Voy a cambiar de vida, sí o sí. Nadie me cree: no me cree mi mujer, no me creen mis amigos, no me creen mis compañeros. Pero se equivocan, voy a cambiar de vida. O sea, que voy a dejar de hacer (tanto de) dos cosas que me tienen frito: viajar con cualquier pretexto y hacer escritos de encargo.
Lo primero lo voy a solucionar pidiendo pasta. Oye, igual que otros profesionales. ¿Quiere usted que le repare esa cañería que se le rompió, ya que soy fontanero? Pues tantos euritos. ¿Necesita usted una ponencia la mar de guapa o una conferencia para una señalada ocasión, y mejor si es de un tipo con acento de allende los mares? Vale, son mil euritos. Y si piensa publicar las actas, no me sea pillín y no vaya a avisarme después como si ya me hubiera avisado antes. Por el texto, mil euritos más, hala. A tomar por el saco. Que digan que no y así viviré mucho más tranquilo y a mi bola. Y si dicen que sí, por lo menos tendré para los regalitos que llevo a casa a la vuelta. Que ahora, a veces, pierdo dinero y todo, porque cómo me voy a pasar todos esos días en la Conchinchina y no traer al menos una pulsera maja para quien me dio el permiso.
L0 de los articulejos de encargo es otro cantar. Hoy en día no hay colega ni amigo que no esté coordinando un libro colectivo y que no te invite, con el argumento de que, joer, si participan todos los grandes de la especialidad, cómo no vas a estar tú también, con lo enorme que eres. Luego, a la hora de la verdad, aparece ese trabajo tuyo, que te costó medio divorcio y perderte tres partidos de la Champions y resulta que a su lado, en el índice correspondiente, están sólo los de un tal López, de Bolivia, Fernández, de Perú, y García -otro-, de Villanueva de la Serena, de un I.E.S. de allá. Dicho sea con todos los respetos para bolivianos, peruanos, serenos y compañeros secundarios, claro. Pero lo que jode es que, cuando preguntas que por qué no figuran el artículo que Dworkin iba a escribir para la ocasión o el que Ferrajoli había comprometido, segurísimo, te contestan que porque están mayorones del todo y hechos unos zorros y que mírate tú, en cambio, qué guapeton y lozano y que, como lo estás haciendo muy bien, muy bien, muy bien, cariño no pares y sigue escribiendo y ahora mándame algo para un nuevo monográfico que voy a editar y tienes de plazo tres semanas. Pues me voy a negar. Este menda ya no escribe de encargo, salvo que con el encargo vengan un cheque de aquella manera o, al menos, unos percebes o cosa que se pueda disfrutar sensorialemnte. Ya nos entendemos. Y punto.
Se me fue la mano, ando calentito. Estoy ahora mismo en la estación de Orense, camino de Santiago, ultimando un trabajote de encargo que me tiene hasta ahí y más. Así que no tengo tiempo para otras cosas y les doy este trocito, un fragmento de nada, que a lo mejor hasta es algo legible y se entiende un poco.
Con mis disculpas por ser tan pelmazo. Y con afecto, eso sí.
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Lo primero lo voy a solucionar pidiendo pasta. Oye, igual que otros profesionales. ¿Quiere usted que le repare esa cañería que se le rompió, ya que soy fontanero? Pues tantos euritos. ¿Necesita usted una ponencia la mar de guapa o una conferencia para una señalada ocasión, y mejor si es de un tipo con acento de allende los mares? Vale, son mil euritos. Y si piensa publicar las actas, no me sea pillín y no vaya a avisarme después como si ya me hubiera avisado antes. Por el texto, mil euritos más, hala. A tomar por el saco. Que digan que no y así viviré mucho más tranquilo y a mi bola. Y si dicen que sí, por lo menos tendré para los regalitos que llevo a casa a la vuelta. Que ahora, a veces, pierdo dinero y todo, porque cómo me voy a pasar todos esos días en la Conchinchina y no traer al menos una pulsera maja para quien me dio el permiso.
L0 de los articulejos de encargo es otro cantar. Hoy en día no hay colega ni amigo que no esté coordinando un libro colectivo y que no te invite, con el argumento de que, joer, si participan todos los grandes de la especialidad, cómo no vas a estar tú también, con lo enorme que eres. Luego, a la hora de la verdad, aparece ese trabajo tuyo, que te costó medio divorcio y perderte tres partidos de la Champions y resulta que a su lado, en el índice correspondiente, están sólo los de un tal López, de Bolivia, Fernández, de Perú, y García -otro-, de Villanueva de la Serena, de un I.E.S. de allá. Dicho sea con todos los respetos para bolivianos, peruanos, serenos y compañeros secundarios, claro. Pero lo que jode es que, cuando preguntas que por qué no figuran el artículo que Dworkin iba a escribir para la ocasión o el que Ferrajoli había comprometido, segurísimo, te contestan que porque están mayorones del todo y hechos unos zorros y que mírate tú, en cambio, qué guapeton y lozano y que, como lo estás haciendo muy bien, muy bien, muy bien, cariño no pares y sigue escribiendo y ahora mándame algo para un nuevo monográfico que voy a editar y tienes de plazo tres semanas. Pues me voy a negar. Este menda ya no escribe de encargo, salvo que con el encargo vengan un cheque de aquella manera o, al menos, unos percebes o cosa que se pueda disfrutar sensorialemnte. Ya nos entendemos. Y punto.
Se me fue la mano, ando calentito. Estoy ahora mismo en la estación de Orense, camino de Santiago, ultimando un trabajote de encargo que me tiene hasta ahí y más. Así que no tengo tiempo para otras cosas y les doy este trocito, un fragmento de nada, que a lo mejor hasta es algo legible y se entiende un poco.
Con mis disculpas por ser tan pelmazo. Y con afecto, eso sí.
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Los tejemanejes del constructivismo ético.
En esquema, o en caricatura , el constructivista es aquel que viene a sostener que, en cualquier sociedad madura y con auténtica democracia deliberativa, la mayoría, o -idealmente- todos, coincidiría en otorgar a cada valor moral el mismo contenido: concretamente el que yo, constructivista, le asigno. Es decir, deliberando en libertad, con suficiente información, con imparcialidad y con buen respeto a las reglas de la argumentación racional, todos llegarían, para cada norma o cada caso, a las mismas conclusiones a las que yo llego por mi cuenta y sin deliberar con nadie. Pues nunca se ha visto un constructivista que formule un enunciado como éste: “yo, en tal asunto de razón práctica, me inclino o prefiero o estimo más racional la tesis T, pero admito que puede tener más razón este legislador o aquel juez al preferir la tesis T´, ya que seguramente ahí ha tenido lugar un proceso reflexivo y deliberativo más puro que el acaecido en mi mera conciencia”. Jamás se ve un razonamiento así entre los constructivistas. Al contrario, su idea es que si los otros no han llegado a la conclusión de él, es porque no han reflexionado con la imparcialidad que deben ni deliberado con la ecuanimidad necesaria .
Permítaseme explicar lo del constructivismo todavía de otra forma más. Las éticas constructivistas parten de que nuestros concretos juicios en el campo de la razón práctica pueden y suelen estar viciados por nuestra inevitable inserción en el “mundo de la vida” (determinaciones culturales, sociales, prejuicios compartidos…) y en un entramado de intereses puramente personales, todo lo cual nos determina de manera consciente o, sobre todo, inconsciente. Es decir que cuando yo afirmo “X es justo”, y aunque lo haga con la pretensión y el convencimiento de que tal afirmación es racional y de que es racional también la reflexión mía que está en la base, yo seguramente estoy expresando con ese juicio lo que es el producto de mi concreta socialización, de las pautas culturales de esta sociedad en la que vivo e, incluso, de mis intereses, temperamento e inclinaciones puramente personales. Esto, según el constructivismo moral, no ocurriría así si los individuos fuéramos capaces de razonar con prescindencia total de tales condicionamientos sociales y personales, nada más que en cuanto seres humanos genéricos dotados de una razón no desfigurada por esas “contaminaciones”. Así que se propone el siguiente experimento: si somos capaces de imaginar cómo razonaría y a qué conclusiones llegaría, en estas materias de razón práctica (moral, Derecho, política...), un sujeto perfectamente imparcial y no dirigido por prejuicios como aquellos, estaremos reconociendo que eso que pensamos que diría un sujeto imparcial es, por una parte, lo que sostendría cualquier sujeto imparcial, por lo que los acuerdos, incluso unánimes, entre individuos imparciales serían posibles; y, por otra parte, tendremos que admitir que eso que pensamos que pensarían los imparciales es lo verdadera y objetivamente racional, y no lo que opinamos nosotros cuando razonamos tal como somos, condicionados, prejuiciosos y, en consecuencia, no imparciales. Y entonces el constructivista hace su salto y dice: pues ya está, puesto que estoy seriamente convencido de que mi afirmación “X es justo” es la misma que sería objeto del acuerdo entre sujetos razonadores plenamente imparciales y, por tanto, en pleno ejercicio de una razón práctica no manchada de prejuicio, puedo decir que esto que pienso yo (que “X es justo”) es perfectamente racional, aun cuando lo haya pensado yo y no conste que se haya reunido aquella asamblea hipotética de imparciales, llámese auditorio universal, comunidad ideal de diálogo o situación originaria bajo el velo de ignorancia.
Lo que nunca hemos visto hacer a un constructivista es afirmar “X es justo” y añadir luego que eso es lo que le parece a él, que es un sujeto inserto en su horizonte social y personal particular, y que vaya usted a saber si pensaría igual un individuo sin prejuicios ni influencias sociales, culturales y contextuales. Por eso el constructivismo gusta a tantos que piensan entre sí distinto: porque a todos les parece que les refuerza sus razones, que deberían ser las razones de todos si la gente fuera como es debido. No compromete a nada más que a estar de acuerdo con uno mismo en que uno mismo tiene razón. Es un buen respaldo de la autoestima.
En esquema, o en caricatura , el constructivista es aquel que viene a sostener que, en cualquier sociedad madura y con auténtica democracia deliberativa, la mayoría, o -idealmente- todos, coincidiría en otorgar a cada valor moral el mismo contenido: concretamente el que yo, constructivista, le asigno. Es decir, deliberando en libertad, con suficiente información, con imparcialidad y con buen respeto a las reglas de la argumentación racional, todos llegarían, para cada norma o cada caso, a las mismas conclusiones a las que yo llego por mi cuenta y sin deliberar con nadie. Pues nunca se ha visto un constructivista que formule un enunciado como éste: “yo, en tal asunto de razón práctica, me inclino o prefiero o estimo más racional la tesis T, pero admito que puede tener más razón este legislador o aquel juez al preferir la tesis T´, ya que seguramente ahí ha tenido lugar un proceso reflexivo y deliberativo más puro que el acaecido en mi mera conciencia”. Jamás se ve un razonamiento así entre los constructivistas. Al contrario, su idea es que si los otros no han llegado a la conclusión de él, es porque no han reflexionado con la imparcialidad que deben ni deliberado con la ecuanimidad necesaria .
Permítaseme explicar lo del constructivismo todavía de otra forma más. Las éticas constructivistas parten de que nuestros concretos juicios en el campo de la razón práctica pueden y suelen estar viciados por nuestra inevitable inserción en el “mundo de la vida” (determinaciones culturales, sociales, prejuicios compartidos…) y en un entramado de intereses puramente personales, todo lo cual nos determina de manera consciente o, sobre todo, inconsciente. Es decir que cuando yo afirmo “X es justo”, y aunque lo haga con la pretensión y el convencimiento de que tal afirmación es racional y de que es racional también la reflexión mía que está en la base, yo seguramente estoy expresando con ese juicio lo que es el producto de mi concreta socialización, de las pautas culturales de esta sociedad en la que vivo e, incluso, de mis intereses, temperamento e inclinaciones puramente personales. Esto, según el constructivismo moral, no ocurriría así si los individuos fuéramos capaces de razonar con prescindencia total de tales condicionamientos sociales y personales, nada más que en cuanto seres humanos genéricos dotados de una razón no desfigurada por esas “contaminaciones”. Así que se propone el siguiente experimento: si somos capaces de imaginar cómo razonaría y a qué conclusiones llegaría, en estas materias de razón práctica (moral, Derecho, política...), un sujeto perfectamente imparcial y no dirigido por prejuicios como aquellos, estaremos reconociendo que eso que pensamos que diría un sujeto imparcial es, por una parte, lo que sostendría cualquier sujeto imparcial, por lo que los acuerdos, incluso unánimes, entre individuos imparciales serían posibles; y, por otra parte, tendremos que admitir que eso que pensamos que pensarían los imparciales es lo verdadera y objetivamente racional, y no lo que opinamos nosotros cuando razonamos tal como somos, condicionados, prejuiciosos y, en consecuencia, no imparciales. Y entonces el constructivista hace su salto y dice: pues ya está, puesto que estoy seriamente convencido de que mi afirmación “X es justo” es la misma que sería objeto del acuerdo entre sujetos razonadores plenamente imparciales y, por tanto, en pleno ejercicio de una razón práctica no manchada de prejuicio, puedo decir que esto que pienso yo (que “X es justo”) es perfectamente racional, aun cuando lo haya pensado yo y no conste que se haya reunido aquella asamblea hipotética de imparciales, llámese auditorio universal, comunidad ideal de diálogo o situación originaria bajo el velo de ignorancia.
Lo que nunca hemos visto hacer a un constructivista es afirmar “X es justo” y añadir luego que eso es lo que le parece a él, que es un sujeto inserto en su horizonte social y personal particular, y que vaya usted a saber si pensaría igual un individuo sin prejuicios ni influencias sociales, culturales y contextuales. Por eso el constructivismo gusta a tantos que piensan entre sí distinto: porque a todos les parece que les refuerza sus razones, que deberían ser las razones de todos si la gente fuera como es debido. No compromete a nada más que a estar de acuerdo con uno mismo en que uno mismo tiene razón. Es un buen respaldo de la autoestima.
3 comentarios:
En el caso del feminismo estos tejemanejes del constructivismo ético alcanzan verdaderas cumbres no sólo cuando excluyen la opinión del discrepante por machista, también cuando en una situación como una encuesta sobre acoso sexual corrigen al alza el índice de acoso con el pretexto de un “acoso técnico” que las mujeres no detectarían como tal pero que “la verdad feminista” ha establecido que es incuestionable que se trata de una manifestación del mismo, por ejemplo: piropos o chistes verdes, también cuando niega a las prostitutas cualquier capacidad para intervenir en el regulación de su actividad con el pretexto de seres alienados, y en tantas otras ocasiones que sería largo enumerar.
Al final, lo que se presente como el súmmum de la democracia y los derechos de las personas, encierra una férrea dictadura en la que la verdad está en manos de unos cuantos expertos y expertas que con todas las bendiciones públicas acaban convirtiéndose en dueños de la moral pública y tantas otras cosas. El constructivismo considera relativas todas las verdades si son de otros porque la suya es absoluta. Socialmente es muy negativo porque niega el valor del debate y con ello de un valioso instrumento para construir y ejercitar democracia.
Lamentablemente parece extendido por todo el cuerpo social como si de una plaga se tratase. Lo que cuentas en otra entrada referida a la educación también tiene mucho que ver con todo esto.
¡Viva el relativismo! ¡Mueran las caenas!
Salud,
¡No sólo es legible: es que "se te entiende todo"!
De hecho, estoy coordinando un libro colectivo en el que están todos los grandes, y no puedes faltar tú.
Es sobre un tema próximo al de tu artículo del constructivismo, así que a un fiera como tú no te costará prepararlo: es sobre los Procesos de Reconciliación, la Justicia Transicional, el Ser y el Tiempo.
¡Cuento contigo! El plazo máximo para entregar los originales es el jueves que viene. ¡No me falles!
Abrazos,
JD
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