27 febrero, 2013

También se espía en las universidades. Un caso real.



                Cuando anteayer leí que “Guardiola ordenó a Método 3 espiar a Piqué cuando comenzó a salircon Shakira", lo primero que pensé fue que no podía ser y que a dónde vamos a parar. Lo de que no podía ser venía porque yo me había hecho la idea de que el tal Guardiola era un santo de nuestro tiempo, un catalán íntegro e integral, un virtuoso de pantorrilla apretada y corbatín que jamás caerá en iniquidad ni dirá cosa que a nadie ofenda, querubín balompédico y autodeterminado. Pero al fin no sé y me da igual, aunque ahora entrena el equipo de una ciudad que quiero y llevo en mis mejores recuerdos, Múnich.

                Lo del acabose era porque de un mes para acá nos enteramos de que aquí todo zurrigurri espía a toda zorragurra, y a la inversa. Pero al rato me dije que de qué me sorprendo, pues buen tiempo hace que tengo yo mismo noticia de detectivescos seguimientos y de confidenciales informes sobre la vida y andanzas de mortales de lo más común. Y lo voy a contar aquí ahora mismo, como está mandado.

                Sucedió en una Universidad de las nuestras. Permítanme que no explique en cuál, pues ni quiero hacerme más enemigos ni deseo que algún decano se pregunte cómo me enteré de estos sucedidos y si no habré yo mismo encargado controles y acechanzas. Esa parte la dejamos de lado y créanme en lo que de verdad importa, los puros hechos del caso.

                Fue el mismísimo rector el que hizo el encargo a una agencia de sabuesos con sede en la capital de la Comunidad Autónoma. Ya se sabe lo que pasa, que una cosa lleva a la otra y que un tema saca otro tema. Pides un poco de información sobre tal o cual cuestión y acabas desenredando un ovillo entero. Así que narremos la historia con orden y por sus pasos, si bien resumida.

                Comenzó todo en una sobremesa. Se había celebrado el santo patrono de una de las facultades, como corresponde a la naturaleza laica de nuestro Estado, y se hallaban el rector, una vicerrectora, dos directores de área, el decano del centro en fiestas y varios profesores leales tomando café y en grata tertulia. Fue cuando alguno dejó caer que Loli ya no sale con Benito y que todo el lío es por una becaria. Qué me dices, replicó el rector, hombre que presume de estar siempre bien informado y de saberse hasta la talla de cada miembro del claustro. Como te cuento, replicó la otra parte. Y se enzarzaron en una contienda de dimes y diretes, de afirmaciones y dudas, de sorpresas e incredulidades.

                Al poco, ya estaba el magnífico llamando a un sobrino de su asistenta. Ella, Camino Encina Pardales, que llevaba la casa del mandatario académico desde la muerte de la tía soltera con la que él vivía antes, le había dejado las señas de ese pariente que acababa de abrir una agencia de detectives en la capital autonómica, tras desengañarse sobre las salidas de la licenciatura en Geografía y después de conseguir con la máxima nota un máster en Seguridad e Higiene. Varias veces nuestro rector había estado tentado de ponerse en contacto con el investigador privado, no sólo por el mucho respeto que a la investigación profesaba, tal como en sus programas electorales había figurado siempre, sino también y más que nada por ver si le sacaba algún dato curioso sobre el campus y las andanzas de su personal.

                Ahora no podía esperar más. Si era cierto que Loli ya no estaba con Benito, ya resultaría evidente que Benito engaña a Espe al insistirle en que tiene que darle tiempo para romper con Loli, y en cuanto Espe se entere de esas triquiñuelas de Benito tendrá que hacerme caso a mí de una vez, pensó nuestro hombre en el rectorado. Así que procedió a hacerle el encargo a la agencia del sobrino de la asistenta y el personal de la misma realizó los oportunos seguimientos, grabaciones y fotos y entregó el informe al cabo de unas pocas semanas.

                Resultó que no, que era un rumor infundado. Benito y Loli seguían encontrándose todos los miércoles en el apartamento de ella y era cierto, por tanto, que él todavía no había tenido ganas o hallado la manera de irse con Espe. Mejor será dejarlo correr y esperar a ver qué pasa, se dijo nuestro rector. Pero en el informe había un detalle que no le pasó desapercibido: Benito había estado dos días encerrado y sin apenas hablar con nadie, y todo para preparar la documentación y rellenar la aplicación informática para pedir un tramo de investigación. Al rector le dio un vuelco el corazón al conocer este detalle, detalle que, por cierto, los detectives habían averiguado al grabar una conversación telefónica entre Benito y su compañero de pádel, ante el que se disculpaba porque esa semana y por esa razón no podrían echar el habitual partidillo.

                Es que si Benito conseguía su segundo sexenio investigador podría presentarse a las elecciones para la Mesa del Claustro y desde ahí tendría acceso a las documentación empleada para la preparación de las sesiones ordinarias de aprobación de las reformas parciales de los Estatutos provisionales. Un sudor frío corrió por la espalda del rector, notó un hormigueo en las piernas y un ligero temblor en la mano operada. ¿Estará Benito conchabado con Eulogio Dorantes, eterno candidato de la oposición? Nuevo trabajo para la agencia de detectives, evidentemente.

                Trece días tardó en llegar el nuevo informe, junto con la factura en concepto de trabajos de asesoría contable. Que no, que no hay ni rastro de relación entre Benito y Eulogio Dorantes, pero un sábado por la noche se juntaron en un motel Benito, Loli y Espe, los tres y sin lugar a dudas. El detective los había seguido y había logrado la habitación de al lado haciéndose pasar por un viajante de comercio agotado en plena ruta. Mecagoenlaputa, la que me traiciona es Espe. No hace falta que les aclare de quién era ese pensamiento. Urge espiar a Espe.

                Espe es Esperanza de Jesús Retuerta Conforcos, profesora de disciplina relacionada con las labores agrarias y viuda de Celedonio Compuerta, ingeniero naval de formación y durante décadas profesor asociado del Departamento de Matemáticas. Celedonio murió por ahogo debido a una almendra garrapiñada y Espe, o la profesora Retuerta, es cuarentona sobrada y entrada en carnes que preside la Comisión de Personal desde antes de su creación, pues es sabido que siendo rector Saturnino García de las Acacias la nombró para ese puesto sin esperar a que hubiera previsión estatutaria o legal de dicha Comisión. A la sazón era Saturnino Acacias amigo íntimo del esposo de ella, el mentado Celedonio Compuerta, ya que habían hecho juntos las milicias universitarias en Monte de la Reina. A nadie sorprendió, por tanto, que, muerto el marido, cobrara Esperanza afición a los rectores e intimidad con el personal.

                El nuevo encargo para los detectives fue por diez días, tan grande era la prisa del rector para acabar con sus académicas incertidumbres. Cuando tuvo en su mano al fin la carpeta con los documentos, se sentó y prendió un cigarrillo, nervioso. No, no había constancia de nuevos encuentros tumultuosos y ni siquiera se había visto esa temporada Espe con Benito. Podían descartarse conspiraciones o traiciones nuevas. Pero en la última parte del informe se contaba que había otro hombre en la vida de la profesora, se daban datos sobre un par de encuentros íntimos y se transcribían dos llamadas de móvil y una desde teléfono fijo. Al rector se le aceleró el pulso y sintió como si el suelo se moviera bajo el sofá. Cómo podía Espe ser tan puta y, lo que es peor, quién sabe en qué contubernio académico andaría metida y si no estaría trabajando para los enemigos o pasándoles informaciones delicadas sobre los proyectos de reforma de la zonas verdes del campus.

                Después de la última página había una foto y supo nuestro hombre que era la foto del amigo secreto de Espe. Estaba del revés y no se atrevía a darle vuelta. Respiró hondo tres veces y se animó al fin a contemplar la imagen dichosa. Tres segundos de estupor y una gran carcajada. Qué alivio, por Dios, qué manera de preocuparse sin necesidad. Con tanto trajín y semejantes quebraderos de cabeza se le habían olvidado esos ratos recientes con Espe. En la fotografía, que debió de ser tomada con teleobjetivo desde algún edificio cercano al rectorado, se le ve a él de pie con los pantalones bajados, con un ejemplar de los Estatutos de la Universidad en la mano y hablando por teléfono, mientras Espe, de rodillas y bien sumisa, juega con la lengua en sus partes, las de él.

                Ese mes tuvo que subirle el sueldo a la asistenta, otra vez consternado desde que se enteró de que limpia también el apartamento de Benito. Hay días en que, desde luego, dan ganas de mandarlo todo al carajo y no presentarse a las reelección.

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