Esperen, esperen, no se me alteren ni se me amotinen tan pronto. Va a ser políticamente incorrecto lo que me apetece contarles hoy, pues es puro desahogo, expeler humores malsanos y tal, pero a lo mejor acaba la mayoría de ustedes estando un poco de acuerdo conmigo.
No voy a hablar propiamente de Botín, aunque sí de su botín y el de sus secuaces y paniaguados. Tampoco pretendo referirme a que el muy cantabrón ha rogado a Zapatero que aguante y no se vaya antes de que se termine la legislatura, por el bien de Empaña y que, ahora que lo estás haciendo tan bien, muy bien, muy bien, cariño no pares y sigue chupando que lo haces muy bien. Con su pan se lo coman y que sea para bien el ayuntamiento de esos dos, el vejo creso y el craso bobo. Como recuerda hoy algún columnista majete en periódico de mi tierra, cómo no va a estar contento el banquero de banqueros, luz de luz, si la vergüenza cazurra acaba de proclamar bien alto que la legislación hipotecaria no se cambia ni de coña y que al que no le alcance con devolver el piso devaluado para pagar lo que le queda de hipoteca, que venda el rosario de su madre o haga la esquina comme il faut, y como corresponda a su clase social, que para eso hemos salido de la lucha de clases y pasado a las clases de hucha.
Me parto de risa amarga imaginando qué diría la veleta leonesa si gobernara otro partido y anduviera tan farolero con los banqueros su presidente, y qué estribillo tararearían los mariachis y las mariachas que mueven esta temporada el culete sucesorio. Pero me da igual. Zapatero ya no me pone. Del desprecio he pasado a la indiferencia y de ahí al asquillo. Así que prefiero no menearlo para que no huela. Que luego no disfruto la cena y hoy voy a prepararme unos guisantes con jamón que no se los salta un payo. ¿O debo decir gitano, porque saltar mucho es cosa positiva y si digo payo parece que no quiero reconocerles a los romanís la agilidad de sus piernas? Cielo santo, en qué nos ha convertido la corrección política y qué poco nos falta para comunicarnos sólo mediante balidos.
Yo iba a contarles esto otro. Resulta que mi santa esposa tenía hoy que preparar unos dineros para un pago suyo y fue al banco a decir que necesitaba un poco de pasta gansa para mañana o pasado, líquido, cash. No sé si ya he contado aquí que tenemos separación de bienes y que, por consiguiente, los negocios de cada cual son de cada cual. Mano de santo, lo recomiendo. Pues fue a un par de bancos donde tiene repletitas sus cartillas (¡cómo ahorra esta mujer! No como este menda que anda siempre a la luna de Valencia; es decir, casi aceptando trajes regalados con cualquier pretexto), les contó que quería disponer mañana de tantos mil acá y otros tantos allá y…, ¿qué creen que le respondieron? Esto: ¿Dinero? ¿Efectivo? ¿Dos o tres mil? ¿Mañana? Juas, juas, juas. Qué cabrones, cómo se reían, al parecer. Y seguían: juas, juas, juas. Los hijoputas. Ella, mi mujer, tan modosa, tan educada, tan en su sitio, tan señora como si fuera un señor igual de correcto, abría y abría sus libretitas de ahorros y se las mostraba, por si todo obedecía a un desgraciado malentendido. Que mire, que tengo, que hay, que fíjese que forrada anda una, dentro de lo que cabe. Y el otro, palabra arriba, palabra abajo, en cuanto recuperó el resuello después de tanta risa: que mira, guapa, que tú tendrás, pero el banco no. Y ella, más por perpleja que por ganas de porfiar: pero, señor, si yo lo tengo en el banco, cómo no voy a tenerlo: lo tengo aquí, en este banco. El otro: que no, que lo tiene aquí, pero aquí no está, ¿capisce?
Tienen los banqueros, con todo, su punto tierno, y un director de sucursal, que viene a ser como un furriel de mierda en cualquier ejército tercermundista y que se da el mismo pisto que los furrieles de mierda de cualquier ejército tercermundista, se avino a hacer unas gestiones consistentes en llamar a otras sucursales a ver cuánto tenían. Que no, que impósibol total, que entre las siete o diez de casco urbano y el extrarradio tendrían sueltos unos mil quinientos euros o así. Eso para mañana. Para hoy cero patatero y le cobramos comisión si vuelve a preguntarnos. El tres por ciento de lo que necesita y no le damos.
Ya sé, ya sé. Un banco no es un calcetín. Un banco huele peor y es más sucio que el más vil calcetín. En el calcetín se meten los billetajos y allí se quedan. En un banco se meten esos billetes y el banco los usa para practicar la usura, que antes era pecado, aunque ahora la mitad de los banqueros sean del Opus. No hay legislación que no cambie, hasta los mandamientos de Dios tienen su desuetudo y su desarrollo reglamentario. Dame la ley y déjame los reglamentos.
En un banco usted lleva su dinero, el suyo de usted, y en vez de guardárselo para que lo tenga allí, el banco se lo presta a otro a interés, pero a usted no le paga interés ninguno, o casi. A usted le cobra comisiones y cuando va a decir que necesita un poco de ese parné suyo de usted le contestan que se siente, qu´il n´y a pas y que de qué vas, so gilipollas, y que a ver si metes el mes que viene otros seis mil euros para que te den una cristalería de Embolemia para que te tomes la cicuta como se la toman los señores de verdad y no los pringaos como tú.
Mi compañera de fatigas vitales (aunque independiente en las económicas) me lo iba contando a mediodía, mientras comíamos y Elsa tumbaba jarrones con un hula hoop que le regalé yo mismo el sábado, que hay que ver también lo mío, y yo primero me encendía y luego, como a los postres y tras las copitas del vino reglamentario (hoy un Rueda bastante apañado) fui cayendo en gratas ensoñaciones. Y ahí sigo y las voy a compartir con ustedes.
Que me toca la loto, que para eso juego semanalmente, y me cae un premiazo de esos de seis millones de euros, o siete. Qué digo, la europea esa que te puede dar hasta quince o veinte milloncejos de euretes. ¿Que qué haría antes de nada? La gente suele contestar que si comprarse el coche tremendo, que si el apartamento en el mejor barrio parisién, que si liquidar antes que nada las hipotecas y demás trampas, minas y cepos. Yo no.
Yo iría de banco en banco, de sucursal en sucursal. Una semana enredando así, o dos. Que mira corazón, que m´ha tocao y que no sé ande diantre metel-lo. Educado y pelín chulillo al mismo tiempo, pero tardando en mostrar mis cartas por entero. Que qué me ofrecen aquí y qué tienen para picar. Y que si no hay champán francés cuando entra un clientazo o qué. Tranquilos, sí, que aquí está el boleto o el certificado o yo qué sé qué llevará uno para acreditar y acreditarse, pero algo será.
Los veo, los veo, babeantes, temblorosos, transpirando como bailarina de cabaret tropical sin aire acondicionado. Y que, con el champán, uno como que se va soltando y que se pone un poco Torrente, sin que sirva de precedente, y que qué tal unas pajillas y que mañana vuelvo y me gustaría verte con los labios pintados en forma de corazón, corazón, a ver dónde meto al fin lo mío.
Disculpen, lo haría igual con directores que con directoras de sucursal y de sucursala y al final les daría a todos calabazas con el dinero y, consiguientemente (me las darían) con todo, pero es que hay una torda en particular a la que le tengo ganas. Ganas de ver cómo se pone en pompa y finge interés en lugar de intereses, después de años sacándonos a mi santa y a mí comisiones como de mafioso ruso blanqueado y colocándonos tarjetas de crédito hasta en el sobaco.
Pues, eso, jadea y cuéntame qué me vas a decir y cómo te vas a portar cuando venga este cuerpo un viernes cualquiera a pedirte seis mil euros en efectivo para unas raciones que me voy a tomar ahí al lado y que te los sacas de la faltriquera porque los llevas ahí pensando en mí y que digo que así no, que de la caja fuerte, que sudados no los quiero y tal.
Bueno, y así todo el tiempo. Dos semanas. Luego no me importaría volver a ser pobre. Para otra cosa no quiero una fortuna de esas, soy bastante feliz tal como estoy y con lo que tengo. Pero, ay, cómo los putearía, cielo santo, cómo los putearía. ¿Te acuerdas, papito, de aquella vez que vinimos a pedir dos mil euros y nos miraste raro y sonreíste y dijiste que si pensábamos que un banco era un banco o qué? ¿Te acuerdas, julandrón? ¿Si, verdad? Pues ahora ponte ahí con tu compañero y jugad para que os veamos. Tú a cuatro patas, sí. Y el otro que se quite el peluquín asqueroso que lleva, eso para empezar. Y unas palomitas para zampármelas durante el espectáculo, ¿o es que no tenéis palomitas en este chiringuito, eh?
No voy a hablar propiamente de Botín, aunque sí de su botín y el de sus secuaces y paniaguados. Tampoco pretendo referirme a que el muy cantabrón ha rogado a Zapatero que aguante y no se vaya antes de que se termine la legislatura, por el bien de Empaña y que, ahora que lo estás haciendo tan bien, muy bien, muy bien, cariño no pares y sigue chupando que lo haces muy bien. Con su pan se lo coman y que sea para bien el ayuntamiento de esos dos, el vejo creso y el craso bobo. Como recuerda hoy algún columnista majete en periódico de mi tierra, cómo no va a estar contento el banquero de banqueros, luz de luz, si la vergüenza cazurra acaba de proclamar bien alto que la legislación hipotecaria no se cambia ni de coña y que al que no le alcance con devolver el piso devaluado para pagar lo que le queda de hipoteca, que venda el rosario de su madre o haga la esquina comme il faut, y como corresponda a su clase social, que para eso hemos salido de la lucha de clases y pasado a las clases de hucha.
Me parto de risa amarga imaginando qué diría la veleta leonesa si gobernara otro partido y anduviera tan farolero con los banqueros su presidente, y qué estribillo tararearían los mariachis y las mariachas que mueven esta temporada el culete sucesorio. Pero me da igual. Zapatero ya no me pone. Del desprecio he pasado a la indiferencia y de ahí al asquillo. Así que prefiero no menearlo para que no huela. Que luego no disfruto la cena y hoy voy a prepararme unos guisantes con jamón que no se los salta un payo. ¿O debo decir gitano, porque saltar mucho es cosa positiva y si digo payo parece que no quiero reconocerles a los romanís la agilidad de sus piernas? Cielo santo, en qué nos ha convertido la corrección política y qué poco nos falta para comunicarnos sólo mediante balidos.
Yo iba a contarles esto otro. Resulta que mi santa esposa tenía hoy que preparar unos dineros para un pago suyo y fue al banco a decir que necesitaba un poco de pasta gansa para mañana o pasado, líquido, cash. No sé si ya he contado aquí que tenemos separación de bienes y que, por consiguiente, los negocios de cada cual son de cada cual. Mano de santo, lo recomiendo. Pues fue a un par de bancos donde tiene repletitas sus cartillas (¡cómo ahorra esta mujer! No como este menda que anda siempre a la luna de Valencia; es decir, casi aceptando trajes regalados con cualquier pretexto), les contó que quería disponer mañana de tantos mil acá y otros tantos allá y…, ¿qué creen que le respondieron? Esto: ¿Dinero? ¿Efectivo? ¿Dos o tres mil? ¿Mañana? Juas, juas, juas. Qué cabrones, cómo se reían, al parecer. Y seguían: juas, juas, juas. Los hijoputas. Ella, mi mujer, tan modosa, tan educada, tan en su sitio, tan señora como si fuera un señor igual de correcto, abría y abría sus libretitas de ahorros y se las mostraba, por si todo obedecía a un desgraciado malentendido. Que mire, que tengo, que hay, que fíjese que forrada anda una, dentro de lo que cabe. Y el otro, palabra arriba, palabra abajo, en cuanto recuperó el resuello después de tanta risa: que mira, guapa, que tú tendrás, pero el banco no. Y ella, más por perpleja que por ganas de porfiar: pero, señor, si yo lo tengo en el banco, cómo no voy a tenerlo: lo tengo aquí, en este banco. El otro: que no, que lo tiene aquí, pero aquí no está, ¿capisce?
Tienen los banqueros, con todo, su punto tierno, y un director de sucursal, que viene a ser como un furriel de mierda en cualquier ejército tercermundista y que se da el mismo pisto que los furrieles de mierda de cualquier ejército tercermundista, se avino a hacer unas gestiones consistentes en llamar a otras sucursales a ver cuánto tenían. Que no, que impósibol total, que entre las siete o diez de casco urbano y el extrarradio tendrían sueltos unos mil quinientos euros o así. Eso para mañana. Para hoy cero patatero y le cobramos comisión si vuelve a preguntarnos. El tres por ciento de lo que necesita y no le damos.
Ya sé, ya sé. Un banco no es un calcetín. Un banco huele peor y es más sucio que el más vil calcetín. En el calcetín se meten los billetajos y allí se quedan. En un banco se meten esos billetes y el banco los usa para practicar la usura, que antes era pecado, aunque ahora la mitad de los banqueros sean del Opus. No hay legislación que no cambie, hasta los mandamientos de Dios tienen su desuetudo y su desarrollo reglamentario. Dame la ley y déjame los reglamentos.
En un banco usted lleva su dinero, el suyo de usted, y en vez de guardárselo para que lo tenga allí, el banco se lo presta a otro a interés, pero a usted no le paga interés ninguno, o casi. A usted le cobra comisiones y cuando va a decir que necesita un poco de ese parné suyo de usted le contestan que se siente, qu´il n´y a pas y que de qué vas, so gilipollas, y que a ver si metes el mes que viene otros seis mil euros para que te den una cristalería de Embolemia para que te tomes la cicuta como se la toman los señores de verdad y no los pringaos como tú.
Mi compañera de fatigas vitales (aunque independiente en las económicas) me lo iba contando a mediodía, mientras comíamos y Elsa tumbaba jarrones con un hula hoop que le regalé yo mismo el sábado, que hay que ver también lo mío, y yo primero me encendía y luego, como a los postres y tras las copitas del vino reglamentario (hoy un Rueda bastante apañado) fui cayendo en gratas ensoñaciones. Y ahí sigo y las voy a compartir con ustedes.
Que me toca la loto, que para eso juego semanalmente, y me cae un premiazo de esos de seis millones de euros, o siete. Qué digo, la europea esa que te puede dar hasta quince o veinte milloncejos de euretes. ¿Que qué haría antes de nada? La gente suele contestar que si comprarse el coche tremendo, que si el apartamento en el mejor barrio parisién, que si liquidar antes que nada las hipotecas y demás trampas, minas y cepos. Yo no.
Yo iría de banco en banco, de sucursal en sucursal. Una semana enredando así, o dos. Que mira corazón, que m´ha tocao y que no sé ande diantre metel-lo. Educado y pelín chulillo al mismo tiempo, pero tardando en mostrar mis cartas por entero. Que qué me ofrecen aquí y qué tienen para picar. Y que si no hay champán francés cuando entra un clientazo o qué. Tranquilos, sí, que aquí está el boleto o el certificado o yo qué sé qué llevará uno para acreditar y acreditarse, pero algo será.
Los veo, los veo, babeantes, temblorosos, transpirando como bailarina de cabaret tropical sin aire acondicionado. Y que, con el champán, uno como que se va soltando y que se pone un poco Torrente, sin que sirva de precedente, y que qué tal unas pajillas y que mañana vuelvo y me gustaría verte con los labios pintados en forma de corazón, corazón, a ver dónde meto al fin lo mío.
Disculpen, lo haría igual con directores que con directoras de sucursal y de sucursala y al final les daría a todos calabazas con el dinero y, consiguientemente (me las darían) con todo, pero es que hay una torda en particular a la que le tengo ganas. Ganas de ver cómo se pone en pompa y finge interés en lugar de intereses, después de años sacándonos a mi santa y a mí comisiones como de mafioso ruso blanqueado y colocándonos tarjetas de crédito hasta en el sobaco.
Pues, eso, jadea y cuéntame qué me vas a decir y cómo te vas a portar cuando venga este cuerpo un viernes cualquiera a pedirte seis mil euros en efectivo para unas raciones que me voy a tomar ahí al lado y que te los sacas de la faltriquera porque los llevas ahí pensando en mí y que digo que así no, que de la caja fuerte, que sudados no los quiero y tal.
Bueno, y así todo el tiempo. Dos semanas. Luego no me importaría volver a ser pobre. Para otra cosa no quiero una fortuna de esas, soy bastante feliz tal como estoy y con lo que tengo. Pero, ay, cómo los putearía, cielo santo, cómo los putearía. ¿Te acuerdas, papito, de aquella vez que vinimos a pedir dos mil euros y nos miraste raro y sonreíste y dijiste que si pensábamos que un banco era un banco o qué? ¿Te acuerdas, julandrón? ¿Si, verdad? Pues ahora ponte ahí con tu compañero y jugad para que os veamos. Tú a cuatro patas, sí. Y el otro que se quite el peluquín asqueroso que lleva, eso para empezar. Y unas palomitas para zampármelas durante el espectáculo, ¿o es que no tenéis palomitas en este chiringuito, eh?
PD.- También cabe que no me toque la loto. En ese probable caso, ¿qué tal si un día nos apalabramos para un corralito inverso y sacamos la pasta de un día para otro y con un bidón de gasolina por si dicen que no tienen suelto?
6 comentarios:
Véase este documento (a partir del minuto 4, y omita los últimos 45 minutos):
http://video.google.com/videoplay?docid=-6106699751525260052#
Ahora sí que querrá prender fuego a todo quisqui con tirantes...
1.- Saque todo su dinero de esa entidad.
2.- Queréllese contra el consejero delegado por un delito de estafa -aceptar depósitos sin intención de reintegrarlos- o, si el asuntillo de probar el dolo no fuera posible, contra la entidad por un incumplimiento de contrato con la consiguiente reclamación de daños y perjuicios.
3.- Y si le da pereza el paso 2 pónga el caso en manos de una asociación de consumidores y que se encarguen ellos que, por cierto, suelen tener bastante éxito en estas lides.
Me adhiero al comentario, pasos 1 y 3. La única respuesta posible a la negativa unilateral e injustificada de suministrar los servicios contractualmente concordados consiste en decir con una gélida sonrisa y un tono especialmente dulce "Perfecto, he comprendido. No me prepare entonces la suma solicitada; prepáreme la liquidación definitiva de la cuenta, con la transferencia del saldo a xxxxxxx".
Añadiría un paso 3bis: queja contundente por e-mail ante los servicios de atención al cliente de la Entidad, con copia al departamento de calidad y a quien se le ocurra*. Ahora casi todas suelen tener sistemas certificados de calidad y otras mamarrachadas derresponsabilizantes de parecido jaez, así que la gestión de una queja de este tipo suele picar.
Salud,
* Variante ligeramente sádica: si la entidad cuenta con un sello ISO 9001, busque el organismo que lo ha otorgado y póngalo en copia de la nota de queja. No sirve absolutamente para nada -certificadores y certificados tienen el mismo nivel de seriedad, dios los cría y el viento los amontona- pero incomoda psicológicamente sobremanera.
Y a más a más, copia también al Banco de España, al Banco Central Europeo y a la Dirección del Tesoro y Política Financiera. Puede que sea poco útil, pero no puede ser más barato.
Además, a poco que reciba una contestación de cualquiera de estos organismos, remisión a todos los medios de comunicación, a ver si queda alguno decente, porque con uno que quede, a la entidad morosa -porque eso es- ya le sale caro en publicidad negativa.
Cuando el mundo era más civilizado algo como lo que le pasó a su santa solía acabar con con el banco cerrado y el banquero saliendo a uña de caballo no importa hacia dónde.
Ante el Banco de España se puede presentar una reclamación, pero es mejor hacerlo en papel higiénico, porque el destino de la queja va a ser tan prosaico como el de aquellos históricos rollos del Elefante, que parecían papel de estraza.
¿Y si dice el nombre del banco en cuestión, y hasta de la sucursal? Es para ir tomando nota. Y no creo que jurídicamente incurra en ninguna figura delictiva.
Un saludo
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