Pues sí, me había propuestos soltar aquí alguna cosa sobre la moda catalana primavera-verano, lo de la sentencia del Estatuto y lo de los toros prohibidos. Pero no sé qué decir. ¿Por qué? Pues, por un lado, porque me da igual y, por otro, porque con tantos besugos dialogando ya no hay pez que pueda meter baza.
No sé, comencemos por mi indiferencia. ¿Es tal, si bien lo pienso? Sí y no. A ver si me explico. No soy aficionado a los toros. Si los pasan en un televisor delante de mis narices, puedo echar un vistazo de un par de minutos, no más. Comerlos me encanta, eso sí, y no suelo preguntar ni dónde se criaron ni de qué manera murieron. Sorry. No mamé la fiesta, no entiendo de faenas, posturas, pases, tipos de muletas o historia del tal arte. Y la sangre del toro rodando por su lomo no me gusta nada. De pequeño, cuando en la tele de Franco ponían corridas de estas, ansiaba con todas mis ganas que el toro empitonara al banderillero o tumbara al picador y lo hiciera fosfatina a cornada limpia. Ahora simplemente no tengo afición, pero de amigos muy queridos que saben y disfrutan con la fatalmente llamada fiesta nacional he aprendido que a lo mejor hace falta ser algo simple para ser simplemente partidario de prohibir los toros. Además, puestos a darle a la manivela prohibicionista con un poco de coherencia, sería un no parar y habría que empezar con el fútbol, que nos está convirtiendo en un país de cabestros con la sensibilidad en salva sea la parte.
Pero me da igual, repito, que el Parlamento de Cataluña prohíba los toros. Por mí, como si prohíben comer pipas de girasol o hacerse pajas mirando el As (¿sigue saliendo una maciza en las últimas páginas del As?). Bastante tiene uno con lo suyo, lo de su casa, su barrio, su curro y su ayuntamiento, como para preocuparse de si los catalanes admiten la lidia o prefieren a la Montserrat. Con su pan se lo coman, de verdad y dicho sea con el mejor espíritu de solidaridad con los pueblos sin Estado, con Estado, con establo, sin establo o la madre que nos trajo a todos.
No sé, comencemos por mi indiferencia. ¿Es tal, si bien lo pienso? Sí y no. A ver si me explico. No soy aficionado a los toros. Si los pasan en un televisor delante de mis narices, puedo echar un vistazo de un par de minutos, no más. Comerlos me encanta, eso sí, y no suelo preguntar ni dónde se criaron ni de qué manera murieron. Sorry. No mamé la fiesta, no entiendo de faenas, posturas, pases, tipos de muletas o historia del tal arte. Y la sangre del toro rodando por su lomo no me gusta nada. De pequeño, cuando en la tele de Franco ponían corridas de estas, ansiaba con todas mis ganas que el toro empitonara al banderillero o tumbara al picador y lo hiciera fosfatina a cornada limpia. Ahora simplemente no tengo afición, pero de amigos muy queridos que saben y disfrutan con la fatalmente llamada fiesta nacional he aprendido que a lo mejor hace falta ser algo simple para ser simplemente partidario de prohibir los toros. Además, puestos a darle a la manivela prohibicionista con un poco de coherencia, sería un no parar y habría que empezar con el fútbol, que nos está convirtiendo en un país de cabestros con la sensibilidad en salva sea la parte.
Pero me da igual, repito, que el Parlamento de Cataluña prohíba los toros. Por mí, como si prohíben comer pipas de girasol o hacerse pajas mirando el As (¿sigue saliendo una maciza en las últimas páginas del As?). Bastante tiene uno con lo suyo, lo de su casa, su barrio, su curro y su ayuntamiento, como para preocuparse de si los catalanes admiten la lidia o prefieren a la Montserrat. Con su pan se lo coman, de verdad y dicho sea con el mejor espíritu de solidaridad con los pueblos sin Estado, con Estado, con establo, sin establo o la madre que nos trajo a todos.
Además, tengo yo entendido que la democracia funciona más o menos así: el pueblo soberano elige a unos representantes para que le prohíban cosas y organicen debates que mareen la perdiz, y hasta el toro. Y los egregios parlamentarios se aplican con celo a poner vetos y penitencias. Pues ya está. Si a los electores les parece mal que les den tanta matraca, que voten a otros, y si les gusta que les den por ahí, que se queden con ésos para que continúen en sus trece y sus catorce. Es como lo del “Estado español” con Zapatero o con el voto útil de tanto inútil: chico, será que sarna con gusto no pica o que algo tiene la bosta para que vaya tanta mosca. Ajo y agua y el que no esté conforme con vivir en un país de mierda que se busque la vida por otros pagos. Y punto.
Dicen que está todo muy politizado y que muy mal andar politizando. Vale, ahora resulta que las decisiones de los parlamentos no son cosa de política y que hay que tomarlas como si se tratara de dictámenes de un comité de físicos. Lo que pasa es que aquí, y con razón, politizar ya significa envilecer, sólo eso. La Política con mayúscula hace tiempo que ha hecho mutis por el foro y en su lugar ha venido una furcia que ha puesto en la polis cama de agua y perfume de pachuli barato. Y entonces se excitan los nacionalistas de acá y de allá y los pepedos y los pesoebreros porque lo de los toros lo llaman la fiesta nacional y nacional lo será tu madre y a mí la patria no me la tocas y todo así. Al noventa por ciento de los que en el Parlamento aquel votaron y al noventa y nueve de los que gritan desde los partidos y sus puticlubes mediáticos los toros y su sufrimiento o su bienestar les importan tanto como a mí el Estado de las autonomías o los derechos históricos: nada. Así que de qué vamos a hablar si lo de ellos es fingimiento y lo de uno, modestamente, asco.
Al toro habría que cogerlo por los cuernos antes de que se malee más y nos mate a coces a todos. Y cogerlo por los cuernos significa: referéndum de autodeterminación para cada nación periférica putiférica, para cada territorio histórico o histérico y hasta para cada barrio con un índice de delincuencia política superior a lo tolerable. Referendos a tutiplén, pero en serio y sin vuelta atrás ni mohines ni házmelo la última vez o probemos con la boca ni nada de nada de nada. O sí o no y para siempre. Bye, bye y quien te conozca que te compre. Y conste que no me estoy metiendo con nadie en particular y que lo digo para todo zurrigurri, asturianos como yo incluidos. Ah, pero con una condición: para los que se queden en el Estado español, que se llamaría otra vez España, centralismo a la francesa. Ni autonomías ni leches. Y los nacionalismos, sean los rojigualdas o sean los tricolores, me los pone usted verdecitos y antes de que se mustien, porque se los voy a dar a los burros para que se los coman y que les aprovechen. Cada cosa para lo que vale.
Con esto queda también establecido lo que pienso sobre la Sentencia del Estatuto, que se va a leer su tía. A mí que me disculpen, pues, además de faltarme tan cercano parentesco, ando estos días con el libro de artículos periodísticos de Joseph Roth titulado “Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas”(1) y comprenderán ustedes que no voy a cambiar de dedicación.
PD.- Los asturianos somos poco aficionados, o nada, a comer caracoles o escargots, pero un día húmedo pasé por mi pueblo con una buena gente que sí los devora con fruición. Se entusiasmaron al ver llenos de tales moluscos los muros de la patria mía, de modo que fuimos metiendo en una bolsa y nos llevamos unos kilos. Aprendí todo el proceso. Luego se echan en serrín o harina, para que se sequen bien y no les queden babas. Mueren así, digo yo que deshidratados y al cabo de horas o días. Más tarde se les pone una salsita y a comer. Pero no nos dan pena, pese a que su carne no compara con la del toro y aun cuando tienen cuernos como él y como más de cuatro que yo me sé.
Dicen que está todo muy politizado y que muy mal andar politizando. Vale, ahora resulta que las decisiones de los parlamentos no son cosa de política y que hay que tomarlas como si se tratara de dictámenes de un comité de físicos. Lo que pasa es que aquí, y con razón, politizar ya significa envilecer, sólo eso. La Política con mayúscula hace tiempo que ha hecho mutis por el foro y en su lugar ha venido una furcia que ha puesto en la polis cama de agua y perfume de pachuli barato. Y entonces se excitan los nacionalistas de acá y de allá y los pepedos y los pesoebreros porque lo de los toros lo llaman la fiesta nacional y nacional lo será tu madre y a mí la patria no me la tocas y todo así. Al noventa por ciento de los que en el Parlamento aquel votaron y al noventa y nueve de los que gritan desde los partidos y sus puticlubes mediáticos los toros y su sufrimiento o su bienestar les importan tanto como a mí el Estado de las autonomías o los derechos históricos: nada. Así que de qué vamos a hablar si lo de ellos es fingimiento y lo de uno, modestamente, asco.
Al toro habría que cogerlo por los cuernos antes de que se malee más y nos mate a coces a todos. Y cogerlo por los cuernos significa: referéndum de autodeterminación para cada nación periférica putiférica, para cada territorio histórico o histérico y hasta para cada barrio con un índice de delincuencia política superior a lo tolerable. Referendos a tutiplén, pero en serio y sin vuelta atrás ni mohines ni házmelo la última vez o probemos con la boca ni nada de nada de nada. O sí o no y para siempre. Bye, bye y quien te conozca que te compre. Y conste que no me estoy metiendo con nadie en particular y que lo digo para todo zurrigurri, asturianos como yo incluidos. Ah, pero con una condición: para los que se queden en el Estado español, que se llamaría otra vez España, centralismo a la francesa. Ni autonomías ni leches. Y los nacionalismos, sean los rojigualdas o sean los tricolores, me los pone usted verdecitos y antes de que se mustien, porque se los voy a dar a los burros para que se los coman y que les aprovechen. Cada cosa para lo que vale.
Con esto queda también establecido lo que pienso sobre la Sentencia del Estatuto, que se va a leer su tía. A mí que me disculpen, pues, además de faltarme tan cercano parentesco, ando estos días con el libro de artículos periodísticos de Joseph Roth titulado “Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas”(1) y comprenderán ustedes que no voy a cambiar de dedicación.
PD.- Los asturianos somos poco aficionados, o nada, a comer caracoles o escargots, pero un día húmedo pasé por mi pueblo con una buena gente que sí los devora con fruición. Se entusiasmaron al ver llenos de tales moluscos los muros de la patria mía, de modo que fuimos metiendo en una bolsa y nos llevamos unos kilos. Aprendí todo el proceso. Luego se echan en serrín o harina, para que se sequen bien y no les queden babas. Mueren así, digo yo que deshidratados y al cabo de horas o días. Más tarde se les pone una salsita y a comer. Pero no nos dan pena, pese a que su carne no compara con la del toro y aun cuando tienen cuernos como él y como más de cuatro que yo me sé.
(1) Miren este parrafito de Roth (página 221 del libro, editado, por cierto, por Acantilado en 2010): "¿Doctrina nacional? ¿Pertenencia a un pueblo? Eso importa a los menos. ¿Necesita el campesino de Deutsch-Kreuz a Goethe? Necesita su dinero, su terreno. Si Goethe viniera mañana a verle y le pidiera un alojamiento para pasar la noche, lo rechazaría".
4 comentarios:
La verdad es que si, ya tenemos suficiente con nuestros problemas para pensar en tonterias como esta, que parecen un debate importantisimo, de vital transcendencia, cuando no lo es en absoluto, es una memez. Pero claro hay mucho que quieren estirar el chicle para obtener beneficios (politicos), en fin... que le vamos a hacer, asi es la vida política.
Un saludo.
PD:y si, sigue saliendo una tia maciza en la contraportada del AS, eso si que debería ser un debate nacional, que pitones... podrían revolvar a cualquiera...
De nuevo, un saludo.
Probablemente cuando de escribe politizado ha de leerse emputecido. Dicho sea con todo respeto y al estilo del alcalde de Zalamea.
Probablemente cuando SE escribe (...)
Perdón por la errata.
¡Bien regresado a estos e-lares, señor anfitrión!
Efectivamente, pena del embastardecimiento de la palabra "política", que sigo considerando noble. Síntomas de ello: su pseudoprofesionalización, su compartimentalización (en definitiva, su expropiación interesada al ciudadano), su constitución en casta aparte dotada de privilegios e inmune a controles.
En cuanto a lo de los toros en Catalunya: alegrías verbeneras del procedimiento legislativo de iniciativa popular. Presenta vicios y virtudes, a mi juicio. Entre los vicios, mata moscas a cañonazos (bastaba eliminar las subvenciones públicas y la 'fiesta' se extinguía miserable y calladamente), y sobreañade, quieras o no, simbolismos emotivos, soflamas, etc., que mal se casan con la sobriedad que debería tener (lo sé, hablo de otra galaxia) un procedimiento legislativo. Entre las virtudes, protege la medida de una improbable futura reversión más eficazmente que una simple supresión presupuestaria de subvenciones ... y sobre todo, deja el espacio público abierto para que mamarrachos varios nos recreen con sus sandeces sin mesura (como botón de muestra, sugiero el sonrojante apunte alógico publicado por F. Savater en El País).
En cuanto a 'lo del fútbol', pues circo que oculta las muchas miserias que hay en el mal llamado 'deporte profesional' y en las organizaciones corruptas que lo controlan. Y, si queremos ponernos compasivos, homologación simbólica, para bien y para mal, de España como participante paritario en el concierto actúal de naciones, de importancia icónica sólo comparable a la entrada en las Comunidades del lejano 1986 (eso sí, con contenido prácticamente cero). Problema fundamental: pura celebración anestésica que no afronta ninguno de los problemas fundamentales.
Salud,
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