15 noviembre, 2006

El cine histórico y los fantasmas presentes.

Anoche vi la película Los fantasmas de Goya, de Milos Forman. Salí del cine con muy mal cuerpo y me puse a pensar por qué. La película en su conjunto me pareció interesante, pese a que Goya no es en ella más que un pretexto. Su personaje es plano, insípido, desvaído. Están sus cuadros, sus grabados, los Caprichos, Desastres, Disparates... pero no está su figura humana apenas. Hasta la sordera parece que la vive como una anécdota más o menos intrascendente ese Goya que se diría de temperamento escandinavo. Falta la mediación entre esas imágenes y la España negra, fanática y aborrecible que reflejan y que sí nos muestra la película con más o menos fortuna: falta el pintor.
El auténtico protagonista está en el personaje que representa Javier Bardem, ese cura, primero, que pensamos fanático y que azuza a la Inquisición para que se esmere en la crueldad que engendra temor de Dios y que, luego, caído en desgracia por sus propias debilidades y su innata cobardía, huye a Francia, se torna revolucionario y vuelve triunfante con las tropas de Napoleón y con Pepe Botella, hablando de derechos del hombre y clamando otra vez para que sea derramada la sangre en bien de la verdad y la justicia. Tal vez se encuentra ahí uno de los mejores logros de la película, en la saña con que muestra cómo los extremos se igualan en vesania cuando de construir sobre la tierra paraísos o de imponer verdadades dogmáticas se trata. Daría la razón este guión a alguno de esos autores que han sostenido que las diferencias ideológicas lo son más bien de temperamentos y que quien por sus internos desequilibrios y los desarreglos de su alma propende a la vileza y ansía el dominio abraza cualquier extremo y mata por cualquier dogma, pues todos le son fungibles, dado que el fin no está en la realización de esta o aquella idea sino en el dar salida a las ansias propias.
Pero sigo pensando por qué me fui de tan mal humor del cine y creo que porque se me hizo real, a día de hoy, mucho de lo que ahí de nuestro pasado se representaba. Ese hatajo de estúpidos políticos, esa corte frívola, ese populacho soez, tanto fanatismo, tanta fealdad, tanta superstición, tantos oscuros manejos de los pastores de las almas y los guardianes de los dineros, de consuno. Pero, antes que nada, me puso nervioso el personaje de Bardem, el hermano Lorenzo, religioso procaz tornado luego en tiralevitas napoleónico, como ya he dicho. Mientras por la pantalla resbalaba su cobardía, su codicia, su arribismo, su crueldad, su maledicencia, su sucia sensualidad, su baboso y afeminado -¿se puede seguir utilizando este adjetivo en un contexto como este?- gesto, me estaba acordando de tantos que conozco, mismamente en la Universidad, untuosos siempre con el que gobierne, sea quien sea, fatuos, correveidiles, chivatos, lameculos, capaces de vender a su madre por un carguete de segunda y ansiosos por que nadie despunte por encima de su talla infame y su moral de ratas, apareándose entre iguales en despachos y oficinas, remojándose la conciencia en vanidades postizas, consolando su inanidad en trámites y audiencias, adulando para que los adulen, mamporreros con vocación de percherones y triste presencia de mulos, condenadas sabandijas. Y nos tienen copados y mandan por doquier. La puta que los parió.
Mas nos falta el Goya que los pinte, el Larra que los fustigue, el Valle-Inclán que los caricaturice. Ahora no tenemos más que progresitos de salón y meapilas de palacio. Intelectualillos y artistas bajo palabra de honor que venden su alma al diablo por un momentito de gloria en Babelia y una foto junto a la Leti. Bah.

5 comentarios:

Burnout. dijo...

Completamente de acuerdo en la hipocresía actual que se extiende en todos los trabajos y ámbitos.
Sólo quería añadir que hoy en día la mujer tambien está cayendo en esta vil manipulación, aprendiendo del hombre su estupida y fatua manera de actuar.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Se le ve enfadado. ¿Se imagina usted, usando los mismos métodos que el cura de la película contra toda esa caterva de personajes que, dice, están en la Universidad?. Sencillamente creo que no. Pero ese el problema que la pena de muerte o de suspensión de cargo esta mal vista... y si la educación, la ética y la razón están muertas e incineradas en este maldito pais, entonces ¿de que vale hablar, enfadarse, incluso hacer las cosas bien uno mismo? TODO esta perdido. M atemos.

Anónimo dijo...

Aclaro que esto no tiene mucho que ver con lo que estamos tratando, pero tal vez suponga más carnaza para García Amado, y tal vez merezca ulteriores comentarios y opiniones:


PATENTE DE CORSO
Ni saben ni quieren saber

ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 5 de noviembre de 2006

Les hablaba hace poco de lo difícil que se va poniendo en España dar un mitin político, una conferencia o expresar en público una opinión, sin que un piquete de lo que sea intente silenciar al invitado de turno. Para confirmarlo –que no hacía maldita la falta–, al día siguiente de teclear esas líneas, a don Manuel Fraga le interrumpieron una conferencia en Granada medio centenar de jóvenes llamándolo asesino y fascista. Después le tocó en otro sitio a Carod Rovira, y menos gordito simpático le dijeron de todo. Los que acosaron al político catalán eran diez fulanos de extrema derecha –la auténtica, no la que adjetivan ciertos soplapollas pretendiendo reescribir la Transición y la Historia–; así que, en realidad, esos animales salvapatrias se limitaban a lo que se espera de ellos: mantener viva la tradición de quemar libros y apalear bocas, que tiene rancia solera europea, tanto nacionalsocialista como nacionalsindicalista.

Lo de Fraga, en cambio, me preocupa más. Y no por el abuelo, que tiene más conchas que mi tortuga Amanda, sino por quienes liaron la pajarraca. Lo inquietante es que esos jóvenes se autodenominaran de izquierdas. Porque si es verdad que la izquierda española oficial de toda la vida, compañeros del metal y todo eso, acabó degenerando en el penoso espectáculo botijero de sandez, obviedad y demagogia inútil verde manzana que se pone de manifiesto cada vez que abre la boca su secretario general, señor Llamazares, no es menos cierto que uno espera, en el fondo de su corazoncito, que el futuro alumbre alguna vez una izquierda diferente, eficaz, provista de argumentos sólidos, de coraje político y de la cultura republicana que hoy es fácil adquirir a poco que uno acceda a las fuentes formativas adecuadas, que para eso están ahí.

En tales circunstancias, resulta desazonador que, comentando el pifostio granadino del señor Fraga, un joven individuo llamado Ramón Reyes, que responde, nada menos, al formidable título de secretario provincial del Sindicato de Estudiantes de Granada –alguien tendría que explicarme algún día en qué consiste exactamente un sindicato de eso, y yo a cambio le explico lo del SEU–, justificara el incidente afirmando, por la cara, que el viejo político gallego «nunca ha apretado el gatillo, pero lo ha ordenado», y culpando además a la Universidad «por invitarlo con el dinero de todos los contribuyentes». Apenas leí tales declaraciones, corrí al diccionario de la Real Academia y, abierto por la página 847, leí la siguiente definición de la palabra imbécil: «Alelado, flaco de razón». Después busqué en la página 98 la segunda acepción de analfabeto: «Ignorante, sin cultura o profano en alguna disciplina». Y de ese modo pude confirmar, con el respaldo de la autoridad adecuada, que al antedicho secretario del sindicato estudiantil granadino –de otras provincias no tengo información suficiente– se le puede llamar imbécil analfabeto con absoluta propiedad y precisión filológica. Cosa que hago aquí, para que conste a los efectos oportunos, etcétera. Hasta a Adolfo Hitler, señoras y caballeros. Hasta a Stalin, Pinochet, Franco o Atila, si hace falta. Hasta al torturador más infame de la ESMA argentina, o al más bestia sargento de marines destacado en Iraq, sería interesante escuchar en una conferencia. Incluso al miserable De Juana Chaos, imagínense, mientras cuenta qué sentía pidiendo champaña cuando asesinaban a alguien. Después, que para eso está el coloquio, se discute o se le menta a la madre. Pero, como digo, después. Mientras tanto, la oportunidad de escuchar bien calladitos es oro puro, pues no hay mejor modo de escrutar el alma humana, tinieblas incluidas, adquiriendo conocimiento y lucidez –Mein Kampf o Sabino Arana, por ejemplo, son textos imprescindibles–. Por eso, y sin que el pobre don Manuel Fraga tenga que ver con los individuos antes citados, excepto con el Franco del que fue ministro –muy competente, por cierto– antes de participar de forma decisiva en la extraordinaria transición que España vivió en los años setenta, compartir la experiencia de su dilatada vida política es privilegio al que esa panda de tontos del culo granadinos renunció, para su propio mal. Ignorantes, también, de lo tradicionalmente española que es tan cerril actitud. Que ya en el siglo XVI escribía en su Viaje de Turquía el supuesto Pedro de Urdemalas: «La gente española, ni sabe ni quiere saber… De este vicio nació el refrán castellano que en ninguna lengua se halla sino en la española: dadme dinero y no consejos».

Burnout. dijo...

Me encanta Reverte cuando le sale la vena rebelde.
Aquí está que se sale...del tiesto.
Un saludo.

Anónimo dijo...

¡No, no, pero no se comida en el lenguaje, por favor, que estamos entre amigos!