22 septiembre, 2007

Ciudadanos

Anoche estuve en la presentación del partido Ciudadanos en León. Ha echado a andar aquí con un puñado de entusiastas y a promocionar la agrupación y a exponer sus planteamientos venía la directiva catalana del partido, encabezada por Albert Rivera. En la sala había treinta y tantas personas con la consabida tendencia a la parrafada larga. Los organizadores quedaron encantados, al parecer.
Lo primero en que me fijo en estas ocasiones es en el tipo de uniforme que lucen los ponentes y en la pinta general que gastan. Hay una imagen PP, por ejemplo, igual que hay una imagen IU o PSOE, con tendencia a la reproducción en serie y hasta la clonación. Los seis dirigentes de Ciudadanos sentados en la mesa parecían de la Liga de los Sin Bata, cada uno iba a su bola, indumentariamente hablando. Uno con traje y corbata naranja sobre inmaculada camisa blanca, otro con larga melena rizada recogida en cola de caballo y camiseta raída, dos en mangas de camisa oscura y con fuerte toque proletario y Rivera con americana sobre camisa informal y sin corbata, con vaqueros. La media de edad era sorprendentemente baja. Todo ello me gustó de mano.
La oratoria la tienen aún un poco recia y se les nota faltos de emociones mitineras. Hablan con tanta convicción, que se van calentando seriamente a medida que pasan los minutos, y uno comienza a temer enseguida que se pasen de frenada. Desde luego, no se andan con contemplaciones y apuntan rápidamente a la yugular. A costa del leonesismo y de esa propuesta que por aquí circula para que se enseñe “llionés” en las escuelas comenzaron haciendo bromas y acabaron cebándose. Con toda la razón, pues los que aquí vivimos sí que podemos con rotundidad afirmar que jamás de los jamases hemos visto a ningún leonés que hable llionés, aunque algunos usen cuatro palabras de esa imaginaria lengua para hacer pintadas o pillar concejalía de urbanismo.
El discurso de Rivera y compañía es marcadísimamente antinacionalista, esto es, opuesto a nacionalismos como el catalán, el vasco o el español. Sostienen con fuerza que los derechos los tienen las personas, los ciudadanos, y no las lenguas o los territorios. Dice mucho de los tiempos que corren el hecho de que afirmaciones tan evidentes y de tan puro sentido común resulten hoy en día poco menos que osadas proclamas revolucionarias, de tanto farsante como va por ahí dando a las tierras o a las tradiciones derechos, como un bonito truco para engatusar a la gente con menos seso.
Protestan los de Ciudadanos contra esa manera de repartir el presupuesto estatal a golpe de cheque para catalanes o andaluces, se quejan de que esta España se ha convertido en un país de tribus y clanes y la tienen tomada con los políticos profesionales, que están -dicen- desangrando nuestra democracia y quitándole sentido a la participación ciudadana con su arribismo y sus pactos muchas veces contra natura. Pintan la vida política actual como vuelta de espaldas al interés general, protagonizada por redes clientelares, especialmente en las comunidades autónomas.
Ansían una reforma de la Constitución para cerrar definitivamente el modelo territorial del Estado y para fijar y atar las competencias estatales y estiman que estatales deben ser las competencias sobre cosas tales como enseñanza o sanidad, para evitar discriminaciones, ineficacias y manipulaciones.
Resulta chocante escuchar tantas veces la palabra España a políticos que se proclaman antinacionalistas. No digo que esté mal, ni mucho menos. Pero es que el término “España” se ha convertido poco menos que en patrimonio del PP, tanto por su afán de apropiárselo como por la dejación cobarde y bobalicona de los que, al otro lado, se dicen progres y no son más que una panda de paletos que negarían hasta a su padre para no parecer “fachas”, que mira tú qué tendrá que ver el culo con las témporas. Estos de Ciudadanos a mí no me parecen fachas en absoluto, aunque alguno se descolgará aquí diciendo que uno de ellos tiene un primo segundo que salió un mes con una concejal del PP en Reus y que hasta se daba besitos con ella. Quieren un Estado más fuerte y eficaz y que ahí es donde los nacionalismos periféricos dañan, en la eficacia y, especialmente, en la solidaridad. Por cierto, me encantó oír que en una pasada campaña electoral en Cataluña los de IU colgaron unos carteles que decían así: “La solidaridad tiene un límite”. Maravillosos esos progres de boquilla y Versace. Si eso es la izquierda, yo soy la reencarnación de Lola Flores.
Insisto, este país se está quedando sin un referente territorial compartido y admitido para la acción política. La única política razonable parece la antinacionalista, pero la incógnita está en cómo quitarle su engañoso prestigio a los nacionalismos llamados periféricos sin caer en otra forma de nacionalismo igual de casposo, el nacionalismo españolista. He dicho igual, igualito; también he dicho casposo, porque a ver quién es el guapo que mantiene que las ideas y la facha de Girón de Velasco o de Licinio de la Fuente no eran exactamente igual de rancias y sebosas que las de Antxo Quintana o Carod Rovira, pongamos por caso.
Durante la cena posterior, a la que asistí, uno de los dirigentes de Ciudadanos planteaba lo difícil que es articular un discurso antinacionalista aquí y ahora. Creo que se refería a ese dilema, a esa estrechez del espacio político e ideológico actual, en el que parece que sólo caben unos nacionalistas o los otros, pero no “ateos”, los descreídos de la formación de cualquier espíritu nacional. A mí me parece que la solución está en un planteamiento declaradamente cosmopolita. Somos ciudadanos del mundo y el valor del Estado, de cualquier Estado, es puramente instrumental: es una herramienta para hacer políticas que permitan una vida digna y satisfactoria a cada vez más gente y con prescindencia creciente del lugar en que se nació o de la lengua que se habla. Frente a los nacionalistas que entifican al Estado a base de hacerlo pura plasmación de la realidad anterior de la nación, sustancia más profunda, el antinacionalista tiene que insistir en que las naciones no son más que productos artificiales, contingentes, que la idea de nación ha desempeñado una función para la aparición del Estado moderno y que ya toca echarla por la borda, en lugar de reproducirla con el celo con que en un museo de cera se copian las facciones de un cadáver.
Un Estado vale por lo que hace, por el papel que cumple para los ciudadanos, no por lo que es como reflejo o manifestación de una esotérica realidad nacional. La base de la lealtad ciudadana al Estado ha de ser ya, en estos tiempos, utilitaria, tan solidaria como calculadora, nunca basada en metafísicas ideas como las de patria, nación o unidad de destino en lo universal. Da igual que ese Estado se llame España o Cataluña, pues lo que cuenta no es el fantasmagórico derecho de un pueblo a su autodeterminación, ya que ni sabemos qué carajo es un pueblo ni nos importa más autodeterminación que la de cada individuo en cuanto persona libre. Lo que a mis ojos antinacionalistas hace mucho más antipático un hipotético Estado catalán o vasco que el presente Estado español es que en España la retórica patriotera se acabó prácticamente con Franco, por mucho que parezca a veces que unos pocos del PP, realmente pocos, están todo el día en el karaoke repitiendo aquellas milongas de antaño. En cambio, esa retórica putrefacta y manipuladora, esa monserga pseudoreligiosa, alienadora de mentes, generadora de egoísmos y propensa a todos los manejos es ahora mismo la propia de los nacionalismos catalán, vasco o gallego. Ahí es donde resucitan Franco y hasta Carl Schmitt, ahí es donde chapotean y marcan el mismo paso fascistoides y pescadores de río revuelto. Por eso a mí esos nacionalismos me dan tanta grima, aunque me importe exactamente un bledo que mañana se independicen Cataluña, Euskadi o Jerez de la Frontera.
Cuando uno se siente más ciudadanos del mundo que europeo, más europeo que español, más español que de su parroquia y más uno mismo que idéntico a los que desfilan con uniforme igual el día de la fiesta nacional que sea, dan mucha lástima esos pobres diablos que sueñan a todas horas con banderas e himnos, con símbolos y consignas, con masas que son tanto más nación cuanto más sientan y se comporten como un rebaño y cuanto más desprecien al distinto, al heterodoxo y al que se sale de la fila con un corte de mangas. Estos nacionalistas habrían sido muy felices en el Munich de 1933 o en el Nuremberg de 1935, seguro.
Dicho de otra manera: para los que tenemos hijos pequeños que pronto irán a la escuela, es una bendición vivir en lugares de este Estado como León o las Castillas, pues nadie les forzará –espero- a cantar himnos, ni siquiera el español, nadie les contará patrañas de héroes locales de pacotilla, nadie se inventará cuentos haciéndolos pasar por historia verídica de una nación eterna dirigida por canallas con bigotito y nadie les obligará a perder el tiempo aprendiendo por narices lenguas que sólo les permitirán comunicarse con cuatro tarugos igual de alienados. Qué mierda de nación es esa en la que hasta la lengua supuestamente identificadora hay que meterla con calzador y por las malas. Una nación muerta en manos de cuatro vivos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si a esa conclusión que llega Vd ya llegó el Fürher, el Reich es el mundo entero, Vd le llama ciudadanos, el Reich los llama camaradas.
Pero da la casualidad de que aquí, en el tiempo que vivimos, no estamos teorizando profesor, sino que hay lo que hemos heredado de la Historia y que tiene una incidencia en el presente y que se basa en egoismos.
Mi egoismo es el siguiente : yo nací en un lugar en el que tengo derecho a residir donde quiera dentro de sus límites, sea un piso enorme la comparación en los cuales no existen tabiques ni puestas sino arcos comunicantes, en base a ello, nadie de los habitantes actuales del piso pueden pretender que los de una estancia no pasemos a la otra, es decir, pretenden poner tabiques y puertas en base a que antes del siglo XV bla,bla,bla... y no lo voy a consentir, porque esas nacionalidades y regiones : Cataluña y tal, son igual mías que del Ripoll Valls más antiguo del lugar.
Vd dice que : " Un estado vale para los ciudadanos por lo que hace..." ¿de qué ciudadanos hablamos? ¿de los que están perdiendo el tiempo delante de un aparato eléctrico viendo como corren unos deportistas detrás de un balón y comentando que gloria que el jugador murió en el campo con la camiseta del Sevilla puesta? ¿de los ciudadanos privilegiados con nóminas de más 3.000 euros mensuales? ¿de los que comen en Cáritas? ¿es que es el Estado el que tiene que hacer por los ciudadanos sin que estos se solidaricen?
Pero sin duda es más convincente la idea de que es más ventajoso un Reich mundial o un Mundo como Vd lo llama, que un sinfín de barrios estado con lengua propia.
Por cierto me puede decir algún amigo del blog qué lengua debe ser la de mi República (Barrio-estado de Santa Marina ex la Real), yo creo que el latín vulgar porque nuestros fundadores fueron la Legio VI y los limites del campamento fundacional coinciden con los limes del barrio-estado aunque bien pensado también nos pertenece un poco del barrio húmedo y un cachín del barrio de San Lorenzo. ¡Uy que ya está liada!

Anónimo dijo...

Como no es lo mío, tiendo a leer filosofía del Derecho en el retrete: ahí me inspiro más. Siempre tengo alguna cosilla ahí, junto al revistero. Algún amigo que haya tenido que mear en casa se habrá hecho ilusiones al ver tu traducción de "El Estado como integración: una problemática de principio", porque la edición es exactamente igual que la de la vieja colección erótica La sonrisa vertical: el mismo color rosa, la viñeta en el centro... pero cuando lo miras de cerca ves el antilibidinoso jeto de don Hans. ¿Quién eligió el formato de la portada, Garciamado? ¿En qué estaría pensando?

Ese libro tiene que ver el post. La posición de don Hans en el debate con Smend no es política (o: es mucho menos política que técnica; o: no quiere ser explícitamente política). Y es más fácil de sostener... en una conferencia. Pero los remedios jurídicos requieren algo más, son sólo modos más toscos de confirmar y proteger instancias previas y más sutiles. Los nacionalistas ahí quieren poner una deidad. El del labio leporino quiere poner una constitución que te contesta cuando le preguntas. Hoy, con toda la que ha caído desde aquel debate, cobra más fuerza la posición pragmática. Hoy autores menos divinos que don Hans, pero más pragmáticos parten de una posición más fuerte (un Habermas, un Häberle... ¡que es discípulo de Smend!).

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¿Adoptará Citadans (rectius: su mainstream, porque ahora andan liados con sus "corrientes internas" y secesiones) esa aséptica y crítica posición anti-alienación patriótica de la que habla Garciamado? Buf... Porque esa posición no arrastra votos. Arrastra votos el anti-nacionalismo concreto: el que se alía con el rechazo al catalufo o al de las Vascongadas. Lo otro no (¿ven ustedes en los medios tanta crítica a Coalición Canaria o al Bloc valenciano como a ERC? ¿por qué será? Porque no vende) (aún)... ¿Sucumbirán en Citadans a la tentación de unir el mensaje del radicalismo al tradicional rencillismo nacional de unos compañeros de viaje rancietes que podría llenarles las arcas de votos? ¿U optarán el camino difícil, el del radicalismo socialdemócrata del que habla Rivera?

We are holding our breath...

Anónimo dijo...

Brecht, lo tenía bastante claro, ¿o no?


El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
-En cualquier parte puedo morirme de hambre.
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella. "

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

A Carmen:
O porque la gran mayoría somos nacionalistas o/y estúpidos, tan sólo es necesario rascar un poco.