12 febrero, 2013

Un "Gotha" castizo. Por Francisco Sosa Wagner



En este mundo de torbellino pocos repararán en la existencia del Almanaque Gotha que enumera, recoge y acoge a los individuos de la realeza y de las grandes casas nobles de Europa. Es probable que tal publicación no se encuentre entre aquellas de las que se echa mano con frecuencia. En mi caso, debo confesar que no soy asiduo, consciente, por mi agarbanzada estirpe, de no merecer la más mínima “entrada” entre tales próceres.

Pero sé que el tal Almanaque se llama de Gotha porque en esa ciudad del actual Land alemán de Turingia se editó, desde finales del siglo XVIII y bajo esa denominación, la lista de los reyes y de los nobles, de sus primos y de todos sus parientes, imagino que incluidos los agnados y los cognaticios. Formaba parte Gotha de un delicioso ducado del que salieron príncipes y más príncipes casaderos y, entre todos, tejieron alianzas relevantes en la política europea y contribuyeron a renovar la sangre de las dinastías más fatigadas. La casa reinante belga procede de por allí. Y todo ello a pesar de que Gotha era al mismo tiempo ciudad preferida de los socialistas, recuérdese la obra de don Carlos Marx sobre la crítica al programa (del partido obrero) de Gotha, un libro que yo intenté leer en mi juventud y que hube de abandonar y sustituir por otro de autoayuda para salir del estado de tediosa postración en que había caído.

Cuando el Ejército Rojo ocupó la ciudad, encontraron este asunto del Almanaque poco acorde con el silbido de la honda revolucionaria y el Almanaque se extinguió. Ha resucitado en el último tercio del siglo XX, un alivio para quien, en edad casadera, no quiera que le den el gato de una familia menestral por la liebre de una testa ducal.

Todo esto viene a cuento porque en España, y a tenor de lo que publican los periódicos, podría hacerse un Gotha diferente, una especie de Gotha actualizado y de renovado contenido con las denominaciones de los pillos que pululan por Carpetovenia, por ese abigarrado universo pícaro que permitiría hoy a don Francisco de Quevedo rellenar páginas y páginas de nuevas ediciones de sus obras, aquellas do habitan los fulleros, los gariteros, los encubridores, los rateros, las ponzoñas graduadas, los tósigos, los manoseadores de faltriqueras, las calaveras confitadas y otras almas muñidoras.

Podríamos empezar trabajando los aristocráticos sobrenombres de “el Pocero”, “el Albondiguilla”, “el Bigotes”, “Luis el cabrón”, “el Rafita” ... y trenzar a partir de ellos su árbol genealógico de hampones distinguidos, con sus ramificaciones paternas y maternas, con su descendencia legítima y clandestina, más los lugares o enclaves adonde llegan con sus alargadas manos, las entrañas espesas que gastan, las conciencias que han abatido, las canalladas que decoran sus días, las sólidas argollas con que cuentan en las esferas del poder, trampolines para el desafío victorioso al que nos tienen sometidos.

Y podría completarse con un capítulo donde aparecerían los “Txapote”, “Txeroki”, “Peputo”, “el Chino” y por ahí. Como estos son terroristas que han segado vidas, visten capirote y son maestros en lutos, sería su emblema el de la alimaña en campo de vómitos.

Ya estoy viendo este Gotha castizo y postmoderno. Todo compostura, todo descompostura.  

2 comentarios:

pitxiri dijo...

Una versión española de la A a la Z me temo que daría para más tomos que la Britannica.

Anónimo dijo...

Buenas tardes:

Hace un rato, he visto que había, al lado de la parada de metro de Ciudad Universitaria, en Madrid, un autobús de la Cruz Roja para donaciones de sangre. Donen sangre, por favor, sobre todo aquellos que tienen el tipo 0+ y el 0-. Los de Ávila también, por favor.

Gracias, profesor, por su blog.

David.