(Publicado en El Mundo de León hoy, 11 de diciembre).
Andan los estudiantes inquietos con la nueva organización de los estudios universitarios que nos imponen desde la UE, el tan cacareado sistema de Bolonia. En algunas grandes ciudades se organizan encierros y diversas protestas. En León estas cosas van con pausa provinciana y con recelo un poco cazurro.
Muchos medios de comunicación insisten en que ni los mismos que protestan saben bien en qué consisten esas reformas y cuáles serán sus consecuencias. No es raro, no lo sabe propiamente nadie. Ni siquiera en el Ministerio del ramo se aclaran y todo se improvisa. Pero lo verdaderamente extraño es lo poco que en la sociedad se conoce de lo que viene ocurriendo desde hace tiempo en los recintos académicos.
El sistema universitario ha sido muy hábil para blindarse frente a la crítica externa y para no rendir cuentas. Convertido en maquinaria para expender títulos, parece que nada de lo demás importa a la ciudadanía. Así han podido multiplicarse las corruptelas en la selección del profesorado, así se han repartido dineros e influencias varias, así muchos supuestos investigadores han usado la institución universitaria nada más que como palanca para medrar en políticas y negocios. De puertas adentro la consigna ha sido que los trapos sucios se lavan en casa y que para el público y los estudiantes todo el mundo es bueno y aquí no se critica nada ni a nadie. Y así nos va.
Ahora toca reformar la organización de los títulos y las enseñanzas. ¿Va a haber más bibliotecas y mejores laboratorios? No. ¿Se enseñará en grupos más pequeños? No. ¿Habrá profesores mejor seleccionados? No. Todo ha de cambiar sin que cueste un euro más. ¿Serán los títulos más fiables y símbolo de mayor competencia? Probablemente no. ¿Será más caro y trabajoso abrirse paso luego en la vida profesional? Seguramente sí. ¿Habrá más burocracia y más papeleos estériles? Sin duda sí.
En los cenáculos y cafeterías de cada campus el profesorado dice pestes de estos cambios, pero en público casi todos achantan. Por si acaso. ¿Algún claustro de profesores se ha solidarizado con los estudiantes que se manifiestan por lo mismo que los docentes deploran en voz baja? No, que se sepa. Pero muchos profesores ya empiezan a frotarse las manos porque quizá sea la ocasión para impartir menos horas de clase o para librarse del incordio de los exámenes en serio.
Las universidades se han quedado en manos de chupatintas sin vocación, pescadores de río revuelto, pícaros con ínfulas y politicastros de baja estofa y paupérrimo bagaje intelectual. Con las excepciones que sean de rigor, por supuesto.
Por eso la poca esperanza que quede dependerá de los escépticos y de los estudiantes. Que ya es decir.
Muchos medios de comunicación insisten en que ni los mismos que protestan saben bien en qué consisten esas reformas y cuáles serán sus consecuencias. No es raro, no lo sabe propiamente nadie. Ni siquiera en el Ministerio del ramo se aclaran y todo se improvisa. Pero lo verdaderamente extraño es lo poco que en la sociedad se conoce de lo que viene ocurriendo desde hace tiempo en los recintos académicos.
El sistema universitario ha sido muy hábil para blindarse frente a la crítica externa y para no rendir cuentas. Convertido en maquinaria para expender títulos, parece que nada de lo demás importa a la ciudadanía. Así han podido multiplicarse las corruptelas en la selección del profesorado, así se han repartido dineros e influencias varias, así muchos supuestos investigadores han usado la institución universitaria nada más que como palanca para medrar en políticas y negocios. De puertas adentro la consigna ha sido que los trapos sucios se lavan en casa y que para el público y los estudiantes todo el mundo es bueno y aquí no se critica nada ni a nadie. Y así nos va.
Ahora toca reformar la organización de los títulos y las enseñanzas. ¿Va a haber más bibliotecas y mejores laboratorios? No. ¿Se enseñará en grupos más pequeños? No. ¿Habrá profesores mejor seleccionados? No. Todo ha de cambiar sin que cueste un euro más. ¿Serán los títulos más fiables y símbolo de mayor competencia? Probablemente no. ¿Será más caro y trabajoso abrirse paso luego en la vida profesional? Seguramente sí. ¿Habrá más burocracia y más papeleos estériles? Sin duda sí.
En los cenáculos y cafeterías de cada campus el profesorado dice pestes de estos cambios, pero en público casi todos achantan. Por si acaso. ¿Algún claustro de profesores se ha solidarizado con los estudiantes que se manifiestan por lo mismo que los docentes deploran en voz baja? No, que se sepa. Pero muchos profesores ya empiezan a frotarse las manos porque quizá sea la ocasión para impartir menos horas de clase o para librarse del incordio de los exámenes en serio.
Las universidades se han quedado en manos de chupatintas sin vocación, pescadores de río revuelto, pícaros con ínfulas y politicastros de baja estofa y paupérrimo bagaje intelectual. Con las excepciones que sean de rigor, por supuesto.
Por eso la poca esperanza que quede dependerá de los escépticos y de los estudiantes. Que ya es decir.
2 comentarios:
Si están aburridos lean esto . Advierto que es un fichero pdf.
Como siempre bien expresivo y, además, valiente frente al silencio de los zombis.
Gracias, Lopera in the nest por la información.
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