En España cada día se aborta más, cada día se practican más abortos voluntarios. La jerarquía católica se opone radicalmente al aborto voluntario, como corresponde a su dogma, actitud que es bien respetable.
Si cada día más mujeres abortan en España voluntariamente, esto sólo puede significar tres cosas: o que cada día abortan más mujeres católicas o que cada día abortan más mujeres no católicas o que cada día abortan más mujeres tanto católicas como no católicas.
Si cada día abortan más mujeres católicas, la Iglesia está fracasando estrepitosamente, pues los católicos, por serlo, deberían obedecer a su jerarquía y, además, deberían abstenerse de abortar por las mismas razones que su jerarquía proclama. Pedir para los católicos -las católicas- la penalización del aborto voluntario es tanto como reconocer que la doctrina por sí es insuficiente o que los pastores, por sí, son impotentes para orientar a su grey. Equivale a solicitar a un poder ajeno, el poder del Estado, que meta en cintura a los fieles de la Iglesia que no la obedecen. ¿No sería más coherente el apostolado, la exposición de las razones de la fe, que la coacción legal para apoyar una fe que ya no confía en sus propias razones?
Si cada día abortan más mujeres no católicas, el que la Iglesia solicite para ellas el castigo legal supone renunciar a la prioridad de la palabra eclesial, del apostolado, para dar prevalencia al palo. ¿Pero por qué razón ha de aceptarse que sea la Iglesia la que determine qué ha de hacerse a los no creyentes que no se atienen a las normas de comportamiento que la Iglesia da para sus fieles? ¿O puede la Iglesia dar normas de comportamiento también para los que no son sus fieles? No, pues ése es el cometido del Estado, y en la era moderna Iglesia y Estado son entidades separadas con funciones distintas. Un Estado no confesional no puede, por definición, obedecer a los obispos por encinma de a sus legisladores. Si lloran como si cantan, si truenan de indignación como si rugen de placer: no puede obedecerlos, pues por mucho que sea su poder dentro de la Iglesia, fuera no son más que yo, por mucho báculo y mucho anillo que se gasten: unos mindundis, ciudadanos del montón, aunque con derecho a voto, eso sí.
Si cada día más mujeres abortan en España voluntariamente, esto sólo puede significar tres cosas: o que cada día abortan más mujeres católicas o que cada día abortan más mujeres no católicas o que cada día abortan más mujeres tanto católicas como no católicas.
Si cada día abortan más mujeres católicas, la Iglesia está fracasando estrepitosamente, pues los católicos, por serlo, deberían obedecer a su jerarquía y, además, deberían abstenerse de abortar por las mismas razones que su jerarquía proclama. Pedir para los católicos -las católicas- la penalización del aborto voluntario es tanto como reconocer que la doctrina por sí es insuficiente o que los pastores, por sí, son impotentes para orientar a su grey. Equivale a solicitar a un poder ajeno, el poder del Estado, que meta en cintura a los fieles de la Iglesia que no la obedecen. ¿No sería más coherente el apostolado, la exposición de las razones de la fe, que la coacción legal para apoyar una fe que ya no confía en sus propias razones?
Si cada día abortan más mujeres no católicas, el que la Iglesia solicite para ellas el castigo legal supone renunciar a la prioridad de la palabra eclesial, del apostolado, para dar prevalencia al palo. ¿Pero por qué razón ha de aceptarse que sea la Iglesia la que determine qué ha de hacerse a los no creyentes que no se atienen a las normas de comportamiento que la Iglesia da para sus fieles? ¿O puede la Iglesia dar normas de comportamiento también para los que no son sus fieles? No, pues ése es el cometido del Estado, y en la era moderna Iglesia y Estado son entidades separadas con funciones distintas. Un Estado no confesional no puede, por definición, obedecer a los obispos por encinma de a sus legisladores. Si lloran como si cantan, si truenan de indignación como si rugen de placer: no puede obedecerlos, pues por mucho que sea su poder dentro de la Iglesia, fuera no son más que yo, por mucho báculo y mucho anillo que se gasten: unos mindundis, ciudadanos del montón, aunque con derecho a voto, eso sí.
La Iglesia puede proponer el que le parezca orden social mejor y más justo, y puede hacerlo, por supuesto, desde la moral y los dogmas que la definen; pero no puede imponer el orden social que le parezca mejor y más justo, pues, con ello, se convertiría en Estado o colonizaría -de nuevo- el Estado, haciéndolo confesional. Por la misma regla de tres, el Estado, este Estado, no obliga a ningún católico a divorciarse o a abortar, ni impone a ninguno el matrimonio civil como única forma de matrimonio. Con actuaciones así el Estado se convertiría, al tiempo, en una Iglesia. Atengámonos, pues, a la reciprocidad para evitar que, ya puestos a ir por las malas, una parte arrase con la otra. Aquí y ahora, esa posibilidad la tiene el Estado, no la Iglesia. Cuando lo de Franco fue distinto, ciertamente.
¿Ganará la Iglesia más adeptos para su causa trascendente, para la que ella misma denomina la causa de la salvación, al proponer que se castiguen con duras penas temporales los comportamientos contrarios al credo de la Iglesia de quienes no son sus creyentes? Sin duda no. Más bien al contrario. Por eso es incoherente una tal actitud de pedir penas para “los otros”: porque cada vez serán más reticentes esos “otros” al mensaje eclesial; y seguramente cada vez serán más esos “otros”. Lo cual tendrá como consecuencia que, en términos de evitar “males” como el aborto, a la Iglesia cada vez le saldrá más el tiro por la culata: cada vez habrá más abortos de no creyentes, porque cada vez habrá más no creyentes, y más radicalizados en su actitud antieclesiástica.
Conclusión de todo a lo anterior: la Iglesia sería más eficaz, a la hora de extender su mensaje y su moral (y, por tanto, para que haya menos abortos), tratando de convencer que tratando de vencer a base de querer poner la coacción estatal a su servicio y por narices. Y lo sería, más eficaz, tanto con su prole como con los que se han alejado de ella y no están dispuestos a regresar a ella por las malas.
¿Significa todo esto que la Iglesia ha de achantarse y que debe su jerarquía abstenerse de expresar su moral? Para nada. Por su libertad de expresión hay que luchar como por la de cualquier otro grupo -proabortistas, colectivos gays, etc.-. Pero conviene enseñarle -y también a algún otro “colectivo”, quizá- cómo son las reglas del juego en democracia: si usted está en contra de la libertad legal para abortar, usted debe convencer a un número suficiente de electores para votar a algún partido que lleve en su programa la prohibición del aborto -por cierto, no me consta que el PP lleve ese tema en su programa; negarse a ampliar los supuestos de aborto permitido no es lo mismo que derogar los supuestos ya vigentes de aborto permitido. Así que podría la Iglesia empezar la bronca por su propia “casa”-, para, de ese modo, ganar limpia y democráticamente las elecciones y que ese programa electoral se aplique. Pero ésa, la democrática, es una forma de vencer a base de convencer. Lo contrario de lo que la Iglesia española pretende, que es vencer sin convencer. Porque, que no se engañen, con esos argumentos y esas maneras no convencen ni a los suyos. Por eso tantos católicos abortan, entre otras cosas. Por eso tantos católicos votan a partidos partidarios del aborto. Y por eso ni los partidos contrarios al aborto lo penalizan cuando están en el gobierno.
Más apostolado y menos porra, don Rouco. Gánese a los católicos para que vivan de acuerdo con su fe y trate, mediante la palabra, de que cada vez sean más. Porque lo que está pasando es que cada vez son menos, y no por culpa del gobierno o de la sociedad: por culpa de ustedes, que son unos cafres sin caridad ni sapiencia, célibes aficionados a hablar todo el día de sexo, defensores de la familia con voto de castidad, obsesos y obsexos, amén de obesos. Si lo consigue, convencer, ganarán las elecciones un día y podrán llevar a la ley muchas cosas de la moral católica. Entonces será legítimo que lo hagan. Entretanto, al resto déjenos en paz, rediós.
¿Ganará la Iglesia más adeptos para su causa trascendente, para la que ella misma denomina la causa de la salvación, al proponer que se castiguen con duras penas temporales los comportamientos contrarios al credo de la Iglesia de quienes no son sus creyentes? Sin duda no. Más bien al contrario. Por eso es incoherente una tal actitud de pedir penas para “los otros”: porque cada vez serán más reticentes esos “otros” al mensaje eclesial; y seguramente cada vez serán más esos “otros”. Lo cual tendrá como consecuencia que, en términos de evitar “males” como el aborto, a la Iglesia cada vez le saldrá más el tiro por la culata: cada vez habrá más abortos de no creyentes, porque cada vez habrá más no creyentes, y más radicalizados en su actitud antieclesiástica.
Conclusión de todo a lo anterior: la Iglesia sería más eficaz, a la hora de extender su mensaje y su moral (y, por tanto, para que haya menos abortos), tratando de convencer que tratando de vencer a base de querer poner la coacción estatal a su servicio y por narices. Y lo sería, más eficaz, tanto con su prole como con los que se han alejado de ella y no están dispuestos a regresar a ella por las malas.
¿Significa todo esto que la Iglesia ha de achantarse y que debe su jerarquía abstenerse de expresar su moral? Para nada. Por su libertad de expresión hay que luchar como por la de cualquier otro grupo -proabortistas, colectivos gays, etc.-. Pero conviene enseñarle -y también a algún otro “colectivo”, quizá- cómo son las reglas del juego en democracia: si usted está en contra de la libertad legal para abortar, usted debe convencer a un número suficiente de electores para votar a algún partido que lleve en su programa la prohibición del aborto -por cierto, no me consta que el PP lleve ese tema en su programa; negarse a ampliar los supuestos de aborto permitido no es lo mismo que derogar los supuestos ya vigentes de aborto permitido. Así que podría la Iglesia empezar la bronca por su propia “casa”-, para, de ese modo, ganar limpia y democráticamente las elecciones y que ese programa electoral se aplique. Pero ésa, la democrática, es una forma de vencer a base de convencer. Lo contrario de lo que la Iglesia española pretende, que es vencer sin convencer. Porque, que no se engañen, con esos argumentos y esas maneras no convencen ni a los suyos. Por eso tantos católicos abortan, entre otras cosas. Por eso tantos católicos votan a partidos partidarios del aborto. Y por eso ni los partidos contrarios al aborto lo penalizan cuando están en el gobierno.
Más apostolado y menos porra, don Rouco. Gánese a los católicos para que vivan de acuerdo con su fe y trate, mediante la palabra, de que cada vez sean más. Porque lo que está pasando es que cada vez son menos, y no por culpa del gobierno o de la sociedad: por culpa de ustedes, que son unos cafres sin caridad ni sapiencia, célibes aficionados a hablar todo el día de sexo, defensores de la familia con voto de castidad, obsesos y obsexos, amén de obesos. Si lo consigue, convencer, ganarán las elecciones un día y podrán llevar a la ley muchas cosas de la moral católica. Entonces será legítimo que lo hagan. Entretanto, al resto déjenos en paz, rediós.
PD.- Lo del aborto pase. Pero tiene bemoles que ayer en Madrid hayan vuelto los obispos a clamar contra los anticonceptivos. ¿Encarcelamos también al que se ponga un condón? ¿No es anticonceptivo el celibato? ¿A dónde se van esos pobres espermatozoides de sus sucias poluciones nocturnas, so banda?
No se va a quedar con ustedes ni el apuntador. Por inhumanos y blasfemos, qué carajo. Por tomar a Dios por tonto. Y créanme, hasta yo, ateo tranquilo y atento, considero que es una pena, y hasta yo, ateo con un fuerte fondo de respeto por la religiosid poética y mística, me indigno por su poco respeto a (su) Dios. Qué cruz tiene con ustedes, qué cruz.
4 comentarios:
recuerde que el bien juridico protegido es la vida del feto, que no es catolico, pero si hijo de Dios.
y creo que aqui nadie ha pedido que se castigue a las mujeres que abortan, que bastante tienen con lo suyo. se pide que les ayuden a tener ese hijo, y que no caigan en la trampa de enriquecer a los abortorios, cuyos dueños, esos si, merecen un buen castigo, a cuenta del que les llegara con total seguridad.
Señor Amado, quizá sería más fácil resolver el problema si, en lugar de estimar que la conveniencia de la prohibición del aborto se sigue de un dogma cristiano (cuando no es así), se valorase hasta qué punto no deriva aquélla del derecho natural, con independencia de quién lo alegue.
El iusnaturalismo no está exento de dificultades teóricas, pero tiene una base más inteligible que la de la mera obediencia a la autoridad o a la tradición. Por ello conviene no despreciarlo.
A mí sinceramente que un grupo se gane una mayoría absoluta e ilegalice el aborto o lo pene, particularmente no me haría ni pizca de gracia. De acuerdo estoy en que todo el mundo tiene que tener la garantía de poder decir lo que mas le plazca, pero que dejen las leyes dispuestas de la manera en que mas opciones ofrezcan a sus ciudadanos de ejercer acciones. Sí el aborto esta permitido bajo unas condiciones , las que estén fijadas por la autoridad competente, pues lo veo mejor, que no que haya restricciones porque una mayoría parlamentaria ha subido al poder. Nadie les obliga a abortar, y si va contra su moral abortar pues que no aborten.
Mi pregunta es, ¿ Hasta que punto la mayoría tiene derechos sobre la minoría? o mejor dicho, ¿ no podemos proponer unas leyes mas permisivas ( dentro de un limite razonable ) en el que el margen de acción sea el mas amplio posible y las restricciones mínimas basándose en el respeto hacia el conciudadano que tenemos al lado?
Cuando alguien dijo que la democracia es la dictadura de las mayorías, quizás debamos tenerlo presente. Se dice que todo es "relativo", aunque claro está tampoco hay que tomárselo al pie de la letra
Lo curioso es que la evidencia médica y social recogida y archirrecogida en flor de países es que si de veras quieres reducir las tasas de aborto, debes intensificar la educación sexual y el acceso a los anticonceptivos.
La camarilla infame no pretende luchar contra el aborto; anhela tener poder sobre las vidas, especialmente las de las mujeres.
Salud,
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