Se
publicaba ayer en El Mundo de Andalucía la noticia de que la rectora de la
Universidad de Málaga tiene en plantilla y para su servicio dos camareros y
tres conductores. De paso, también se recordaba la vieja noticia de que la rectora
y el gerente hanbían colocado en la Universidad a sus respectivos yernos, en
puestos a los que me parece recordar que no se accede por oposición. Igualmente
se da la cifra de liberados sindicales de algún sindicato que defiende
denodadamente a la rectora cuando salen este tipo de noticias. Los liberados
sindicales desempeñan un importantísimo papel en las universidades, eso es
sabido.
Con
muchos rectores hay el mismo tipo de problemas que con buen número de cargos
públicos, y la reflexión que sigue valdría para unos y para otros. Pero
ciñámonos al ejemplo de los rectores y de los cargos de gobierno de cualquier
nivel en las universidades.
Una
persona puede querer hacerse con el cargo de rector o con otro inferior, como
decano, por dos motivos principales, uno presentable y otro problemático.
Un profesor universitario tal vez quiera ser rector porque tiene una idea de la
Universidad que pretende hacer valer y porque se siente capacitado para ese
propósito. La ambición del cargo, entonces, obedece a ideales sobre el buen
funcionamiento y la adecuada organización de la universidad, sobre sus
objetivos y logros debidos. Quien así vaya andará presto a batirse por sus
ideas y a superar obstáculos de todo tipo para alcanzar el modelo de
universidad ansiado. Es de temer, hoy en día, que si el modelo es bueno y grande
el progreso académico o institucional que suponga, las zancadillas y las
traiciones sean muchas, fuerte la oposición interna.
El
segundo tipo de móvil para querer ser rector tiene que ver, sin más, con
satisfacciones puramente personales y desvinculadas de todo ideal institucional
o de servicio a la buena marcha de la institución. Unas veces será únicamente
vanidad del sujeto, homenaje a su narcisismo y afán por darse pote y sentirse
importante y distinguido. A los profesores más bobalicones les gustan los
cargos más que un azucarillo a un caballo o un puñado de hierba fresca a un
burro hambriento. También puede ser que lo que con el cargo se intente sea
barrer para casa, ya arrimando el ascua a la serdina de uno, ya favoreciendo a los cercanos, que podrán ser
los de su escuela, su materia, su Departamento, sus parientes o amantes, sus
preferidos o su tribu. Dentro de este apartado segundo no
son raros tampoco los rectores que, además, van a la caza de una carrerilla
política y que ponen todo su esfuerzo en el cargo para quedar bien con los
mandamases de la política local o nacional, ansiando que les regalen otro
carguete, ahora de libre designación, al terminar el mandato rectoral. Cuanto mayores
la idiocia y el egoísmo de un rector, más pánico le tendrá al retorno a su
cátedra y a la labor ordinaria del profesorado. Con su ego hinchado con hormonas
de la estupidez y anabolizantes de los que estiran la soberbia, lloran al
imaginarse un día sin conductor y secretarias (sí, secretarias; no me digan por
qué, pero los rectores y las rectoras prefieren el PAS con faldas. No me consta
que ningún “colectivo” haya protestado por esas políticas de género).
Sería
interesantísimo hacer un buen estudio para catalogar rectores en uno u otro de
esos dos grupos, el de los rectores propiamente dichos y el de los reptores o
cantamañanas magníficos. No me cabe duda de que habrá de unos y de otros y
desconozco la proporción de unos y otros. Mis sospechas, sin embargo, no me
dejan ser optimista sobre el particular.
Pongámonos
en el pellejo de los reptores. Si usted ha sido elegido rector y resulta que
como universitario y catedrático es de una perfecta mediocridad y, de propina,
no va usted movido por altos ideales de excelencia académica y buen rendimiento
para la institución que gobierna, ¿qué buscará a cambio de eso que le importa
un pito? Está muy claro, andará tras el personal disfrute con las cosas con las que
más disfrutan los lerdos y egocéntricos: lujillos, privilegios, sumisión ajena,
homenajes y agasajos, sensación de poderío, atributos de marquesón con ínfulas,
que le hagan la rosca y lo sirvan como si en verdad fuera un ser importante.
Por eso los de tal género, los reptores, prefieren eliminar gastos de enseñanza
o investigación que perder camareros o variados tiralevitas a sueldo, suprimir plazas de
profesorado antes que prescindir de carguetes que ante ellos se inclinen y les
deban el favor, amueblar con primor sus aposentos mejor que preocuparse de que
el personal investigador y docente cumpla con los trabajos por los que cobra.
Ah,
pero los elegimos nosotros, los elige el personal de su universidad. Y pocas
veces cabe el engaño. En ellos quedamos retratados. Dime qué rector tiene cada
universidad y te diré cómo es la mayor parte de la plantilla. Entre pocos, nos
conocemos todos lo suficiente para saber con quiénes nos la jugamos y para qué.
Los que prefieren a los que se deleitan mandando para su propio placer son los
que posiblemente tampoco andan sobrados de ideales académicos y de ética
profesional. Son los que tienen que servir. Papelón.
* El concepto de "reptor", tan útil y de tanto uso ya en la literatura actual sobre las universidades, se debe a mi muy querido amigo Luis Rull, catedrático sevillano y hombre de bien.
4 comentarios:
Ensayo prenavideño: cuando en una Universidad, una de tantas, muchos profesores y los representantes estudiantiles están dispuestos a votar a un individuo que es conocido por su afición al anís seco, por su absoluta falta de escrúpulos a la hora de dilapidar lo que hay y lo que no hay para ensalzar su imagen pública y a la hora de beber alcohol; y por su nula capacidad gestora; a un individuo que no ha tenido inconveniente en colocar a su amante en esa Universidad; a un individuo que ha sido multado reiteradamente por conducir bebido y que incluso ha sido condenado en sentencia penal firme por conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas; ¿que se puede decir de esa Universidad y de los universitarios y las universitarias que están dispuestos a votar a este señor? Pues que van a conducir a su Hunibersidad al dudoso honor de contar con el primer Rector con antecedentes penales; por su voto, serán unos botarates; pero no se preocupen; torres más altas cayeron: esos hunibersitarios acabarán recibiendo su merecido: les cerrarán su chiringuito; al tiempo. ¿Ve, profesor?, hay reptores que trepan y reptiles que les votan
También hay trasvase entre colectivos. No conozco reptores que se hayan vuelto rectores pero sí se da el caso inverso de quienes utilizan la institución como trampolín... quien vende sus nobles ansias de dirigir la gran embarcación de la institución a fines más altos y después de alcanzar la gestión (o antes de ella incluso si no llega) se desentiende por completo del rumbo de la institución y a ser posible ni la pisa porque tiene ideales más altos que cumplir en otro sitio...
Tanto para este artículo como para el anterior (y tantos otros), basten las palabras inmortales de Edmund Burke:
"Para que el mal triunfe basta con que los hombres de bien se queden cruzados de brazos."
Habrá quien diga que "las cosas son como son" y que es imposible cambiarlas de raíz. Burke añadiría:
"El mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco."
Ahora bien: desde que tengo uso de razón política, me parece absurdo centrar las crítica en los altos cargos. Estos son un síntoma, un epifenómeno de la masa social a la que "representan". Por centrarnos en nuestro país: nuestros políticos y altos respresentantes son -en general- como somos -en general- los españoles.
Ahora está de moda sostener que estas son interpretaciones "culturales", "psicologistas"; que el problema de es moral, sino institucional. Cambiense las instituciones y cambiará esa cultura. Bien está. Pero, ¿alguna de estas lumbreras "institucionalistas" podría explicar cuál va a ser la masa social (o quiénes serán los respresentantes políticos) que van a luchar por semejantes cambios institucionales? ¿Los lerdos, los corruptos y los consentidores que abundan en todas partes? ¡Quia!
Salvo cataclismo o durísima presión externa que nos obligue a cambiar de patrones de conducta, nos quedan muchos, muchísimos años de sinvergonzonería y cutrerío.
P.S. El caso de Andalucía es para echarle de comer aparte.
Propongo el neologismo: Velocirector.
Corresponde a la especie mejor adaptada al ecosistema universitario.
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