Proliferan las bromitas sobre la economía sostenible cuando es asunto serio y de muchos quilates intelectuales. Un municipio cercano al mío se ha declarado sostenible, es decir, y, según doña María Moliner, “susceptible de ser mantenido”. ¿Qué objeción se puede poner a este adjetivo? Es bien correcto porque, en efecto, los dineros de los contribuyentes lo mantienen, sin él no habría municipio, ni alcalde digno de tal nombre, ni casas consistoriales que son las que albergan la administración municipal, no las de mala nota, como algún rijoso apresurado pudiera creer. Las Universidades públicas -muchísimas en número y en cargos académicos- pugnan por ser y parecer sostenibles y todas por supuesto lo son: como que están mantenidas por los frutos de la recaudación obligatoria de alcabalas y pechos que desgarran los bolsillos de todos los paganos. Es más: muchos de nosotros somos sostenibles, pues vivimos gracias al erario público que nos procura una mantenencia más que digna y sólida. Y así sucesivamente ...
España pues es sostenible. Y su economía también. Pero es que hay más, hurgando en el sufijo “-ible” y prendiéndolos -para que no se nos desbaraten- en un imperdible, podemos decir que España es ininteligible porque todos los días se suceden acontecimientos que nadie puede entender y eso le da también una dimensión inconfudible en el (des) concierto de las naciones: de las naciones que tienen Estado, de las pobres naciones que no tienen un Estado que llevarse a su bandera, de los Estados sin nación, y de las naciones de naciones, y no sigo porque me parece que me estoy liando, es decir, me estoy haciendo incomprensible.
España es además indefinible pues que resulta díficil someterla a cánones conocidos o de prosapia contrastada. Si no lo fuera ¿cómo podríamos estar los españoles todas los días preguntándonos por nuestro ser, nuestro yo, nuestra alma intransferible y nuestra mismidad corpórea? ¿cómo estaríamos debatiendo, antes de ducharnos por las mañanas, si somos vascos, gascones, moros, monegascos o fenicios? ¿cómo andaríamos a la búsqueda penosa de un idioma para podernos entender, descubierto el hecho lacerante de que carecemos de él? ¿de qué servirían tantos y tan diversos Estatutos de Autonomía, cuajados todos ellos de exposiciones de motivos, artículos, disposiciones y preceptos horribles y suprimibles?
España es encima, lector paciente, repartible. Justamente en ello -en su reparto- están los hunos y los otros, tirando de su piel desde las cuatro esquinas cardinales para quedarse con sus fragmentos y comérselos solos con esa avidez que ponen muchos mamíferos con el producto de sus cacerías. Y esto convierte también a España en digerible, en un ligero producto comestible y bebible. A poco que siga cociendo este país en la gran olla de la improvisación quedará lista para el gran banquete aunque para entonces ya no será reconocible. Pero no importa ya que esto, a muchos ciudadanos, les parece plausible.
España es, en fin, no lo olvidemos, incorregible. De nada valen los gruesos tomos en que está contenida la Historia de Menéndez Pidal ni los de Lafuente antiguos o los modernos de Artola ni tantos otros esfuerzos por descifrar nuestro pasado como a diario se culminan. España repite, con insistencia de comida mal especiada o de ajo mal administrado, unos y los mismos errores, de manera machacona, sin aprender casi nada del testimonio de sus muertos que se convierten, entre tanta algarabía y sectarismo, en seres inaudibles.
España pues es sostenible. Y su economía también. Pero es que hay más, hurgando en el sufijo “-ible” y prendiéndolos -para que no se nos desbaraten- en un imperdible, podemos decir que España es ininteligible porque todos los días se suceden acontecimientos que nadie puede entender y eso le da también una dimensión inconfudible en el (des) concierto de las naciones: de las naciones que tienen Estado, de las pobres naciones que no tienen un Estado que llevarse a su bandera, de los Estados sin nación, y de las naciones de naciones, y no sigo porque me parece que me estoy liando, es decir, me estoy haciendo incomprensible.
España es además indefinible pues que resulta díficil someterla a cánones conocidos o de prosapia contrastada. Si no lo fuera ¿cómo podríamos estar los españoles todas los días preguntándonos por nuestro ser, nuestro yo, nuestra alma intransferible y nuestra mismidad corpórea? ¿cómo estaríamos debatiendo, antes de ducharnos por las mañanas, si somos vascos, gascones, moros, monegascos o fenicios? ¿cómo andaríamos a la búsqueda penosa de un idioma para podernos entender, descubierto el hecho lacerante de que carecemos de él? ¿de qué servirían tantos y tan diversos Estatutos de Autonomía, cuajados todos ellos de exposiciones de motivos, artículos, disposiciones y preceptos horribles y suprimibles?
España es encima, lector paciente, repartible. Justamente en ello -en su reparto- están los hunos y los otros, tirando de su piel desde las cuatro esquinas cardinales para quedarse con sus fragmentos y comérselos solos con esa avidez que ponen muchos mamíferos con el producto de sus cacerías. Y esto convierte también a España en digerible, en un ligero producto comestible y bebible. A poco que siga cociendo este país en la gran olla de la improvisación quedará lista para el gran banquete aunque para entonces ya no será reconocible. Pero no importa ya que esto, a muchos ciudadanos, les parece plausible.
España es, en fin, no lo olvidemos, incorregible. De nada valen los gruesos tomos en que está contenida la Historia de Menéndez Pidal ni los de Lafuente antiguos o los modernos de Artola ni tantos otros esfuerzos por descifrar nuestro pasado como a diario se culminan. España repite, con insistencia de comida mal especiada o de ajo mal administrado, unos y los mismos errores, de manera machacona, sin aprender casi nada del testimonio de sus muertos que se convierten, entre tanta algarabía y sectarismo, en seres inaudibles.
1 comentario:
Pues si, Espana es incorregible, y quiza lo sea porque cada vez que sus contradicciones asoman la unica solucion que se propone es "los tanques" o las "leyes mordaza" de unos contra otros. Asi se consigue acallar la contradiccion durante algun tiempo, pero antes o despues vuelve a asomar y nos reafirmamos en la incorregibilidad.
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