Querido Paco:
Bien está tu llamada a la mesura en las reformas de nuestras facultades de Derecho, tu invitación, incluso, a la resistencia frente a la nueva “frivolité”, la que viene esta vez de Bolonia. Pero sabes muy bien que no hay nada que hacer, que en ese campo todas las batallas están perdidas. Te está costando mucho, como a mí y como a un puñado de colegas entrañables, hacerte a la idea de que la casa donde nos ganamos la vida, la casa de nuestros sueños y nuestra vocación, ésa que comenzaron a edificar nuestros tatarabuelos a base de mucho esfuerzo y mucho estudio, se ha convertido irremisiblemente en un lupanar. Sí, querido Paco, la Universidad se nos ha vuelto una casa de mala vida y eso no hay quien lo pare. Lo único que a unos pocos nos queda es resistir y cocear para que a nosotros no nos metan en el negocio y no nos pongan a ejercer el oficio con los clientes más guarros.
Porque dime, si no, cómo calificaríamos lo que está pasando a nuestro alrededor, creo que en todas las universidades del país. ¿Cómo se ganan los votos nuestros excelsos rectores, por ejemplo? ¿Acaso garantizando una buena calidad de las enseñanzas, el prestigio de los títulos, la mejor cualificación de los profesores? No, vade retro, planteando tales cosas en serio –las palabritas con la boca pequeña y el guiño picarón son otra cosa, coquetería de peripatética, declaraciones de amor eterno en boca de fulana- no se ganan votos ni para rellenar un pocillo de café. En esas elecciones se vence asegurando ascensos a los más mantas, prometiendo cargos inverosímiles a los más inútiles, garantizando al personal de administración y servicios (¡personal de servicios ya parecemos todos!) jefaturas de negociado y nivel no sé cuántos, donando a los estudiantes aprobados por compensación o a cambio de tres etiquetas de bollicao. Como quien dice, abaratando el polvo o regalando el arriendo del cuarto por veinte minutos.
Desengañémonos de una vez, la guerra está perdida y los daños colaterales los seguirán aguantando los que sólo quieran enseñar en serio o investigar como es debido. Iremos de cabeza a esta nueva reforma tontorrona con el mismo entusiasmo oficial con que se acometieron las anteriores. Es una ocasión de oro para nuevos favores y nuevos ajustes de cuentas, para nuevas venganzas. Cada vez que hay oportunidad para una reestructuración de lo que sea, de los planes de estudio, de los títulos, de los departamentos, de las facultades, es ocasión para favorecer a amiguetes, para vender favores, para colocar parientes, para blindar el poder frente a la razón, para intercambiar cromos con los compinches. El que se mueve no sale en la foto, al que protesta se le aísla, al que resiste se le fuerza.
¿Recuerdas cuando la reforma aquella del PP? No era gran cosa, es cierto. Pero hay que ver el cisco que montaron los rectores porque se sorteaban los siete miembros de los tribunales que habían de dirimir los concursos para la habilitación de cátedras y titularidades. Qué espectáculo tan tierno ver a los magníficos y excelentísimos convocando manifestaciones y alzando pancartas en nombre de la autonomía universitaria y la excelencia del saber. Y nadie se engañaba sobre los verdaderos móviles, lo que les molestaba era el riesgo de que no se hicieran con esas plazas sus protegidos o los mantenidos de sus amigos. Y eso que la misma norma contra la que protestaban se ocupaba de asegurar que en ninguna Universidad se hiciera con puesto de funcionario docente ninguno que sus mandos no quisieran. Pero no bastaba ese control negativo, pues se trata de procurar otra cosa, se trata de que los que asciendan en cada lugar sean exactamente los que quienes manden en cada universidad señalen con su imperial dedo. Por eso no han parado hasta cambiar la ley y ahora, por fin, lo van a conseguir, gracias al nuevo sistema. Ahora habrá una comisioncita -que la ley no dice cómo se elige, pues queda ese asunto menor pendiente de desarrollo reglamentario, fíjate qué democrático todo- que va a habilitar, sin luz ni testigos, a todo el que lo solicite, pera que ya, siendo candidatos habilitados todos los posibles, sea cada Universidad la que promocione a los suyos, a los dóciles, a los fáciles, a los que se dejen hacer y le den gustito al que les paga.
Iremos a esta nueva reforma frívola que viene de Bolonia (¡de Bolonia, nada menos, con lo que significa ese nombre en la historia de las universidades!) de cabeza y marcando el paso de tres en fondo, nos esforzaremos por ser los primeros en estar a la moda y nos revestiremos de nuevas comisiones, grupos, juntas, reuniones, proyectos, borradores, libros blancos y de colorines, con mucho power point y mucha lírica chusca y facilona. Como esos nuevos ricos que visten de marca sin haber aprendido antes a combinar los colores ni a lavarse los sobacos. Haremos felices a esos padres que quieren ver con título bajo el brazo a sus torpes hijitos malcriados, llenaremos de gozo a tanto estudiante que no quiere aguantar explicaciones de una hora ni leer libro ninguno ni pararse a pensar en nada que no sean los juanetes de Ronaldo o el anillo besuqueado de Raúl. Eso sí, nuestro silencio lo comprarán computándonos como horas de docencia las pasadas en fantasmagóricas tutorías a solas y declarando profesores ejemplares a los que vayan a clase a leer en voz alta los periódicos o a pedir a sus alumnos que busquen en internet información sobre el comercio de remolacha en Uzbequistán. Todo muy mono y apañado, muy de diseño, muy a la medida de los más lerdos.
Esos alemanes que mencionas en tu escrito quedarán como unos reaccionarios, unos conservadores sin escrúpulos, unos nostálgicos del saber autoritario y antidemocrático. Aquí somos de otra manera, somos modernos y muy chulis, democratizamos la ciencia, popularizamos el aprendizaje, somos la mismísima monda. Ampliaremos los salones, pondremos más luces rojas, cambiaremos los viejos camastros por camas de agua y enriqueceremos nuestras prestaciones con masajes de nueva gama.
Y el que quiera investigar o darse con propiedad a la ciencia, que lo haga en su casita. Al fin y al cabo, no hace tanto que un rector dijo en público que la investigación es cosa personal de cada uno y que aquí nos pagan para otra cosa. La virtud universitaria, querido Paco, ya no es una virtud pública. Lo público es aquello otro. Toca pasar a la clandestinidad. Y en público, cerrar los ojos y apretar los puños. Al fin y al cabo, si te mentalizas y te acostumbras, dejará de dolerte tanto.
Bien está tu llamada a la mesura en las reformas de nuestras facultades de Derecho, tu invitación, incluso, a la resistencia frente a la nueva “frivolité”, la que viene esta vez de Bolonia. Pero sabes muy bien que no hay nada que hacer, que en ese campo todas las batallas están perdidas. Te está costando mucho, como a mí y como a un puñado de colegas entrañables, hacerte a la idea de que la casa donde nos ganamos la vida, la casa de nuestros sueños y nuestra vocación, ésa que comenzaron a edificar nuestros tatarabuelos a base de mucho esfuerzo y mucho estudio, se ha convertido irremisiblemente en un lupanar. Sí, querido Paco, la Universidad se nos ha vuelto una casa de mala vida y eso no hay quien lo pare. Lo único que a unos pocos nos queda es resistir y cocear para que a nosotros no nos metan en el negocio y no nos pongan a ejercer el oficio con los clientes más guarros.
Porque dime, si no, cómo calificaríamos lo que está pasando a nuestro alrededor, creo que en todas las universidades del país. ¿Cómo se ganan los votos nuestros excelsos rectores, por ejemplo? ¿Acaso garantizando una buena calidad de las enseñanzas, el prestigio de los títulos, la mejor cualificación de los profesores? No, vade retro, planteando tales cosas en serio –las palabritas con la boca pequeña y el guiño picarón son otra cosa, coquetería de peripatética, declaraciones de amor eterno en boca de fulana- no se ganan votos ni para rellenar un pocillo de café. En esas elecciones se vence asegurando ascensos a los más mantas, prometiendo cargos inverosímiles a los más inútiles, garantizando al personal de administración y servicios (¡personal de servicios ya parecemos todos!) jefaturas de negociado y nivel no sé cuántos, donando a los estudiantes aprobados por compensación o a cambio de tres etiquetas de bollicao. Como quien dice, abaratando el polvo o regalando el arriendo del cuarto por veinte minutos.
Desengañémonos de una vez, la guerra está perdida y los daños colaterales los seguirán aguantando los que sólo quieran enseñar en serio o investigar como es debido. Iremos de cabeza a esta nueva reforma tontorrona con el mismo entusiasmo oficial con que se acometieron las anteriores. Es una ocasión de oro para nuevos favores y nuevos ajustes de cuentas, para nuevas venganzas. Cada vez que hay oportunidad para una reestructuración de lo que sea, de los planes de estudio, de los títulos, de los departamentos, de las facultades, es ocasión para favorecer a amiguetes, para vender favores, para colocar parientes, para blindar el poder frente a la razón, para intercambiar cromos con los compinches. El que se mueve no sale en la foto, al que protesta se le aísla, al que resiste se le fuerza.
¿Recuerdas cuando la reforma aquella del PP? No era gran cosa, es cierto. Pero hay que ver el cisco que montaron los rectores porque se sorteaban los siete miembros de los tribunales que habían de dirimir los concursos para la habilitación de cátedras y titularidades. Qué espectáculo tan tierno ver a los magníficos y excelentísimos convocando manifestaciones y alzando pancartas en nombre de la autonomía universitaria y la excelencia del saber. Y nadie se engañaba sobre los verdaderos móviles, lo que les molestaba era el riesgo de que no se hicieran con esas plazas sus protegidos o los mantenidos de sus amigos. Y eso que la misma norma contra la que protestaban se ocupaba de asegurar que en ninguna Universidad se hiciera con puesto de funcionario docente ninguno que sus mandos no quisieran. Pero no bastaba ese control negativo, pues se trata de procurar otra cosa, se trata de que los que asciendan en cada lugar sean exactamente los que quienes manden en cada universidad señalen con su imperial dedo. Por eso no han parado hasta cambiar la ley y ahora, por fin, lo van a conseguir, gracias al nuevo sistema. Ahora habrá una comisioncita -que la ley no dice cómo se elige, pues queda ese asunto menor pendiente de desarrollo reglamentario, fíjate qué democrático todo- que va a habilitar, sin luz ni testigos, a todo el que lo solicite, pera que ya, siendo candidatos habilitados todos los posibles, sea cada Universidad la que promocione a los suyos, a los dóciles, a los fáciles, a los que se dejen hacer y le den gustito al que les paga.
Iremos a esta nueva reforma frívola que viene de Bolonia (¡de Bolonia, nada menos, con lo que significa ese nombre en la historia de las universidades!) de cabeza y marcando el paso de tres en fondo, nos esforzaremos por ser los primeros en estar a la moda y nos revestiremos de nuevas comisiones, grupos, juntas, reuniones, proyectos, borradores, libros blancos y de colorines, con mucho power point y mucha lírica chusca y facilona. Como esos nuevos ricos que visten de marca sin haber aprendido antes a combinar los colores ni a lavarse los sobacos. Haremos felices a esos padres que quieren ver con título bajo el brazo a sus torpes hijitos malcriados, llenaremos de gozo a tanto estudiante que no quiere aguantar explicaciones de una hora ni leer libro ninguno ni pararse a pensar en nada que no sean los juanetes de Ronaldo o el anillo besuqueado de Raúl. Eso sí, nuestro silencio lo comprarán computándonos como horas de docencia las pasadas en fantasmagóricas tutorías a solas y declarando profesores ejemplares a los que vayan a clase a leer en voz alta los periódicos o a pedir a sus alumnos que busquen en internet información sobre el comercio de remolacha en Uzbequistán. Todo muy mono y apañado, muy de diseño, muy a la medida de los más lerdos.
Esos alemanes que mencionas en tu escrito quedarán como unos reaccionarios, unos conservadores sin escrúpulos, unos nostálgicos del saber autoritario y antidemocrático. Aquí somos de otra manera, somos modernos y muy chulis, democratizamos la ciencia, popularizamos el aprendizaje, somos la mismísima monda. Ampliaremos los salones, pondremos más luces rojas, cambiaremos los viejos camastros por camas de agua y enriqueceremos nuestras prestaciones con masajes de nueva gama.
Y el que quiera investigar o darse con propiedad a la ciencia, que lo haga en su casita. Al fin y al cabo, no hace tanto que un rector dijo en público que la investigación es cosa personal de cada uno y que aquí nos pagan para otra cosa. La virtud universitaria, querido Paco, ya no es una virtud pública. Lo público es aquello otro. Toca pasar a la clandestinidad. Y en público, cerrar los ojos y apretar los puños. Al fin y al cabo, si te mentalizas y te acostumbras, dejará de dolerte tanto.
3 comentarios:
¿No resulta un poco contradictorio: "pasar a la clandestinidad.... y en público cerrar los puños"?
Me gusta más su estilo irónico (por ejemplo, el de su artículo en La Nueva España el fin de semana pasado), aunque comprendo que una carta abierta es una carta. Pero prefiero a los que advierten que no hay tal retablo de las maravillas o que el rector, perdón, el rey está desnudo.
Hostias, la CRUE en bloque al desnudo. Justo lo que necesitaba después de las lentejas cuarteleras... Rosmene: esta se la guardo.
Solamente creo que usted se centra mucho en la manera de dar clase. No veo mal que se enseñe con otras metodologías y que el alumnado aprenda , en parte, a través de internet, de busca aqui y allá... Por lo demás tiene usted más razón que un santo. Las tutorías en realidad ¿para qué?, si solo suben a preguntar cosas el día antes del exámen...Sí, la verdad es que es bastante triste.
Está claro que en la Universidad los únicos doctores que queden sean los que curan la titulitis, y los únicos alumnos, aquellos que aún tengan claras las coordenadas del esfuerzo y del saber (es decir, un uno por mil, y bajando).
Si resulta que para que acudan a un ciclo de conferencias hay que darles un crédito, y aún asi andan regateando la asistencia...manda cojones!. En otro lugar son precisamente los alumnos los que demandan u organizan las conferencias.
Pero ya se sabe, si trabajas para la Universidad, aunque seas el que repara las cañerías, eres muy respetable. No digamos si eres profesor. Y luego resulta que hay en mi pueblo verdaderos eruditos que pasarán al olvido y nunca cobrarán tanto como los futuros licenciados a los que sólo les falta quemar libros.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Menuda mierda!!!!!!!!!!!!!
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