19 febrero, 2009

Naturaleza y educación. Por Avelino Fierro, fiscal de menores

Desde que se abrieron las ventanillas de las Fiscalías de Menores, muchos mayores acuden en demanda de ayuda porque sus niños se les están yendo de las manos y no siguen la senda que ellos les habían trazado con dedicación, desvelos, buenas intenciones y buenos ejemplos. Nosotros decíamos que si vienen hasta aquí es porque o no han sabido o no han podido educarlos.
Quizá deberíamos modificar esta manera de expresarnos, en la que veníamos a responsabilizar a los abnegados padres de haber errado en la misión de moldear adecuadamente a sus hijos.
Algunas afirmaciones de etólogos o genetistas conductuales podrían llevarnos a pensar que la correlación entre las conductas de padres preocupados y las de sus hijos no tienen mucho que ver con un ejercicio responsable de la paternidad y que los genes son más determinantes.
Así, “si se desea construir una sociedad en la cual los individuos cooperen generosamente y con altruismo al bien común, poca ayuda se puede esperar de la naturaleza biológica. Tratemos de enseñar la generosidad y el altruismo, porque hemos nacido egoístas”, (R.Dawkins) o “Un resumen convencional es que más o menos la mitad de la variación en la inteligencia, la personalidad y los resultados en la vida es hereditaria –un correlativo o producto indirecto de los genes-.” (S.Pinker).
Si los rasgos conductuales son hereditarios y el efecto de criarse en una familia es menor que el efecto de los genes, podríamos pensar que no es legítimo exigir a los padres “convertirse en máquinas parentales las veinticuatro horas del día”. Pero al lado de las dos leyes formuladas, estaría la tercera ley: “Una porción sustancial de la variación en los rasgos conductores humanos complejos no se explica por los efectos de los genes ni las familias”.
Pinker dice que procede de algo que está en el entorno y, citando a Harris, nos lleva a buscar fuera de la familia, en el modelo de los iguales y no de los padres, nos lleva a la “socialización de grupo”. Pero aunque declara estar convencido de que los niños se socializan en grupos de iguales y no en su familia, afirma que los grupos no explicarían cómo desarrollan los niños su personalidad: por qué resultan ser tímidos u osados, inseguros o seguros, abiertos o conservadores.
Y defiende a Judith R. Harris de sus críticos, que la acusan de liberar a los padres de la responsabilidad de la vida de sus hijos y repite las razones de ésta: La educación es ante todo una responsabilidad ética; los actos de los padres pueden marcar una gran diferencia en su felicidad, y la forma de comportarse tiene consecuencias para la calidad de la relación que existe entre ellos.
En fin, parece que algo sí podemos hacer en beneficio de los jóvenes como padres, educadores o fiscales de menores, a pesar de que sus “antenas sociales están orientadas hacia los iguales”.
Como escribe Ricardo Moreno Castillo en su último libro: “Hay un dicho muy repetido, en mi opinión rigurosamente falso, que afirma que al niño lo educa toda la tribu. Es falso porque nuestra sociedad es familiar, no tribal, y al niño han de educarlo en primer lugar sus padres, en segundo los profesores, y si unos y otros tienen escrúpulos en ejercer la autoridad, entonces es cuando el niño busca, inevitablemente, el apoyo de una tribu”.
Lo anterior puede parecer razonable, pero las leyes educativas –hechas por los políticos ayudados por la secta pedagógica- están consiguiendo que la cultura de los alumnos sea paupérrima, que la mala educación sea habitual, que los profesores se sientan deslegitimados y se les obligue a montar un “foro de discusión” cada vez que se mande algo al alumno para convencerle de que debe hacer lo que se le ordena.
Y, como escribe Fernando Castro, a imitación de la sociedad de sus mayores, donde lo que interesa es el pragmatismo laboral y la diversión, el nivel cultural es abominable y las facilidades técnicas han creado toda una legión de analfabetos de nuevo cuño.
Pero, de nuevo, si esto parece evidente y no debería alentarse la huida de la cultura del esfuerzo, de la memoria y la tradición (el último avance tecnológico y pedagógico es el “cortar y pegar” de la Wikipedia), el Estado parece haber dimitido de todo compromiso, los medios de comunicación siguen promoviendo ese estado de cosas (“el videojuego es el lenguaje del futuro en la enseñanza”, Egenfeldt, en El País, 28-11-2008, en el reportaje titulado “El videojuego es parte de mi escuela”), la sociedad de los mayores sigue dando estupendos ejemplos (los periódicos del fin de semana están llenos de noticias de políticos comprando, con el dinero de todos, coches “máscarosqueeldeobama” en plena crisis económica, o siguiendo con sus negocios inmobiliarios)…
Difícil se lo ponen a los jóvenes y a los que no han abjurado de sus responsabilidades para con ellos. Queda mucha tarea por hacer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que la norma y un adecuado reparto de papeles es más transcendente que la genética, al menos en este caso.

En términos generales no me parece que se les proponga ningún papel mucho más interesante que el de "malotes", ni en las familias, ni en la sociedad.

No obstante, y aprovechando que es viernes y la fase maniaca toma las riendas, me parece intuir la apertura de una fase de maduración, derivada de una incipiente toma de conciencia.

Agustín Álvarez dijo...

Interesantísimo post. Sobre el tema de los menores y la familia, es interesantísimo escuchar a calatayud.
Acá pongo un link para el que lo quiera visitar. Saludos
http://pensarderecho.blogspot.com/2009/02/sr-juez.html