16 diciembre, 2010

Un nuevo derecho fundamental: el de no asistir a las funciones navideñas de los jodidos niños

Mucho inventarse derechos de tercera, cuarta o quinta generación, mucha teoría sobre derechos implícitos y derechos sobrinos-nietos, y estamos dejando a los pies de los caballos algunas libertades fundamentales de las que depende la dignidad de nuestra existencia, la salud física y mental y hasta el sentido de la vida. En estas fechas se perciben muchos de esos derechos desprotegidos, con la consiguiente indefensión y miseria vital de la gente, pero yo quiero referirme hoy nada más que a uno: al derecho a no asistir a esas diabólicas funciones que “en estas entrañables fiestas” (la próxima vez que oiga esa expresión en boca de alguien que tenga a tiro voy aparecer de Olot, aviso; con perdón) los colegios organizan para recreo de los niños pequeños y solaz de sus papás. Bueno, pues yo -disculpándome por la expresión- me cisco en los papás, los niños y los colegios. Y ahora, antes de que me manden sus padrinos los de alguna (H)AMPA, me explico.

En cualquier ciudad grande o infame villorrio pasan a lo largo del año un puñado de actividades culturales que merecen la pena: conciertos, teatro, películas, exposiciones, certámenes... No va ni dios a nada, y en su derecho está cada quien. Puestos a proporcionar a los niños un gusto inicial por la cultura y el arte, en sus variadas manifestaciones, cabe llevarlos de vez en cuanto a alguna representación apta para su edad, sea de marionetas o títeres, sea con actores de carne y hueso que pongan en escena obras bien apropiadas. También existirán grupos de teatro escolar en los que nuestros retoños puedan hacer tablas. No va ni dios a nada.

¿Y los colegios? Pues habrá de todo, claro, pero algo pasa cuando uno, en sus clases con universitarios, dice Mahler (pasó aquí el otro día, aunque quizá era broma) o Juan Gris o Thomas Mann y no tienen esos jovenzuelos, salidos de los estupendos colegios con función navideña, ni remota idea de quiénes serán tales sujetos, ni les suenan. Por regla general, aunque siempre hay un poco de todo, repito. A la mayoría de los que se dicen centros educativos el asunto cultural les importa un carajo, más que nada porque los más de sus directivos y de su profesorado están como burros y sólo saben de Belén Esteban y del coño de la Bernarda, que no sé quién será, pero me juego unos bocadillos a que sale en Tele5 y habla todo el rato de sus partes dizque pudendas. Otro tanto puede sostenerse del profesorado universitario, que ninguno se me pique por eso. Además, cuanto más arriba en los ciclos educativos, más vergonzosa la condición asilvestrada.

Bueno, pues vale. Existe un acuerdo social muy amplio y que transversalmente (miren cómo hablo, parezco ya un pedabobo ministerial) abarca generaciones, grupos sociales y campos profesionales bien heterogéneos. Pues nada, pasemos de todo. Ah, pero se acercan las navidades y sobreviene una incontenible afición al teatro infantil. Esos colegios que en el todo el maldito curso jamás van a representar con los chavales una obra teatral que tenga pies y cabeza y que parezca para gente normal, se ponen como locos a organizar una función de tema navideño, pastores venid, pastores llegad. Tú de Virgen, tú de San José, el más bajito de Niño Jesús, la masa sin enchufe de pastorcillos, los sobrinos del Director de Reyes Magos y el que no vaya a Religión de cactus nevado o de farola. ¿Que no había farolas donde el Portal de Belén? Repámpanos, y por qué no cayó en la cuenta alguien antes de hoy, que ya tenemos a los padres en el salón y no podemos cambiar los papeles para poner a este desgraciado de burro junto al pesebre.

Pero me he precipitado un poco, porque esto no llega así, de sopetón. A su tiempo reciben un papel los padres: que su Vanessa Letizia tiene que hacer de estrella de Belén en la fiesta de navidad y que deben coserle un traje de estrella que sea brillante y que tenga ruedas para que ella pueda desplazarse para arriba y para abajo por detrás del Portal. Tócate los atributos viriles, brillante y con ruedas. Parece algún alcalde de León. Naturalmente, Vanessa Letizia va a poner de su parte lo que corresponde a su condición de niña de hoy en día: mami, la estrella no me vale de los chinos, tiene que ser de Hello Kitty auténtica y con una perla de verdad como la que lleva Tamara-Ainhoa Yamaha en el chándal. Es una de su clase, hija del que fue concejal de urbanismo de Osaka, que ahora tiene aquí una empresa de trata de chinas y se casó con una de La Bañeza.

En ese momento pierden los padres su gran oportunidad, la tercera o así, pues si le preguntan a su adorable engendro qué pasa si no le ponen perla ni gata ni hostias, ella responderá que entonces no participará en la función ni irá al cole ese día ni volverá a tomar caviar de postre... y ahí es donde la podías haber pillado y, cuando se arrepintiera, haberle explicado que una persona tiene que ser fiel a sus convicciones y a su palabra. Pero no, te gastas una pasta en tela de marca y en variados adornos para la estrella de los cataplines y pones a tu madre y a tres tías a coser contra reloj durante tres días con sus noches, hasta que se les ponga cara de milagro económico asiático y las cite como ejemplo de buen amor el presidente de nuestra patronal o el ministro Sebastián El Desaparecido.

Digo que aquel fallo era al menos el tercero porque ya antes de pedir plaza para tu hijo/a tenías que haber preguntado si el colegio es serio o hacen mamarrachadas de navidad; y luego, en la primera entrevista con el tutor o tutora, tendrías que haber llevado un papelín declarándote objetor de conciencia para las representaciones infantiles y las broncas de la (H)AMPA y amenazando con que a la primera que te toquen las narices y no te respeten tu libre desarrollo de la personalidad furiosa les pones un pleito para que retiren los crucifijos o los dibujos de la Barbie, según sea el caso. Pero no lo has hecho, has llegado hasta aquí y hoy toca la fiesta feroz.

Tu criatura tiene un papel estelar. Sale de estrella, como ya sabemos, y tiene que decir, en pleno clímax dramático, “Amén, amén”. Así, dos veces. Qué orgullosos estamos en casa. En el cole llevan un mes ensayando, y fumándose los maestros las horas correspondientes, en las que podrían enseñarles algo útil a los pequeños, como conocimiento del medio, historia de la comunidad autónoma, coleópteros municipales y otros valiosos saberes de igual jaez. En casa sólo hace tres semanas que empezamos las prácticas. Media horita diaria al principio, pero bastante más desde que vienen todos los días los abuelos y los tíos a ver qué guapa está la niña de estrella circunfleja y cómo vocaliza las palabras de su papelón. Hasta una vecina se asomó un día al escuchar el entusiasmo gritón de la abuela. Un par de tíos lloraron y todo. A lo mejor es que estaban sensibles por lo del cólera en Haití.

Y llegó el gran día. En la entrada del salón de actos se arremolinan progenitores reales y legales, abuelos y abuelas, tíos en paro, vecinas íntimas, hermanitos y primos... Los flases ciegan, cual si se estuviera desnudando ahí al lado Jessica Alba y mereciera la pena tirar de cámara. Los niños ya salen, entre aplausos, los profesores asoman también, saludan y se retuercen las manos, nerviosos y cargados de responsabilidad. El director o directora ha reservado en primera fila asientos para el concejal de cultura, para el de educación y para cinco o seis inspectores de primaria, pero no aparee ni uno, los muy cabrones. Tarda en hacerse el silencio, pues cada cual se aplica a lo de mira, el que está de cocodrilo en el riachuelo es mi Ibrahim, o fíjate qué preciosa está mi Natatxa con el sombrero mexicano que le trajo la tía Choni de La Manga.

Comienza el espectáculo y hay ya veinte o treinta madres llorando a moco tendido y otros tantos padres, o más, con un nudo en la garganta y disimulando como pueden. Las abuelas no se callan y ahora aplauden a destiempo o tratan de llamar la atención de su respectivo nieto actor alzando el abanico y llamándolo por lo bajinis a todo volumen. Fernandito, Fernandito, tírale un beso a la abuela. Unos cuantos abuelos se han dormido y otros juran en el dialecto local porque se les ha movido la bolsa. No se oye nada de lo que recitan los artistas, entre otras cosas por el murmullo de tantos parientes que ahora repiten lo de pues en casa le salía alto y clarito, tenías que haberlo visto.


Acaba la obra, después de que el coro formado más que nada por espectadores ha cantado la de El Tamborilero y Hacia Belén va una Burra, y la mitad de los niños sale llorando porque el otro los tapó o porque Hugo ya no es mi amigo o porque me hice caca. La otra mitad llorará dentro de nada, en cuanto les caiga a todos la bronca porque se les soltó el moño postizo de Virgen Santa o porque tenías que haber gritado más, o porque no te acuerdas que abuelita está sorda y por tu culpa se durmió, qué vergüenza de familia tengo y no sé porqué no me fui a Dinamarca cuando pude.


Uf. Dejémoslo. Pero antes permitan que les cuente que hablo de oídas, de momento. Tal vez me falle la memoria, pero creo que durante la infancia, lejana, de mi querido David no asistí ni a una de ésas. Insúltenme si les apetece. Ahora el peligro acecha de nuevo y los tiempos se han puesto más difíciles. Antes había más libertad. No éramos tan progres. Actualmente pueden procesarte y quitarte la custodia si no vas a ver cómo consiguen hacer de tu hijo un perfecto cretino disfrazado de Melchor o de río caudaloso en el desierto. Debes hacerlo por ellos, te dicen. Como te ven poco inclinado a la histeria consanguínea, añaden el argumento definitivo: además, se pasa genial, ya verás. Miras a tu interlocutor y, en efecto, parece un pastorcillo del Portal; o el caganer. Mismamente. Fue su primer papel, en tiempos, en el cole, y ahí se quedó. De paso, entiendes también por qué vota lo que vota cuando las generales. Moriremos todos juntos y con las pellizas puestas. Las de pastorcillo. Campana sobre campana y sobre campana una...


A lo mejor, cuando le toque a Elsa me acerco un ratito, si ella me lo pide en serio. Lo narraré aquí, si es el caso. Lo prometo. Pero puedo convertirme ese día en un peligro, aviso, en un auténtico hombre-lobo que se come a los putos corderitos de los jodidos pastorcillos. Y no sigo, que me embalo y puede acabar esto peor que lo de las caricaturas de Mahoma.

PD.- Vale, listo. Ya sé lo que está pensando usted. Que si nunca he ido, por qué sé cómo es, y hasta lo juzgo. ¿Ha estado usted en muchas orgías tumultuosas? ¿No? Entonces ¿por qué dice que están mal y que no le gustan? Pues lo mismo. Un respeto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajaja. Yo soy de los tuyos, odio las reuniones familiares, las representaciones del colegio, en la semana santa tomo atajos y en las verbenas me largo y me voy a la discoteca u a otros sitios más oscuros. Pero tú no te vas a librar, no no no. Te veo acomodadito cámara en mano para ver a tu preciosa Elsa en alguna representación. Es lo que hay.¿no quedrás traumatizarla para el resto de su vida? Ya veras, que divertido.

un amigo dijo...

Todo muy bien, y me uno a la entusiasta maldición de todos los monoteísmos y de sus respectivas convenciones sociales.

Pero los coleópteros municipales no los toquemos, ¿eh?, que donde esté el saber estar y la natural prestancia quién dice de una crisomélida, quién dice de un bupréstide, o la sobriedad elegante de un tenebriónido, por no hablar de la majestuosidad compacta de una elatérida, que se quite la patética beautiful people.

Salud,

Anónimo dijo...

Como la vida misma. Perfecta descripcion del acontecimiento del año.