28 diciembre, 2011

Rectores y universidades

No conozco personalmente al rector de la Universidad de Vigo, en la que tengo algunos buenos amigos. Ni siquiera sabía su nombre hasta estos días, e ignoro hasta las disciplina que cultiva y el currículum científico que lo avala. Considero, además, que en el caso del plagio dictaminado como copia imprudente, o algo así, él y su equipo han actuado como lo harían la mayoría de sus colegas en similares cargos. Y esa es la cuestión interesante, la pregunta decisiva: ¿por qué reaccionan así, aun a riesgo de llevarse por delante el buen nombre y el prestigio, si alguno queda, de las instituciones que representan y gobiernan? ¿A qué estrategias se encomiendan en casos como este o qué propósitos los mueven?

La hipótesis más fácil sería la de que se deben a su electorado y que este prefiere, mayoritariamente, que se tapen las fechorías y se encubran las malas prácticas académicas. Pero, si esa fuera la razón, el diagnóstico resultaría terrible, ya que habría que creer que las comunidades universitarias están corrompidas, minadas por los malos hábitos y preñadas de oscuras complicidades. ¿En verdad prefiere la mayoría de los profesores, estudiantes y trabajadores de la administración universitaria que se den por buenas las oscuras artimañas y que se vaya formando un cuerpo de tramposos sin escrúpulos? Será, no digo que no, pero cuesta creerlo. Así que convendrá afinar un poco más.

¿Quién toma las decisiones en las universidades? Las más importantes -y muchísimas que carecen de toda relevancia- pasan por órganos colegiados de gobierno, fundamentalmente el Consejo de Gobierno que hay en cada universidad. Ahí están los representantes que para ese cometido han sido elegidos por los distintos “colectivos” universitarios. Vuelta a lo mismo: ¿escogemos a los más capaces y honestos o a gentes de otro pelaje? Habrá de todo, naturalmente. Pero el primer intento de todo rector es hacerse con mayoría leal en el Consejo de Gobierno. Por lo general, concurren dos listas principales, la de quienes apoyan a rector y la de la oposición. Un día el rector llama a un decano o director de departamento y le sugiere que se presente a esas elecciones. Decir que sí es una forma de acogerse a la protección del jefe y va de suyo que tal oferta no es para ir por libre en dicho órgano, sino para respaldar las propuestas rectorales. Si la oposición está mínimamente organizada, también se hará con algunos puestos, pero los así elegidos tampoco suelen tener el objetivo de ponderar libremente lo que en cada reunión esté en juego y decidir con libertad su voto. Si la oposición está en minoría en el Consejo de Gobierno, perderá siempre; si está en mayoría, ganará en cada caso. La disciplina de grupo y la política académica de baja estofa prevalecen sobre cualquier valoración que atienda al interés general o a los más nobles fines teóricos de la universidad.

¿Y los otros profesores, los independientes y con criterio propio, dónde están? En sus despachos o laboratorios o en sus casas. ¿Por qué no se presentan para tales puestos electivos? Por un lado, porque suelen andar asqueados, desengañados y escépticos. Por otro, porque son escasísimas sus posibilidades de ser elegidos. Esto se debe a que el desánimo general lleva a que por lo común voten nada más que los que se interesan por las politiquerías de andar por casa y se someten con gusto a alguna disciplina de grupo. Con excepciones, claro que sí, pero tal es la pauta general.

Ya tenemos un primer indicio de por qué las cosas pasan como pasan, y como tal vez pasaron en el caso de Orense-Vigo: porque en los órganos de gobierno universitario no acostumbra a haber mayoría de buenos profesionales de la investigación y la docencia, y los que lo son aprovechan su porción de poder para ganarse favores presentes o futuros. Importa más estar a bien con quien manda que meterse en líos por defender la honestidad o el buen hacer del personal académico.Hoy por ti, mañana por mí.

Otro factor no desdeñable está en la mentalidad de muchos rectores. Se ven a sí mismos como una mezcla de amoroso paterfamilias y de politicastro con malas artes. Por un lado, consideran que deben proteger contra viento y marea a los profesores, hagan lo que hagan, y se sienten más guardianes del bienestar general que del rendimiento efectivo del personal. Les gusta que los quieran. Pero tampoco pierden de vista la dimensión política de su cargo y proceden con artes de capo, más que nada administrando sutilmente las advertencias y amenazas. El rector hábil es rector muy bien informado y, al menor atisbo de crítica o de altercado institucional, recuerda al revoltoso los cadáveres que guarda en su armario o, si son escasos, lo que tiene que perder si se pone guerrero. Que por lo general no se apliquen controles ni se pidan responsabilidades al profesorado no quiere decir que no sea posible hacerlo cuando convenga, y ese es el aviso que un rector bien asentado en su poltrona suele manejar con sutileza y sin perder la sonrisa. Contra el rector se vive peor, salvo que otro grupo bien potente te proteja o salvo que tengas por tu cuenta mucha autonomía de vuelo.

Pongamos un caso de plagio o cualquier escándalo similar. Normalmente (insisto en que habrá excepciones) el rector de turno hará sus cuentas antes de decidir las medidas a tomar: cuántos son los implicados, qué apoyos tienen, qué hilos pueden mover, qué consecuencias acarreará una u otra actitud para las próximas elecciones, etc. Al pobre mindundi que un día mete la pata lo crujirán sin reparar en gastos; al que está respaldado por una “familia” poderosa se le trata con guante de seda y se le vende el favor de la clemencia. O sea, el más puro estilo mafioso.

Las universidades están sumidas en dinámicas internas profundamente perversas. Es poco menos que total el divorcio entre su función teórica y su funcionamiento real. Predominan los estímulos puramente egoístas y los incentivos difícilmente confesables. Quien no dé guerra y se deje llevar por el ambiente general tiene asegurada una buena impunidad. El que se salga de la fila deberá atenerse a las consecuencias. Aquel que viva y deje vivir y se apunte de vez en cuando a algún aquelarre podrá plagiar, dar sus clases como se le antoje o no darlas, investigar o quedarse en su casa mirando las musarañas, aparecer por su despacho a diario o una vez al mes, calificar con rigor a sus estudiantes o tomarse a chufla los exámenes. Y así sucesivamente.

En las universidades hay miedo. Lamentabilísimo, pero cierto. El que se mueva no sale en la foto. En este caso de Vigo, que aquí tomo nada más que como pretexto para una reflexión más general, he podido comprobarlo. Aun con la modestia de esta blog, varios científicos escandalizados me han llamado o me han escrito para darme datos o alentarme a hablar, pero casi siempre el comunicante añadía que no quería que yo desvelara mi fuente, y hasta los hubo que me escribieron con nombre inventado y dirección electrónica creada para la ocasión. Y ni siquiera eran profesores de Vigo.

Nada reprocho a nadie, no es esa la intención de este escrito. Pero el indicio del estado de cosas que tenemos es apabullante. ¿Qué tememos? ¿Qué nos coarta? ¿Ante qué o ante quiénes nos acobardamos? ¿Qué posibles venganzas o ajustes de cuentas nos retienen? ¿Son o pueden ser minoría oprimida los dignos y los valientes? ¿Se ha de pasar a la clandestinidad para defender el espíritu universitario y las buenas maneras de la labor académica?

Quien acierte con la contestación para esas preguntas habrá dado con las claves de la universidad española de nuestros días. Yo, modestamente, creo que no tiene arreglo, ninguno. Habría que dinamitarla y volver a construir desde los cimientos. O sea, que no hay nada que hacer. Así que ya sabemos: a vivir, que son dos días. A aprobar a todo el que se deje, a solidarizarse con el pillado en falta, a llevarse bien con la autoridad y… a disfrutar de la vida, que para eso nos pagan, al parecer.

3 comentarios:

Carmen dijo...

Imagino que los estudiantes de esa universidad, copiarán en los examenes con total libertad. Como tiene que ser, oiga.
Aquí todo vale, solo hay que echar un vistazo a nuestros politiquillos, ayyy.
Es el colmo de la falta de valores, estamos tan manipulados como los lloricas coreanos, una lástima. Ayer, sin ir más lejos, el señor de una gasolinera hablaba de la presunción de inocencia del yernísimo, del gran discurso del rey y de la privacidad de los ministros con los móviles (que compramos nosotros) y las páginas que visitan en sus tablet (que también compramos, me parece).
Hasta aquí hemos llegado, que se vayan a la mierda los ministros y su privacidad...que una viene tranquilita a llenar el depósito y no tiene gana alguna de aguantar gilipolleces, oiga.
No hay nada que hacer, siempre lo dice mi contrario...y me fastidia un montón, cada día menos, eso sí.

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Quiero felicitar al Profesor García Amado por la excelente exposición que ha hecho en este artículo. Suscribo todas sus palabras, incluída la triste conclusión sobre el sistema: yo también pienso que no hay más solución que demolerlo todo para volver a empezar de cero. Nada puede florecer en universidades gobernadas por gente como Salustiano Mato, Juan Carlos Mejuto y Pedro Araújo (este último, Decano de la Faculta de los plagios, fue alumno de doctorado del tal Juan Carlos Mejuto...).

Anónimo dijo...

Por supuesto que hay miedo en la universidad. Yo mismo tengo miedo.