25 abril, 2012

Por qué publicar en las revistas científicas

Unos buenos amigos me hacen llegar informaciones y documentos sobre la polémica que el prestigioso matemático Timothy Gowers ha levantado al proponer un boicot a la editorial Elsevier (ver aquí y aquí), que maneja un importante número de revistas científicas actuales y vende las suscripciones por paquetes o grupos de ellas. Y las vende caras. Al leer todo eso me han vuelto algunas ideas que me rondan desde hace tiempo y que paso a tratar, sin entrar en aquel asunto concreto de Elsevier y con la advertencia de que no conozco por dentro el mundo de las publicaciones en ciencias “duras”, aunque sí estoy bastante al tanto de lo que sucede en derecho, humanidades y ciencias sociales en general. Lo que voy a decir a continuación no pretendo que valga para más campos que estos, aunque vaya usted a saber si en algo se puede acertar también para los otros.

    La tesis que defiendo es bien sencilla: en los tiempos que corren apenas tiene sentido publicar en papel y en revistas que no estén gratis en la red y no sometidas a plazos ni trámites. Y hasta para los libros lo mantengo. De ejemplo me basto yo mismo, si me lo permiten: me da una pereza enorme enviar mis cosas a revistas y editores. Con cierta frecuencia amigos y compañeros amables me preguntan que cómo es que cuelgo aquí, en el blog, textos que, con cuatro detalles formales añadidos –unas notas más, unas referencias bibliográficas, un resumen al principio, un estilo algo más académico y menos informal o desenvuelto- podrían fácilmente ir a parar a alguna publicación periódica del gremio de los juristas. Y, quizá por lo de que gallegos y asturianos primos hermanos, respondo y me respondo a la gallega: y por qué, por qué ha de estar mejor o ser más útil que ese escrito, si de algo puede valer, salga en tal o cual revista y no aquí, en mi blog, con inmediatez, a la libre disposición de todo el mundo y con instantánea recepción en un puñado de países que hablan esta lengua nuestra. Por qué, que me lo expliquen.

    Para no ponerme de protagonista, llamemos X al profesor y/o investigador en uno de esos campos que ha escrito un tal estudio y que quiere ofrecerlo al conocimiento ajeno. Pensemos qué razones puede tener para mandarlo a una revista en lugar de colocarlo en algún sitio de la red gratuito e inmediatamente accesible.

    La primera y más evidente tiene que ver con cuestiones curriculares. En el ciberespacio publica cualquiera, y más si es en alguna página propia, pero en las buenas revistas de toda la vida hay unos controles serios y un rigor a la hora de seleccionar lo que cabe y lo que no. En consecuencia, a la hora de que X haga valer sus méritos curriculares en cualesquiera concursos, certámenes y convocatorias, podrán contar positivamente esos escritos que vieron la luz en dichas revistas o en editoriales con solera, y no lo que, mismamente, puso en su blog o en una página web que el mismo autor maneje.

    Tiene su buen fundamento la anterior consideración, pero también ha lugar a unos matices. Primero, ni están todos los que son ni son todos los que están. Esto es, ni dejan de colarse verdaderos bodrios en las revisas de postín y con todo tipo de revisión por pares anónimos, ni está excluido que un estudio excelso pueda aparecer en una simple botácora o en una página cualquiera de internet. Déjenme que me ponga un poco chulo, que para eso provengo de tierra astur: algunas cosillas jurídicas de mi blog son mejores que la mitad de los artículos que se publican en la mitad de las revistas españolas de Derecho que están en no sé cuántos índices y que supuestamente tienen impacto de meteoritos, por lo menos. ¿Qué X o yo podríamos haber publicado tal o cual texto nuestro en esas revistas? Seguramente, pero a lo que vamos es a por qué tenemos que plegarnos a eso y si nos compensa o no.

    La respuesta la tengo clara y la comparto ahora mismo, aun a riesgo de errar: es el sistema académico el que quiere que traguemos con esas reglas de juego. Cuando digo sistema académico no me refiero a la ciencia o al saber o al conocimiento o asunto similar, no, sino que aludo al entramado de poderes e intereses mediante los que se ejerce el control de las carreras académicas. Vamos a explicar esto un poquito.

    Supóngase que un administrativista que tiene ya algún renombre pergeña una nueva y muy importante teoría sobre el requisito de la antijuridicidad en la responsabilidad extracontractual de las Administraciones Públicas. Es un ejemplo que invento, pero algún día tendrá que aparecer esa teoría para reemplazar a la muy poco convincente que viene de García de Enterría y que dice que, a esos efectos, antijurídico es el daño que el dañado no tiene obligación legal de soportar. Bueno, pues el profesor X desarrolla muy rigurosamente una teoría alternativa y la pone en su blog o en una página web que mantiene. No publica eso en ningún otro lado. Por tanto, no le va a valer un pimiento a efectos de sexenios, acreditaciones, concursos y similares. Y lo que estoy preguntando es por qué. ¿Acaso importa menos la calidad de la investigación que el lugar en el que figure expuesta? Completemos el ejemplo: en cambio, otro señor, Z, hace el enésimo refrito y resumen apresurado de lo que la doctrina viene diciendo sobre ese tema desde fines de los cincuenta del pasado siglo y sí le va a valer, y más si la revista tiene índices de impacto o impactos en los índices. Insisto, por qué.

    Retorno a mi hipótesis, que ahora se hace doble. Primera razón: los incontrolados son incómodos por imprevisibles. Por ejemplo, hay riesgo de que pongan patas arriba algún dogma doctrinal –el que como puro ejemplo estoy mencionando podría servir, pero hay mil más-. En una revista como Dios manda será difícil que lo haga, pues ya dirá la dirección o ya observarán los revisores que a dónde se cree que va con esa crítica a los maestros y que o  (se) corrige o no reúne los requisitos de calidad para aparecer en esas páginas. En ese sentido, lo que llamo el sistema académico es conservador y retardatario, vela por la ortodoxia y reprime la innovación. No es que se opere dentro del paradigma científico sino que muchas veces se trata de que esa ciencia no tenga ni paradigma, solamente sumisión, disciplina (inglesa) y conducto reglamentario. Con lo del conducto me refiero a la vieja regla militar, nada más que a eso.

    Segunda razón: dentro del sistema académico ya no se lee ni se debate apenas ni hay patrones comunes o referencias compartidas en el cultivo de las respectivas disciplinas. Cuando se leía, porque había tiempo y ganas y no se publicaban de cada materia decenas de miles de páginas al mes, cada cual iba adquiriendo su prestigio y su fama, buena o mala, pero dependiendo de lo que negro sobre blanco ponía en sus publicaciones. Ahora no, ahora no lee ni El Tato. No hay tiempo, andamos haciendo papeles o moviendo la cinturita ante alguna comisión o presentándonos a elecciones o proponiéndonos para cierto comité. Y así. Entonces, ¿cómo se juzga si Fulano merece un tramo investigador o Mengano posee méritos para acceder a tal o cual plaza? Mirando cuánto publicó y dónde. Al peso y por indicadores independientes del contenido de lo que ha dicho. Si tiene diez artículos en tales y cuales revistas es bueno. ¿Y si rebuzna? Hombre, si salieron sus trabajos en esos sitios no debería… Pues yo le traigo a usted ahora mismo un puñado de rebuznos aparecidos en esas mismas fuentes. Mas ya no cuentan como las obscenidades intelectuales que son, porque casi nadie les habrá echado un vistazo y se valoran por estar ahí, ignotas en cuanto a sus contenidos, pero ahí.

    El lugar de publicación homogeniza (perdón por la palabra) las calidades de lo en él publicado. Todo lo que está en la revista R se supone bueno y, si me apuran, igual de bueno. Con lo cual el mediocre que cuela en ese sitio el artículo sale ganando y el competente que ahí lo saca sale perdiendo. También en esto parece que el objetivo es que nadie sea más que nadie. Al menos entre los que igualmente pasan por el aro.

    Mas estábamos en que el profesor X había hecho un buen trabajo, una investigación seria y que puede y debe tener su eco entre sus colegas de buen nivel. ¿Qué le supondrá publicarlo en papel y en una revista en lugar de ponerlo en la red por su cuenta? Primero, una dilación de un buen puñado de meses o de año y pico, por lo menos. Segundo, la necesidad de adaptar su estilo y presentación a las exigencias formales de la revista de turno: que si pon las notas así, que si coloca las referencias bibliográficas de aquella manera, que si la sinopsis de no sé cuántas líneas…. Tercero, la posibilidad de que un revisor, y no precisamente de tren, le diga que por qué no cambia esto o lo otro. Ese consejo o tal sugerencia pueden ser ciertamente certeros, pero también cabe que se trate de una monumental chorrada o que todo el problema se halle en que el autor no cita ninguna obra del que anónimamente y a la par revisa. Cuarto, caray, que le salieron veintiocho páginas y que esa publicación nada más que admite hasta veinticinco, a ver de dónde recorta tres. Quinto y muy importante: una difusión y una repercusión muchísimo más lentas de su escrito. Si lo hubiera colgado en internet y fuera interesante y si el autor ya tiene su auditorio, en tres días ha aparecido en unas docenas de páginas, ha sido el escrito “meneado”, ha saltado a las redes sociales, se ha debatido en no sé cuántos foros, etc., etc.

    Y, por consiguiente, vuelvo a preguntar: qué motivos razonables existen para seguir empapelados y nada más que para suscriptores de pago. La respuesta la reitero: motivos curriculares. Nos tienen atrapados por ahí, por los criterios formales de evaluación, por las evaluaciones al peso o por indicios indirectos, como aquellos tan populares antaño: ¿tú de qué familia eres? El dónde has publicado de ahora y de nuestras corporaciones sigue exactamente el mismo patrón. Se trata de no valorar las obras por lo que valen, sino por el pedigrí, igual que antes y en lo de la comparación se quería clasificar a las personas apriorísticamente y sin tomar en consideración sus acciones. Si eras hijo del farmacéutico, buena gente; si eras de los García del arroyo, cuidadín. Pues igual.

    Rompamos diques y fronteras. Ciencia gratuita y descontrolada, debate libre. Y que no haya más tribunal que el de la opinión bien fundada de los que saben y son independientes. Y que cada cual cargue con la fama que por sus obras merezca y no por la que quieran asignarle comités, revisores, censores, editores y buscadores de variopinto negocio. Eso sí, mientras las cosas no cambien, reserve usted unas pocas cositas para lo del sexenio. Y aire. Satisfecho el sistema en sus mezquinas exigencias, hagamos ciencia y cultivemos el sano intercambio de ideas. Para que se nos distinga.

11 comentarios:

No tan anónimo dijo...

"Algunas cosillas jurídicas de mi blog son mejores que la mitad de los artículos que se publican en la mitad de las revistas españolas de Derecho que están en no sé cuántos índices y que supuestamente tienen impacto de meteoritos". Nada de falsas modestias: que la mitad, no, son mejores -con gran diferencia- que casi todos los artículos jurídicos que se publican.

Me permito añadir algo, que vale en especial para las materias jurídicas: los jueces no suelen leer los artículos académicos (y hacen bien), pero sí -cada vez más- lo que se escribe en webs, blogs y revistas digitales de libre difusión; si el autor de tu ejemplo, con su innovador artículo en la web, consigue convencer a un cierto número de jueces de que el requisito de la antijuridicidad ha de interpretarse de la forma que él propone, esa nueva vía acabará reflejada en las sentencias, y eso sí que es influir sobre la realidad y hacer algo útil.

Gauffre dijo...

Yo le hago una pregunta: ¿qué sistema propone usted para evaluar a los profesores? Sexenios, acreditaciones y demás. No es una pregunta malitencionada; simplemente quiero saberlo porque a mí tampoco me gusta el actual sistema, pero me es difícil pensar en unas reglas radicalmente diferentes (otra cosa es que, con estas mismas reglas, hubiera gente más decente tomando decisiones).

Gracias.

Anónimo dijo...

Acabo de empezar con algunas publicaciones, bueno llevo desde noviembre con ello. Han seleccionado mis trabajos algunas editoriales/revistas que se suponen conocidas y despues de cinco meses de espera no paran de bombardearme con sugerencias, la mejor de todas: que un trabajo de 26 páginas, que podría solucionar la vida de mucha gente por su carácter práctico y que ya ha solucionado, en parte, la de algunos, "que debería rondar las 15 páginas!!!!!!!! así que ahora estoy haciendo malabares para ver como lo hago sin que cambie lo que quiero transmitir... A dios pongo por testigo de que de junio no pasa sin que este volando a donde sea con mi maleta vacía y sin billete de vuelta!!!!!

Anónimo dijo...

Como en tantos otros escenarios, en este del que das cuenta parece que muchos no se dan cuenta de que el paradigma ha cambiado radicalmente.

Gauffre, lo que creo que el autor propone es ni mas ni menos que lo que el hace, que aplaudo desde aquí. Se trata de la "teoría de la evolución en Internet" según la cual el autor/forma/contenido/otros que sobrevive, se desarrolla, prospera, se reproduce, triunfa y da prestigio en la Red es aquel que más interesa por las cualidades adecuadas al publico objetivo al que se dirige.

Saludos.

Daniel Muñoz dijo...

Con unos cuantos lugarcillos como Dura Lex podríamos prescindir, y sólo me refiero al ámbito jurídico, de copiosas revistas “científicas” que acogen trabajos de lo más granado del mundo académico de nuestros días. Si el objetivo es promover ideas y debates en los campos que son del interés de uno, estupendo poder hacerlo sin tener que recurrir, por ejemplo, a las normas de la APA y a todas las impiedades metodológicas que pueden echar a perder un buen escrito. Si el caso es el de un ensayo que, en lugar de tener tres cuartillas más de las permitidas, no llega ni a la mitad de la extensión exigida, también habrá problema, aunque hay excepciones (hay revistas en las que aceptan tu lacónico tratado de una sola página). Pero si el propósito consiste en tener algo para mostrar en los concursos, a sufrir todo lo que hay que sufrir para aparecer en una base de datos internacional: o a freír churros si en el catálogo de Dialnet tu nombre no está.

Gauffre dijo...

Anónimo del jue abr 26, 02:00:00 AM 2012:

Entiendo lo que dice el autor, y me gusta. El problema es que en la carrera académica hay que ir pasando filtros, y esos filtros tienen que configurarse en torno a criterios objetivos. ¿Que los que hay son malos o malísimos? Quizá ¿Pero propone el autor algún criterio objetivo alternativo? Yo no lo veo, y por eso pregunto. A él, como Catedrático, no le importa mucho la carrera académica, pero a los que estamos más abajo sí.

Dicho sea todo esto desde un grado de acuerdo del 95% con todo lo que escribe el autor.

Anónimo dijo...

Me adhiero a lo anterior. Hablar de "sano intercambio de ideas" está muy bien cuando se es Catedrático, pero cuando se está por debajo no hay intercambio de nada. O te pliegas o te pliegan. Punto. Con o sin razón.

Gabriel Doménech dijo...

Le veo dando 32 créditos.

Mariano Cruz dijo...

Me llevo planteando también este tema desde hace tiempo. Yo que he sido rata de hemeroteca cuando estudiante, me he preguntado muchas veces por el destino de las revistas académicas. La mayoría de ellas quedan en una estantería de una oscura Facultad de por vida, donde a lo sumo son consultadas tres o cuatro veces al año. Si se supone que el destino del trabajo académico ha ser impactar e influir en la sociedad, el entramado de las revistas académicas impresas es absolutamente estéril. Un artículo de calidad publicado en la red es potencialmente accesible a cualquiera en cualquier parte del mundo y a cualquier hora. Otra cosa que me parece errónea es la idea de que el conocimiento académico (o el conocimiento elaborado por académicos) deba estar destinado a los académicos (esto es lo que consigue el sistema actual de revistas). No es necesario ser universitario o investigador para tener un interés profundo en algunos temas. Muchas revistas, muchísimas, que por ejemplo son editadas por un departamento o una facultad, no son leídas literalmente por nadie fuera del círculo reducido de personas implicadas en su elaboración.

Anónimo dijo...

Hombre, no solo por motivos curriculares. Al fin, usted ya es catedrático y esos motivos le pueden traer al fresco. Y sin embargo ¿a que juega al juego de pasar por el aro (editorial)? Porque si no, no le dan el sexenio, y no trinca los euros. Amén de que algunas de estas revistas, en las áreas de derecho, incluso pagan la publicación. Así que el motivo crematístico en quienes como usted ya no dependen del progreso curricular es claro. Perfectamente respetable, por lo demás, pero dígase también.

Anónimo dijo...

A todo lo expuesto habría que añadir que, una vez haya publicado el señor X en una reconocida revista, si su compañero de despacho o pasillo o facultad o universidad desea ver lo que publicó, la universidad deberá pagar un coste elevadísimo para que esa revista esté accesible en la biblioteca de turno o en la web de turno en formato electrónico.

Así, las revistas se alimentan de lo público: con fondos públicos se realiza una investigación cuyos resultados, en forma de artículo, van a parar a una revista (empresa privada) que hace negocio vendiendo dicho artículo otra vez a la institución pública con cuyos fondos se investigó.

El negocio del siglo, vamos, dejando aparte el de ser político en este país...