¿Se acuerdan los de mi quinta y así de aquellas lecturas juveniles de Marx pasado por los marxistas yugoslavos, los Petrovic, Markovic y tal, y por la Escuela de Budapest de antes de que llegara la Agnes Heller y se fuera con la música a donde el Imperio contraataca? Uno de los principales temas era si la estructura económica determinaba al cien por cien las superestructura ideológica o si desde el mundo de las ideas también se podía cambiar algo de la endemoniada configuración de los modos de producción y las relaciones de idem. La había liado Engels en aquella famosa carta a Bloch, aprovechando que don Carlos había palmado y seguramente dándose cuenta de que si el marxismo no influía como idea, a ver cómo iba a pintar un pimiento en la marcha de la historia; corcho, y de que don Carlos y él habían comido de sus plusvalías inglesas y no se resignaban a ser tan superestructurales. Luego vino Lenin y dijo que tranquilos, que donde esté una buena vanguardia que se quite todo y que allá vamos aunque no se den las condiciones objetivas que había previsto el bueno de Karl. En vez de estallar en Inglaterra o Alemania, la revolución prendía en Rusia y de algún modo había que justificar que ocurriera donde no tocaba, pues en lugar de proletarios deprimidos había campesinos más o menos y, a falta de capitalistas ahítos de plusvalías, terratenientes con ínfulas aristocráticas y ganas de tirarse una zarina. Así que lo que no alcanzaban los determinismos estructurales se suplía con voluntarismos que ya no eran ideología como falsa conciencia, sino canela fina, conciencia proletaria de dirigentes que antes muertos que obreros. Al fin y al cabo, igual que de sexo siempre han hablado más que nada los curas célibes, la revolución obrera han solido dirigirla burguesitos de fina estampa y espinazo rígido. Así resultó. Y lo de la determinación estructural de las superestructuras empezó a ser como el misterio de la Santísima Trinidad, pero en laico y con barbas.
Pero con tanta Guerra Fría y tanto cuento, la cosa iba colando y al que señalara una contradicción en el dogma se le tildaba de cómplice objetivo de las fuerzas de la reacción, amén de pequeño burgués y hasta kulak, cosa esta última que no se sabía muy bien lo que era, pero que sonaba de lo más pecaminoso para esa moral marxista que siempre fue un poco de vía estrecha en lo que tiene que ver con la liberación de los cuerpos y las almas por libre y sin desfiles ni pancartas. Luego Mao escribió un Libro Rojo que no tenía nada que ver con nada, pero que cada uno interpretaba según convenía para el avance triunfal de la historia en su barrio, y hasta se organizó en China una Revolución Cultural que acabo siendo agricultural, pues mandaron a todo quisque alfabetizado a plantar lechugas en los pueblos donde Confucio dio las tres voces, menos al propio Mao y a los cuatro de su banda de entonces, que no fueron porque tenían que organizar la Revolución Cultural, precisamente, y no todo iba a ser escardar cebollinos.
Pero vamos a lo que íbamos: que en esto y con el alboroto de las vísperas del sesenta y nueve llegaron los semiólogos y acabaron de liarla. Por ejemplo, me acuerdo de mi perplejidad cuando hace un porrón de años cayó en mis manos aquel libro de moda, Para leer al Pato Donald, escrito por un chileno y un belga con los resultados que cabía esperar de tal amalgama. Ahora resultaba no sólo que las ideas repercuten sobre las estructuras económicas de base y configuran las relaciones sociales por sí y un montón. No olvidemos que para entonces Althusser ya andaba meneando los que llamaba aparatos ideológicos del Estado, en la estela del gran Gramsci, don Antonio, que nos había enseñado desde la cárcel que más vale currar en la hegemonía que en el tajo, si queremos que cambie algo más que el nombre de la empresa. Luego Althusser estranguló a su señora con maneras nada ideológicas y acabó confesando en sus memorias que ni había leído apenas a Marx ni se enteraba mayormente de nada, pero que le echaba imaginación y que iba colando todo en aquellos tiempos propicios para la revolución creativa sin salir de la École Normale Supérieure.
Bueno, pues te leías lo del pato Donald y resultaba que una de las causas principales de los desaguisados y las injusticias del mundo se hallaba en la factoría Disney, que con sus viñetas daba malos ejemplos al proletariado y le inducía todo el rato a meter la pata. Esa era, creo, la lectura correcta de tan profundo escrito, y, por tanto, no fue la que perduró. No, la idea que al final se impuso en el selecto mundo de la cultura crítica y la política con conciencia con clase, a base de resúmenes, versiones, conferencias y me lo ha contado fulano, el de la Fundación, que lo ha leído, fue la siguiente: que la culpa del capitalismo la tenía el pato Donald propiamente dicho. Mano de santo, oiga. Si por pintar un pato erigimos todo un modo de producción y damos pie a tanto aprovechamiento malsano de fuerzas del trabajo y plusvalía, con pintar un pato bueno, o mejor una pata, cambiamos el mundo y alcanzamos el socialismo, la igualdad y el orgasmo en gracia de Dios, sin necesidad de más quebraderos de cabeza ni de putear a los electores con impuestos, tasas o expropiaciones que quitan un montón de votos, pues ya se sabe que esta gente vota peor cuanto más alienada está y menos conciencia tiene de nuestra clase y estilo.
Y ahí andamos, en ésas estamos, talmente. Convencidos de que el mundo se cambia hablando de otra manera, alterando por decreto el diccionario, haciendo que la loba del cuento sea la abuela, los cazadores manifestantes pacifistas y el lobo presidente de una ONG de ayuda a los caracoles, y pintándole al miembro unos lunares para que parezca miembra o membrillo. Maquillas la superestructura, le pones a la ideología unos tirabuzones, cambias el nombre de las cosas y.... ¡tachán!, tienes hecha la revolución por cuatro duros de nada y sin despeinarte las cejas.
Embargado de gozo y henchido de satisfacción ante tan potente descubrimiento, cuando viajo por esos mundos y veo en algunos lugares tanta pobreza y semejante abuso, me pregunto: ¿pero a qué esperan aquí para hablar de otra forma? ¿Por qué no les enviamos nosotros, de avanzadilla y para expandir los frutos de nuestra revolución, a Tere, a Bibiana y a su famoso tío, el tal Gilito?
Qué diría don Carlos Marx si viera esto, qué diría. Yo creo que se reconciliaría con Bakunin, al fin.
Pero con tanta Guerra Fría y tanto cuento, la cosa iba colando y al que señalara una contradicción en el dogma se le tildaba de cómplice objetivo de las fuerzas de la reacción, amén de pequeño burgués y hasta kulak, cosa esta última que no se sabía muy bien lo que era, pero que sonaba de lo más pecaminoso para esa moral marxista que siempre fue un poco de vía estrecha en lo que tiene que ver con la liberación de los cuerpos y las almas por libre y sin desfiles ni pancartas. Luego Mao escribió un Libro Rojo que no tenía nada que ver con nada, pero que cada uno interpretaba según convenía para el avance triunfal de la historia en su barrio, y hasta se organizó en China una Revolución Cultural que acabo siendo agricultural, pues mandaron a todo quisque alfabetizado a plantar lechugas en los pueblos donde Confucio dio las tres voces, menos al propio Mao y a los cuatro de su banda de entonces, que no fueron porque tenían que organizar la Revolución Cultural, precisamente, y no todo iba a ser escardar cebollinos.
Pero vamos a lo que íbamos: que en esto y con el alboroto de las vísperas del sesenta y nueve llegaron los semiólogos y acabaron de liarla. Por ejemplo, me acuerdo de mi perplejidad cuando hace un porrón de años cayó en mis manos aquel libro de moda, Para leer al Pato Donald, escrito por un chileno y un belga con los resultados que cabía esperar de tal amalgama. Ahora resultaba no sólo que las ideas repercuten sobre las estructuras económicas de base y configuran las relaciones sociales por sí y un montón. No olvidemos que para entonces Althusser ya andaba meneando los que llamaba aparatos ideológicos del Estado, en la estela del gran Gramsci, don Antonio, que nos había enseñado desde la cárcel que más vale currar en la hegemonía que en el tajo, si queremos que cambie algo más que el nombre de la empresa. Luego Althusser estranguló a su señora con maneras nada ideológicas y acabó confesando en sus memorias que ni había leído apenas a Marx ni se enteraba mayormente de nada, pero que le echaba imaginación y que iba colando todo en aquellos tiempos propicios para la revolución creativa sin salir de la École Normale Supérieure.
Bueno, pues te leías lo del pato Donald y resultaba que una de las causas principales de los desaguisados y las injusticias del mundo se hallaba en la factoría Disney, que con sus viñetas daba malos ejemplos al proletariado y le inducía todo el rato a meter la pata. Esa era, creo, la lectura correcta de tan profundo escrito, y, por tanto, no fue la que perduró. No, la idea que al final se impuso en el selecto mundo de la cultura crítica y la política con conciencia con clase, a base de resúmenes, versiones, conferencias y me lo ha contado fulano, el de la Fundación, que lo ha leído, fue la siguiente: que la culpa del capitalismo la tenía el pato Donald propiamente dicho. Mano de santo, oiga. Si por pintar un pato erigimos todo un modo de producción y damos pie a tanto aprovechamiento malsano de fuerzas del trabajo y plusvalía, con pintar un pato bueno, o mejor una pata, cambiamos el mundo y alcanzamos el socialismo, la igualdad y el orgasmo en gracia de Dios, sin necesidad de más quebraderos de cabeza ni de putear a los electores con impuestos, tasas o expropiaciones que quitan un montón de votos, pues ya se sabe que esta gente vota peor cuanto más alienada está y menos conciencia tiene de nuestra clase y estilo.
Y ahí andamos, en ésas estamos, talmente. Convencidos de que el mundo se cambia hablando de otra manera, alterando por decreto el diccionario, haciendo que la loba del cuento sea la abuela, los cazadores manifestantes pacifistas y el lobo presidente de una ONG de ayuda a los caracoles, y pintándole al miembro unos lunares para que parezca miembra o membrillo. Maquillas la superestructura, le pones a la ideología unos tirabuzones, cambias el nombre de las cosas y.... ¡tachán!, tienes hecha la revolución por cuatro duros de nada y sin despeinarte las cejas.
Embargado de gozo y henchido de satisfacción ante tan potente descubrimiento, cuando viajo por esos mundos y veo en algunos lugares tanta pobreza y semejante abuso, me pregunto: ¿pero a qué esperan aquí para hablar de otra forma? ¿Por qué no les enviamos nosotros, de avanzadilla y para expandir los frutos de nuestra revolución, a Tere, a Bibiana y a su famoso tío, el tal Gilito?
Qué diría don Carlos Marx si viera esto, qué diría. Yo creo que se reconciliaría con Bakunin, al fin.
5 comentarios:
muy divertido, pero una cosa es la determinación de la estructura por la superestructura (o, si quiere, en lenguaje de Weber, mucho más lúcido en esto que Marx,"la inequívoca influencia de las ideas en la vida material") y otra cosa las banales pretensiones del lenguaje políticamente correcto
lo malo del lenguaje políticamente correcto no son sólo las paridas con las que usted se ensaña (en efecto, son paridas)
lo malo es, también, que el lenguaje políticamente correcto resulta ser, al final, una especie de versión frívola y amputada de un conjunto de corrientes filosóficas (algo más serias) que han tratado de mostrar las dificultades asociadas a la tradicional escisión entre mundo y lenguaje (sería demasiado largo tratar de explicar esto)
por otro lado, ni siquiera estoy seguro de que de quien practica la corrección política con esa especie de beatería autocomplaciente tan característica del que anda por la vida con la mochila cargada de virtud crítica, que ni es virtud, ni es crítica (conveniente sospechar siempre de este tipo de sujetos/as), está realmente convencido de que "el mundo se cambia hablando de otra manera"
eso es, quizás, todavía peor
El que es bonachón y divertido es el lenguaje de Instituciones penitenciarias : A los internos del Centro , extraordinariamente, se les podrán aplicar los medios de sujección mecánica.
Perdone el atraco.
Soy abogado en una localidad sin bibliotecas ni universidad. Necesito que alguien me indique una buena monografía o artículo sobre las causas de abstención-recusación de los arts. 28 y 29 de la Ley 30/92. No encuentro ninguna referencia fiable en internet. ¿Ud. o el Prof. Sosa podrían indicarme alguna publicación?
Gracias por anticipado, y enhorabuena por el blog. También resuelvo en ocasiones,por puro placer, las preguntas de "Materiales", aunque ya hace muchos años que- afortunadamente- no me tengo que examinar.
Simpático desarrollo, que suscita algunos pensamientos.
Los oportunistas del marxismo han sido muchos. ¿Por qué? Probablemente porque creaba ilusión (en todos los sentidos de la palabra), por un lado, y por otro lado, porque en su nombre, ya fuera fidedigno o usurpado, se estaban aportando resultados (no sólo dialécticamente, en el 'afortunado' occidente europeo -donde difícilmente hubiera cuajado el desarrollo del estado social que caracteriza(ba) nuestro modelo, de no haber existido la presión reivindicadora obrera-, sino también relativamente, siempre dentro de un corralito en el espacio-tiempo -las libertades individuales en la URSS de Kruschov o Brezhnev eran demostrablemente superiores a las de la Rusia zarista, aunque en absoluto dieran asquito-).
Los oportunistas han acabado trasquilados, como ha enseñado la historia. La combinación de economías estatalizadas que no podían soportar carreras armamentísticas, y de falta de libertades individuales que estaban "detrás del horizonte", por no decir "del otro lado del río", se los ha llevado pro delante.
Aunque el juicio histórico provisional haya dicho que eran "malos" sistemas, sin embargo, está todavía por ver la valoración definitiva. El cargo de los gulags, siendo como es muy pesado, no se le puede echar en cara específicamente a los regímenes comunistas ... por desgracia, han abundado de una y otra parte. Por lo que -simplificando- queda como único baldón histórico hasta ahora específicamente comunista ... la bancarrota a la que llegaron esos regímenes. Ahora bien, teniendo en cuenta que, con un poco de mala pata, la alternativa victoriosa, "más eficiente" -o sea, el consumismo-productivismo-, arriesga llevar a la extinción del homo sapiens sapiens (y de unas cuantas más especies, ya puestos, en una especie de saldo de final de temporada) ... bueno, la simple bancarrota cobra su cierto morbo, y no parece tan mala.
Resumen: ya hablaremos en el futuro (en cuyo caso, por definición, las probabilidades de que el comunismo 'haya sido' peor serán elevadas) ... o no hablaremos (en cuyo caso, siempre por definición, querría decir que el comunismo 'había sido' mejor, pero tanto da, no habrá quien para analizarlo).
Salud,
para 'un amigo':
su comentario me ha recordado tanto a mi padre, que era un marxista bastante heterodoxo, muy buena persona, y, por cierto nada oportunista (usted debe recordar que, en la España de los 60, 70 y así, los comunistas, con todas sus carencias y debilidades, fueron los únicos que realmente hicieron algo por cambiar las cosas en nuestro país)
la batalla entre filosofías de la historia -la una, irremediablemente fallida desde su misma formulación pretendidamente científica, la otra, nunca explícitamente teorizada, excepción hecha de Fukuyama, pero absolutamente incrustada en la estructura de pensamiento contemporáneo (i. e., en la de los winers)- que usted parece poner en juego en su comentario es bien aleccionadora; quiero decir: los dos relatos que usted sugiere conducen a la ruina (la primera ruina ya ha sido, y nada podrá rehabilitarla; la segunda está por venir), pero hay algo que marca la diferencia, hay algo que puede permitir que sí podamos seguir hablando en el futuro...
no se me ocurre nada ahora, pero si tiene usted ocasión, vaya a ver 'Joe Strummer: vida y muerte de un cantante', y atienda al speach final ("the future is unwritten")
todavía depende de nosotros -de la gente- evitar la segunda ruina, y eso, creo yo, se hace prescindiendo del futuro y tratando de organizar un presente más o menos habitable (ojo: más o menos)
un saludo,
f.
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