En un buen periódico de Derecho, el Diario La Ley, leo hoy una crónica que me deja estupefacto, tanto por su contenido como por su estilo. Es de la corresponsalía en Galicia de tal publicación y se titula “El Parlamento gallego: 64 leyes en cuatro años”. Aunque la vida parlamentaria autonómica no me llama mayormente la atención y pese a que la legislación de las Comunidades Autónomas no es objeto habitual de mi curiosidad, pues, ya metidos en gastos, más entretenido resulta leer el horóscopo de uno y más útil la consulta del Calendario Zaragozano, ese titular me llenó de dudas y al texto correspondiente me fui. Con los resultados esperables: perplejidad y urgencias de excusado.
Lo de las sesenta y cuatro leyes se presenta como un logro sin par, un récord encomiable, una pasada portentosa. Vamos, como cuando los paisanos del bar contaban aquellas hazañas de diez polvos en una noche, con una leve interrupción para orinar y una paradiña para tomarse un bocadillo de sardinas en escabeche. La machada legislativa, la hormona normativa hipertrofiada, la incontinencia legal elevada a virtud, priapismo parlamentario. Los parlamentos de las Comunidades Autónomas retándose a ver quién legisla más largo o quién lanza a mayor distancia los articulados, y hasta pisándose las competencias en pleno celo reglamentario. Ejemplar del todo. Y barato. Extraordinariamente útil para la sociedad. Y lo mejor de todo: así, con esa productividad, el pueblo llano se allana y no pregunta que para qué coño o carallo les hace falta un parlamento y todo ahí al lado de la parroquia, según vas para el estadio, con lo que come esa gente y lo poco que tiene que hacer. Quiá, trabajan a destajo, legislan sobre lo divino y lo humano y, especialmente, lo infrahumano.
¿Que sobre ese particular ya dispone de legislación sobrada el Estado o que para qué vamos a ponernos ahora a redactar un texto articulado sobre aparatos de escucha y grabación de las aves boscosas emboscadas o sobre responsabilidad sostenible de la Administracion local por lesiones causadas con ocasión de tropezones de ciudadanos extracomunitarios en adoquines deficientemente adheridos al suelo, cada uno con su exposición de motivos y unas disposiciones transitorias en las que se modifica en régimen de circulación de autobuses urbanos en Lalín y su comarca o la indumentaria laboral para la extracción de las ostras de Arcade? Fachas. Los que dicen eso son unos fachas y unos antipatriotas y unos vegetarianos culiapretados. Y punto. Habrá cosa más bonita y más práctica que un parlamento autonómico despendolado y a la caza de la norma sin hacer o de la ley rota necesitada de unos retales transitorios por vía de urgencia.
La cosa es así, tal como narra el avezado cronista entusiasta. En lo que va de legislatura galaica han caído ya cuarenta y un leyes, pero de aquí a que se acabe el mandato de los parlamentarios celtas llegarán otras veintitrés, a golpe de viagra parlamentaria. Miren qué prosa estimulante y de qué manera la legalidad cobra vida en la pluma eximia del gacetillero entregado:
“Una parte considerable de esta cosecha legislativa no corresponde a leyes nuevas, sino que obedece a distintas modificaciones de otras anteriores. Algunas de ellas habían perdido su sentido original o estaban bastante desfasadas. Otras habían mostrado sus carencias o, cuando menos, varias lagunas que exigían su adaptación y puesta al día. En ningún caso, sin embargo, tienen porqué considerarse leyes menores aquellas que surgen como fruto de una revisión o relectura (...) Junto a todas esas modificaciones legislativas de rango superior, que la Cámara gallega ha encarrilado desde 2009, también se han aprobado varias leyes muy importantes, de gran calado social: Ley de convivencia y participación de la comunidad educativa, Ley de disciplina presupuestaria y sostenibilidad financiera, Ley de racionalización del gasto en la prestación farmacéutica, Ley de prevención del consumo de bebidas alcohólicas en menores de edad, y un largo etcétera”. ¿Quién da más y más bonito?
Y los proyectos de ley que ya se insinúan, turgentes, pujantes, casi saliéndose. Una maravilla. De todos los que en la crónica se mencionan, a mí me entusiasma en particular uno: “La ley de fomento del emprendimiento”. Me encanta el emprendimiento y ansío el momento de emprenderla yo mismo con alguno, a torta limpia si es posible. Me gustaría ser gallego para emprenderla con seguridad jurídica y sin que falte detalle.
Se consuma la evolución social, estalla la hegaliana síntesis superadora, escalamos en los pasos de la teleología cósmica. Del Estado absoluto se pasó al Estado liberal, luego vinieron los llamados Estado social y Estado del bienestar. Ahora se cumple el sino y alcanzamos el Estado ridículo. Espantosamente ridículo. La cagamos, y era de esperar.
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