El que en los concursos públicos que otorgan nada menos que la condición de funcionario el principio constitucional de mérito y capacidad se lo pasen muchos tribunales por el arco del triunfo me resulta mucho menos llevadero, pues se está jugando con lo que pagamos entre todos y con la calidad de los servicios a los que todos tenemos derecho. Que no sea Miss Guadalajara la más guapa, la más honesta o la que tuvo un hijo a mí no me daña en nada, o casi. Que el que va a explicar tal vez mañana física nuclear a un hijo mío tenga mucha menor formación que el candidato preterido por ser de familia, escuela o grupo menos simpático para los miembros del tribunal sí me perjudica y nos perjudica a todos directamente.
No quiero abandonarme a la vehemencia argumental ni incurrir en excesos ni exageraciones. Pero, aunque sea sin más acritud que la inevitable, debemos llamar a las cosas por su nombre. Y algún nombre debe de tener, y no bien sonante, lo que con demasiada frecuencia está ocurriendo en los tribunales públicos, y en particular en el ámbito que mejor conozco, el de la universidad. Cada vez más a menudo vemos en los periódicos o en la red descripciones de resultados escandalosos en los actuales –por poco tiempo- concursos de habilitación. Un día de éstos colgaré aquí el último documento que ha circulado, publicado en una revista en inglés y que narra con detalle un caso que, si es cierto, pone los pelos de punta. Y que no es excepcional, ni muchísimo menos. Si todos dijéramos lo que sabemos y hemos visto y, lo que es más importante, si fuéramos capaces de explicarnos sin tapujos lo que a menudo hacemos en esas situaciones, veríamos un desolador panorama, que da cuenta de la degradación a la que hemos llegado.
Repasemos algunos datos difícilmente discutibles. En muchísimos casos, seguramente la mayoría, en cuanto aparece el resultado del sorteo de los miembros de un tribunal, los de la correspondiente disciplina somos capaces de adivinar, con muy escaso margen de error, el nombre de los candidatos que van a obtener las plazas en disputa. Y casi siempre ese acertado cálculo no es fruto de que pensemos que con un tribunal tan honrado y equitativo van a resultar favorecidos los aspirantes con mayores méritos y mejor capacidad acreditada. No, lo que nos lleva a acertar es el conocimiento de la relación entre los candidatos y los integrantes del tribunal. Cuando este o aquel grupo es mayoritario entre los juzgadores pocas dudas quedan de que los favorecidos por su veredicto van a ser los candidatos vinculados a ese grupo, y ello con total independencia de sus méritos y de su formación y de cómo resuelvan sus ejercicios. Si son buenos, lograrán plaza, sin duda; si son malos o mucho peores que los demás, también. Y la culpa no será de ésos que compiten, ni siquiera de los agraciados, sino de los árbitros. Eso, nos guste o no, sólo se explica porque éstos no son honestos; o no lo son tanto como deberían, si se tomaran en serio su responsabilidad. En Derecho también tiene otros nombres ese proceder de los que juzgan.
Con tales actitudes, los concursos se convierten en puro simulacro, en ceremonia absurda, en burdo engaño consciente. A veces se llega al esperpento. Se está convirtiendo en hábito, por ejemplo, que un tribunal se vuelque en alabanzas al candidato que no va a votar y hasta se ensañe con sus favoritos. Ya ni las formas se guardan, ni nos tomamos la molestia de disimular. De ese modo se hace una ostentosa demostración de poder y de impunidad y hasta a los elegidos se les deja ver que no se les vota porque sean los mejores, sino porque se les quiere votar, al margen de lo que valgan o de lo que hagan. Las pruebas del concurso son puro trámite, pretexto inútil, mascarada en la que apenas se disfraza ya la pura realidad: que tales pruebas no cuentan, que es irrelevante lo que los candidatos demuestren en ellas, pues las claves de la decisión están en otro tipo de valores y en relaciones de otro género. A los más cínicos de entre nosotros la ciencia y la excelencia intelectual y académica les importan exactamente un pepino, pues tienen asumido que se pelea por cuotas de influencia y de poder académico. El placer de mandar les pesa más que la satisfacción moral de hacer justicia. Los más alienados, los que tienen por completo hipotecada la conciencia, los inimputables, han llegado a creerse que el mérito y la capacidad van metafísicamente asociados a la vinculación feudal de los candidatos: los discípulos de mi amigo, o de mi escuela o de quien a mí puede favorecerme con unos cursitos o unas conferencias, son sabios y competentes por definición y aunque en los ejercicios rebuznen.
La capacidad reproductiva de tal sistema es prodigiosa y deberían explicarla los psicólogos. El inútil que hoy es favorecido procederá mañana, cuando a él le toque dirimir como juez, con fidelidad perruna, con obediencia ciega, obsesionado sólo por no salirse del cauce establecido. Unos se instalan en el placer de mandar, otros en el de obedecer. Casi nadie se rebela, el proceder se perpetúa por los siglos de los siglos. La dialéctica amigo-enemigo (ni siquiera, en realidad es dialéctica amigo-indiferente) gobierna sin sombra y con eficacia plena. Las creencias profundas y las ideologías se ponen entre paréntesis cuando toca bailar al son del poder académico de turno, propio o ajeno. Da igual que se trate de creyentes o ateos, de conservadores o progresistas, los tribunales a menudo se sitúan en un limbo moral. Es lo más parecido a aquellos carnavales o aquellas fiestas de antaño, cuando se declaraba el día de la transgresión, el día en que está permitido pecar, el día en que no hace falta ser coherente con lo que se proclama durante el resto del año. Luego, para casita y a seguir escribiendo sobre la justicia, la imparcialidad y la Constitución. La misma mentalidad de aquellos jerifaltes reaccionarios de moral oficial extremamente estricta, que se marchaban de putas una vez al mes o que le ponían pisito a la amante y luego iban a misa con su esposa endomingada. Desdoblamiento de personalidad, doble rasero, fariseísmo militante.
Pongamos las cosas en sus justos términos. No siempre los elegidos son incompetentes, ni mucho menos, pues hay de todo siempre, como en botica. No está el problema en que gane el concurso de esa manera el que también lo hubiera logrado con un tribunal mínimamente imparcial. El caso moral y jurídicamente trágico se da sólo cuando el que vence por puros manejos de poder es marcadamente peor que el que perdió por no tener en el tribunal padrinos. Admito también que juzgar de méritos académicos es supuesto prototípico de difícil ejercicio de discrecionalidad. En muchas ocasiones dirimir si son superiores los merecimientos estrictos de un candidato u otro es asunto eminentemente opinable y la decisión de buena fe no puede cuestionarse por puros matices. Pero nuevamente la crítica fundada surgirá cuando de la discrecionalidad bien intencionada se pase a la burda arbitrariedad, cuando al que decide en modo alguno le mueve la consideración seria de los méritos, sino razones absolutamente espurias y cuando, además y para colmo, ni siquiera intenta disimular. Cuántas veces hemos oído excusas tan pueriles como “no puedo llevarle la contraria a Fulano”, “ya sabes que le debo muchos favores a Mengano“ o “me llamó Zutano y me apretó las tuercas, qué quieres que haga”. ¿Qué puedes hacer? Pégate un tiro, colega, o rompe los espejos de tu casa si no quieres vomitar cada mañana cuando te miras en ellos. Por qué poquito nos vendemos a veces, y sin necesitarlo. Si las putas nos vieran...
Hoy mismo un compañero de otra disciplina me sugería un par de cosas interesantes. Una, que los ejercicios de los concursos deberían ser grabados y luego colgados en la red, para acabar con esa semiclandestinidad que produce impunidad. La otra, que seguramente la situación no tiene arreglo, pues el mal está en la médula misma de las personas y de la institución universitaria, pero que, si alguna esperanza queda, estará en que en cada disciplina se vaya formando un grupo de profesionales que se quieran independientes y que actúen como tales, sin servilismos, sin sumisiones, sin aceptar caricias en el lomo ni temer ostracismos de pacotilla. Diríase que es fácil, pues somos funcionarios y el cocido está asegurado. Pero se ve que no nos basta, que ansiamos que nos amen los poderosos o que nos hagan regalitos los que pueden repartir prebendas a costa de algún presupuesto.
De todos modos, que no cunda el pánico. El sistema de acceso ya va a cambiar, para evitar ese engorro de los ejercicios públicos, las molestias de la luz, el ruido de los taquígrafos. Para que sigamos metiéndonos la universidad ahí, donde nos cabe.
7 comentarios:
¡Pero alguien va a acabar con esto de una vez! ¡Por Dios! ¡Denme un lanza-llamas!
A veces no está en nuestra mano evitar este tipo de resultados injustos: otras tal vez sí, cuando salimos sorteados en los concursos...
En todo caso, siempre está en nuestra mano actuar en conciencia y sin vendernos, ni por poco ni por mucho, ni pagar o devolver favores.
Lo único que justifica la inamovilidad de los funcionarios públicos es la posibilidad de actuar con independencia cuando nos toque actuar: al final, y a la luz del cariz que están tomando las cosas, las distinciones que hay que trazar en comunidades como las nuestras pasan por una especie de summa divisio: los que se comportan sectariamente y los que no lo hacen.
qué cara de tonto se le tiene que haber quedado a un cierto profesor de salamanca en una reciente oposición de habilitación cuando vio que, habiéndose prestado al juego desvergonzado y aparentemente logrado que la candidata de su universidad quedara dentro de los seleccionados en los dos primeros ejercicios, quedara finalmente fuera, ocupando su lugar un chico doctorado en 2005 que presentó como méritos 80 y pico reseñas de libros... de una octavilla cada una.
Qué cara de idiota, digo, porque prestarse a ese juego para cosechar esos frutos y que a uno le acaben engañando al final no sólo tiene un calificativo ético concreto. Además, es de idiotas...
Mmmm, qué regustillo tan persistente deja el costumbrismo sucio... Tras un enjuague bucal con Listerine ©, lejía y ácido bórico, sigo por el lado que no conduzca directamente al suicidio.
Veo el mismo color negro que Garciamado, pero como soy algo menos pesimista, percibo ciertos matices algo menos oscuros (sólo gris marengo... ¿cabría llamarlo "negro pastel"?) en el nuevo sistema. Creo que va a servir para que durante una o dos rondas se adopten algunas decisiones correctas, hasta que el puterío aprenda a dominarlo.
¿Puede el nuevo sistema, que se lleva por delante la publicidad del acto de decisión, empeorar las cosas? Creo que, a pesar de ese grave problema (que, además, si al presidente de una de las nuevas comisiones se le pone en la punta de su ilustrísimo bálano, podría soslayar, si no yerro), no.
Ya hace tiempo que ha quedado claro que con los mismos perros ya puede usted variar los collares, que es pa' ná. Otorgar la facultad de decidir a quienes están interesados en la decisión (profesores universitarios) es inaceptable; pero otorgárselo a otros cuerpos, en la mayoría de los casos, es inviable.
¿Qué han traído consigo los alucinantes sistemas de ANECA? De vuelta de la feria, rumiando cómo me ha ido, me lo pregunto. Me sugiere mi santa, que es de la primera promoción: marear la organización preexistente de los lobbies.
Coño, en efecto. Ahora la comisión tiene a seis fulanos sorteados. Y de áreas de conocimiento diversas. De hecho, en la comisión que me tocó no había ninguno de mi especialidad. Pero ah-oh, por ese pernicioso modelo de cátedras estancas, se genera un efecto beneficioso: aún no hay sólidas mafias interdisciplinarias, con lo que todavía no tenemos una disciplina de voto organizada "por frentes", como sí la hay dentro de las concretas áreas.
Por supuesto, mientras los evaluadores sean humanos (y académicos españoles), seguirá habiendo telefonazos y presiones. Pero tú presionas al de mercantil para que cuele a tu chico, y ahí va el tío a apoyar al que le han dicho. Y si es un curriculum decentito, el de civil, el de penal, el de eclesiástico (no canónico: e-cle-siás-ti-co, que manda eggs) y el de procesal dirán que vale. Pero si es un truño, le va a ser muy difícil, a menos que cuele todo (y eso no se pué).
¿Efectos colaterales perversos? Sugiero varios:
- como los evaluadores no necesariamente son del área de conocimiento, se corre el riesgo de primar criterios "de obra al peso", dejándote fuera gente de obra sintética pero de gran calidad (los típicos fulanos de "obrita genial", muy poco productivos pero brillantísimos) (es decir: los necesarios).
- como el proceso es sobre papel, se atiende sólo a la investigación y no se oye al fulano. La valoración de la docencia se reduce a las encuestas de alumnos, manipulabilísimas. Tengo amigos que son brillantísimos docentes pero que aún no aprenden a ser "majetes" a ojos del auditorio: eso tiene un reflejo esencial en las encuestas. He conocido profesores asociados encantadores, simpáticos y divertidísimos, ¡incluso muy cualificados profesionalmente!, pero que eran tirando a desastre en el cumplimiento de sus obligaciones docentes. Y en encuestas, nota máxima.
- con otras palabras: se acredita al fulano sin oírle hablar. Se supone que de eso se hace cargo la facultad. Por ejemplo: nosotros tenemos facultades más talibanas que ya han dicho que a ellas la acreditación se la suda, que no les basta. Que exigen evaluación externa por comités en los que no haya mayoría de profesores de la casa. Pero la Facultad de Derecho dice que "no está en esa cultura" (os lo juro: es lo que van diciendo por ahí).
En fin: problemas, todos los que quieran ustedes. Pero un beneficio: al romperse ( mientras no se reorganicen las mafias) la disciplina de voto por bloques, se reduce en no poca medida la arbitrariedad sistemática (al menos, durante un tiempo). Al haber evaluadores de diversas áreas disminuye, probablemente, la capacidad específica de las comisiones a la hora de valorar la obra investigadora en la concreta área del candidato... pero: a) para lo que la usaban antes...; y b) el margen de error en el que se pueda incurrir probablemente menor que la desviación en la que incurre la arbitrariedad sistemática.
¡Qué triste consuelo! A esto es a lo único que parece que puede llegarse a corto plazo. No dudo de que las estructuras de poder se adaptarán en breve al nuevo sistema, formando "mafias transversales", que superen los límites de las áreas de conocimiento. Porque la acción directa ya sabéis que hoy se llama terrorismo (o sea: que no se pué).
Post Data: An arduous work of investigation has discovered the rh - of the university Spanish teacher
Ustedes, que tanto parecen disfrutar denostando a los jueces, deberían pensar que ellos (al menos, los de verdad, los que superan una oposición libre) son examinados de forma oral y pública por un Tribunal en el que los magistrados son exigua minoría (dos), y del que forman parte, además, dos catedráticos, un fiscal, un abogado del Estado, un abogado en ejercicio, un secretario judicial y un facultativo del CGPJ. Quizá esta diferencia -cómo acceden ellos a la carrera judicial, cómo se meten los profesores en la docente- explique, desde el punto de vista psicológico, la inquina hacia los jueces que se aprecia en muchos profesores universitarios. Es cierto que hay jueces que hacen y escriben los mayores disparates: casi todos son del cuarto turno y proceden de la universidad.
me troncho con un cierto profesor de la centenaria salamanca donde otrora no se ponía el sol... Un "rodillazo" para recuperar el esplendor... Olé
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