25 abril, 2008

Carta al rector venidero

En un mes aproximadamente tendremos en la Universidad leonesa nuevo rector. Son varios los candidatos. Me permito escribirle esta carta al que resulte ganador, en nombre propio y de esa mayoría silenciosa de profesionales de la Universidad que contempla, perpleja, en qué se ha ido convirtiendo semejante institución otrora prestigiosa.
Estimado/a candidato/a a rector:
Me dirijo a usted con ánimo constructivo y esperanzado, en el convencimiento de que no parece probable que las cosas de nuestra universidad puedan empeorar mucho más. En todo caso, me tomo el atrevimiento de darle algunas indicaciones que puede entender como consejos o como ruegos y que, sin duda, no estarán muy alejadas de sus convicciones presentes y de sus propósitos inmediatos.
1. La Universidad no es suya, sino que usted será su primer y más sacrificado servidor. Hay quien lo ha olvidado alguna vez y se ha puesto a cacharrear como si estuviera en el trastero de su casa y pudiera hacer de nuestra capa su sayo. Los resultados de tal ofuscación son conocidos y no he de recordárselos precisamente a usted.
2. La Universidad es Administración pública, presta un muy relevante servicio público y, en consecuencia, se rige por normas que forman parte del Derecho público y que, por tanto, ni son las reglas de un club privado ni están para utilizarlas sólo en lo que convenga al que manda, sino en toda su extensión y, en particular, en lo que protegen a los universitarios frente al capricho o los intereses más o menos confesables de sus regidores.
3. Para poder gobernar más cómoda y eficazmente usted necesitará mayorías en ciertos órganos colegiados, pero esas mayorías deben conseguirse a base de ideas, proyectos, actitudes y sana capacidad de convicción, no alimentando las más bajas miserias de lo peor de la casa ni captando desaprensivos dispuestos, por precio, a formar una especie de corte del rey absoluto o de camarilla de un sátrapa. Desconfíe de los que siempre votan a su favor: no son normales o no son honestos.
4. Cuando la política que se aplica busca nada más que el beneficio propio o el de los próximos y cuando no hay más patrón decisorio que el de la llamada dialéctica amigo-enemigo, la Universidad se convierte en una tiranía y el espíritu de sus gobernantes se asimila al de capos mafiosos. Estoy seguro de que ése no va a ser su caso, pues ya serían demasiados casos.
5. La Universidad tiene algo de gran empresa, pero no es principalmente una empresa, sino otra cosa. Por eso en ella no cuenta sólo lo que dé beneficio tangible e inmediato ni se puede dirigir con puntos de vista más propios de un respetable representante de comercio que de un genuino académico.
6. Visto lo visto, un buen rector ha de cuidar su equipo y evitar por encima de todo a cobistas, inútiles con ínfulas y mentirosos compulsivos de los que tanto abundan y tanto dañan. Dicen que a un enfermo de éstos podemos verlo incluso de gerente, pero no ha de ser cierto, si es que algo queda de cordura en usted y en nosotros.
7. El supremo honor de un buen rector es el amable retorno a su cátedra al acabar el mandato. Nada más patético que ver a esos rectores terminales que de partidos y gobiernos mendigan un puestecito cualquiera, con tal de no volver a encontrarse de igual a igual con los colegas que recuerden sus alcaldadas y desplantes. No quisiéramos contemplar de nuevo espectáculo tan degradante, y seguro que con usted no sucederá.
8. Aunque todo el mundo es bueno, también en la universidad hay personal más competente y menos, y hasta más decente y menos. Va siendo tiempo de que sean mejor tratados los mejores, y no como hasta ahora y como en tantas partes.
Atentamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido amigo: veo que sigues siendo incurablemente idealista.Nada de lo que predicas es posible, pues tendríamos que cambiar el sistema y no al Rector. El sistema es intrínsecamente malvado y, por tanto, no puede dar buenos resultados por meritorio que sea quien ocupe tal puesto. De todas formas, me uno a tí en el deseo de que salga elegido el mejor, para que haga el menor daño posible.