27 junio, 2014

El Pensamiento Nacional. Por Francisco Sosa Wagner



Nosotros no podemos dar lecciones a nadie porque también hemos tenido ocurrencias pintorescas a la hora de poner rótulo a nuestros ministerios pero se convendrá conmigo que la de la presidenta argentina de crear una “secretaría de coordinación estratégica del pensamiento nacional”, dependiente del ministerio de Cultura, es sutileza que cabalga entre lo regocijante y lo extravagante.

Excepto lo de “secretaría” que es una forma neutra de llamar a una covacha, el resto no tiene desperdicio. Se cita la “coordinación” que es la gran paparrucha de quienes quieren mandar en un ámbito determinado pero, al no atreverse a confesarlo abiertamente, se entregan al lenguaje perifrástico. Tengo para mí, después de haber leído muchos libros sobre la coordinación y haber visto centenares de experiencias a ella ligadas, que la tal coordinación es como el himen: una entelequia.

Viene luego lo de “estratégica”: otro embeleco que se une a palabras bobaliconas como “transversal”, muy de moda y que se aplica a las realidades más heterogéneas sin que acertemos nunca a captar su auténtico sentido. Lo de estratégico suena a mitológico, urológico y morfológico siendo al final algo puramente demagógico que tampoco nadie logra definir.   
                                                                                                         
Y, en este caso, menos mal. Porque ¿para qué quiere el pensamiento nacional ser sometido a una “coordinación estratégica? El primer equívoco que habría de precisarse es si existe un pensamiento “nacional” como opuesto al “no nacional”. Naturalmente que la existencia de tal pensamiento “nacional” es el sueño de todos los nacionalistas, convencidos como están de que al pensamiento, al raciocinio y a la sindéresis se le pueden poner fronteras y etiquetas como al queso de Cabrales o al vino de Rueda. Y no admitir falsificaciones como no se admite en las denominaciones de origen de los citados productos o del jamón de Jabugo que destierran las incorporaciones foráneas.

Sin embargo, las personas que hemos rechazado, por disponer de los adecuados anticuerpos, el virus del nacionalismo sabemos que el pensamiento, si es verdaderamente tal, es alado, un astro que nos ilumina y no declina, una cuadriga dominadora que arroya, descabalga y disuelve simplezas. ¿Alguien se imagina que se achicara la ópera llamándola “nacional”? ¿Y que viéramos reducido al Don Juan o a Rigoletto a los confines de los territorios donde se gestaron esas obras o donde nacieron Mozart o Verdi? 

Si todo esto es así, la conclusión es clara: sobra toda coordinación y sobra toda estrategia. Lo que hay que hacer con el pensamiento es justamente lo contrario: dejarle suelto, dejarle libre, que busque donosas coyundas, que procree y se multiplique, que despabile conciencias, que arrase prejuicios, que siembre el desconcierto y ponga luego en claro un ramillete de criterios que nos ayuden a iluminar sombras y a crear fuegos para volver a hacer con ellos señales al cielo y decirle que aquí seguimos y que no hemos desfallecido.
Es urgente pues hostigar a quienes conciben estas criaturas abortivas ministeriales. Porque, como nos dejemos, veremos el ministerio de la paciencia y el del orgullo y el del amor y hasta el de la elegancia. La sociedad gime bajo el peso de los ministerios. Por eso, los justos.  

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