Hoy viene en el diario alemán Die Welt una noticia preocupante, al menos para eso que se llama la sensibilidad occidental actual, si es que algo va quedando de tal cosa, algo más que un vestigio de una civilización que se agota, bajo las acometidas simultáneas de relativistas culturales y nostálgicos de teocracias y poderes sin freno. Cuenta ese periódico que, según los resultados de una encuesta entre estudiantes de las universidades turcas, más del treinta por ciento de éstos aprueba sin reservas que las familias maten a las mujeres que hayan mancillado su honor, el honor de sus familias. Y ya sabemos cómo causan las pobres damas tal daño, por ejemplo teniendo relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio. La maté porque era mía, dicen las familias, y yo, familia, tengo un honor que está muy por encima de cualquier pecaminosa y perversa pretensión de autodeterminación personal y sexual de las mujeres y que sufre gravemente cuando éstas hacen de su capa un sayo y de su cuerpo un ejercicio de libertad. Treinta por ciento de los universitarios turcos están de acuerdo, repito. Qué pensaremos de lo que opinarán los que tienen menor formación o están más inapelablemente sometidos a las tradiciones, los usos atávicos y los clérigos. Al parecer, la noticia la dio originariamente el periódico turco Hürriyet, que lleva dos años en campaña contra el maltrato de la mujer en Turquía.
Lo gracioso del caso es que, según el periódico –que a lo mejor es tendencioso o parcial en la manera de dar la noticia, no excluyamos esa posibilidad-, la voz de alarma no la han dado en Alemania los grupos feministas o las ONGs que defienden los derechos humanos, sino la ministra alemana para la Integración, que milita en el partido demócrata-cristiano (CDU). Otro indicio del desconcierto presente, los políticos conservadores convertidos en adalides de los derechos de la mujer, frente a tanto silencio, a tantas dudas o a tantos miedos de muchos progres de multiculturalismo estrábico.
Parece de cajón que desde nuestra cultura de los derechos humanos, de la autonomía del individuo y de la igualdad entre los sexos, conquistas de siglos a base de sangre, sudor y lágrimas, y conquistas aún incompletas, deberíamos, todos a una, alzarnos en campaña por la implantación universal de tales valores y derechos, si es que aún creemos en ellos, fortalecer los mecanismos para su propagación, pergeñar serias estrategias para su difusión, esforzarnos en la afirmación de estas virtudes y ahondar en la educación para el respeto a todo individuo, comenzando por nuestras escuelas y nuestras universidades. Pero, claro, para eso deberíamos tener cubiertas nuestras propias espaldas, que están quedando al aire; y nuestras propias vergüenzas también. Nuestra casa sin barrer. Pues mal podemos hacer la apología de los derechos humanos y de su suprema valía si por aquí nos dedicamos a tolerar y hasta legalizar la tortura o a dar por buenos ciertos exterminios en nombre de fantasmagóricas seguridades estratégicas o económicas, por ejemplo. Y en este asunto son los partidos conservadores los que mejor arropan las vulneraciones de los derechos humanos, eso parece claro.
La defensa de todos los derechos humanos básicos, comenzando por los derechos de libertad e integridad personal, debería ser entre nosotros objeto de un acuerdo suprapolítico y entre todos los partidos decentes. Sólo de esa forma podremos pretender eficazmente y sin abuso su extensión a otras culturas. Y sin dar malos ejemplos.
Lo gracioso del caso es que, según el periódico –que a lo mejor es tendencioso o parcial en la manera de dar la noticia, no excluyamos esa posibilidad-, la voz de alarma no la han dado en Alemania los grupos feministas o las ONGs que defienden los derechos humanos, sino la ministra alemana para la Integración, que milita en el partido demócrata-cristiano (CDU). Otro indicio del desconcierto presente, los políticos conservadores convertidos en adalides de los derechos de la mujer, frente a tanto silencio, a tantas dudas o a tantos miedos de muchos progres de multiculturalismo estrábico.
Parece de cajón que desde nuestra cultura de los derechos humanos, de la autonomía del individuo y de la igualdad entre los sexos, conquistas de siglos a base de sangre, sudor y lágrimas, y conquistas aún incompletas, deberíamos, todos a una, alzarnos en campaña por la implantación universal de tales valores y derechos, si es que aún creemos en ellos, fortalecer los mecanismos para su propagación, pergeñar serias estrategias para su difusión, esforzarnos en la afirmación de estas virtudes y ahondar en la educación para el respeto a todo individuo, comenzando por nuestras escuelas y nuestras universidades. Pero, claro, para eso deberíamos tener cubiertas nuestras propias espaldas, que están quedando al aire; y nuestras propias vergüenzas también. Nuestra casa sin barrer. Pues mal podemos hacer la apología de los derechos humanos y de su suprema valía si por aquí nos dedicamos a tolerar y hasta legalizar la tortura o a dar por buenos ciertos exterminios en nombre de fantasmagóricas seguridades estratégicas o económicas, por ejemplo. Y en este asunto son los partidos conservadores los que mejor arropan las vulneraciones de los derechos humanos, eso parece claro.
La defensa de todos los derechos humanos básicos, comenzando por los derechos de libertad e integridad personal, debería ser entre nosotros objeto de un acuerdo suprapolítico y entre todos los partidos decentes. Sólo de esa forma podremos pretender eficazmente y sin abuso su extensión a otras culturas. Y sin dar malos ejemplos.
Hágase una encuesta entre nuestros universitarios para ver cuántos aprueban la tortura o la detención sin garantías de los que al gobierno de turno le parezcan meramente sospechosos de terrorismo, y a lo peor nos llevamos sorpresas difíciles de digerir.
Al paso que muchas cosas van, acabaremos nosotros pareciéndonos más a esos turcos que ellos a nosotros. Qué pena.
4 comentarios:
Estimadísimo presidente Ahmidenayab, hoy al ver fotos suyas publicadas en la prensa vuelve a subir mi interés por Vd.
Entre tu gente, orando sencillamente, sin vestiduras, ni 15 cocineros, sin necesidad de asesor de imagen que te diga como has de vestir y la sonrisa que debes llevar o si es mejor tal ropaje en tal ocasión, sencillo frente a tu Alá y entre tu pueblo.
Ojalá no se equivoque Vd nunca y se limite a regir los destinos de su pueblo con el sentimiento profundo de ser uno más entre su gente que ha sido elegido para presidirlos como un igual, no un primus inter pares sino el que quieren los demás que seas respecto de ellos y en cierto momento histórico concreto.
Déjese de destrucciones y siga dando ejemplo para que los líderes, que nombre, occidentales aprendan de Vd a estar cercanos a sus ciudadanos.
Que todo el buen rollo del mundo sea contigo.
¿Torturas? ¿Detenciones sin garantías? ¡Ah, sí! Es lo que el según usted espléndido gobierno de González hacía a vecinos vascos, verdad?
Los PUEBLOS no necesitan la maldita ideología revolucionaria francesa para respetar la dignidad de las personas.
Los "derechos humanos" no son más que un vergonzoso resumen de un libro de derecho consuetudinario canónico francés. Y, por ejemplo, el pueblo catalán tenía un derecho paralelo histórico a aquel consuetudinario francés.
Así que dejen de propagar esas guarradas revolucionarias. Tras los que se parapetan los admiradores de los fantásticos años del gobierno de González y muchísimas otras carnicerías.
Que importa la procedencia de los derechos humanos. Lo que importa es que sirvan para algo.
Lo importante de los derechos no son su utilidad sino que son derechos.
Publicar un comentario