16 agosto, 2010

Congresos y seminarios

En una ciudad cuyo nombre y país no importan, se celebró un seminario científico de muy altos vuelos. Se asistía por estricta invitación y cada asistente era ponente también. Había grandes expectativas sobre cómo transcurrirían y qué resultados alcanzarían las discusiones entre tan excelsos personajes.

¿Saben qué pasó y en qué quedó todo? Pues en que cada uno de los ponentes se presentó nada más que a la hora de su exposición, no antes, y salió corriendo en cuanto terminó de hablar. Lo que significa que a) cada ponente sólo se escuchó a sí mismo; b) cada ponencia, por tanto, no fue atendida por nadie más y tuvo que exponerse ante una sala perfectamente vacía; c) por supuesto, no cupo debate ninguno sobre lo que cada cual planteó. Fue la suprema y definitiva demostración de la extrema soberbia de muchos "científicos", que piensan que a tales eventos los invitan nada más que para que hablen, pero no para que oir a nadie, y que consideran que nada ajeno es digno de ser escuchado ni, menos, debatido.

LA HISTORIA QUE ACABO DE CONTARLES NO ES CIERTA, me la he inventado. Pero puede suceder cualquier día, si no ha pasado ya. Se ve venir. Quien participa en un seminario, congreso, "workshop", etc. y se queda a ver qué dicen sus colegas se siente un mindundi, inferior. Los otros pueden pensar que no tiene cosa mejor que hacer o que todavía le quedan cosas que aprender, cosas que pueden enseñarle otros. ¡Quia! Antes muertos que sencillos.

Lo que se lleva es fingirse ocupadísimo. Me voy a la carrera, que hoy tengo aún dos ponencias en otros dos congresos, una conferencia en la Academia de Soplapollas Confesos y una cena con un premio Nobel que es amigo mío y viene a tirarse a mi cuñada. Y salen corriendo con un maletín de piel en la mano, pasitos cortos y el culete muy apretado. Los hay que, después de su conferencia, ni siquiera se quedan para la discusión de su propia exposición, pues tengo que ir ahora mismo al Ministerio a firmar un supercontrato de gestión de residios sólidos, concretamente los míos.

Conste, por las dudas y la maledicencia, que acabo de estar en Santiago de Chile en un seminario magnífico, estupendamente organizado y con colegas serios y cumplidores. Pero ahí, cuando, muy excepcionalmente, alguien hizo algo de esto que caricaturizo, me vino esta idea de la que hablamos: que el colmo o la crisis definitiva de este tipo de eventos será cuando todos procedan o procedamos así, yendo sólo a lo nuestro y echando a correr de inmediato. No es serio y nos retrata como lo que somos, al menos muchos: unos capullos maleducados, unos soberbios sin remisión. ¡Ay, pobre ciencia, pobre!

1 comentario:

un amigo dijo...

Al hilo de lo apuntado aquí - yo tengo un criterio de andar por casa para identificar la excelencia científica e investigadora, desarrollado imperfectamente en los tumbos que he ido pegando. He tenido la fortuna de observar unas cuantas veces, a la chita callando y desde la segunda fila del corro, a unos cuantas personas que reputo de verdadero relieve. Y mira tú qué casualidad, las he visto siempre escuchar con la misma atención y el mismo respeto la pregunta del último estudiantillo de primer año, que la del colega de dignidades, relumbrones y reconocimientos. Las he visto contestar con mucha humildad, y poniendo la cabeza y el corazón en cada palabra que pronunciaban. Y las he visto machacarse disciplinadamente el congreso o simposio que fuera desde el primer momento hasta el último; me ha admirado tener evidencia, escuchándolos hablar, de la cantidad de sesiones y de ponencias que habían escuchado.

Lo tengo claro - los verdaderamente grandes no tienen nada que demostrar a nadie, y como resultado son increíblemente accesibles. Me atrevería a decir que es hasta lógico - si no hubiesen mostrado en toda su carrera esta accesibilidad, esta permeabilidad, esta atención permanentemente decentrada a la realidad externa y a las opiniones que vienen de otros ... sencillamente, no habrían llegado a esas alturas.

Salud,