13 abril, 2008

Pequeñas confesiones intrascendentes

Este domingo me ha venido con un toque íntimo. Es parte del desconcierto por el regreso a casa después de un viaje un poco largo. Te quedas en tierra de nadie, pues cuesta retomar las rutinas y, en mi caso, no consigo quedarme quieto y decirme que voy a descansar sin hacer mayor cosa. Me da la impresión de que renuncio a un día, y la vida no tiene tantos. A eso voy, con permiso de la paciencia de ustedes. Hoy hablaré de mí, qué diablos.
Cuentan que están a la orden del día los niños hiperactivos. Debe de ser para compensar la creciente frecuencia de padres hipoactivos, fanáticos del sofá, virtuosos de la siesta, afanosos escaqueadores en la oficina, absentistas agrupados en la lucha final. En fin, no hagamos amigos de esta forma en día de precepto y sigamos con el asunto. Pues que ahora me da por pensar que tengo un problema psicológico, algún trastorno de la personalidad, otro. Me siento como un adulto hiperactivo. Esto es un no parar. Cada día me cuesta más y más dejar de hacer cosas. Contemplo con admirada perplejidad a tantas personas que, cuando les preguntan qué es lo que más les gusta, responden aquello de estar en casa sin hacer nada, o ver la tele, o contemplar el techo como si esperaran que por ahí atraviese un ángel a comunicarles la buena nueva. Cuando, por ver qué se siente o porque ando cansado y con algo de estrés, trato de imitarlos, la urticaria se me dispara, igual que a Zapatero se le va a disparar la inflación a modo de muy desconsiderada crispación económica. Ya se sabe cómo es el capital. Menos mal que se lo compensará el PP poniéndose en pompa, una vez que sabemos que el viejo prohibido prohibir ha sido reemplazado por el prohibido oponerse. Es la revolución del sesenta y nueve, un innovador y muy excitante sistema político.
Hacer, hacer, hacer. Uno quiere leer, escribir cosas serias y de éstas, viajar, andar de fiesta, echar parrafadas con los pocos amigos que no llevan aires de Bernat Soria mientras clona a Zapatero y se toca... También da placer andar de acá para allá con la pequeña Elsa en brazos. O montarse una buena cena con su mamá y echar a rodar un te acuerdas que acaba en apoteosis del como entonces. Por si hubiera poco que hacer, entra la primavera, aunque sea con más altibajos que candidato del PP en celo, y toca darse el gustazo de ir preparando el jardín y las macetas. Ese placer de coger la tierra con las manos sólo puede entenderlo el que nació de la tierra y vivió en ella, y no del Estado del bienestar y en las actividades extraescolares. Bueno, y hasta ahí será normal, pero es que a uno le apasiona también cocinar y, pasmémonos y preocupémonos, hacer la compra y elegir con mimo en esos anaqueles de gran superficie que son homenaje a los sentidos, pornográfica metáfora de un primer mundo.
Con tanto que hacer, hay días, como éste, en que no sabe uno qué hacer. Porque, encima, las actividades se pegan como lapas. Si leo un periódico, se me antoja escribir un post, o un artículo para algún diario de los que se dejan. Si tiro de libro de poemas, se me pone un aliento lírico que me empalaga la tarde. Con una novela larga hipoteco los días venideros y con un libro de cuentos me viene el antojo de perpetrar alguno. Para colmo, últimamente he notado que la literatura me repite por la noche. Palabra, esto es real. Me duermo con una buena novela o un buen cuento en las manos y sueño en el estilo del autor y es como si, al tiempo, el sueño me lo fuera contando a mí mismo con sus palabras o lo fuera yo leyendo con el correspondiente ritmo. Debe de ser el colmo de la alienación, que tus sueños lleven voz de otro o que sus personajes nazcan de cabeza ajena. Es gracioso, porque ahí me doy cuenta de cuáles son en verdad los buenos autores: los que impregnan el alma de esa manera y no te dejan librarte de ellos ni en sueños. Recuerdo perfectamente que esta dolencia de letras me comenzó con los dos primeros libros que leí de Alejandro Rossi, hace ya un buen puñado de años. Y hasta hoy, pero empeorando para mejor.
Pues es lo que hay. Creo que al asno de Buridán le pasaba algo así. Te tiras medio día pensando qué haces, de tanto como quieres o debes, y acabas escribiendo un post sobre Zapatero y su nuevo gobierno o sobre si Aguirre o la cólera Moloch se re(a)signará o no se re(a)signará. Que eso sí que son maneras de perder el tiempo. Es como cuando crees que algo te llena y sólo son flatulencias. Definitivamente, debemos dedicarnos a cosas serias.

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