31 julio, 2007

Aburridos, pelmas

Hay cosas del ser humano que uno no entiende. Pero tampoco se debe perder la perspectiva por completo y de vez en cuando conviene pararse a pensar que si casi todos los demás hacen o sienten de determinado modo, el raro es uno.
Viene esto a cuento de la perplejidad que me causa el toparme sin parar con gente que necesita matar el tiempo, que busca desesperadamente consuelo para sus horas vacías, muertas, cualquier cosa con la que combatir el aburrimiento existencial, disculpas para no estar consigo mismos o meramente con sus parejas. Yo jamás me aburro. Bueno, miento: me puedo aburrir como una ostra cuando alguno de estos desalmados me coge por banda y me usa de entretenimiento y de antídoto para su incapacidad de estar solo y a sus cosas.
Cada día me levanto lleno de planes y ganas de ponerme a esto y lo otro: acabar de leer aquella novela, trabajar un poco en algún articulillo sesudo que uno tenga entre manos -para mí no hay diferencia entre trabajo y ocio, todo me divierte por igual, y por eso puedo tomarme la lectura de un libro de poemas como una labor que me marco o la escritura de un trabajo sobre alguna intrincada materia jurídica como un pasatiempo magnífico-, poner unas flores en el jardín, ver tal película o, por qué no, ir a la compra y disfrutar con la decisión de si quiero hoy comer una carne roja o un pescado a la plancha. ¿Que también te gusta cocinar? Qué placer sería sacar tiempo para copiar o inventarse cada día un plato nuevo y explorar sabores distintos, mezclas sorprendentes. Súmese que, si hay bebé por medio, también es un gusto jugar y revolcarse con él un rato. El día está lleno de momentos de plenitud, de disfrute, de satisfacción. Aunque también acecha la ansiedad, pues vas a la librería y quisieras comprar cien libros de una tacada y poder leerlos todos en una semana, vas al vivero y te apetecería un jardín enorme y tiempo y fuerzas para llenarlo con todas las flores, lees un libro de tu especialidad y se te ocurren unas cuantas ideas que te encantaría poner por escrito con erudición y razonable fundamento. Y así todo.
El problema es conocido: el tiempo no alcanza para lo que uno quisiera hacer. No digo para lo que uno tiene que hacer, para cumplir con obligaciones o tareas ingratas, no; me refiero a las actividades con las que disfrutas de mil maneras. Lo que se daría por ser de esos que no necesitan dormir más de cuatro o cinco horas. Así habría más tiempo para uno mismo, para abarcar más cosas, para rellenar la vida con más actividades y placeres, para sentirse vivo, gozosamente vivo. Por eso, cada vez que un plasta se apodera de tus horas, te roba un trozo de vida. Porque vivir como él, pegado a un asiento o a cuatro hábitos de nada y buscando desesperadamente cualquier tontería en la que entretenerse, no es vivir, es vegetar malamente.
Pues a la escasez del tiempo, que es un dato objetivo y al que pocas vueltas cabe dar, salvo el esfuerzo por organizarse lo mejor posible, se suma otro problema que sí te deja profundísimamente perplejo: vivimos rodeados de gentes que no tienen donde caerse vitalmente muertas, si se me permite la expresión. Se agarran a tus horas, sí, a las tuyas, como a un clavo ardiendo, como náufragos a un madero. Te caen encima como el parásito que en lugar de chuparte la sangre quiere roerte las horas. Te utilizan con descaro y, al tiempo, con la conciencia muy tranquila. Pues se supone que, encima, tú debes estarles agradecido porque te entretienen, te dan conversación y te ayudan a pasar el día con menos tedio. Pero qué conversación ni qué entretenimiento ni qué niño muerto, el tedio lo traen ellos puesto y te lo quieren inocular brutalmente, intentan descargarlo en ti, pues piensan que aburrimiento compartido es menos aburrimiento.
Ojo, entiéndase todo esto en su justa medida. Pocas cosas más agradables que un buen rato de charla con unos amigos, pocas tan estimulantes como unos ratos compartidos de confidencias o debates sobre asuntos de interés común. Es muy grato contarse de vez en cuando la vida delante de un buen plato de comida o ante una copa, rajar con complicidad sobre esto o aquello; o echarse una partida o un partido, darse un paseo divagando en común, etc., etc. El hecho de disfrutar enormemente de la vida en soledad y a la bola de uno no significa convertirse en un asocial. Simplemente supone concebir de otra manera el modo de repartir el tiempo y ordenar los días. Para el laborioso feliz lo normal es andar a su aire y en sus cosas y dedicar cada tanto un tiempo a la convivencia con los otros; eso sí, sólo en la medida en que merezca la pena y cuando esos otros no sean unos plastas o unos insustanciales. Porque la alternativa está clara: si con esta gente me aburro, media vuelta y a mi árbol, a mi rollo, a mis cosas. En cambio, el aburrido compulsivo, el poseído por el tedio, anda a la caza de otra cosa: algo con lo que matar el tiempo. Son asesinos natos, zombies, muertos vivientes. No disfrutan con su trabajo, al que tienen por castigo bíblico y con el que cumplen a regañadientes y bajo mínimos, y se pasan las horas diciendo que cuándo llegarán el fin de semana o las vacaciones. Y cuando llegan, no saben qué hacer, no andan más que al acecho de víctimas para traspasar el hastío. Te los encuentras y adiós, no hay manera de librarse: tomemos una caña, demos un paseo, comentemos esto o lo otro. Pero no tienen ganas en verdad de comentar nada, pasean por compromiso, están aquí o allá por pura necesidad de no quedarse solos, y por eso mismo suelen hablar a tontas y a locas, endilgándote una retahíla de historias que no te interesan un carajo y que te aburren intensamente: ayer comí callos con garbanzos en el bar de Pepe. ¿Y? Mi cuñada se ha ido este año de vacaciones a Almería. ¿Y? Ando buscando un sofá nuevo para la salita, que me pegue con el nuevo color que le hemos puesto a la pared. ¿Y? Mi tía de Segovia ha empeorado y ahora la tenemos que ingresar en una residencia. ¿Y? ¡Pero si yo no conozco a tu tía ni a ningún otro pesado de tu familia más que tú, cojones! Roberto se ha separado de Laura y andan a la greña por la casa. ¿Se puede saber quién hostias es Roberto y quién Laura y qué demonios me importa a mí su puñetera casa? Me siento mal esta temporada, me duele la cabeza y ando decaído. Pues vete a tu casa y métete en la cama, en lugar de pasarme a mí tu cefalea con este rollo que no me importa nada, so cabronazo. Eso sí, el día que ligan o que les toca la lotería no vuelves a verles el pelo, tantísimo que te querían y con lo mucho que necesitaban tu cariñosa presencia.
Tú asientes de vez en cuando, miras el reloj, mueves los pies como si se te estuvieran durmiendo, pones cara de que te espera un compromiso ineludible y amagas con irte. Ni de broma. Te agarra, te chantajea, te suplica si hace falta, no te suelta, pues en tu ausencia ve su vacío, su abandono, su nada de colorines. Transiges, tomas otra cerveza, te dices a ti mismo que tal vez en media hora ya puedas largarte a hacer lo que tenías que hacer y tanto te apetecía. Pero o te pones violento o no hay tu tía. Entonces te dices que, ya que estamos, vas a contar tú alguna cosa tuya, compartir una preocupación o comunicar una alegría. Vas listo. El pelma aburrido no te va a escuchar, no le interesa nada tuyo, te quiere sólo por tu oreja, no por tu cabeza ni por tu corazón. Para él eres un amigo hinchable, un sucedáneo de ser humano, un cuerpo sin alma al que echarle una parrafada, igual que se echa un polvo a una muñeca o una almohada.
No les gusta trabajar, en el tiempo libre se amuerman y no disfrutan nada que no sean las cuatro necesidades fisiológicas más elementales; aspiraciones, ambiciones, afanes no cultivan para no deprimirse o estresarse, el amor o la amistad sólo los entienden como consuelo para su inanidad estructural, de las rutinas aprendidas en la infancia no quieren salir ni a tiros. ¿Por qué no se pegan un puto tiro en lugar de ir jorobando al prójimo? ¿Por qué no nos dejan en paz a los que estamos felices a lo nuestro? ¿Por qué no les van con sus cuitas simples y repetitivas a un confesor o a una prostituta/o y así no nos salpican a nosotros con sus tristes humores? ¿Por qué se empeñan en aburrirnos?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muy en sintonía contigo, Juan Antonio! Salvo en dos cosillas.

Una, la del dormir. Muchas veces tiro con las famosas cuatro-cinco horas, creo que por mi avidez de embarcarme en demasiadas aventuras. Pero cuando duermo nueve-diez (ahora lo estoy haciendo, en una maravillosa semana de vacaciones ... en casa) siento un bienestar interno, que no miente, y que me hace verlo con otra perspectiva.

La segunda, lo de los zombies. Cuántos conozco yo también. Aquí, mi diferencia contigo no está en negar su existencia, sino el carácter esencial e inmutable de la zombitud. Para mí que es una mezcla de convención social -colectivamente, tenemos un miedo horroroso a todo lo que no sea liviano y banal- y de limitación autoimpuesta. A veces es posible cogerlos con el pie cambiado, y llevar la conversación cándida y provocadoramente al terreno de la realidad. No sé hacerlo siempre -mentiría como un bellaco si lo pretendiera- pero a veces funciona; cuando sale la persona a la luz, se tienen buenas conversaciones. Es decir, verdaderas.

Saludos a todos,

Anónimo dijo...

Hombre de Dios, ya que tienes la suerte infinita de no tener ese infinito vacio existencial que mencionas, no te cebes con esos pobres, sé generoso y permíteles su momento de intrascendencia.
Un saludo.