Ay, qué viaje. Cuarenta y dos horas desde que salí de León hasta que puse mis pies en el hotel de Managua. Cuánto me debe Iberia, cuánta lata les voy a dar hasta que me indemnicen como merezco.
Salí de León a las 02:30 de la madrugada del sábado al domingo. En cuanto subí al bus ya intuí que algo iba a ir raro en este viaje. No sé de qué manicomio sacaría ALSA al conductor, pero el hombre voceaba de muy mala manera a todo el mundo y se veía con los nervios claramente alterados. Pasé el primer rato, desde que arrancó, vigilándolo, pues sospechaba que podía estar borracho. Luego concluí que no, que era un simple pirado. Y pasaban cosas raras que no había visto en otras ocasiones en que usé ese mismo horario, como que se paraba alguna vez y recogía gente de la orilla de la carretera. Lo mejor fue cuando, en un pueblo que se llama Becilla de Valderaduey, paró el bus y comenzó a subir un grupo de cabezas rapadas, todos llenos de cruces gamadas. En la misma puerta estuvieron insultándose con el conductor y amenzándolo con partirle la cabeza. Él al principio tampoco se quedaba atrás, hasta que achantó y se restableció la calma. Y yo me preguntaba qué noche rara era esa y por qué pululaba tanto personal extraño.
Llego a Barajas a las siete y media de la mañana. Mi avión salía para San José de Costa Rica a mediodía. Pero a eso de las diez ya comunican en los tableros que está retrasado hasta las cuatro. Como por cuenta de Iberia, vuelvo a la puerta marcada y... esta vez avisan de que se retrasa hasta las once de la noche. Ya pierdo definitivamente el enlace de San José a Managua. Colas en la ventanilla de Iberia para cambiar vuelos, protestas, voces. Nos van dando nuevos enlaces, pero cuando finalmente llegamos a San José nos dirán que ninguno vale y que hay que empezar de nuevo. El pasaje está alterado e Iberia nos manda a las cuatro de la tarde a un hotel de Barajas. Yo ya llevo más de ocho horas en el aeropuerto. Creo que nos mandan al hotel para que no armemos bulla en la T4, pero en el hotel no nos indican habitaciones ni nada, se trata de estar tirados por allí en los salones, como buenamente pueda cada uno. A las siete y media nos dan la cena, asquerosa. Ahí empieza mi estómago a resentirse, hasta ahora, que parece que tengo un volcán en él.
A las nueve nos transportan de nuevo al aeropuerto. Cuarta vez en el día que atravieso la T4, los controles de seguridad, el control de pasaportes... Entretanto y a lo largo del día Iberia nos había indicado ya cuatro causas distintas del retraso: congestión aérea, problemas en el aeropuerto de San José, una avería en Buenos Aires (¡?) y convenio de la tripulación. Cada empleado da una razón distinta, supongo que es una táctica estudiada para crear el desconcierto y comerle la moral a la gente. La mejor fue la del convenio. Un muchacho de chaquetilla roja nos contó por extenso y con gran calma que el avión no podía salir porque las tripulaciones tienen un convenio, que no nos vayamos a creer que nuestro país es un país sin derechos, y que después del primer retraso ya no había hasta las once tripulación que por convenio pudiera volar. Y que vuelta con los derechos de la tripulación y los trabajadores. De los derechos de los pasajeros no dijo nada.
Hago un paréntesis para hacer constar que el hombre era medio gangoso y que eso me tiene perplejo. Porque cuando un par de días antes llamé a Serviberia por un problema con el billete me atendió el teléfono un brasileiro que medio chapurreaba español solamente. ¿Cómo es posible? No lograba entenderme con él ni a la hora de deletrear el localizador. Y en la T4 he ido a dar con un par de chavalas de información que son, esas sí, completamente gangosas, con problemas de articulación o de frenillo o algo muy raro en la boca. Y bien está que se dé empleo a los discapacitados, líbrenme los dioses de cuestionar eso, pero, hombre, poner a los casi mudos a informar a la gente a grito pelao y en español e inglés...
Por fin el avión sale, algo después de medianoche, doce horas más tarde de cuando debía. El comandante toma la palabra y nos da la quinta razón del retraso: que había una pieza mal y que se la estaban cambiando en ese momento y que enseguida va. ¿A quién creemos? Muy amablemente, nos explica que aterrizaremos de noche en San José y que eso resulta complicado, por lo que tratará de tomar la pista al bies, o al menos eso entendí yo, y que si lo ve chungo porque llueva o algo, tiramos para Panamá. Nos observamos los pasajeros con cara de mira qué majo y qué atento y qué tranquilos nos deja.
Once horas de vuelo, una fruslería. Llegada a San José a las tres de la madrugada, hora local, y tres horas y media haciendo cola ante un nuevo mostrador de Iberia para que nos solucionen los enlaces. Tres horas y media. Atendidos por personal de Iberia, pero local, que eso es como sumarle a la pereza la abulia. Los centroamericanos desconocen el estrés, qué calma, qué pachorra. Vimos amanecer allí. Eso sí, nos dicen que por las maletas no nos preocupemos, que ellas nos siguen en el avión en que vaya cada uno. Me dan hora para volar a Managua a las once de la mañana y aprovecho para dormir un par de horas tirado en el suelo de una sala de espera, literalmente. Antes, a eso de las cuatro y mientras hacía cola, me había encontrado a mi colega y amigo Pepe C., que volvía de Managua e iba a embarcar en el avión que me había traído, después de doce horas de espera él también.
A Managua llegué yo, pero mi maleta no. Todos los españoles que habíamos venido con Iberia de Madrid en la misma situación en Managua, sin maleta. Parece que llegará mañana, eso dicen. Me espera el transporte del hotel Holliday Inn. En cuanto arranca, el conductor pone música: José Luis Perales todo el camino. Ya dije que había sido un viaje muy inquietante, de principio a fin.
Descansé un par de horas en el hotel y me fui a explicar tres horitas en la universidad de turno. Los alumnos, funcionarios y fiscales casi todos, me miraban raro, como si fuera yo sueco y hablara en swahili, por poner una comparación. Serán paranoias mías, no digo que no.
Salí de León a las 02:30 de la madrugada del sábado al domingo. En cuanto subí al bus ya intuí que algo iba a ir raro en este viaje. No sé de qué manicomio sacaría ALSA al conductor, pero el hombre voceaba de muy mala manera a todo el mundo y se veía con los nervios claramente alterados. Pasé el primer rato, desde que arrancó, vigilándolo, pues sospechaba que podía estar borracho. Luego concluí que no, que era un simple pirado. Y pasaban cosas raras que no había visto en otras ocasiones en que usé ese mismo horario, como que se paraba alguna vez y recogía gente de la orilla de la carretera. Lo mejor fue cuando, en un pueblo que se llama Becilla de Valderaduey, paró el bus y comenzó a subir un grupo de cabezas rapadas, todos llenos de cruces gamadas. En la misma puerta estuvieron insultándose con el conductor y amenzándolo con partirle la cabeza. Él al principio tampoco se quedaba atrás, hasta que achantó y se restableció la calma. Y yo me preguntaba qué noche rara era esa y por qué pululaba tanto personal extraño.
Llego a Barajas a las siete y media de la mañana. Mi avión salía para San José de Costa Rica a mediodía. Pero a eso de las diez ya comunican en los tableros que está retrasado hasta las cuatro. Como por cuenta de Iberia, vuelvo a la puerta marcada y... esta vez avisan de que se retrasa hasta las once de la noche. Ya pierdo definitivamente el enlace de San José a Managua. Colas en la ventanilla de Iberia para cambiar vuelos, protestas, voces. Nos van dando nuevos enlaces, pero cuando finalmente llegamos a San José nos dirán que ninguno vale y que hay que empezar de nuevo. El pasaje está alterado e Iberia nos manda a las cuatro de la tarde a un hotel de Barajas. Yo ya llevo más de ocho horas en el aeropuerto. Creo que nos mandan al hotel para que no armemos bulla en la T4, pero en el hotel no nos indican habitaciones ni nada, se trata de estar tirados por allí en los salones, como buenamente pueda cada uno. A las siete y media nos dan la cena, asquerosa. Ahí empieza mi estómago a resentirse, hasta ahora, que parece que tengo un volcán en él.
A las nueve nos transportan de nuevo al aeropuerto. Cuarta vez en el día que atravieso la T4, los controles de seguridad, el control de pasaportes... Entretanto y a lo largo del día Iberia nos había indicado ya cuatro causas distintas del retraso: congestión aérea, problemas en el aeropuerto de San José, una avería en Buenos Aires (¡?) y convenio de la tripulación. Cada empleado da una razón distinta, supongo que es una táctica estudiada para crear el desconcierto y comerle la moral a la gente. La mejor fue la del convenio. Un muchacho de chaquetilla roja nos contó por extenso y con gran calma que el avión no podía salir porque las tripulaciones tienen un convenio, que no nos vayamos a creer que nuestro país es un país sin derechos, y que después del primer retraso ya no había hasta las once tripulación que por convenio pudiera volar. Y que vuelta con los derechos de la tripulación y los trabajadores. De los derechos de los pasajeros no dijo nada.
Hago un paréntesis para hacer constar que el hombre era medio gangoso y que eso me tiene perplejo. Porque cuando un par de días antes llamé a Serviberia por un problema con el billete me atendió el teléfono un brasileiro que medio chapurreaba español solamente. ¿Cómo es posible? No lograba entenderme con él ni a la hora de deletrear el localizador. Y en la T4 he ido a dar con un par de chavalas de información que son, esas sí, completamente gangosas, con problemas de articulación o de frenillo o algo muy raro en la boca. Y bien está que se dé empleo a los discapacitados, líbrenme los dioses de cuestionar eso, pero, hombre, poner a los casi mudos a informar a la gente a grito pelao y en español e inglés...
Por fin el avión sale, algo después de medianoche, doce horas más tarde de cuando debía. El comandante toma la palabra y nos da la quinta razón del retraso: que había una pieza mal y que se la estaban cambiando en ese momento y que enseguida va. ¿A quién creemos? Muy amablemente, nos explica que aterrizaremos de noche en San José y que eso resulta complicado, por lo que tratará de tomar la pista al bies, o al menos eso entendí yo, y que si lo ve chungo porque llueva o algo, tiramos para Panamá. Nos observamos los pasajeros con cara de mira qué majo y qué atento y qué tranquilos nos deja.
Once horas de vuelo, una fruslería. Llegada a San José a las tres de la madrugada, hora local, y tres horas y media haciendo cola ante un nuevo mostrador de Iberia para que nos solucionen los enlaces. Tres horas y media. Atendidos por personal de Iberia, pero local, que eso es como sumarle a la pereza la abulia. Los centroamericanos desconocen el estrés, qué calma, qué pachorra. Vimos amanecer allí. Eso sí, nos dicen que por las maletas no nos preocupemos, que ellas nos siguen en el avión en que vaya cada uno. Me dan hora para volar a Managua a las once de la mañana y aprovecho para dormir un par de horas tirado en el suelo de una sala de espera, literalmente. Antes, a eso de las cuatro y mientras hacía cola, me había encontrado a mi colega y amigo Pepe C., que volvía de Managua e iba a embarcar en el avión que me había traído, después de doce horas de espera él también.
A Managua llegué yo, pero mi maleta no. Todos los españoles que habíamos venido con Iberia de Madrid en la misma situación en Managua, sin maleta. Parece que llegará mañana, eso dicen. Me espera el transporte del hotel Holliday Inn. En cuanto arranca, el conductor pone música: José Luis Perales todo el camino. Ya dije que había sido un viaje muy inquietante, de principio a fin.
Descansé un par de horas en el hotel y me fui a explicar tres horitas en la universidad de turno. Los alumnos, funcionarios y fiscales casi todos, me miraban raro, como si fuera yo sueco y hablara en swahili, por poner una comparación. Serán paranoias mías, no digo que no.
Qué penitencia andaré pagando por estos mundos, me vuelvo a preguntar. Con lo ricamente que se está en casita. Y más ahora que me voy a comprar sofá nuevo con el pico que le voy a sacar a Iberia. Palabra.
6 comentarios:
(tildes y similares omitidas por cuestiones del teclado)
No si si realmente no te diste cuenta del dia que era, pero ser, era el 20N.
Una pregunta ¿como era el conductor de ALSA? ¿bajito y algo calvo, moreno, conn cara de mala leche y un tanto cascarrabias? ¿o alto con gafas, y mal talante?.
Los conductores de auotobuses generalemnte no te dejan indiferente. Se merecen un estudio detallado. "Elenco de autobuseros y taxistas del norte peninsular".
Pues era bajo, cabezón, calvorota y bastante cascarrabias, muy cascarrabias. Buen tema para posible tesis doctoral: psicopatología del conductor de bus y similares.
Y, cierto, no había caído en la cuenta de tan señalada efemérides. Andaban revueltos los fantasmas.
Pues no señores, la noche del sábado al domingo que refiere garciamado no es el 20-N, es la noche del 18 al 19-N.
Pero que pasa, si llegan a haber sido unos comunistas peludos guarros , llenos de hoces y martillos y con trapos de esos palestinos por baberos los que discuten con el conductor de marras, es que ¿andaría revuelto el fantasma de Durruti? que también murió el 20-N. No, los comunistas y los sociatas, son muy buena gente.
Vamos a dejar en paz a los muertos, de una puta vez. Y si les recordamos, cada uno a los suyos, que sea pa bien. Que parecemos mariconas, nada más metiéndonos con los que no se pueden defender.
Correcto, creo que es el mismo conductor que conozco yo. Todo un personaje, creánme.
Si hubieran sido "los otros", tanto da que da lo mismo, efectivamente. Amen a lo de los muertos, y aqui paz y despues gloria.
Salud.
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