Anoche un servidor se hallaba cómodamente tumbado en el sofá, con un vasito de orujo blanco en una mano y en la otra el mando a distancia del televisor, sumido en el etílico zapeo que lleva al sueño. Y hete aquí que voy a dar con Mira quien baila, ese programa eterno y omnipresente en el que aparece una presentadora que unas veces está de rechupete y otras parece la prima pobre de la ministra de educación. Total, que el programa ya terminaba y andaban repasando las actuaciones de los famosos que competían con sus danzarinas artes, casi todos desconocidos para mí. Y ahí vemos a un señor ciego cuya cara me sonaba levemente y que resultó ser Serafín no sé qué, dicen que cantante y que representó a España una vez en el festival de Eurovisión, festival que demuestra anualmente que una Europa unida puede ser tan hortera y cutre como una parroquia entera construida por El Pocero.
Tuve una intuición certera al ver que concursaba el ciego Serafín y me quedé un rato esperando el desenlace de la competición, mientras me administraba otra pequeña dosis del digestivo brebaje. Pues resulta que la democracia ha llegado a las televisiones y que todo tipo de torneos se resuelven mediante el voto telefónico de espectadores de pago. Y ya se sabe como vota el personal, en estos casos y en todos. Primero a los del propio pueblo. A continuación a los graciosos de las pelotas. Luego a los patosos. Después a las gordas. Y, por último, al que cante o baile medianamente bien. Ah, pero esta vez había un invidente, que es lo mismo que un ciego, pero en expresión de locutor progre. Y, claro, el personal se volcó con él. A ver.
Volví a contemplar las imágenes del buen hombre bailando a oscuras y resultaban patéticas en grado sumo. ¡Cómo pudo prestarse a eso! ¡Por qué no protesta la ONCE! ¿No era éste un país la mar de avanzado y políticamente correcto? ¿No castigó una vez la autoridad a una discoteca que organizaba lanzamientos de enanos? ¿Por qué no le meten un multón a TVE por aprovecharse así de las incapacidades y la osadía de la gente sin luces?
Pero, en fin, allá se las componga el ciego Serafín y que baile lo que quiera para estimular compasiones y recaudar euros. Yo me quedé contento, pues vi la luz, di con la explicación para el misterio que me acongojaba desde hace tiempo y que se reducía a la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que en este país ganen elecciones generales cretinos ignorantes y frescos como Aznar o Zapatero? Y, ¡zas!, ahí está la respuesta: porque el personal vota en política igual que en Mira quien baila y se solaza al comprobar que un ciego puede triunfar en un concurso de baile, un afásico en un certamen de cante o un necio analfabeto en la competición democrática para presidente del gobierno. Ni más ni menos. Es una forma de consolarse pensando que aquí cualquiera puede llegar cualquier cosa, de animarse con la convicción de que no hace falta ni estudiar ni trabajar honestamente para trincar de lo lindo, de castigar a los que poseen mejor arte o intelecto más cultivado y de ejercer aquella soberbia forma de dominación que se expresa en el viejo dicho de que donde pago, cago. Al pueblo le gusta poner en lo más alto de la política a los individuos culturalmente más zafios y éticamente más esquivos. Así es como podemos entender también que en tantos ayuntamientos hayan ganado las pasadas elecciones acreditadísimos ladrones y corruptos de cinco estrellas.
El ciego Serafín, con sus pasos desastrados y su postiza sonrisa es la metáfora perfecta de un pueblo que ve la democracia política como un concurso televisivo más, ejerce su soberanía a base de pedorretas y se instala en firme confianza de que aquí no pasa nada, tío. Ya veremos.
Tuve una intuición certera al ver que concursaba el ciego Serafín y me quedé un rato esperando el desenlace de la competición, mientras me administraba otra pequeña dosis del digestivo brebaje. Pues resulta que la democracia ha llegado a las televisiones y que todo tipo de torneos se resuelven mediante el voto telefónico de espectadores de pago. Y ya se sabe como vota el personal, en estos casos y en todos. Primero a los del propio pueblo. A continuación a los graciosos de las pelotas. Luego a los patosos. Después a las gordas. Y, por último, al que cante o baile medianamente bien. Ah, pero esta vez había un invidente, que es lo mismo que un ciego, pero en expresión de locutor progre. Y, claro, el personal se volcó con él. A ver.
Volví a contemplar las imágenes del buen hombre bailando a oscuras y resultaban patéticas en grado sumo. ¡Cómo pudo prestarse a eso! ¡Por qué no protesta la ONCE! ¿No era éste un país la mar de avanzado y políticamente correcto? ¿No castigó una vez la autoridad a una discoteca que organizaba lanzamientos de enanos? ¿Por qué no le meten un multón a TVE por aprovecharse así de las incapacidades y la osadía de la gente sin luces?
Pero, en fin, allá se las componga el ciego Serafín y que baile lo que quiera para estimular compasiones y recaudar euros. Yo me quedé contento, pues vi la luz, di con la explicación para el misterio que me acongojaba desde hace tiempo y que se reducía a la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que en este país ganen elecciones generales cretinos ignorantes y frescos como Aznar o Zapatero? Y, ¡zas!, ahí está la respuesta: porque el personal vota en política igual que en Mira quien baila y se solaza al comprobar que un ciego puede triunfar en un concurso de baile, un afásico en un certamen de cante o un necio analfabeto en la competición democrática para presidente del gobierno. Ni más ni menos. Es una forma de consolarse pensando que aquí cualquiera puede llegar cualquier cosa, de animarse con la convicción de que no hace falta ni estudiar ni trabajar honestamente para trincar de lo lindo, de castigar a los que poseen mejor arte o intelecto más cultivado y de ejercer aquella soberbia forma de dominación que se expresa en el viejo dicho de que donde pago, cago. Al pueblo le gusta poner en lo más alto de la política a los individuos culturalmente más zafios y éticamente más esquivos. Así es como podemos entender también que en tantos ayuntamientos hayan ganado las pasadas elecciones acreditadísimos ladrones y corruptos de cinco estrellas.
El ciego Serafín, con sus pasos desastrados y su postiza sonrisa es la metáfora perfecta de un pueblo que ve la democracia política como un concurso televisivo más, ejerce su soberanía a base de pedorretas y se instala en firme confianza de que aquí no pasa nada, tío. Ya veremos.
3 comentarios:
Es cierto: la democracia ha llegado a las televisiones, y allí se ha quedado.
Las nuevas tecnologías han posibilitado que diariamente votemos sobre las cuestiones más intrascendentes imaginables, sobre chuminadas campestres varias, y en cambio su potencial no se utiliza (todavía) para las cuestiones de auténtico interés.
¿ Alguien puede entender que se pueda participar en la decisión de que petardo-a debe abandonar la casa de Gran Hermano y no se pueda en la decisión de si entramos o no en guerra, del modelo de inmigración, del modelo urbanístico de la ciudad donde reside, etc, etc... ?
No tengas miedo Democracia, por favor cambia ya de Tercio; yo al menos lo necesito; te me quedas un poquito corta guapa, toma ejemplo de tu prima Suiza
Coge a tu hermana Soberanía, que vive; o reside; en el pueblo ese tan apartado y veniros para aquí, para que nos vayamos conociendo mejor.
Respecto a Serafín Zubiri, quiero decir que me parece un ejemplo de superación personal.
Aquí podéis ver los mejores momentos del Zubiri. Conste que yo nunca he podido etcétera (o no demasiado).
En la presente edición de Gran Hermano también hay una mujer ciega (o casi).
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