17 abril, 2008

La gotita nada más

Bien está que este pueblo nuestro, que tiende a sazonar sus cogitaciones con sal gorda y a poner exceso de pimentón hasta en el agua del hisopo, le vaya cogiendo gusto al matiz, sensibilidad para el detalle. Hasta ahora, romos como éramos, no aplicábamos pormenor de orfebre nada más que en aquellas batallas amatorias de antaño, cuando ella siempre decía no por imperativo tanto eclesiástico como civil y el machito sacaba aquel dechado de virtuosismo escolástico para explicarle que la puntita nada más sí se podía sin riesgo ni apenas pecado, y que por esa parte más inofensiva y como que te mira el falo es puramente venial.
Bueno, pues ya tenemos otro caso. Enterados quedamos de que no es trasvase una transferencia de agua desde un río gordo a una ciudad como Barcelona y por un volumen capaz de satisfacer el 23 por ciento de las necesidades de la misma. No sé como hay gente que no lo ve. Fíjate en este pliegue, ¿ves? Pues hasta aquí es transferencia y de ahí en adelante sería trasvase, pero esa parte ni la tocamos, ¿vale? ¿Y ese chorro que sale? No te preocupes. Propiamente no es un chorro que sale sino gotitas que sobran y que no deben estar dentro, pues se perderían. ¡Ah!, pues sigue. Me quedo muchísimo más tranquila. ¡Ay!
Es cómo en los bancos. ¿Que le pasan a su cuenta, desde otra, ochenta mil euros? Eso es una transferencia. ¿Que le ingresan así ochocientos mil millones? Ah, cuidadín, eso ya constituiría un trasvase. Un trasvase bancario. Los ricos bien lo entienden, pues tienen de las dos cosas. En cambio, a usted o a mí, so mindundis, sólo nos meten cantidades de nada, trasferencias para ir tirando hasta que llueva para todos.
En tiempos se hablaba del delito de solicitación en confesión. Era el mismo cuento de la puntita nada más, pero con sotana. Ese delito lo cometían los curas que aprovechaban para pedirles trato carnal a las señoras que con ellos se confesaban, a cambio, eso sí, de la absolución de sus pecados. Quedaba un asunto bien coherente, tipo Zapatero o consejero autonómico verde por fuera y rojo por dentro, como una vulgar sandía. Es decir, el cura venga tronar desde el púlpito que eso no se menea, que por ahí no se hace fuera del matrimonio, que vais a ir todos de cabeza al infierno, que puros y castos os quiere Dios y que se os va a secar hasta la médula espinal por guarros y rastreros, y luego, en cuanto pillaba a señora en discreto aparte, venga calentarle la oreja, meterle una mano debajo del refajo y echarle bendiciones con la otra. Como un tripartito cualquiera, oiga. Que el Ebro no se toca, que el Delta es sagrado (qué gráfica analogía ésa del delta), que de aquí no se vierte ni una gota en otro sitio y venga y dale con la matraca de la intangibilidad del curso. Y, en cuanto te descuidas, se ponen con el canal y te dejan seco. Eso sí, no es trasvase, es transferencia, como ha dicho la ministra Espinosa, que es la segunda Espinosa que Zapatero pone en su vida y él o su psicoanalista sabrán por qué. Igual que cuando los curas aquellos aseguraban a damas tan perplejas como satisfechas que así no era pecado, sino más bien entrenamiento por imperativo divino y para que estuvieran atentas para decir que no cuando se lo pidiera algún malvado sin saya negra ni mandato ultraterreno; uno de Valencia, por ejemplo.
La historia es como una broma pesada que se repite. Lo único que cambia son los personajes, cada vez más ridículos; y las víctimas, cada vez más tontas.