismo deliberativo, lealtades comunitarias, etc., etc., etc. ¿Hacían falta tantas alforjas científico-sociales para ese viaje a los abismos de una dominación disfrazada de humanismo retórico, pluralismo jurídico y mecanismos alternativos de resolución de conflictos?
Y, por último, la soberbia intelectual de tantos académicos que no sólo piensan que han descubierto la pólvora y han resuelto la cuadratura del círculo, sino que, además y ante todo, están firmemente convencidos de que si todos los sujetos que componen la sociedad deliberaran en las condiciones perfectas de la habermasiana situación ideal de diálogo, llegarían a las mismas conclusiones que ellos alcanzan cuando deliberan solos o con su grupete, pues no en vano el intelectual de siempre y, sobre todo, el dizque científico social de hoy se consideran la clase universal y los portavoces de los intereses todos de la humanidad, comenzando por los de esos oprimidos del mundo que siguen sin voz mientras la intelectualidad habla y habla, hace giras y bolos y, primero que todo, pone la mano para que le financien investigaciones y proyectos esas instituciones a las que luego legitima con sus chuscas, cínicamente idealistas y muy elitistas teorías. Aunque todo muy sostenible, eso sí.

15 diciembre, 2009

Diseño

Me ha vuelto a pasar. Me alojé en un magnífico hotel el Madrid y se lo agradezco a quienes me invitaban. Es estupendo contar a los amigos que se estuve de un hotel precioso y del más sofisticado diseño. Lo que no les narraré serán mis dificultades y el complejo de paleto que me asaltó de nuevo.
Como siempre, el problema comenzó al introducir la tarjeta magnética que hace de llave. Había una extraña flecha que indicaba el lado y la manera, pero sólo la descubrí cuando me la mostró la amable limpiadora que me encontró probando de mil formas. Una vez dentro de la habitación, adivine usted dónde se encuentra el hueco para introducir la misma tarjeta y que se haga la luz. Luz que brindaban unas exquisitas lámparas de variadas formas, pero sumamente tenue y que, por supuesto, no permitía leer sin desgastar la vista. Pues veamos la tele un rato, me digo, y ahí pasamos a otra aventura. Primero localice el mando a distancia, luego hágase una idea de la disposición de sus teclas. Cuando parecía dominada la situación, resultó que no, pues eran tantas las cosas que podían aparecer en aquella pantalla, que no alcanzaba con una ingeniería en telecomunicaciones para enterarse. ¿Mejor una ducha? Ay, la ducha. Salte usted a la bañera y dispóngase a vivir nuevas emociones. ¿Saldrá el agua si toco este botón de aquí? Sí, sale, pero en un chorro directamente dirigido al ojo, tal vez por andar poniendo el ojo demasiado cerca de aquel derroche de colores y agujeros. Pues probemos con este mando de acá. Ahora cae de arriba agua helada y me quedo tieso. Al fin logro que la estupenda instalación me brinde el elemental servicio que deseo, como en casa, y entonces descubro que hay unos frasquitos que deben de ser de gel, champú y tratamiento capilar, pero, maldición, no llevo puestas las gafas y no acierto a leer las minúsculas letras de sus etiquetas. Así que creo que me enjaboné con crema de manos y salí lleno de un aroma sospechoso.
Y así sucesivamente, de sobresalto en sorpresa. Debe de ser porque no soy nórdico o porque me hago viejo, pero después de tanto lujo y tanto diseño, acabo añorando las formas elementales de mis objetos cotidianos y me ratifico en la idea de que los ricos viven fatal, aunque disimulen.

14 diciembre, 2009

Bolonia sin tapujos

Que nadie se pierda este vídeo del que me ha dado la pista un querido amigo. Que nadie se lo pierda. La mejor explicación del timo de Bolonia, a cara descubierta y por boca de ¡un decano! Olé sus narices y su claridad. Se llama Juan Carlos Mejuto y es Decano de la Facultad de Ciencias de Orense.
Pueden ver toda su intervención aquí , o la parte que versa sobre Bolonia aquí o aquí. Memorable.

13 diciembre, 2009

Definiciones indefinidas

No sé qué pensaría Marx si viera cómo hoy en día se piensa que basta cambiar las palabras para que cambie el mundo. En la muy citada tesis XI sobre Feuerbach había escrito don Carlos aquello de que " Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Hoy habría que añadir que los filósofos callan o se dedican a sembrar glosas de Heidegger, pero que un montón de "colectivos" de todo pelaje ha decidido que la transformación del mundo se va a lograr a golpe de censura lingüística y retoque semántico. Cuando el viejo idealismo se da la mano con la estulticia resulta un idealismo nuevo y bien tonto.
Según leo por ahí, algunos "colectivos" gays andan presionando para que la Real Academia cambie la definición de "matrimonio", de manera que se amplíe el concepto y las palabras se adapten a la ley. También se quiere que desaparezcan las connotaciones homófobas y, al parecer, en estas cuestiones va a la vanguardia la Academia Gallega. Pues muy bien, no tengo nada que objetar y entretengámonos con la lengua.
Pero, maldita curiosidad, me he parado a mirar cómo ha definido o piensa definir la Academia Gallega el término "matrimonio". Veo en el ABC de ayer que dicho término se explicará como "todo tipo de uniones legales entre dos personas indistintamente del género de los contrayentes". Me quedo perplejo, claro, al pensar en la cantidad de matrimonios en los que uno puede meterse inadvertidamente. Por ejemplo, si yo formo con un amigo una sociedad mercantil o una empresa, resulta que, por habernos unido legalmente de esa manera, pasamos a estar casados. Si lo hago con una amiga, lo mismo, el género no es problema. Caramba, en esas condiciones ¿no habría que redefinir también la bigamia?
Convencido de que ha de faltarle un trozo a la definición, pierdo un puñado de minutos en vueltas por la red y no acabo de quedarme tranquilo, pues no encuentro mayor precisión apenas. Otro medio de comunicación nos dice que en la próxima edición del Diccionario de gallego el matrimonio quedará definido como "la unión de dos personas hecha legal por medio de ceremonias civiles o religiosas". Supongo que todo dependerá de qué se entienda por "ceremonia". Pero, en tanto no se afine más, seguiré entendiendo que si mi amigo o amiga y yo constituimos esa empresa o sociedad de dos y lo hacemos en "ceremonia" ante notario, firmando papeles, escrituras y tal, estamos celebrando un matrimonio. Habrá que andarse con mucho ojo.
Es de lo más gracioso el modo como se obsesionan por casarse los que, al mismo tiempo, quieren que el matrimonio no tenga más contenido que el de firmar un papelín con traje nuevo y que ni siquiera dé lugar a unas consecuencias legales diferentes de las de convivir "de hecho" y sin papelín.
Yo, con esta acracia liberaloide que me asalta los fines de semana, celebraré el día que se vayan definitivamente a la porra las viejas nociones y prácticas del matrimonio y la familia, pero, entretanto, no entiendo ni ese afán "matrimonializador" de los alternativos ni, menos aún, por qué siguen unos y otros empeñados en que el matrimonio ha de ser cosa de dos y solo dos, o por qué no se legaliza debidamente la tradicional unión de pastores y cabras o de gallinas y granjeros. Dicho sea, naturalmente, con ánimo constructivo y sin querer caer en comparaciones odiosas para absolutamente nadie.

12 diciembre, 2009

Tribunal Constitucional, Constitución y política

El debate constitucional de esta época, azuzado por intereses partidistas, condicionado por planteamientos electoralistas cortos de miras y mediatizado por un lenguaje jurídico absolutamente engañoso, hace pensar que las alternativas posibles se mueven entre el ideal del un Tribunal Constitucional puramente técnico, capaz de calar en los más ignotos recovecos de la Constitución y de descubrir con plena objetividad en ella lo que el común de los mortales no consigue ver, y la sospecha de un Tribunal Constitucional viciado por la política y corroído por el sectarismo de los unos y los otros. La visión acertada va por otro camino y se necesita claridad sobre lo que el Tribunal es, para saber lo que razonablemente se le puede exigir.
Por un lado, en los llamados casos difíciles el Tribunal ejerce una inevitable y, en principio, no ilegítima discrecionalidad. Cuando en el lenguaje de la comunicación ordinaria decimos, por ejemplo, y como un ejemplo de tantísimos, que tal o cual artículo de Estatuto catalán “es” o “no es” constitucional, estamos objetivando lo que no es objetivo. Los casos que suelen llegar al Tribunal son difíciles y complejos precisamente porque para ellos la Constitución no brinda respuesta o no la brinda suficientemente clara y, por consiguiente, cabe justificadamente defender, y defender con buenas y admisibles razones, tanto una solución como su opuesta. Si, en consecuencia, las decisiones de tales casos tienen esa insoslayable dimensión de discrecionalidad, de libertad decisoria, pues en ellos el Tribunal ha de cerrar lo que conforme a la letra de la Constitución (y hasta según su espíritu, si hay tal) está aún abierto -bien con carácter general o para el concreto caso-, el TC está haciendo política con sus decisiones y no hay por qué negarse a aceptar que es así, pues no puede ser de otra manera. Hace política en el sentido de que añade nuevas reglas del juego constitucional o concreta algunas de las reglas constitucionales al optar por uno u otro de sus posibles sentidos. Pretender que, decida como decida o, sobre todo, si decide como más nos gusta a cada cual, se limita el Tribunal a aplicar la única respuesta correcta prefigurada en la Constitución es caer en una mezcla de ingenuo idealismo y/o de descarado cinismo.
Ahora bien, reconocer la vertiente política de la labor del TC es cosa distinta de admitir que tenga que estar sometido al juego partidista o que sus magistrados puedan legítimamente y sin sonrojo servir de simple correa de transmisión de los designios del partido que ayer los nombró o que hoy más les promete para su mañana. ¿Y cómo se marca esa nebulosa frontera entre la política en el buen sentido y el partidismo que puede llegar a ser rastrero, alicorto y mezquino? Mediante la combinación de tres cosas: la regulación del nombramiento de los magistrados constitucionales y la concretas praxis de su selección, la actitud profesional e institucional de los magistrados en ejercicio y la claridad doctrinal sobre su papel y su debido modo de proceder.
Cuando los mecanismos de selección están impunemente abiertos al partidismo, a pactos entre bambalinas y a la búsqueda por cada partido de la lealtad por encima de la competencia jurídica, se abre la más peligrosa vía para que la lógica partidista contamine el funcionamiento de la institución. De esos polvos vienen muchos de estos lodos que hoy están enterrando el prestigio del TC. Si, además, no se ha previsto un régimen de incompatibilidades que evite que los que un día son magistrados mantengan aspiraciones para disfrutar después de su mandato de nuevos cargos o prebendas, se juega con el riesgo de que las ambiciones personales conviertan a algún magistrado en fiel lacayo de quien mañana puede favorecerlo. No son buen ejemplo ni cabe esperar grandes logros de esos magistrados que ya se movían antes en coche oficial y que por nada del mundo quieren prescindir de chóferes y secretarias cuando les toque cesar en ese puesto. La mujer del César no sólo tiene que parecer honesta por su vida anterior, sino que debe estar salvaguardada de la tentación de prostituirse para asegurar su buena vida de mañana. Sí, he dicho prostituirse.
La actitud y la ética personal con la que cada uno vaya a desempeñarse en tan alto puesto no es algo que pueda ser objeto de control permanente, pero tiene sentido curarse en salud. ¿Cómo? Pues asegurando en lo posible que los que vayan a actuar como magistrados constitucionales tengan una trayectoria impoluta de independencia política, una solvencia intelectual acreditada y una experiencia profesional notable. Parece evidente, pero ¿recuerdan ustedes, amigos, cuál es el perfil de algunos de los candidatos que los partidos dominantes proponían la última vez que hablaron para intentar desbloquear la renovación del TC? Y, para ser justos, ¿se acuerdan de alguno de los que proponía el PP? Sí, exactamente: impresentable. Mejor dicho, impresentable candidato defendido por un partido que así se vuelve impresentable sin remisión.
En cuanto al asunto doctrinal, sobre el que debería primero haber un poco de claridad y sobre el que, luego, habría que hacer la adecuada pedagogía, tenemos que partir de la pregunta siguiente: ¿en qué tipo de razones y argumentos ha de basarse el TC si, como hemos admitido de mano, sus principales decisiones tienen una vertiente innegablemente política? La respuesta podría ser ésta: han de buscar la congruencia de las reglas del juego constitucional. Puesto que se trata de ir cerrando lo que en la Constitución está abierto o no suficientemente definido, tienen que partir de una claridad bastante sobre lo que representa la Constitución, y sobre el modelo de Estado que contiene y, sentado, eso, deben procurar ante todo que esa Constitución y ese Estado no se vuelvan inviables por incongruentes o porque los conflictos no se vayan cerrando con la creciente precisión de las reglas de juego, sino que, por contra, se agudicen hasta llegar al bloqueo mismo de la Constitución y, consiguientemente, del Estado.
Ahora apliquemos todo lo anterior al asunto del Estatut. ¿Hay solución? No, radicalmente no. No la hay porque el prestigio del Tribunal está dañado y, decida como decida, los “perdedores” le van a echar en cara su triste trayectoria de los últimos tiempos y el partidismo descarado con que la mayoría de los magistrados ha venido conduciéndose. El propio Tribunal se ha deslegitimado y su descrédito aumenta de año en año. No han sabido ni siquiera guardar las apariencias. Harán como que interpretan la Constitución, pero toda esta lamentable cadena de amagos, filtraciones y broncas nos tienen convencidos de que no los guía el celo técnico o el esfuerzo racionalizador de sus decisiones, sino una mecánica de fobias, filias y, sobre todo, intereses espurios y lealtades personales abominables. No será sólo a ella, ni muchísimo menos, pero a esta Presidenta la historia le habrá de ajustar cuentas.
Pero, aunque un milagro transformara en sesudos e independentísimos juristas a los magistrados actuales, tampoco habría salida a estas alturas. El Tribunal sólo puede cumplir adecuadamente su trabajo, con esa actitud de búsqueda del perfeccionamiento continuo de las reglas del juego constitucional y de realizar progresivamente y de la mejor manera el modelo de Estado que la Constitución dibuja, en un ambiente de lealtad constitucional generalizada, es decir, en un contexto en el cual el papel y significado de la Constitución esté claro y sea básicamente aceptado por los principales actores políticos y sociales. Es decir, los problemas constitucionales que el Tribunal resuelve han de ser la excepción, por considerarse el grueso de la Constitución aproblemática y por disfrutar de un nivel de aceptación y fidelidad suficiente. Y de eso en este país ya va quedando muy poco. Entre unos y otros la están acabando de matar y el sistema está irremisiblemente roto. Haga lo que haga el TC en el caso del Estatut, no se va a componer la situación, sino que va a descomponerse más. Las aguas han salido de su cauce por razones que merecerán algún día, y con el distanciamiento necesario, un análisis detenido, pero que hoy por hoy se pueden sintetizar en la ignorancia de los líderes de los partidos dominantes y la mala fe de esos mismos y de algunos partidos periféricos, especializados en la pesca en río revuelto y convencidos de que la política es un zoco y de que a la vaca se la ordeña hasta que mane sangre y luego se la sacrifica sin ninguna lástima.

10 diciembre, 2009

España: sostenible e inconfundible. Por Francisco Sosa Wagner

Proliferan las bromitas sobre la economía sostenible cuando es asunto serio y de muchos quilates intelectuales. Un municipio cercano al mío se ha declarado sostenible, es decir, y, según doña María Moliner, “susceptible de ser mantenido”. ¿Qué objeción se puede poner a este adjetivo? Es bien correcto porque, en efecto, los dineros de los contribuyentes lo mantienen, sin él no habría municipio, ni alcalde digno de tal nombre, ni casas consistoriales que son las que albergan la administración municipal, no las de mala nota, como algún rijoso apresurado pudiera creer. Las Universidades públicas -muchísimas en número y en cargos académicos- pugnan por ser y parecer sostenibles y todas por supuesto lo son: como que están mantenidas por los frutos de la recaudación obligatoria de alcabalas y pechos que desgarran los bolsillos de todos los paganos. Es más: muchos de nosotros somos sostenibles, pues vivimos gracias al erario público que nos procura una mantenencia más que digna y sólida. Y así sucesivamente ...
España pues es sostenible. Y su economía también. Pero es que hay más, hurgando en el sufijo “-ible” y prendiéndolos -para que no se nos desbaraten- en un imperdible, podemos decir que España es ininteligible porque todos los días se suceden acontecimientos que nadie puede entender y eso le da también una dimensión inconfudible en el (des) concierto de las naciones: de las naciones que tienen Estado, de las pobres naciones que no tienen un Estado que llevarse a su bandera, de los Estados sin nación, y de las naciones de naciones, y no sigo porque me parece que me estoy liando, es decir, me estoy haciendo incomprensible.
España es además indefinible pues que resulta díficil someterla a cánones conocidos o de prosapia contrastada. Si no lo fuera ¿cómo podríamos estar los españoles todas los días preguntándonos por nuestro ser, nuestro yo, nuestra alma intransferible y nuestra mismidad corpórea? ¿cómo estaríamos debatiendo, antes de ducharnos por las mañanas, si somos vascos, gascones, moros, monegascos o fenicios? ¿cómo andaríamos a la búsqueda penosa de un idioma para podernos entender, descubierto el hecho lacerante de que carecemos de él? ¿de qué servirían tantos y tan diversos Estatutos de Autonomía, cuajados todos ellos de exposiciones de motivos, artículos, disposiciones y preceptos horribles y suprimibles?
España es encima, lector paciente, repartible. Justamente en ello -en su reparto- están los hunos y los otros, tirando de su piel desde las cuatro esquinas cardinales para quedarse con sus fragmentos y comérselos solos con esa avidez que ponen muchos mamíferos con el producto de sus cacerías. Y esto convierte también a España en digerible, en un ligero producto comestible y bebible. A poco que siga cociendo este país en la gran olla de la improvisación quedará lista para el gran banquete aunque para entonces ya no será reconocible. Pero no importa ya que esto, a muchos ciudadanos, les parece plausible.
España es, en fin, no lo olvidemos, incorregible. De nada valen los gruesos tomos en que está contenida la Historia de Menéndez Pidal ni los de Lafuente antiguos o los modernos de Artola ni tantos otros esfuerzos por descifrar nuestro pasado como a diario se culminan. España repite, con insistencia de comida mal especiada o de ajo mal administrado, unos y los mismos errores, de manera machacona, sin aprender casi nada del testimonio de sus muertos que se convierten, entre tanta algarabía y sectarismo, en seres inaudibles.

09 diciembre, 2009

Derecho a la medida de la señora y el caballero. O de la igualdad desigual

El Tribunal de Estrasburgo ha enmendado a nuestro Tribunal Constitucional (ah, ¿pero aún existe el TC?) y le ha dado la razón a la señora que pleiteaba contra la Seguridad Social porque no se le reconocía el derecho a cobrar pensión de viudedad, ya que se había casado treinta años antes por el rito gitano y no se había inscrito el matrimonio en el Registro Civil. Además de que se han de pagar las pensiones atrasadas, el Estado español deberá abonar de inmediato setenta mil euros, dicen unos periódicos que para compensar los perjuicios causados por la discriminación y dicen otros que por daño moral. Lo del daño moral es otro cuento gracioso en la actualidad, pero sobre eso ya se ha escrito mucho y bueno y no vamos a pararnos aquí y ahora en dicho tema.
No he leído la Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aunque sí eché en su día un vistazo a la Sentencia del TC y al voto particular que la acompaña, y no pretendo opinar sobre el caso en concreto, que no me parece ni bien ni mal, sino sobre algunos asuntos más generales y sobre las vías por las que transita el Derecho en nuestros días.
Parece que la base de la decisión la aporta el artículo 14 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, que reza así: “El goce de los derechos y libertades reconocidos en el presente Convenio ha de ser asegurado sin distinción alguna, especialmente por razones de sexo, raza, color, lengua, religión, opiniones políticas u otras, origen nacional o social, pertenencia a una minoría nacional, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación”. Se trata, pues, de combatir la discriminación en ley y en la aplicación de la ley, tal como prescribe también el artículo 14 de nuestra Constitución.
El quid de la cuestión discriminatoria está en la relación entre ley general y abstracta y respeto a las peculiaridades personales y culturales. Es evidente que en cualquier ordenamiento jurídico existen multitud de normas que establecen diferencias de trato por razón de sexo, raza, fortuna, etc. Por ejemplo, un sistema fiscal progresivo hace pagar más (¡ay!, si fuera en serio) al que posee mayor fortuna, y no se nos ocurre alegar que se vulnera el citado Convenio, en lo relativo al derecho de propiedad por ejemplo, porque se discrimine negativamente a los más ricos. De ahí que la jurisprudencia constitucional e internacional venga entendiendo, como no podía ser de otra manera, que se trata de proscribir las diferencias de trato no razonables, carentes de una justificación racionalmente admisible y que buscan precisamente y de modo directo el efecto discriminatorio. Por supuesto, la clave está en qué se entienda por “razonable” y en cómo se pesen y contrapesen los derechos e intereses en conflicto en cada ocasión.
Por la vía de la interdicción de la discriminación se está produciendo un doble fenómeno que altera sustancialmente los caracteres del Derecho moderno, del Derecho propio de la Modernidad, en cuya filosofía bebe y encuentra buena parte de sus fundamentos el llamado Estado de Derecho. Por un lado, está cambiando la relación entre derechos individuales y derechos colectivos, sobre la base del creciente peso de los llamados derechos culturales. Por otro, y consiguientemente, se está modificando el patrón de medida de la igualdad o la desigualdad, pues ya no se trata de establecer la comparación de persona a persona, de ciudadano individual a ciudadano individual, sino de grupo cultural a grupo cultural, de manera que no se pretende que en lo esencial cada individuo goce de los mismos derechos suyos que los demás ciudadanos, sino de que cada uno tenga asegurada la posibilidad de regirse por los patrones de su grupo cultural del mismo modo que los demás pueden regirse por los del suyo respectivo.
Lo primero repercute en la crisis imparable de la idea de ley general y abstracta. Lo segundo acarrea la admisibilidad de la discriminación individual siempre que esté amparada por la igualdad formal de los grupos. Quiere esto último decir que se da más importancia a que un sujeto pueda guiarse por las reglas de su grupo cultural que a que sean iguales los derechos y las obligaciones de los ciudadanos todos, tomados individualmente, con lo que, en nombre del respeto a la igualdad de las culturas se da vía libre a la discriminación posible entre los ciudadanos individuales. Esto último puede también tener la consecuencia adicional de que acabe siendo discriminado el ciudadano que no forma parte de un grupo culturalmente diferenciado, el ciudadano del montón, ya porque cargue con obligaciones de las que a los otros son exonerados, ya porque no disfrute de los derechos que a los otros se otorgan. Un ejemplo, sin ánimo de buscar con él nueva polémica en este momento: si yo, ciudadano de Asturias o de Castilla y León, no puedo ganar por concurso una plaza de funcionario en Cataluña sin dominar el catalán, pero un catalán sí puede obtener su plaza en Oviedo o León, hable catalán o no lo hable, yo quedo en desventaja frente a ese conciudadano.
Muchas de esas diferencias de trato por razón de grupo -sea por razón de “género”, de raza, de lengua, etc.- se suelen justificar en la doctrina y en los tribunales echando mano de la llamada acción afirmativa, acción positiva o discriminación inversa, con el siguiente argumento: los miembros de ciertos grupos que están socialmente discriminados deben recibir por vía del Derecho un trato ventajoso, a fin de compensar sus mayores dificultades para acceder a determinados puestos o estatutos o al ejercicio de ciertos derechos, pues desde una rígida igualdad formal o ante la ley no se hace más que perpetuar aquella desigualdad social y material. El argumento es perfectamente admisible, pero, si se convierte en un cajón de sastre y se usa “indiscriminadamente”, puede servir para dar gato por liebre, puede traer las consecuencias opuestas a las pretendidas: perpetuar la desigualdad inadmisible o generar desigualdades nuevas y también reprobables.
Al tratar de la acción afirmativa o discriminación inversa no deberían perderse de vista dos datos fundamentales: uno, que la madre de todas las desigualdades es la desigualdad económica y que, corregida adecuadamente ésta, las oportunidades se igualan por sí solas, salvo en lo que tiene que ver con el punto siguiente; otro, que la fuente de muchas de las discriminaciones padecidas por numerosos ciudadanos está precisamente en su férrea sumisión al grupo cultural, especialmente cuando en el seno de éste rigen reglas fuertemente discriminatorias, por ejemplo entre hombres y mujeres.
Ahora pongámosle el cascabel al gato y reflexionemos sobre el caso que nos ocupa, si bien con la advertencia de que no soy ningún experto, ni mucho menos, en los pormenores normativos y rituales del matrimonio gitano. Puedo, pues, estar muy equivocado en muchas cosas de ese tema, pero de una sí estoy seguro: ni la discriminación e inferioridad social y económica ni la falta de iguales oportunidades que padecen los gitanos proviene de que no se reconozcan legalmente sus ritos y costumbres, ni se va a solucionar la lamentable situación en que muchos ciudadanos gitanos se encuentran mediante tales reconocimientos poco menos que testimoniales, sino atacando el problema por su lado esencial, el de la discriminación social y económica. Si admitimos la plena validez legal del matrimonio gitano, exonerando de todo trámite generalmente obligatorio, como la inscripción en el Registro Civil, pero todo lo demás sigue igual, les estaremos haciendo un flaco favor en términos de igualdad real entre los españoles, por mucho que a ese trato legalmente diferenciado lo denominemos discriminación positiva; como si lo llamamos caridad cristiana: es puro fariseísmo.
Supongamos que existe un grupo cultural, los gitanos o cualquier otro, que tiene su propio rito matrimonial y sus propias reglas sobre el matrimonio y sobre la convivencia entre los cónyuges. E imaginemos que de ese rito forman parte ciertas prácticas atentatorias contra la igualdad de la mujer o contra su libertad sexual y que en esas reglas se establece la obligatoria sumisión de la esposa al marido. ¿Cómo debe actuar, entonces, un Derecho comprometido con la igualdad y la no discriminación? Si los grupos cuentan más que los individuos, habrá que reconocerle a ese matrimonio idéntica validez que la que tiene el celebrado con los requisitos y condiciones que la ley general fija para el matrimonio común. Pero, en ese caso, habría que añadirle al artículo 14 de nuestra Constitución (y al 14 del Convenio Europeo de Derechos Humanos) una cláusula de excepción. Después de la consabida declaración de que nadie puede ser discriminado por razón de raza, sexo, etc., “o por cualquier otra condición personal o social” (como acaba el 14 CE), debería agregarse algo así como esto: “salvo que las normas de la respectiva cultura del ciudadano dispongan otra cosa”. No conviene perder de vista que el estatuto jurídico del ciudadano vuelve a ser personal y que la ley general hace mutis por el foro; como en la Edad Media.
Ahora veamos el problema desde la situación de ése que llamamos el ciudadano común o del montón, que también puede acabar discriminado de rebote. Ponga que es usted varón, cuarentón o más (¡ay!), heterosexual, ateo y casado porque se casó hace un par de décadas. Va de cráneo. Para usted no hay escapatoria, pues la ley general ya no es general: es sólo para usted. Si usted no inscribe su matrimonio en el Registro Civil, no hay matrimonio que valga. Eso por no ser gitano. Si usted vuelve a casarse sin deshacer el matrimonio anterior, le castigarán penalmente como bígamo. Eso por no ser pareja de hecho. Si a usted se le va malamente la cabeza un día y le grita a su esposa o le da un azote a su hijo pequeño, le van a dictar una orden de alejamiento, para empezar, seguramente por no ser musulmán y porque ella y él no se callan (y hacen bien) como si fueran musulmanes. Y así sucesivamente.
Está claro, si usted y yo no queremos ser y estar discriminados, hemos de proclamarnos grupo de uno y cultura unipersonal. A ver si cuela. Y, entre tanto, a seguir luchando por la igualdad, pero en serio.

08 diciembre, 2009

Pérez-Reverte sigue retratando este país de imbéciles que se creen progres

En esta España que no se puede llamar España sin tentarse los presupuestos, lo que más importa es cómo se dicen las cosas, no cómo son. Siempre ha habido mucho idiota, pero ahora, además, proliferan las tontas como los hongos en otoño. Se lo hacen con la lengua y con la lengua misma le ponen el condón al idioma. Piensan que liberarse de viejos yugos es eso. Pobres, algún tío ha vuelto a engañarlas, mientras les restriega una ceja en el seso.
Bueno, lean el caso que cuenta don Javier y luego díganme si no va siendo hora de dar un puñetazo encima de la mesa, aunque sea con las tetas.
Se titula "Chantaje en Vigo". Pinchen aquí y lo verán.

La ANECA lo tiene claro

En La Nueva España del sábado venía una entrevista con Zulima Fernández, nueva Directora de la ANECA. No tiene desperdicio y es una magnífica muestra de la excelencia y el rigor que dominan en las altas esferas de la calidad universitaria. Léanla entera y luego, si pueden, hagan un resumen de lo que hayan entendido.
Por ejemplo, miren esto sobre los procedimientos y las maneras de las acreditaciones:
- PREGUNTA.- Otra cosa: ¿qué le puede decir a un doctor universitario de 30 años al que no le dan más docencia por no ser titular y que no puede ser titular porque la ANECA le exige más docencia, dirigir tesis...?
- RESPUESTA.- Se está confundiendo lo que es la aplicación que el profesor rellena y los documentos que aporta con lo que realmente se exige. En esos protocolos se trataba de que el evaluador tuviera todo la información disponible. El protocolo es absolutamente exhaustivo para que el evaluador se pueda hacer la mejor idea posible. Por otra parte, cuando se empezó a desarrollar el real decreto hubo que acometer una cantidad de trabajo enorme. Ahora sabemos más y podemos reflexionar. Lo que va a pasar es que, con calma, vamos a revisar el procedimiento. El proceso de acreditación, a cualquier nivel, tiene que dar señales correctoras. No puede ser un barrera entre los docentes y su acreditación. Ahora que el grueso ha pasado, nosotros también hemos aprendido. Somos una agencia de calidad y la calidad también es reajuste. Hay que revisar el procedimiento y no descarto una información más comprensible.
- PREGUNTA.- ¿Por qué los expertos no pertenecen a las áreas de conocimiento que examinan?
-RESPUESTA.- Que no sea de la misma área de conocimiento no quiere decir que no evalúe con precisión niveles de publicación o currículum. Yo misma lo he hecho.
- PREGUNTA.- ¿Por qué son anónimos?
- RESPUESTA. No me parece tan grave. En las revistas científicas extranjeras los «referee» (evaluadores) también son anónimos. Y a veces te dicen cosas muy desagradables.
O sea, y si no he comprendido mal la sofisticada prosa sobre el Sein y el Dasein de la calidad universitaria y de Bolonia, debe de ser falso que a más de uno le han negado la acreditación para profesor titular o catedrático por esos nimios detalles de no haber dirigido tesis o no haber soportado cursitos de pedabogos. Además, si por ahí fuera unos anónimos te pueden decir "cosas muy desagradables", por qué no va a ser igual en la ANECA, ¿eh?. Ahora bien, que nadie se preocupe, pues, al parecer, el proceso de acreditación "tiene que dar señales correctoras". ¿Qué diablos son las señales correctoras y cómo las da el proceso de acreditación? Menos mal que "la calidad también es reajuste" y que "el grueso ya ha pasado". Pero paciencia, pues doña Zulima no descarta "una información más comprensible".
Y para parrafadas comprensibles, de indudable transparencia, vean estas otras respuestas de la jefa de los enmascarados:
- PREGUNTA.- Con la «nueva» Universidad, la de la calidad y Bolonia, ¿se gana en empresa y se pierde en academia?
-RESPUESTA.- ¿Qué entiende por académico?
- ACLARACIÓN DE LA PREGUNTA.- Formación pura, el conocimiento por el conocimiento.
- RESPUESTA.- No estamos perdiendo nada. Es cierto que hay una polémica internacional entre la idea de una fábrica de saberes abstractos y la de su traslación al mundo real, entre investigar para conocer o para que eso llegue a la sociedad. Pero tanto en investigación como en formación, el conocimiento y transferencia a la empresa a la empleabilidad se tienen que compaginar.
- PREGUNTA.- ¿Es eso Bolonia?
-RESPUESTA.- Bolonia nos permite tener la fábrica del conocimiento y dotar a los estudiantes de otras herramientas. La Universidad española es humboldtiana, es decir, se potencia la investigación para mejorar la formación. Pero formar también nos sirve para crear empleo. Sobre Bolonia hay muchos malentendidos. A menudo se nos acusa de una cosas y de su contraria.
¿Les habrá enseñado Zapatero a hablar con esa soltura y esa precisión? ¿Hablan como piensan o sólo hablan? ¿Se creen lo que dicen o lo dicen a humo de pajas y luego se descojonan/desovarian para sus adentros?

07 diciembre, 2009

Importante novedad legislativa: La Ley del Objeto Imperdible

Para que luego digan. Para que luego digan que este gobierno no hace nada y tal y cual. Puñeteros reaccionarios. Me refiero a los críticos, a los que quieren que todo sea insostenible y falocrático. Después de la Ley de Economía Sostenible y no Enmendable, que inicia su fulgurante camino parlamentario entre parabienes de todo progretón que se precie, las huestes de Zapatero, armadas de seso y republicanismo Pettit-point, ya están ultimando un proyecto nuevo que pronto verá la luz y nos deslumbrará, la Ley del Objeto Imperdible. Será una norma histórica de la que se guardará memoria durante generaciones y que marcará en el devenir de este Estado-noción un antes y un después, una cesura entre este presente en que todo se pierde y la vida pasa entre ríos que van a dar a la mar, y el futuro en que las cosas todas serán más sostenibles porque ya no se perderán.
Gracias a un primo segundo del Presidente del Gobierno con el que los lunes tomamos café para comentar las últimas novedades del Hola y de Hello Kitty, hemos podido acceder al borrador del revolucionario texto normativo en el que colaboran varios ministerios y la Asociación de Ciudadanos contra las Pérdidas Ordinarias y Telúricas(ASOCIPOTE). Ya la Exposición de Motivos marca con claridad la filosofía que mueve al Ejecutivo: “Las pérdidas suponen en nuestra época una sangría insostenible que daña por igual las arcas del Estado, las finanzas empresariales, la actividad artística y la vida del votante común. Muy particularmente, el extravío de todo tipo de objetos es una rémora que mantiene en tensión y constante búsqueda a la ciudadanía y que deja perjudiciales secuelas en el tejido productivo. Por otra parte, el comprensible afán por recuperar todo tipo de enseres desaparecidos por accidente o defectuosa manipulación, tanto en el hogar como en los centros de trabajo, lleva a un insostenible gasto de energía eléctrica, con sus perniciosos efectos medioambientales y su incidencia en el calentamiento global, y a frecuentes accesos de lumbago y otras dolencias que repercuten en un aumento contraproducente del gasto sanitario per capita. Como señala el Documento de Trabajo de la Comisión de la ONU para el Entronque Curricular Local (ENTROCULO), compete a los poderes públicos la salvaguarda de la salud doméstica y del equilibrio reflexivo inmanente a una vida privada sostenible, y España, fiel a sus compromisos internacionales y al diálogo intercultural sin armas de destrucción emisiva, quiere con esta Ley ponerse en la vanguardia de la imperdibilidad y la congruencia agropecuaria”.
En el artículo 1 se hacen las precisiones técnicas que vienen al caso y se comienza con las habituales definiciones. Así, por “objeto perdido” se entenderá “todo objeto que se haya perdido en fecha reciente o anterior y que no haya sido encontrado en el momento de entrada en vigor de esta Ley”. “Objeto imperdible” se considerará “cualquier objeto que, aunque hubiera sido perdido en su momento, no podrá entenderse como perdido sin la autorización de la Comisión Interministerial de Pérdidas e Imperdibilidad”, y la “Imperdibilidad” es caracterizada como “propiedad de todo objeto material o inmaterial que no ha de tenerse por perdido aunque se pierda en sentido lato o prima facie”.
El segundo artículo proclama los principios inspiradores y que servirán de guía a la Administración y la Justicia para la puesta en práctica y el control de la aplicación de la Ley, entre los que destacan los de Dignidad de la Persona, Imprescriptibilidad de las Búsquedas Esenciales, Irretroactividad de las Desapariciones, Inmunidad Parlamentaria, Inembargabilidad de Objetos Perdidos, Decadencia Filantrópica, Secreto de las Comunicaciones, Reparación Histórica, Rémora Cuantitativa, Tasa de Pernocta y Sostenibilidad. También se expresa el compromiso del Estado español con las fuentes internacionales y los tratados atinentes a pérdidas de territorio por oclusión constitucional y se asegura que las pertinentes directivas europeas serán traspuestas y posteriormente recuperadas sin pérdida de tiempo.
En el capítulo rotulado “De los objetos, bienes y cosas en sí” se estipula que ninguna persona física o jurídica podrá afirmar de palabra o por escrito que se han perdido cualidades tales como la honestidad de los políticos, la vergüenza torera, la calma social, la integridad del territorio, las cuencas de los ríos, los fondos reservados, las oportunidades históricas, la identidad nacional, la honra y los barcos. A cada una de tales materias dedica la Ley el correspondiente artículo, con varios apartados, sucesivos párrafos y numerosas remisiones, pero no entraremos aquí en tales minucias para no cansar al lector y porque importa por el momento que nos quedemos con la esencia de la norma y con su teleología.
Reviste particular interés el capítulo referido a “Parámetros lingüísticos e indicadores semánticos”, dirigido a medios de comunicación, tertulias públicas y privadas, servidores de internet y “cualesquiera manifestaciones literarias escritas en cualquiera de las lenguas del Estado o traducidas a ellas”. Mencionaremos, a título de muestra, la prohibición de que los locutores deportivos den cuenta de los resultados de los partidos de fútbol o de cualquier otro deporte de pelotas mencionando el equipo que perdió en lugar de resaltar que fue su competidor el que ganó, así como la prescripción de que en la cuenta de resultados de empresas y otros entes públicos o privados con actividad económica sostenible se reemplace el apartado “Pérdidas” por el de “Ganancias Negativas”. También los historiadores deberán modificar sus alusiones al resultado de batallas, revoluciones y eventos propios de la Memoria Histórica y cambiar expresiones como “el bando X perdió la guerra” o el “ejército W perdió la batalla V” por otras como “se acordó la paz con recíprocas concesiones” o “se impuso el consenso tras la refriega meramente verbal”.
En el apartado de sanciones, se dividen las infracciones en gravísimas, muy graves, graves y leves. Como gravísimas, castigadas con penas de ostracismo, cancelación de comunicaciones telefónicas y telemáticas, reprensión privada y publicación del nombre del infractor en los periódicos de la Asociación de Medios Catalanes por la Patria (AMECAPPA), se definen aquellas que “acarreen descrédito o pérdida de imagen del Gobierno, las empresas que coticen el Bolsa, los bancos y demás entidades financieras y los parientes, hasta tercer grado por consanguinidad y segundo grado por afinidad, del Presidente del Gobierno, el/la del Congreso de los Diputados, el/la del Senado, el/la de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la del Tribunal Constitucional, el/la de la Audiencia Nacional, los/las de Confederaciones Hidrográficas, los/las de Clubes de Fútbol que en los últimos cinco años hayan participado en la Liga de Campeones y los/las de Comunidades Autónomas con rango de nación o nacionalidad”.
Como infracciones muy graves, que irán acompañadas de “sanciones como las de las gravísimas, pero en un grado menor según el entender del órgano sancionador”, contarán las mismas anteriores, “siempre que el descrédito o la pérdida de imagen de los mismos titulares tenga una entidad equiparable aunque ligeramente inferior al de las infracciones gravísimas”.
Las infracciones graves corresponden a “todas aquellas conductas de personas físicas o jurídicas que vulneren cualquier prohibición, obligación o permiso contenidos en esta Ley y que no constituyan infracción gravísima, muy grave o leve”, y supondrán multa administrativa por un importe del doble al cuádruplo de la suma de daño emergente y lucro cesante que afecte a cualquiera de las personas e instituciones mencionadas en el artículo anterior”.
Por fin, incurrirán en infracción leves "las personas físicas con ciudadanía española que pierdan con dolo, negligencia o de cualquier otra forma objetos, bienes o servicios esenciales para el mantenimiento de la economía sostenible, de un medio ambiente sostenible, de la paz en las relaciones internacionales o del consenso entre los grupos sociales, étnicos, culturales y políticos". Para estas faltas se prevé sanción de apercibimiento público, pérdida de exenciones y desgravaciones fiscales y revisión de la custodia de hijos naturales o adoptivos.
El texto del Proyecto culmina, con exquisita técnica legislativa, en una lista de doscientas trece disposiciones adicionales, quince disposiciones transitorias y nueve disposiciones finales, la última de las cuales establece que “Esta Ley entrará en vigor en un plazo razonable a contar desde su publicación íntegra en el Boletín Oficial del Estado y sin perjuicio de las excepciones dispuestas en las anteriores disposiciones transitorias”.
De entre las numerosas y muy reseñables medidas presentes en las disposiciones adicionales merecen destacarse las referentes al agravamiento de las penas por delitos de abuso de menores, maltrato doméstico de mujeres y transexuales, y genocidio (Disposición Adicional 28ª), a la prohibición de crucifijos en escuelas públicas (DA, 1ª), a la compra de acciones de bancos en crisis con cargo a un “Fondo Especial para la Financiación Bancaria Sostenible” (DA 2ª), a la constitución de un “Sistema Integrado para la Resolución Pacífica de Secuestros Marítimos y Terrestres” (DA, 101ª) y al “Nuevo Modelo Curricular para la Educación Secundaria Multicultural en los Territorios Autónomos de Ceuta y Melilla y en la Comunidad Autónoma de Canarias" (DA 213ª). Por otro lado, en la Disposición Transitoria 1ª se prevé la erección de un Observatorio Estatal de Imperdibilidad, al tiempo que se faculta a las Comunidades Autónomas para la constitución de Observatorios Autonómicos de Imperdibilidad. La Disposición Transitoria 5ª faculta a los ministerios de Ciencia e Innovación, de Educación y de Justicia para financiar proyectos de investigación competitivos de I+D+I que tengan como objeto las políticas sostenibles de imperdibilidad, la igualdad imperdible de género, la imperdibilidad multicultural y el diálogo de las civilizaciones imperdibles.
Confiemos en que una ley tan innovadora, tan ejemplar y tan urgente no se tope en su trámite parlamentario con las habituales trabas provenientes de la cerrazón de la oposición conservadora y de los secuaces de la globalización y el capitalismo depredador.

06 diciembre, 2009

Cuentos de domingo. 5. Sorpresas te da la vida.

No doy crédito a lo que ahora mismo está ocurriendo aquí, en mi casa, entre Fernanda Delgado y yo. El teléfono ha vuelto a sonar y yo me quedo observando los peces que dan vueltas en mi pequeño acuario. Fernanda me mira, sonríe y habla dulcemente. Tengo su mano en mi espalda y su cuerpo inclinado sobre mí. Apago el móvil. Luís debe de andar furioso y yo estoy desconcertada. Desconcertada conmigo misma sobre todo.
Acercarse a Fernanda llevó su tiempo, pero las cosas fueron rodando tal como las habíamos planeado. No fue fácil ganarse de este modo la confianza de la inspectora Delgado. Luís me había advertido de su rígido carácter, de sus maneras expeditivas y terminantes. Pero poco a poco comenzamos a hablar, al principio apenas el saludo protocolario y unas pocas frases de cortesía, luego surgieron ocasiones esporádicas para contarle algunos detalles de mi vida cotidiana, reales unos y otros puramente inventados. Luís se impacientaba, pero yo le imploraba paciencia y le insistía en que confiara en mi capacidad para la misión emprendida.
A Luís lo puede el rencor. A veces ya no lo reconozco y temo que jamás se recupere de aquel mal paso. Se ha hecho visceral, duro, y no perdona. Cuando le faltaba poco para salir y le expliqué que mi empresa me había mandado a limpiar en la comisaría, se alborotó y era como si se sintiera víctima de una conspiración universal. Pero en nuestro encuentro siguiente no paró de hablar y ni me tocó. Ya había pergeñado su plan y yo me dejé llevar como una imbécil. Entonces no me veía así, imbécil, porque entonces yo aún lo amaba. No sé cuándo dejé de quererlo, no sé si lo quiero aún.
Fernanda es sorprendente. En nuestro primer café a solas, un sábado en que ninguna de las dos trabajábamos, me habló de su hijo, de la infancia de ella y de que siempre había luchado para ser policía y hacer bien su trabajo. Me contaba historias de sus investigaciones, sin dejar completamente de lado la obligada discreción, y yo temblaba al pensar que en una de éstas saliera a relucir la detención de Luís, pero no lo mencionó jamás. Esos ojos negros de Fernanda, profundos, me desasosegaban y me ponía a pensar en cómo podrían sentirse los detenidos a los que interrogaba. Luís se iba excitando y su ansiedad crecía cada día que le daba cuenta, a mi manera, de mis progresos. Pero cada vez le ocultaba más detalles e iba guardando para mí las partes más personales de las historias de Fernanda.
Desde chavalilla mi mundo comenzaba y acababa en él, nunca he pensado en otro hombre y ni una sola semana de todos los años que pasó encerrado he dejado de visitarlo y de hacer cuanto me pedía. No sé cómo me ve Fernanda en realidad, creo que me considera una buena chica desgraciada y algo simple y por eso no comprendo bien esta intimidad y este afecto que me regala. Luís me mataría si sospechara que estoy hecha un lío.
Debí callarme que hoy nos habíamos citado en mi casa, pero sé que él puede enterarse de todos modos. Estoy asustada. Luís me repite constantemente que para él soy transparente y que es absolutamente imposible que lo engañe. Tenía que haber guardado en secreto este encuentro, pero no me atreví a ocultárselo. Al fin y al cabo, supone la culminación de su plan y por eso supongo que ahora mismo debe de estar paseando arriba y abajo por mi calle, comido por el enfado y con esa mirada perdida que tan bien conozco.
Me parece que mis nervios han enternecido a Fernanda, que no ha dejado de sonreírme y de hablarme con mucho mimo. Ella no besa como Luís, es otra cosa, y me coge las manos y me asegura que se siente bien a mi lado. Yo quisiera sincerarme, poner las cartas boca arriba y contarle que me muero de pena y que estoy atrapada porque amo a Luís y porque no quiero nada más que seguir con ella toda la tarde, así como ahora, con mi cabeza recostada en su pecho y sintiendo sus dedos jugar con mi pelo, mientras me repite que esté tranquila, que nada tema y cuánto se alegra de haberme conocido y de que seamos amigas.
El timbre ha sonado como una descarga eléctrica que sacude todo mi cuerpo y trato de incorporarme de un salto, pero Fernanda pone sus dos manos en mis hombros y me mantiene en el sofá, mientras me besa en la cara con gran suavidad. El timbre brama de nuevo, dos, tres, cuatro veces seguidas. Ahora ella busca mi mirada, sonríe y repite que calma, que no pasa nada. Luego saca de su bolso una pistola, se coloca detrás de la puerta y me indica por señas que abra, sin dejar de sonreírme. Y voy a abrir.

04 diciembre, 2009

Métale un gol a su pareja

El fútbol ya se nos había incrustado en la vida y en el alma. Como para no. El día que hay fútbol entresemana renuncie usted a escuchar en cualquier emisora de radio el habitual programa de información y comentario por la noche. ¡Hasta los tertulianos callan cuando ruedan las pelotas! Lo primero es lo primero. A mí el fútbol me gusta un poco, pero esta situación es asfixiante. La audiencia es la audiencia y, mientras no se demuestre lo contrario, la audiencia es tonta y alienada. Aunque siempre puede venir una nueva retransmisión que aumente el éxito de emisoras radiofónicas y televisivas; por ejemplo, sería un hito espectacular que se emitieran en directo unas ejecuciones de penas de muerte, unas violaciones o unas masacres bien sangrientas. Además, con el espectáculo la familia se mantiene unida ante el televisor y mejora la educación para la ciudadanía.
También contábamos ya con la televisión en las habitaciones. A la mía no ha entrado todavía, ¡voto a Bríos!, pero nada me enternece tanto como ver esos hogares que tienen un pantallón delante mismo del tálamo conyugal. Ah, qué dicha contemplar el telediario mientras se le rasca la pierna al pariente o la parienta, a ver si se duerme de una vez.
Ahora se riza el rizo y llega la gran novedad para que el fútbol, con televisión o sin ella, se nos meta bien adentro en las relaciones íntimas. Resulta que una empresa pone en el mercado una línea de ropa interior oficial del Real Madrid. Hay para él y para ella, aunque supongo que pronto llegará también la del perrito, para que nada falte y no se discrimine entre vivientes sensibles al modo de P. Singer. La foto con la que ABC ilustra la noticia es sugerente. Como tantas fotos de ABC, por cierto. Siempre he dicho que el mejor erotismo y el más desenfadado lo cultiva la derecha. Son muchos años de doblez y entrenamiento. En la imagen –véanla- aparece una señora luciendo en el sujetador transparente el escudo del Real Madrid. Sublime. Quiero decir que sublime la cosa en sí, la novedad indumentaria. ¿Habrá también rulos con motivos alusivos a la pasión futbolística?
No sé a que esperan las Autonomías de más postín y mano más larga para lanzar unos juegos de lencería con los respectivos colores nacionales. Recuerdo que hace muchos años un servidor tenía un profesor particular de inglés que era irlandés y que me contaba que a él y otros compatriotas les encantaba acostarse con señoras en camas adornadas con sábanas del color de su bandera. O a lo mejor es que lo entendía yo mal, pero me quedó esa cosa fetichista. Voy a mercar un día unas sábanas engalanadas con los signos de Asturias, a ver qué dice mi reina. Y cantaré, enardecido, lo de subir al árbol para coger la flor y todo eso.
Puede que no haya detrás más que la hábil combinación de estrategias empresariales, pero no se me va de la cabeza la sospecha de que puede estar involucrada alguna asociación de señoras preocupadas porque sus contrapartes masculinas sólo se excitan ya si las ven con cara de Cristiano (Ronaldo, ojo) o con pelos en las piernas como los de Raúl. Y tengo para mí, aunque deba disculparme por la triste conclusión y lo áspero de la escena, que en cuanto las vean ahora luciendo atuendo madridista se empeñarán ellos en abordarlas por vía poco natural y más costosa.
De todos modos, es de esperar que no todo resulte tan pacífico y atléticamente grato. Pueden estos nuevos recursos aumentar los inconvenientes comunicativos y las dificultades del apareamiento. Por ejemplo, usted, varón soltero o divorciado –si no está en esos casos ya sabemos que no-, va a ligar (¿se sigue diciendo así?) con una señora que casualmente pasaba por un bar, es usted del Barça -que es más que un club y puede que sea un night-club- y cuando todo marchaba a pedir de boca se topa con su conquista íntimamente ataviada con los colores de la llamada Casa Blanca. ¿Seguir delante de todos modos? ¿Interrumpir ahí los tratos y marcharse con un indignado gesto? ¿Riesgo de penoso gatillazo? Mejor hablarlo antes, por si las moscas. En lugar del estudias o trabajas de toda la vida, comiéncese el acercamiento con una discreta pregunta sobre el equipo de sus amores y con el comentario de las mejores jugadas de la última vez.
También cabe imaginar malévolas venganzas de señoras despechadas que luzcan, el mismo día en que se han depilado a conciencia, los emblemas del equipo más odiado, nada más que como revancha por la última farra de uno o, lo que es peor, para poner a prueba el amor y ver si el deseo es compatible con la ideología. Craso error, pueden salir muy escaldadas.
En fin, éste que suscribe se queda prudentemente a la espera. A la espera de que aparezcan unas bonitas prendas íntimas para dama con la excitantes rayas blancas y rojas del Sporting de Gijón. ¿Se imaginan? Bueno, no, no se imaginen nada. En cualquier caso, si salen pronto ya sé qué regalar estas navidades y con el pío espíritu que se les supone a unas fiestas tan familiares.