Resulta que se ha gastado un millón y medio de euros
y se ha molestado a diez mil mujeres para medirlas con el objeto de ¡unificar
las tallas de las españolas!
Más: se ha firmado un convenio entre una comunidad
autónoma, otra heterónoma y el Estado menguante que tenemos para ultimar un
estudio antropométrico de la población femenina y otro parecido entre la
industria de la moda y el (in) competente ministerio para “promover una imagen saludable
de la mujer”. Y, por último, se ha reformado el mundo de los maniquíes de los
escaparates con no sé qué otro diabólico designio.
Y todos: el ministerio y la industria están en
trance de absoluta desesperación porque tamaño ajetreo ha resultado un fracaso
de dimensiones cósmicas: “no ha servido de nada” se lamenta un portavoz con una
voz que no le sale al pobre del cuello de la camisa. Y otro de una organización
de consumidores, que halló diferencias de hasta diez centímetros, constataba el
muy felón esta realidad como una desgracia.
Pues menos mal, señores medidores y uniformadores,
les espetamos desde estas Soserías, lugar donde el buen sentido anida sus
huevos. Naturalmente que las mujeres españolas no se dejan unificar ¡y a mucha
honra! Las mujeres españolas, señores del ministerio y de las fábricas, exhiben
una absoluta y ubérrima disparidad, se enorgullecen de sus ricas y proteicas
diferencias, no se dejan encasillar en moldes ni en formas homogéneas y exhiben
a los cuatro vientos sus hechuras abundantes o moderadas, el caudal de sus
encantos y el torrente invadeable de sus atractivos.
¿Hay algo de malo en ello? En su locura, estos
uniformadores -que deberían estar en la cárcel uniformando la cadencia de sus
días y sus horas- han pretendido clasificar las curvas femeninas en tres tipos:
cilindro, campana o diábolo. Es decir, que habría la mujer cilindro, la mujer
campana y la mujer diábolo. ¡Y un cuerno, caballeros ...! ¿Cómo no hay voces y
ecos y rugidos arremetiendo contra tanto rupestre atropello?
¡La estética sometida a una hoja de contabilidad, a
las devastadoras columnas del debe y del haber! Y todo para que a la industria
les salga más barata la fabricación de blusas, de sujetadores o de chaquetas.
Pues a gastar dinero, señores industriales, y a reconocer que por fortuna se
las tienen que haber con personas, no con maniquíes ni monigotes sino con seres
humanos que no dejan pasar una porque derrochan singularidad, galanura y
majeza. Y gastan la talla de pecho, de cintura y de cadera que les da la real
gana y les conviene.
Cilindro y campana ... ¿Habráse visto mayor
desvergüenza? Estas mediciones son idénticas a las de un orate que tratara de
medir la risa o los cantos o las olas o los besos o las esperanzas ... Por
favor, señor de nuestros avatares ¡que nuestros ojos cansados no alcancen a ver
jamás semejante infortunio!
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