17 febrero, 2009

Pedagogía. Por Andrés Ibáñez

(Publicado en ABC de Las Artes y Las Letras el 14 de febrero. Se ve que cada día somos más lo que -cada uno en la medida de sus posibilidades- denunciamos la impostura pedagógica. Gracias, Anónimo, por la indicación).
Pedagogía. Enseñar a enseñar. La falacia dice que «no sólo es necesario saber de algo, sino que también es necesario saber enseñarlo». Este principio o axioma casi místico se basa, como el amable lector habrá visto enseguida, en una presuposición no menos axial y mística, y no menos falaz que la anterior: a saber, que todos aquellos que no son pedagogos, no son ni pueden ser nunca buenos profesores.
Pero entendamos la razón de esta falacia, o de ambas falacias. Sin ellas, los pedagogos no podrían existir. Para que exista un pedagogo, para que el pedagogo tenga una razón de ser, es necesario que exista un mal profesor. Si no hubiera malos profesores, no habría necesidad de pedagogos. Por lo tanto, para los pedagogos, todos los profesores son, por definición, malos. Para los pedagogos, los profesores son una pandilla de vagos y de anticuados reaccionarios que «se niegan a cambiar».
Usted se preguntará por qué tiene el pedagogo esa necesidad de denigrar una profesión antaño respetable (la docente) a fin de afirmar su propia existencia. En otras palabras, ¿por qué tiene el pedagogo tantas ganas de ser pedagogo? Hay una respuesta parcial para esta pregunta. Aunque parcial, resulta de lo más curiosa.
El hecho es que en todos los centros de enseñanza siempre hay personas muy interesadas en la pedagogía, en la metodología de la enseñanza, en los criterios de calificación, en la elaboración de exámenes, etc. Podríamos calificar a estos docentes de verdaderos enamorados de la enseñanza. Tan enamorados están, que en cuanto pueden dejan de dar clases e ingresan en la secta pedagógica: se meten en la Comunidad, en el Ministerio, en el Cervantes, quién sabe dónde. Y ya no vuelven a pisar jamás un aula. Los pedagogos son aquellas personas que, apasionadamente interesadas por la enseñanza, no dan clase jamás.
Millones de asignaturas. Los pedagogos acaban de ganar una gran batalla. El Curso de Aptitud Pedagógica (que duraba, no lo olvidemos, ¡nada menos que seis meses!) se verá sustituido por un interminable Máster con millones de asignaturas que robará todavía más tiempo de vida a los pobres desdichados que se metan, a partir de ahora, en esa trituradora de carne que es el sistema de oposiciones español.
¿Cómo han podido ganar esa batalla? Seguramente porque su discurso suena bien, y porque sus afirmaciones parecen inteligentes y sagaces. Por ejemplo, la idea de que es mejor que el alumno deduzca la regla que decírsela. Esto parece muy moderno y muy sensato, pero no lo es. Cuando aprendemos a conducir, el profesor nos explica qué pedal es el freno y cuál el acelerador. Nuestro aprendizaje no es menos «práctico» por eso.
La mayoría de los axiomas de los pedagogos son igual de vacíos y perogrullescos. En la enseñanza de idiomas, por ejemplo, se ve como una aberración el enseñar «gramática» (¡horror!) y se considera muy anticuado suspender a un alumno sólo porque diga y escriba cosas incorrectas. En confianza, amigo lector, si usted aprendiera una lengua extranjera, ¿no desearía aprender a hablarla correctamente? ¿No desearía escribir sin horribles faltas de ortografía, conjugar los verbos bien y utilizar las preposiciones de la forma adecuada? Los pedagogos no piensan así.
Creación mitológica. El gran enemigo de la pedagogía no es ese profesor vago, anticuado y que «se niega a cambiar» que es, en gran medida, una creación mitológica de esa nueva forma de fanatismo dictatorial que se llama «pedagogía». El verdadero enemigo de la pedagogía es el buen profesor, el profesor que tiene experiencia, amor por lo que enseña, un estilo propio y una personalidad carismática. Ya que el gran sueño de la pedagogía es la homogeneización radical y el control. Que todos hagan lo mismo, que todo sea «objetivo» y que todo esté controlado.
La pedagogía nada tiene que ver con la enseñanza, sino más bien con la burocracia y con la burocratización de la vida. Los pedagogos son burócratas enamorados del papeleo, de los procedimientos, de las ordenanzas, de las normas, de los memorandos, de las reuniones, de las encuestas, de las estadísticas, de la «estandarización», de la terminología pedante y rebuscada. Lo peor de la pedagogía es el horrible aburrimiento que causan todas sus memeces. Lo peor de los pedagogos es que han obtenido carta blanca para aburrir hasta la muerte a toda una generación.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé cómo dará usted clase, pero el 90% de los profesores que conozco se limitan a dictar apuntes (no deben conocer la imprenta), que parece que estés en una clase de taquigrafía; y sólo conozco a uno que use medios informáticos/internet (ese invento de Lucifer) con fines docentes.

O he tenido muy mala suerte, o me temo que, en efecto, "los profesores son una pandilla de vagos y de anticuados reaccionarios que «se niegan a cambiar»".

Anónimo dijo...

Yo diría que el problema de la pedagogía es que está sobredimensionada, no que no tenga sentido. Pero al darle más peso del que debiera tener, los pedagogos se buscan la vida, o sea, mercado, con lo que "pedagogizan" todo lo que tocan. Habrá quien piense que lo mismo hacen psicólogos, médicos, juristas y tantos otros. Vale. Al final, el buen profesor no depende de la pedagogía, claro, sino de sus conocimientos, de saber hablar y de la intuición. Por cierto, Andrés Ibáñez no será Perfecto Andrés Ibáñez, supongo. Saludos cordiales

Anónimo dijo...

Yo también he colgado este artículo, y andamos discutiéndolo aquí. Efectivamente, la impostura pedagógica cada vez nos tiene más hartos. A lo mejor Bolonia es la gota que colma de una vez el vaso.

Anónimo dijo...

Qué retrógrados y reaccionarios que son todos ustedes.

¡Pero si es sabido que las Facultades de Educación siempre han el destino de los mejores estudiantes!

¡Si en las Facultades de Educación nunca han dejado entrar a estudiantes mediocres! ¡Si siempre han estado cerradas a agresores del diccionario, faltones de ortografía y demás ralea!

Piensen. Piensen ustedes en aquellos compañeritos suyos del COU que fueron a la Facultad o a un Instituto de Educación. Piensen que esos son los que van a impartirles cursos de docencia.

¡Qué guay!

Anónimo dijo...

Me llamo ATMC, soy asistente a cursos de técnicas docentes y llevo sin asistir a uno 18 meses. Un año y medio limpio.

(Sinceros aplausos de apoyo).

En el último, he podido comprobar los daños que causa en el celebro humano la exposición prolongada a cursitos de estos.

Los ponentes eran un profesor de una carrera normal y un ayudante. Los de rectorado nos traían cursos impartidos no por pedagogos, sino por profesores universitarios normales hartos de sacar de las aulas cadáveres de pedagogos linchados por profesores airados.

Fue in presionante. Los pagüerpóins tenían faltas de horticultura. En los textos que nos daban, las comas las había repartido sin duda alguien que iba a comisión. El ayudante en cuestión aún no se manejaba con la sucesión sujeto - predicado. Las ideas y trúquilis interesantes (que los había) no justificaban el restante 90% de tiempo perdido.

Todo esto, insisto, no lo impartía un pedagogo, sino dos doctores en estudios normales. Gente que había hecho su licenciatura normal y su doctorado normal. La conclusión es sencilla: NO ACUDAN A ESTA CLASE DE CURSILLOS: LA PEDAGOGÍA SE CONTAGIA.

Luhego, no me bengan, diciendo, que no, se lo e, habisado.

Anónimo dijo...

Imagino que el autor del primer comentario va o a ido alguna vez a una clase en la que todos y cada uno de los estudiantes preparan con interés y entusiasmo todas y cada una de las prácticas, para luego, en la clase práctica correspondiente, intervenir, preguntar, ofrecer posibilidades de solución alternativas; y que se leen todas y cada una de las lecturas, no sólo las obligatorias, sino también las voluntarias, y que se quitan la palabra unos a otros para comentarlas en clase. ¿Se ha preguntado cuántos de esos profesores vagos y anticuados reaccionarios están hasta más arriba del occipital del absentismo generalizado cuando toca clase práctica, y los tres gatos que han aparecido por despiste, ni siquiera se han "bajado" la práctica, "colgada" de la Web de la asignatura dos semanas antes -ya que queremos medios docentes modernos- o la han recogido en papel la repartió el profesor, mbién con la antelación correspondiente? ¿O cuando se justifican diciendo que el material de lectura no está en ningunas de las bibliotecas a las que tienen acceso -cómo van a comprarse algún que otro libro, por Dios- y tan esotérico material es, un suponer, un capítulo del Quijote?

Por cierto que el significado original de "pedagogo",antes, mucho antes de designar a la persona encargada en el mundo clásico de enseñar a los niños, era, también en el mundo clásico, el esclavo encargado de llevarlos a la escuela. De nada.

Anónimo dijo...

Al último anónimo:
- ¿pueden los cursos de pedagogía modificar los hábitos de profesores malos malísimos que ni siquiera tienen conciencia de serlo? Creo que no.
- ¿Puede los cursos de pedagogía hacer que los alumnos vagos, sin interés, sin motivación y sin nivel para adquirir conocimientos, cambien? Creo que no.
(Habrá alguna excepción, en ambos casos, pero poquísimas).
- ¿Necesita cursos de pedagogía el buen profesor, léase, el profesor que siempre se ha preocupado por su labor docente y ha ido buscando y leyendo y probando diferentes técnicas, a la caza del grial? No. O, al menos, no con el nivel que se están dando, que está pensado para los de la primera interrogación: los recalcitrantes que nunca van a aprender. Seamos sinceros: si un profesor necesita que venga un pedagogo para plantearse la pregunta de cómo se debe dar clase y de si habrá formas mejores que otras, es y será siempre un mal profesor (quizá sea un intelectual brillante, aunque también lo dudo un poco).
- ¿Un alumno medianamente bien dispuesto, con un interés medio y unas ganas de trabajar aceptables, puede aprender más y disfrutar más con un buen profesor? Sin duda, pero no hacen falta cursos de pedagogía. ¿Aprenderá, este alumno, también con un mal profesor? Sí: aprenderá lo que tenga que aprender. Y no harán falta cursos de pedagogía. El problema del mal profesor suelen ser los malos contenidos, y eso tampoco se soluciona con cursos de pedagogía: lo malo es malo también en powerpoint.

En mi opinión tiene razón el autor del artículo: toda esa pedagogización barata y rala sirve -o servirá- para llevar alumnos a las clases -sin que a nadie le preocupe si deberían estar ahí, tanto por interés como por nivel- y para rebajar tanto las exigencias para aprobar que acabarán haciéndolo con subrayar la palabra patata.
Salvo que uno se haya hecho profesor pensando que iba a ser como los cantantes que llenan estadios, no veo el beneficio, ni el interés, ni la utilidad, de que me traigan a los alumnos cogidos por las orejas. Mi ego no se siente mejor.
Así que, estimado último anónimo, no puedo estar de acuerdo con usted. Hay pocos alumnos buenos, y muchos que son incapaces de entender una práctica, por mucho que usted intente hacerla comprensible. Una universidad de élite, en el mejor sentido del término, y no una guardería con técnicas pedagógicas incorporadas, es, a mi modo de ver, lo deseable.
Un saludo,

Anónimo dijo...

Venator:

Mal, muy mal he debido de expresarme cuando me cae tal chorreón, porque no puedo estar más de acuerdo con mucho de lo que usted dice: y por cierto que no tengo tiempo, ni ganas, ni salud (me sube la tensión muchísimo con el enfado) de ir a los cursillos pedagógicos a ponerles las peras al cuarto a chorras como los que describe nuestro anfitrión del "blog". No puede cargarme más la dirección que está tomando la enseñanza superior y tiene toda la razón, a los sinvergüenzas que cobran de mis impuestos y los suyos y no se esfuerzan en ganarse el pan lo mejor que sepan, y a los matriculados que dilapidan esos mismos impuestos ocupando una plaza en una universidad pública que no merecen, no les va a cambiar la pedagogía. Y ¿por qué será que los buenos profesores, los buenos de verdad, suelen huir como la peste de la pedabobía? Ignoro cómo aprendió usted a dar clase, si es que la da: yo, imitando a mis buenos maestros y evitando escrupulosamente todo aquello que no me gustó o perjudicó de los malos, incluida la vagancia y la caradura. Y créame, a mí me sigue desalentando, después de más de veinte años, preparar una práctica con todo cuidado y detalle y que me pase lo que describo en la anterior entrada, y cada vez me cuesta más resistir la tentación de suprimirlas, y limitarme a dar clases magistrales, lo mejor y más claramente que pueda, pero mirando al infinito, para no ver las caras aburridas, en blanco y desinteresadas de un alto porcentaje de mis alumnos, porque, eso sí, me guste o no, están en una lista oficial, y son mi responsabilidad.
Ah, e igual me pasé de sutil con mi último comentario: otro día, con menos prisa, me explicaré,

Anónimo dijo...

Evidentemente le interpreté mal, mis disculpas.
Un saludo,
V.

Anónimo dijo...

O fui yo quien no me expliqué debidamente, Venator. Ya puestos a escribir herejías antipedabóbicas, opino firmemente que el maestro, como el músico, nace, no se hace, enseñe matemáticas, jurisprudencia o aeróbic: no va del primer "mico" de trece o catorce años que veo explicar con éxito (o sea, consiguiendo que le entiendan) una cuestión compleja a un compañero, o a toda una clase, así, en un "aquí te cojo, aquí te mato", sin despeinarse y sin mayor empacho. Es verdad que a las dotes, el gusto por enseñar, y los años de experiencia (estos dos últimos, en estos tiempos han acabado por ser inversamente proporcionales) hay según qué técnicas del oficio (también los músicos aprenden solfeo) que no se te ocurren solas, y que son útiles; pero como el segundo anónimo escribe, la pedagogía se ha sobredimensionado hasta convertirse en la "pedabobía" cuya carísima factura, junto con la de la incuria y burricie de tanta autoridad y políticas educativas sin sentido, estamos pagando ya.

Anónimo dijo...

Un microtest tonto e inocente.

Pregunta:

¿Por qué, si un adulto intelectualmente dotado deseaba ardientemente, movido por santo celo, escribir un artículo sobre la impostura pedagógica, le sale en cambio un artículo titulado Pedagogía?


Respuestas posibles (señalar una o más de una)

(a) porque el campo alfanumérico correspondiente admitía un máximo de 10 caracteres,

(b) porque todo vale, pasábamos por aquí y tocaba echar una moneda al pozo,

(c) porque pretende presentarse como uno que está de vuelta de "las disciplinas", como uno para el que nimios nombrecillos de nada como el Marqués de Condorcet, Francisco Ferrer, Paulo Freire, Iván Illich o Alexander Sutherland, por citar unos pocos, ejemplifican simples desperdicios de una vida de pensamiento,

(d) porque el eje del mal le ha saboteado el diccionario y en la voz "impostura" le han deslizado la definición "voz coloquial que denota la crítica razonada de los usos pretextuales y desviados de una teoría o cuerpo doctrinal",

(e) porque le han cambiado el título, contra su voluntad, en la redacción del periódico,

(f) venga hombre, no nos pongamos pijoteros con el rigor de las palabras, lo importante es expresar la propia indignación dándose unos buenos puñetazos en la caja torácica, al que le pique que se rasque,

(g) porque se pasa por donde la esponja la distinción entre todo y parte,

(h) ninguna de las anteriores.

Salud,