03 mayo, 2009

Las cebras y su paso

El que quiera tener una imagen bien nítida de cómo los españoletes de hoy se representan sus derechos y su sitio en el mundo y en el orden de las cosas, que se fije en cómo cruza la mayoría de la gente de aquí por los pasos de peatones sin semáforo. Sin mirar a los lados, la cabeza alta, el paso firme, el gesto decidido, la expresión adusta, la seguridad del que se sabe dueño y señor del terreno que pisa. Y, cada tanto, topetazo, claro. Caemos como cae el santo de la peana y, como el santo, nos hacemos añicos sin explicarnos cómo es posible tamaño destrozo, puesto que es tan grande nuestra beatitud. Es lo mismo que ahora colectivamente nos está pasando y nos va a pasar, más todavía, con la crisis económica. No damos crédito a que no nos den crédito, no paramos de sorprendernos de que nos hayan dejado en paro. Ha de tratarse de un error y razón tiene Zapatero cuando nos explica que es mentira y que no puede ser porque no puede ser y porque somos los mejores. No lo asumimos, pues íbamos a nuestro paso, siguiendo nuestro destino privilegiado (de la dehesa a la gloria sin aseo intermedio), ejerciendo nuestros derechos como seres elegidos y ciudadanos de primerísima rigurosamente seleccionados por los hados para ser el no va más de la horterez y los mejores expertos en vinos y playas del Caribe. En la UVI y a uvas, así nos quedamos.
Confiésenme si a ustedes también les ocurre, pues a lo mejor son cosas mías y me conviene consultarlo. Va uno en su coche por la ciudad de la manera y al ritmo que las normas imponen, poco más o menos. A la vista, un paso de peatones y, aproximándose a él, un ciudadano. Uno afloja la marcha, listo para detenerse y respetar la preferencia. El peatón baja de la acera sin mirar a los lados, impasible, ajeno a todo peligro, firme en sus propósitos, retador, diciéndole al conductor de ese coche que se aproxima y que sólo oye o que sólo ver por el rabillo del ojo: “a que no tienes pelotas para atropellarme, capullo; entérate, so pringao, de que por aquí paso yo como y cuando me da la gana, como Pedro por su casa; soy el puto sheriff de las calles, el boss de las avenidas, al menos por la parte pintada a rayas”. ¿Y uno, conductor, qué siente en ese momento? Unas ganas enormes de acelerar. A por él, que es de los que más puntúan. Huy, qué pena, se me atascó el freno y miren qué desastre. Que alguien recoja los trozos de este viandante, por favor. Y que los tire a algún contenedor, no vaya a ser que alguno se manche con la casquería.
¿Estaré muy enfermo? Entiéndaseme. Por supuesto que tiene preferencia el peatón en los pasos de cebra y naturalmente que está muy bien que así sea. Hablamos de actitudes ante la vida y de maneras de ejercer los propios derechos y las preferencias que la ley nos asigna. Nos referimos a esa manera de ir por el mundo dando facilidades para que te atropellen por estar tan convencido de que eres invulnerable. Hacemos referencia a que los más chulos muchas veces son los más mierdas, los que están más a merced de los elementos mecánicos o humanos, pero que se creen de una pasta especial, nueva aristocracia pedestre, nobleza de sangre azul que acabará siendo sangre derramada.
¿Que si yo nunca voy a pie o que cómo cruzo las calles? Pues, mire usted, antes de pasar miro a los lados, no vaya a venir un conductor con una mano en el móvil y otra en salva sea la parte y la mirada perdida en la radio de su coche o en las piernas de la acompañante. Cierto que si no se detiene para cederme el paso cuando es mi derecho, me cago en sus muertos o le doy un corte de mangas; pero de mano no me la juego como si llevara armadura antichoques. Y luego, si me ha dejado pasar, le hago un gesto leve de reconocimiento por su buen estilo. Ah, y no me planto justo en medio del paso a rascarme un huevo o a hablar con un conocido que se quedó en la acera. Porque el paso no es mío y la calle tampoco, aunque sea mía la preferencia para cruzar.
Pues eso, que según somos, así vivimos. Y así nos pillará la crisis o el hostiazo cualquiera que nos depare la vida. Algunos lo andan buscando con tanta insolencia, que será un gustazo verlos vitalmente despatarrados. Palabra.
Ah, y otro día nos preguntaremos todos juntos por qué las mujeres que conducen su coche casi nunca te dan las gracias con un gesto de la mano o de la cabeza si tú, con el tuyo, les cedes el paso por pura cortesía sin género. Además, en la situación inversa ellas poquísimas veces dejan pasar a otros, sean hombres o mujeres. Otro misterio insondable de la naturaleza humana, sector ellas.

4 comentarios:

Rafael Arenas García dijo...

Pues confieso que soy de los que pasan sin mirar (aparentemente). Me explico. He comprobado que si miras la mayoría de los conductores dan por sentado que los dejarás pasar y no frenan. Si no miras el conductor frena, me imagino que más que nada por el papeleo consiguiente y esas cosas, pero frena. Ahora bien, como es cierto que hay mucho salvaje al volante y no me fio de lo que vaya a pasar disimuladamente voy controlando al conductor por si, finalmente, no frena.
Es decir, mirar, pero sin que se note. Es triste que los derechos tengan que ejercerse de esta manera; pero es que en este país la norma no la respeta ni el que la inventó.

Carmen dijo...

Es curioso, como conductora tengo el mismo instinto asesino que como peatona, es decir; mi capacidad para ponerme en el lugar del contrario es nula. Exactamente igual que la suya, oiga.
En ocasiones, normalmente depende de la prisa que lleve, tengo que jugarme el tipo a la hora de cruzar. Primero observo a los conductores, la mayoria miran hacia el lado contrario de donde me encuentro, sospecho que lo hacen por sensibilidad, no quieren ver como me atropellan.
Los hay que aceleran al acercarse, para no dejar lugar a dudas.....si lo intentas te paso por encima, avisada estás. Algunos, frenan en seco y te permiten cruzar en plan "es mi buena obra del día". También voy calculando los puntos por coche estrellado mientras pienso: uno menos, algo es algo.
Respecto a no dar las gracias cuando nos ceden el paso, sucede en tan pocas ocasiones que nos quedamos estupefactas, sin tiempo para reaccionar. Y cierto es, que apenas disfrutamos de ceder el paso a otros, en este caso es debido a que meten el morro de sus coches, cual osos hormigueros, al mismo tiempo que giran su cuello, imitando a la niña del exorcista, para que no tengamos duda de que no nos están mirando mientras pasan porque sí. GGGRRRRR

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Yo, como Rafael, también voy con paso decidido y mirada al frente, vigilando por el rabillo del ojo y sin llegar a plantarme en medio de la calzada si el coche no da señales de frenar.
¿Cuánto duraría un humanoide de esos que se usan para evaluar daños en los accidentes de tráfico si (debidamente camuflado de persona) se le hiciera cruzar continuamente 'sin mirar' por los pasos de cebra?

Otro Rafael dijo...

Como peatón profesional, suscribo plenamente lo preopinado por mi tocayo Rafael.

Los pasos de cebra son para cruzar sin mirar, el paso firme, la mirada perdida en la lontananza y el pensamiento puesto en San Cristóbal, por lo que pueda ser.

Y así debe de ser, por lo menos hasta que los peatones podamos portar - y usar - una lupara en caso de necesidad; que más de una vez he perdido diez minutos esperando para poder cruzar un paso de cebra, y es que mucho conductor sigue pensando que, si no hay semáforo, las rayas del suelo sólo son un anuncio de "Madagascar III".