Todos los días la misma cantinela sobre niñatos/as entregados a zumbarle al prójimo y sobre papás/mamás/profesores/as perfectamente idiotas. Hace un par de días era el asunto del quinceañero que le atizaba a un profesor, mientras una sensible adolescente grababa la escena en su móvil, seguramente de ultimísima generación, y los compañeritos ofrecían a los periodistas la película al módico precio de cien euros, revisables a la baja. Esta mañana oí en la radio que tres muchachas le habían roto a una compañera unos huesos a leches: tibia, peroné y tobillo. Angelitos. Las dulces criaturas alegaron en su descargo que todo fue porque en ese momento no tenían a mano nadie mejor a quien vacilar. Adorables, no me digan que no. Va siendo hora de ronovar el arsenal de frases soeces. Por ejemplo, que cuando queramos insultar gravemente a alguien no le digamos hijo de puta, sino padre/madre de puta. Es más realista y ajustado en estos tiempos que corren.
No quisiera que me saliera aquí y ahora el ramalazo aldeano ni sucumbir a la tentación pedestre de reclamar que inflen a guantazos a semejantes ratas consentidas. Porque se me echará el mundo encima enarbolando la corrección política y el daño que un tratamiento de choque así puede causar en la frágil personalidad de esos angelitos de su madre y de su padre. Bueno, pues me corto, pero algo habrá que decir.
Un principio esencial de la convivencia en sociedad es el de reciprocidad, que la sabiduría popular ha venido expresando en refranes como el de que donde las dan las toman o el de que quien a hierro mata a hierro muere o el de que el que la hace la paga. Ese principio se nos está esfumando en este entorno bobalicón y de pensiero debole en que andamos metidos, y va siendo sustituido por la ley del embudo, a tenor de la cual, cualquiera puede arrogarse por el morro privilegios y exenciones de las reglas generales. Pasa en el tema del multiculturalismo, concepto que tiene muchas virtudes positivas, pero que acaba siendo disculpa de ventajistas cuando resulta que unos pueden ciscarse en el dios de los otros sin consentir que al suyo le hagan ni una tonta caricatura. Y pasa con los niños. Los estamos educando y protegiendo para que sean intocables, para que no se les moleste con exigencias ni se les fatigue con esfuerzos. Pero sin enseñarles que si ellos no tienen por qué cansarse, a ver por qué narices van a tener que dejarse la salud sus padres currando para que ellos disfruten del último modelo de videoconsola o el último grito en teléfonos móviles; que si a ellos no se les puede importunar con nada, a cuento de qué deben los demás soportar sus gritos, sus malos humores o sus desplantes. Y que si a ellos no se les puede dar un cachete será porque es intocable todo el mundo y la violencia está mal en cualquier caso. Pero no, son reyezuelos que no tienen más que derechos y que no pueden asumir ninguna obligación cuyo incumplimiento acarree sanciones que los disgusten, pobrecitos. Luego, cuando cumplan los dieciocho, vaya usted a explicarles que ahora sí, corazón, ahora ya tienes que portarte bien porque te pueden castigar unos señores con toga y bigote.
Así que cuando resulta que un infante le parte la crisma a otro las culpas nos las echamos los mayores por permitir que vean la tele o por andar haciendo guerras en Irak. Muy bonito, menudo chollo. Por esa regla de tres, cuanto más violentos y desagradables sean ellos, más razón tendrán en que los malos somos los adultos y en que sus actitudes no son más que el grito desesperado del que no tiene el cariño que merece en esta sociedad arisca. Pues no.
No quisiera que me saliera aquí y ahora el ramalazo aldeano ni sucumbir a la tentación pedestre de reclamar que inflen a guantazos a semejantes ratas consentidas. Porque se me echará el mundo encima enarbolando la corrección política y el daño que un tratamiento de choque así puede causar en la frágil personalidad de esos angelitos de su madre y de su padre. Bueno, pues me corto, pero algo habrá que decir.
Un principio esencial de la convivencia en sociedad es el de reciprocidad, que la sabiduría popular ha venido expresando en refranes como el de que donde las dan las toman o el de que quien a hierro mata a hierro muere o el de que el que la hace la paga. Ese principio se nos está esfumando en este entorno bobalicón y de pensiero debole en que andamos metidos, y va siendo sustituido por la ley del embudo, a tenor de la cual, cualquiera puede arrogarse por el morro privilegios y exenciones de las reglas generales. Pasa en el tema del multiculturalismo, concepto que tiene muchas virtudes positivas, pero que acaba siendo disculpa de ventajistas cuando resulta que unos pueden ciscarse en el dios de los otros sin consentir que al suyo le hagan ni una tonta caricatura. Y pasa con los niños. Los estamos educando y protegiendo para que sean intocables, para que no se les moleste con exigencias ni se les fatigue con esfuerzos. Pero sin enseñarles que si ellos no tienen por qué cansarse, a ver por qué narices van a tener que dejarse la salud sus padres currando para que ellos disfruten del último modelo de videoconsola o el último grito en teléfonos móviles; que si a ellos no se les puede importunar con nada, a cuento de qué deben los demás soportar sus gritos, sus malos humores o sus desplantes. Y que si a ellos no se les puede dar un cachete será porque es intocable todo el mundo y la violencia está mal en cualquier caso. Pero no, son reyezuelos que no tienen más que derechos y que no pueden asumir ninguna obligación cuyo incumplimiento acarree sanciones que los disgusten, pobrecitos. Luego, cuando cumplan los dieciocho, vaya usted a explicarles que ahora sí, corazón, ahora ya tienes que portarte bien porque te pueden castigar unos señores con toga y bigote.
Así que cuando resulta que un infante le parte la crisma a otro las culpas nos las echamos los mayores por permitir que vean la tele o por andar haciendo guerras en Irak. Muy bonito, menudo chollo. Por esa regla de tres, cuanto más violentos y desagradables sean ellos, más razón tendrán en que los malos somos los adultos y en que sus actitudes no son más que el grito desesperado del que no tiene el cariño que merece en esta sociedad arisca. Pues no.
Aquí hace falta que se definan las reglas comunes y, si lo que rige es el sálvese quien pueda, yo me pido tratamiento de churumbel y me dedico a arrearle a quien se me antoje y que sea más débil que yo, qué caramba. Desde pequeñajos les reconocemos privilegios de adultos ricachones, privilegios de los que no puede disfrutar ni un diez por ciento de la población del mundo, viejos incluidos. Son como mayores para comprarse lo que les guste, para comer lo que les apetezca, para entrar y salir de casa sin darle cuentas a nadie, para tener dinero de bolsillo con el que permitirse buenos caprichos; para todo menos para responder de sus actos. Si son social y moralmente inimputables, que lo sean para todo y que se sometan a la disciplina de quienes los alimentan y los educan. Y si son responsables sólo para lo que les conviene, no nos dejemos tomar el pelo. Es la guerra, más madera.
Violencia entre los adolescentes ha habido siempre. La diferencia está en que antes se le caía el pelo, en la escuela y en casa, al muchacho que hería a otro de mala fe. Eso se llama reciprocidad: si tú puedes hacerlo, es que se puede hacer, y entonces también se te hace a ti, aunque sea en la forma sublimada del castigo por equivalencia. Ahora no, ahora puede cualquier mocoso llamar hijo de mala madre en clase a su profesor y éste debe sonreír y comerse el marrón. El que antiguamente le levantaba la mano a su padre o a su madre se llevaba una buena tunda y se largaba de casa con una patada en el culo a ganarse los garbanzos por su cuenta. Ahora no, ahora los papás van al psicólogo a torturarse y se preguntan qué habrán hecho mal para que en lugar de una persona les haya crecido un rinoceronte con ropa de marca; o acuden al fiscal de menores para pedirle que hable con su hijo y lo convenza de que ellos lo quieren mucho-mucho. Y ay del padre, la madre o el profesor a los que se les escape un bofetón, se les cae encima la sociedad entera y el aparato represivo del Estado al completo. A ellos sí, pero a sus retoños no cuando son ellos los que maltratan para pasar el rato.
Estamos locos de remate. Según cuenta hoy el Diario de León de esa noticia de las que le rompieron a la compañera tres huesos en Ponferrada, la Junta de Castilla y León ha ofrecido a los padres de la víctima la solución de que la manden a otro colegio en el que esté más segura. Sí, sí, han leído bien. No ha dicho la Junta que a la puñetera calle las agresoras ni que le ofrecen clases de jiu-jitsu gratuitas a la víctima para que se tome por su mano la justicia que las instituciones le niegan. Sólo que tal vez le convenga irse adonde le peguen menos.
No hay norma sin sanción. Las normas de convivencia no son gazmoñerías de manual de buenas maneras, son pautas sin las que la convivencia se vuelve selvática. Los niños deben aprender eso, y si no se les enseña se les hace el peor de los favores. Y al reticente se le castiga, por su bien y por el de todos. Si su falta es grave, la consecuencia debe ser dura.
¿Pegarles? Pues sí, pero sólo en legítima defensa. ¿O es que deben un profesor o un padre permitir que los pateen en pro de la sagrada intangibilidad de la infancia? Existen mil alternativas a semejante violencia: quitar el móvil, prohibir ver la tele, no dejar que lleven gente a la cama de los padres cuando estos se van de finde al apartamentito de Cuella. O poner a los bestias de rodillas con orejas de burro y en cada mano un tomo de las obras completas de Sabino Arana. No se preocupen, no se les romperá la tibia ni el tobillo por el esfuerzo. De paso, sacamos utilidad a algunos libros.
Hombre, y si queremos seguir amparando a los gamberretes hasta la náusea, se me ocurre otra solución: por cada agresión grave que un niño sufra a manos de otro, por cada padre que se lleve de su descendencia unas collejas o por cada profesor maltratado o vilipendiado, que le den cien latigazos a un pedagogo modelno. Mano de santo, ya verán.
Violencia entre los adolescentes ha habido siempre. La diferencia está en que antes se le caía el pelo, en la escuela y en casa, al muchacho que hería a otro de mala fe. Eso se llama reciprocidad: si tú puedes hacerlo, es que se puede hacer, y entonces también se te hace a ti, aunque sea en la forma sublimada del castigo por equivalencia. Ahora no, ahora puede cualquier mocoso llamar hijo de mala madre en clase a su profesor y éste debe sonreír y comerse el marrón. El que antiguamente le levantaba la mano a su padre o a su madre se llevaba una buena tunda y se largaba de casa con una patada en el culo a ganarse los garbanzos por su cuenta. Ahora no, ahora los papás van al psicólogo a torturarse y se preguntan qué habrán hecho mal para que en lugar de una persona les haya crecido un rinoceronte con ropa de marca; o acuden al fiscal de menores para pedirle que hable con su hijo y lo convenza de que ellos lo quieren mucho-mucho. Y ay del padre, la madre o el profesor a los que se les escape un bofetón, se les cae encima la sociedad entera y el aparato represivo del Estado al completo. A ellos sí, pero a sus retoños no cuando son ellos los que maltratan para pasar el rato.
Estamos locos de remate. Según cuenta hoy el Diario de León de esa noticia de las que le rompieron a la compañera tres huesos en Ponferrada, la Junta de Castilla y León ha ofrecido a los padres de la víctima la solución de que la manden a otro colegio en el que esté más segura. Sí, sí, han leído bien. No ha dicho la Junta que a la puñetera calle las agresoras ni que le ofrecen clases de jiu-jitsu gratuitas a la víctima para que se tome por su mano la justicia que las instituciones le niegan. Sólo que tal vez le convenga irse adonde le peguen menos.
No hay norma sin sanción. Las normas de convivencia no son gazmoñerías de manual de buenas maneras, son pautas sin las que la convivencia se vuelve selvática. Los niños deben aprender eso, y si no se les enseña se les hace el peor de los favores. Y al reticente se le castiga, por su bien y por el de todos. Si su falta es grave, la consecuencia debe ser dura.
¿Pegarles? Pues sí, pero sólo en legítima defensa. ¿O es que deben un profesor o un padre permitir que los pateen en pro de la sagrada intangibilidad de la infancia? Existen mil alternativas a semejante violencia: quitar el móvil, prohibir ver la tele, no dejar que lleven gente a la cama de los padres cuando estos se van de finde al apartamentito de Cuella. O poner a los bestias de rodillas con orejas de burro y en cada mano un tomo de las obras completas de Sabino Arana. No se preocupen, no se les romperá la tibia ni el tobillo por el esfuerzo. De paso, sacamos utilidad a algunos libros.
Hombre, y si queremos seguir amparando a los gamberretes hasta la náusea, se me ocurre otra solución: por cada agresión grave que un niño sufra a manos de otro, por cada padre que se lleve de su descendencia unas collejas o por cada profesor maltratado o vilipendiado, que le den cien latigazos a un pedagogo modelno. Mano de santo, ya verán.
19 comentarios:
Su opinión me parece bien argumentada y razonable, pero incompleta. Tengo claro que tal y como están las cosas, algo de mano dura no vendría mal. Incluido dar golpes meter al díscolo niñato en el cuarto de las garduñas. Pero a la par imponerle una tarea re-educativa. Un día a limpiar las heces de los parques de la Palomera, otro a ayudarle a acarrear leña al último vecino de Castrillino, mañana a contar cuentos a la residencia de la tercera edad. Más jueces con atribuciones para enviar a estos sinvergüenzas a hace algo para el bien de la humanidad, y de paso también a sus padres.
Justamente esa es la otra parte del cuento que usted se olvida. La estupidez e inoperancia educacional que tienen los padres. Padres que solo quieren dinero para invertir en caprichos infantiles. Caprichos que los niños ven en la escuela y en la tele. Si en vez de trabajar tanto para tener más pasta, muchos o todos los progenitores se pasaran una vez por semana por la escuela de sus hijos y aprendieran del sucio espectáculo tal vez acabarían por educarse ellos.
Propongo dos soluciones:
1) Dividir el alumnado entre quienes quieren estudiar y quienes no.
2) Reconocer el derecho del profesorado a no ejercer una labor (vigilantes de seguridad) para la que no han sido ni formados ni contratados. ¿No sería absurdo poner personal de seguridad a dar matemáticas o filosofía?
Por otra parte, no me parece buena idea el castigo físico. No existiendo para los adultos ni de forma estrictamente regulada por la ley, menos ha de permitirse la hostia a discreción entre los niños, más vulnerables e indefensos, y a merced de maestros tarados (sí, también lo hay).
Cualquiera que esté informado de lo que los maestrillos están haciendo al sistema educativo a través de los sindicatos sabrá que son unos HIJOS DE PUTA.
Miren... Los maestros repartieron hostias a diestro y siniestro por cosas menudas. Que ahora reciban me parece un acto de justicia histórica.
Por menos, ellos dejaron a chiquillos cerca de la silla de ruedas.
Quizá ahora no los acercan a la silla pero los convierten en INÚTILES.
Estoy completamente de acuerdo con usted, y como padre me veo obligado a castigar a mi hijo con alguna cosa para que no se me suba a las barbas. No significa que vaya a "leche limpia", el pobre no se lo merece, pero creo que con una única torta bien dada, el resto de las veces la amenaza del uso de la fuerza es suficiente acicate para el buen comportamiento. (como hace EEUU, en el patio de su colegio particular: el mundo)
El problema es que a esos que andan por ahí, ni una toba mal dada les han cascao.
Otra puntualización: Antes había más rectitud, más dureza, pero también y sobre todo más tiempo para dar cariño a los hijos y se compensaban ambos comportamientos. El castigo duro y el cariño. Deben de funcionar juntos.
La educación de hoy en día me parece una mariconada, (y perdón por los maricones, que ninguna culpa tienen del uso que damos del término.) Es una promotora de blandos, creídos e inútiles.
Creo que más que castigar a los pedagogos, habría que meter a los padres en un curso de reciclaje para que entiendan que es su responsabilidad lo que sus hijos hacen en la calle.
¿Hacemos una recogida de firmas para una propuesta de ley para ello?
Un saludo.
¿Cursos para los padres? ¿Hay padres?
¿Por padres qué entiende usted? ¿Le vale cualesquiera dos jóvenes capaces de procrear?
Aristóteles dejó escrito que la familia era entidad primera de la sociedad. Pues bien, los rojos la han humillado y los "empresarios" se la han comido.
Ahora la gente se queja. La gente se queja por todo. ¿No tienen bastante con poder ser unos guarros sin que nadie les diga nada?
Los sementales modernos y sus cachorrillos deberían saber disfrutar más de su degeneración. Tiene cosas buenas. Lo que es patético es que esos degenerados tengas palabras sacrosantas en la boca como matrimonio o disciplina.
¡No! ¡Ellos a follar y a trabajar en cadenas! ¡Y a vivir que son dos días!
Me pregunto si alguno no habrá vivido alguna experiencia como esta. Un grupo de críos que salen azuzados fijan un objetivo y descargan… las consecuencias imprevisibles.
Yo personalmente recuerdo alguna situación paralela de crío con 8 ó 9 años –el resultado no fue una agresión con esas consecuencias, pero reconozco que pudo serlo.
El castigo de mis congéneres fue ejemplar, no fue necesaria la violencia: bastó con una bronca nunca vista. Quizás hoy no baste una bronca ¿o sí? Irá en función de cada relación. He visto padres que han inflado a sopapos a sus hijos y creo que por habitual no hace mella. Precisamente eran esos hijos inflados a sopapos en casa los que practicaban la violencia fuera de casa con sus compañeros.
En fin, con la agresión esa de Ponferrada no quiero pensar por lo que estará pasando esa chica, y no me cabe duda que las agresoras también.
PD quizás sea solo yo, cosas mías. Pero creo no serán pocos los que como yo han vivido cierto paralelismo. Vamos que lo mismo nos rasgamos las vestiduras y olvidamos que alguna vez fuimos crios. ¿o es una fiebre nueva? ¿es un sindrome nuevo entre escolares?
Por deformación profesional.
Pues yo con lo que estoy de acuerdo es con que el problema no está en la falta de hostias. Las hostias son un factor marginal en la disciplina, y llegan excepcionalmente (podemos contar cuántas nos hemos llevado en la infancia; pero no cuántas broncas y castigos menores). El problema está en las sanciones "menores" y cotidianas (y más aún: en lo que debería estar incluso antes de la sanción menor).
Pero papá no está, llegará hora y media antes de que te acuestes, mi niña. Y mamá también, porque ahora también es un "papá" tradicional (entre otras cosas: paga tú esta ratonera con un solo sueldo). Así que antes de las siete y media, ná. Pero como tampoco hay barrio (estoy hablando de Madrid), ni puedes salir solo antes de cumplir, yo qué sé, los 15 años, tampoco tienes socialización horizontal fuera del puto cole (que, por cierto, eso sí que evita la anomia, la falta de empatía y toalahostia). Agárrate a la "Play", tómate el bocata viendo en horario protegido el Pograma del Corazón. Y no te preocupes por tu hermanito: no tienes.
Sobre lo de los hijos únicos.
Estamos esperando el segundo.
Mi hija tiene año y medio.
Cada vez que alguien se entera, nos dice: "qué valientes".
(...)
¿Valientes? ¡No! ¡Insensatos! ¡Qué le ha hecho esa personica tan mona -porque seguro que es una personica monísima- para que la quiera mezclar con los orcos!
La discreción le habría permitido notar cuándo entra en materia en la que no debe (es bastante evidente cuando se trata de los hijos de otra persona). La decencia le habría advertido antes de entrar en esa materia como no debe.
Y hágame (hágase) el favor de no aburrirme con otra tanda de delirantes explicaciones.
Querido hacedor de nuevos españolitos,
Estoy seguro que en usted el aburrimiento es crónico. Y, debería saber, que la discresión es una virtud que mantiene lo oculto, oculto y lo iluminado, iluminado.
(anónimo nada que ver con los habituales idem)
ATMC, tienes una paciencia encomiable, pero de verdad que creo que ya pierdes el tiempo con el troll oficial de estos lares. Lo de troll viene del slang que se usa para denominar a estos sujetos, y mucha información bastante interesante al respecto, por ejemplo, aquí.
Recuérdese, do NOT feed the troll
Anónimo del Troll
Tumbaíto es un jurista peculiar, Antetodomuchacalma es un profesor, por tanto, la diferencia en la forma se tiene que notar.
Pero el fondo, que es lo importante, es opinable y no se debe censurar nada que no sea una ofensa pura y sin justificar el por qué de esa actitud. El mismo Antetodomuchacalma ha tenido comments de verdadera acidez visceral, pero lo ha justificado, lo mismo hace Tumbaíto, lo justifica más implicitamente y además ha dado un argumento que no ha habido ningún amigo del blog que lo haya podido desmentir y que a mí me está dando mucho que pensar y fue "el que da de comer es bueno y el que no malo". Para mí esa frase no reza ya que voy por la vida de alma incorrupta y de que puedo tener muchos defectos pero tengo dos virtudes : que no soy un adorador del becerro del oro y que a mis 45 voy en la cama como un fenómeno (aunque bien es cierto que me prodigo menos que hace 10 años); pero en ciertas ocasiones si que veo en muchos comments una cierta tendencia al acuerdo con aquellos que pueden dar y rechazo de los que menos pintan en el juego.
No veamos en el comment de Tumbaíto ninguna ofensa personal a Antetodomuchacalma y mucho menos a su familia (que sería intolerable si no se justifica), sino una opinión más.
No nos encefalogramicemos en plano, digo yo.
Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.
Los versos, sin mariconadas Tumbaíto, por favor.
¡Dios, mío! ¡Acusará a un sacerdote católico de introducir cripto mariconadas en su poesía!
jajajajajajajajajajajaja
para poder contestarle Tumbaíto necesito saber que son criptomariconadas
Mayormente son mariconadas encriptadas.
Siendo eso, entonces más que acusarle, yo que voy de defensor por la vida, opinaría lo mismo que de sus versos, que , por favor, sin mariconadas. Implicitamente se debe entender, para mi gusto, no como imperativo, cada uno tiene el arte que le sale del alma.
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