02 agosto, 2007

Edad

Duerme con la cabeza levemente inclinada y la piel de la nuca y del comienzo de la espalda se ve arrugada y leve, como de fino papel sedoso. Aquí y allá tiene la carne transparencias, parece sin peso, etérea, y su tacto es como de espuma. Abre un rato los ojos, pero muy pronto vuelven a pesar los párpados y la cabeza se va para los lados, acá y allá, hasta que el sueño vence en esa pugna y se impone una súbita quietud. Se adivina el baile intenso de los ojos bajo la cortina del primer sueño, las manos gesticulan, van y vienen como con vida propia, los dedos se crispan o percuten sobre el aire como si los guiaran músicas ignotas. Ora frunce el ceño, ora viene a la boca desdentada una sonrisa de exquisita pureza. Los labios se mueven, parece que hablara hacia dentro. Acercando el oído a su respiración, como se acerca en el mar a una caracola, diríase que canta de la manera más tenue o que se escucha el eco de la vida agitándose en olas. De pronto abre los ojos y te mira desde muy lejos, o quizá desde muy cerca y es tu propio vértigo el que te aleja, te acobarda. Sólo el hambre la hace terrenal, real, prosaica, materia presente. Sólo por un rato.
En cada gesto de la pequeña Elsa esta mañana, han retornado los felices días finales de mi madre, hace un año. Y al jardín ha vuelto, fugazmente, la vieja lagartija.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un pequeño homenaje de tarde veraniega a Elsa (fragmento traducido por un amigo mío)

La caracola y la oreja

De esa profunda caracola
Su sonido aguarda, encerrado,
Siglos tras siglos a la oreja
Que al final se le habrá acercado.
El hombre que allí la reclama
Escuchando ese eco lejano
En su interior más hondo devana
El invisible hilo marino.