05 junio, 2011

Breve y simple sobre bolonias, métodos y lo de siempre

Vaya por delante lo obvio: en todo grupo medianamente numeroso de estudiantes siempre va a haber algunos excelentes, un puñado de muy notables, una mayoría que no destaca ni para bien ni para mal y que sale adelante lo más dignamente que puede y un veinte o treinta por ciento de casos perdidos. En los últimos tiempos, muy perdidos. Tan perdidos, que no sabe uno ni por dónde andarán ni que les sucederá o cómo amueblarán sus cabezas. O sea, sin novedad en el frente y ningún propósito de molestar a nadie ni de incurrir en generalizaciones pecaminosas.

Lo que sucede es que este semestre me dije que por qué no va uno a intentar adaptarse, aun siendo crítico con el fundamento falaz de muchas de estas reformas boloñesas. A fe mía que lo he intentado un poco. Cada cual hace lo que puede y a su estilo. Y ahora estoy algo perplejo. Por perplejo, me voy a plantear para otro año una contrarreforma. Dejen que me explique brevemente. Y vaya por delante que quizá algunos fallos han sido míos, por improvisador o por despistado.

Por un lado, lo de la evaluación continua basado en trabajos y ejercicios escritos hay que replanteárselo. Una y no más, Santo Tomás. He pasado buena parte del sábado corrigiendo una de esas prácticas y, de ciento y pocos estudiantes que la habían presentado (sí, tengo matriculados casi ciento sesenta y con estos se supone que vamos a hacer un tratamiento muy personalizado), he cazado a unos quince que habían usado el corta y pega de internet. Y sé que solamente se pilla a los menos hábiles. A lo mejor me pasa por tratar de leer de verdad sus ejercicios. Pero para otro curso eso se va a acabar: no pienso cambiar mi oficio por el de detective o represor de plagiadores inconscientes. Y digo lo de inconscientes porque me apuesto algo a que la mayoría no cae en la cuenta de que es ilícito o poco presentable eso de coser textos ajenos en los que se presentan como propios.

Hombre, sociológicamente es interesante el experimento. No sé si será por virtud del padrecito Google, pero he visto que la mayoría de los que piratean de la red lo hacen de páginas latinoamericanas, concretamente de páginas de revistas latinoamericanas de Derecho. Y, claro, a falta de picardía del estudiantado, caen como moscas al usar expresiones que no suenen leonesas precisamente o al emplear conceptos jurídicos de cultura ajena. ¿Será esto la famosa globalización?

También es apasionante descubrir metapirateos. Uno mete en el buscador la expresión "x", empleada por el estudiante tan pícaro como ingenuo, y se topa con que no hay una página que la utiliza, sino varias. ¿Varías? Sí, se sigue el rastro y se llega primero a un artículo de Fulano que a su vez lo calcó de uno de Mengano que, por su parte, lo copió de Zutano. He visto que unos párrafos de una procesalista de Alicante han sido vilmente fusilados, sin citarla, por supuesto, en varios trabajos que circulan por revistas del mundo. O sea, si los profesores e investigadores lo hacen, cómo no lo van a hacer estos chavales nuestros.

También es muy estimulante la queja que cada tanto algún estudiante presenta por causa su calificación: mire, no estoy de acuerdo con mi nota, porque un compañero le envió un trabajo exactamente igual que el mío y a él le puso más puntos. Tan frescos. Pues me niego a trabajar con ese programa informático que detecta tales copieteos y que en algunas universidades se está promocionando. Sólo faltaba. Muerto el perro, se acabará la rabia: fuera la escritura. Triste, pero es lo que hay. O, mejor: lo que haya de escribirse, se escribe en el aula, en vivo y en directo.

Son anécdotas sabidas, desde luego. Quizá lo más relevante es esto otro, que es experiencia cotejada con los compañeros de este año: las notas son las mismas. Quiero decir que, se evalúe como se evalúe, sea a base de exámenes de los de toda la vida o de variopintos experimentos, si se hace en serio, sale siempre igual: suspenden, aprueban o sacan excelente nota los mismos sujetos.

¿No deberíamos pensar un rato más y volver a preguntarnos si no estamos inventando la pólvora mojada?

8 comentarios:

Antón Lagunilla dijo...

Una curiosidad: ¿existen los exámenes orales en la facultad de Derecho de León?. Caso afirmativo, ¿que tal la experiencia?.
Saludos

Juan Antonio García Amado dijo...

Amigo Antón, los exámenes orales están desapareciendo. No creo que con el sistema de Bolonia nadie vaya a hacer examen oral. Ya con el plan anterior quedaban muy pocos, creo que en León en una sola asignatura de Derecho. En mis tiempos -e imagino que en los suyos- poco menos que la mitad de la carrera era con exámenes horales bastante tremendos.
Los amantes de Bolonia sueñan con un sistema de calificación sin exámenes y con aprobado general. Poco a poco, y a medida que se jubilen los "reaccionarios", se ira imponiendo ese propósito.

Anónimo dijo...

Nota: en aquellas asignaturas donde no existía como tal el examen, (pequeños exámenes, trabajos...), han aportado poco o nada a mis conocimientos jurídicos, y además, como dato curioso los que mejores notas sacaron son los que peores calificaciones obtuvieron en el resto de asignaturas, en aquellas que podríamos denominar "fuertes"...

Ricardo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ricardo dijo...

Profesor García Amado: como estudiante de derecho que soy, el artículo me afecta en 2 sentidos de la palabra, es decir, me concierne y me molesta. Sobre Bolonia, soy de los estudiantes que se curran sus trabajos, que se esfuerzan por resolver los casos y que los disfrutan (aunque a veces disfrutarlos parezca pecado). Se que será duro para los profesores calificar, religiosamente después de la misa de cada domingo cuarenta trabajos o setenta o ciento cincuenta. Pero es lo que hay, el trabajo es carne y hueso; hay lo bueno y también lo malo.
No pretendo hacer una critica a su análisis sobre Bolonia, simplemente me parece es torcida la vara que mide el sistema únicamente desde la perspectiva de los alumnos vagos y no los exitosos. Si despreciamos que haya trabajos realizados bajo la técnica moderna del copy-paste, entonces reconozcamos también que pueden haber grandes soluciones nacidas del puro intelecto de los alumnos, dignos de ser leídos.
Por mi parte, que aspiro mucho (simplemente porque el derecho me apasiona) creo que en la universidad se hace ya muy poco, y debe haber cambios. De «anécdotas sabidas» usted concluye que las notas son las mismas: aprueban y reprueban los mismos por A o por B. Entonces uno y otro sistema son igual de malos (¿o de buenos?). Su perplejidad lo lleva a plantear una contrarreforma ignaciana, volver al viejo plan y al método tradicional.
Para mi, sobre reformas, no hay una más importante que la que sirva para mejorar y mejorar lo obvio. Según usted, lo obvio va por delante así que empecemos por ahí. Ya dijo usted que en todo grupo medianamente numeroso de estudiantes siempre va a haber algunos excelentes, un puñado de muy notables, una mayoría que no destaca ni para bien ni para mal y que sale adelante lo más dignamente que puede y un veinte o treinta por ciento de casos perdidos. Si, esto es lo más obvio, sin importar cuanto cambiemos el sistema siempre habrá todo tipo de escolares. El verdadero error esta entonces en meter en el mismo saco patatas, peras y manzanas; el error esta en medir con la misma vara (de paso, torcida) a todos los estudiantes ¿Qué hacer entonces? Fácil, separemos a las patatas, las peras y las manzanas.
La base del éxito de una universidad es proporcionar a sus estudiantes los medios para alcanzar los mejores resultados, pero los mismos medios no son suficientes para todos y las mismas exigencias no son adecuadas para todos. Me fascina la idea de fundar «colegios de honor» o «clases de honor» para los mejores alumnos, dentro de las facultades, donde solo podrían acceder los mejores y más esforzados. En conclusión, mejores clases, mejores profesores, menos alumnos. Con este sistema, todos felices. El que se conforma con la educación “promedio” se queda en las clases regulares y estará contento con su cartón de licenciado luego de 4 años; por su parte el catedrático sin mucha pasión se contentara en dar clases a estos alumnos; el estudiante de honor recibe la educación que anhela: y el profesor con vocación, se regocija con sus estudiantes (dicho sea de paso que se preocupará menos de que sus educandos incurran en la técnica del “copy-paste” y otras varias conocidas)
En todo caso, iré el próximo semestre a tercero de derecho en la UAM. No lo digo porque espere que sea condescendiente conmigo en su respuesta (si alguna vez llega) ni que sea suave, ni moderado sino que sea lo más duro que pueda: espero caña, caña y más caña. Pero no del tipo de caña que los profesores dan por propio gusto (porque he visto como algunos disfrutan ridiculizando a los futuros abogados del reino) sino para sacar los mejor de sus alumnos; para crear excelencia. Lo digo entonces porque espero que tome en cuenta el conocimiento del que parto, y partiendo de esa «base exponencial» decirme donde esta el limite de mi exponente (si es que lo hay). Esta es la idea detrás de la reforma con la que sueño.
Creo que usted también estaría contento con el sistema, sus filetes tendrán más carnes y menos hueso.

Juan Antonio García Amado dijo...

Estimado Ricardo:
Gracias por su comentario. No tengo caña que darle, pues en el fondo no estoy en desacuerdo. Como creo que las verdaderas reformas, si alguna cabe, tendrían que venir de demandas de los propios estudiantes, me permito hacerle con toda franqueza y sin trampa ninguna alguna pregunta. Póngase en una universidad pequeña y en una facultad de derecho en la que los estudiantes entran sin selección, lo cual es garantía de que se combinen los verdaderos talentos con otros que no saben explicarse a sí mismos por qué aparecieron allí. El grupo es de ciento cincuenta alumnos, de los cuales se dejan ver unos ciento diez. Y ahora, la cuestión: ¿cómo organizaría usted sus enseñanzas? ¿Con qué nivel de exigencia y qué tipo de organización?
Insisto, tengo interés sincero en conocer su opinión, que seguramente me va a parecer muy bien.

Anónimo dijo...

Pues ya que lo pregunta, y aunque no soy Ricardo, me permito contarle como han sido para mi las mejores asignaturas de mi carrera de derecho.

Para empezar. Un programa claro y tres o cuatro manuales, un tipo de examen sencillo con una puntuación bien explicada. El nivel de exigencia...quizás esto sea lo mas dificil. Depende de la asignatura, del curso en que se imparta... Otra opción que se que usa mucha gente es aprobar por porcentajes, aunque no acaba de convencerme.

Unas buenas clases en las que se explique mas o menos todo el temario, con tiempo para preguntas y discusiones. Si no da tiempo, reducir el temario a examinar, porque no es culpa de los alumnos que se reduzcan horas sin reducir contenidos.

Que quien quiera pueda presentarse a un examen a final de curso, o del cuatrimestre, y aprobase solo con eso. Asi, quien realmente solo quiere pasar la asignatura (cosa muy legitima, porque no a todo el mundo le gustan todas las materias, aunque le interese su carrera) simplemente se la estudia por su cuenta.

Que quien quiera vaya a clase y haga, a lo largo del curso, un trabajo o varios casos prácticos que suban nota (de forma que uno pueda aprobar con un siete, por ejemplo) o que sirvan para eliminar materia del examen.

No hace falta que sean semanales, y si no son obligatorios seguro que tiene muchos menos que corregir. Ahora, ofreciendo tutorías y realizandolas efectivamente, aunque nunca vaya nadie. Por si acaso.

También puede ofrecer exámenes parciales, casos para resolver en casa o cosas asi. Power Point, exposiciones, defensas publicas. Lo que se le ocurra.

Pero que no sean obligatorios y que no permitan aprobar sin examen: asi se consigue que las hagan solo quienes realmente están interesados. Ni usted ni los alumnos se ven abocados a perder el tiempo con cosas que no les interesan.

Y, en mi opinión, puntuar la asistencia o, peor aún, hacerla obligatoria, solo sirve para llenar las aulas de gente que no querría estar allí.

Espero que le parezcan interesantes mis propuestas.

unnombrealazar dijo...

>>> Quiero decir que, se evalúe como se evalúe, sea a base de exámenes de los de toda la vida o de variopintos experimentos, si se hace en serio, sale siempre igual: suspenden, aprueban o sacan excelente nota los mismos sujetos.

Es muy probable que, si les pidiera a sus alumnos de Derecho un análisis crítico sobre Garcilaso de la Vega, las notas seguirían siendo casi las mismas. El brillente acostumbra a serlo en múltiples dominios, lo mismo que torpe generaliza su torpeza. Pero imagino que no por ello evaluaría usted a sus alumnos con algo que no tiene nada que ver con aquello sobre lo que les está formando.

La cuestión no es únicamente si diferentes sistemas de evaluación producen resultados comparables, sino si los diferentes sistemas de evaluación permiten alinear mejor lo que queremos como profesores y lo que conseguimos de nuestros alumnos.

A mí, por ejemplo, se me daban bien tanto los exámenes test como los trabajos en los que profundizar sobre un tema. Pronto aprendí que para un examen test era mala idea leer de más. Si uno miraba más allá de apuntes y libros básicos de referencia, podía tener problemas a la hora de escoger entre tres o cuatro alternativas excluyentes por pregunta. Dejé de leer. Tanto exámenes test como trabajos me colocaban en la parte alta de las notas, pero con resultados de aprendizaje bien diferentes.