Hoy cae aquí reflexión introspectiva. Paciencia. Es que hace un rato volvía de llevar a mi suegra de vuelta a su casa y, en la soledad del coche y en silencio, me puse a pensar en lo que pensamos. Creo que esto es algo que sólo se plantea el que tiene en qué pensar. La mayoría de la gente, o todos las más de las veces, no nos preguntamos en qué pensamos porque no pensamos ni en eso. Intentaré explicarme.
El blog me ha ayudado mucho para entretenerme pensando en lugar de dejando las neuronas adormilarse hora tras hora. Es lo que más me gusta de mantener al día un blog. Saldrá bien o mal lo que aquí se escriba, ése es otro cantar, pero por lo menos me mantiene en vigilia. Cuando leo un periódico, por ejemplo, no sólo me inoculo información que pasa por allí, como el pez que abre su bocota para que le entre el plancton y luego se echa una siesta acuática. Antes también iba a todas partes en el coche con la radio puesta y ahora muchas veces la apago para darle al magín. Porque pensar es entretenido, mucho más entretenido que dejarse mecer por el ruido ambiental o coquetear con las musarañas.
Creo que si alguien le saca gusto a darle vueltas a las cosas en la cabeza, hasta cambia el modo de relacionarse con los otros. Seguro que hay personas que andan todo el día buscando compañía que les cuente cualquier menudencia, nada más que para no quedarse a solas con los pensamientos propios. Todos somos así a veces, aunque debe de ser la proporción lo que importa. También me parece que ver la tele en general sirve para eso, para mantenerse en blanco. Lo malo es que la tele te va tiñendo de negro, del negro de los hollines de nuestra cultura.
Muchos individuos se aburren enormemente cuando están a solas consigo mismos y tengo la impresión que eso ocurre o por incapacidad o por pereza. Si se debe a lo primero, olvídate, abandónate, relájate, eres un semoviente sin más seso que el que se le supone a una vaca mientras rumia. Los que hemos convivido con las vacas sabemos que cuando están rumiando les gusta mirar sin esfuerzo las cosas que pasan a su alrededor, sean trenes o procesiones. No parece que sea para sacar conclusiones, sino porque la calma la prefieren con movimiento al fondo de la escena. Las diferencias entre las vacas y muchos de nuestros conocidos son escasas y muy sutiles, pero siempre favorables a las vacas. Ellas se conforman con lo que pase alrededor, pero no andan a la caza desesperada de alguien que las entretenga.
El que se refugia en lo que pinte porque le da pereza pensar es un caso más triste. Probablemente la causa última es que teme el hipotético resultado de sus lucubraciones. Mira qué calamidad de pareja tengo, fíjate que poco estimulante es mi trabajo, mis cuñados me la están urdiendo, aquella vecina que un día me miró así quién sabe, ahí al lado están explotando vilmente a un amigo... Uf, dejémoslo y concentrémonos en las últimas declaraciones de Cristiano Ronaldo.
Alguien debería impartir unos buenos cursos sobre las ventajas de pensar; hasta del pensamiento como terapia. Lo primero es aprender a desdoblarse, a enloquecer un poco. Un ejemplo. Usted tiene una nueva comida familiar, mismamente la celebración de las bodas de oro de los abuelos. Toda la familia reunida, entrañable a tope. A lo mejor es la manera de pasar un día gratamente desocupado, al son de los dimes y diretes. A las vacas les encantaría. Pero también puede ser más divertido. Sólo hay que distanciarse, ver a los presentes como personajes de una obra de ficción y preguntarse cómo describiría el evento un buen novelista o cómo se contemplaría si fuera una obra de teatro. Es divertido así, y se aprende mucho. Ni te irritan los otros ni te das pena tú, pues vas captando lo que de pura representación tienen los eventos cotidianos y cuán previsibles son nuestros diálogos y gestos.
También la humildad te abre a insospechadas observaciones de tu entorno. Cada humano tiende a convencerse de que alrededor nunca ocurre nada interesante y de que las únicas anécdotas notables le pasaron a él en tiempos. Pero a nada que la vida de uno haya tenido sus sorpresas y sus sobresaltos, sus secretas vivencias y sus inconfesadas obsesiones, debe suponer que la gran mayoría de los otros están en las mismas. Pues pensemos. Pensemos, especulemos durante esa comida o aquella reunión qué secretos adornarán la biografía de la tía Esperanza o en si la mirada cómplice que fugazmente se cruzan las dos cuñadas no tendrá un trasfondo de película.
Lo malo es que tales imaginaciones, por muy fundadas que puedan llegar a parecernos, no podemos casi nunca compartirlas ni con los más íntimos; ni debemos. Los que damos muchas vueltas a las cosas a la busca de las novelas de variadas aventuras que a por doquier sin duda se tejen nos quedamos de piedra si un día compartimos hipótesis y convicciones con la pareja o el amigo. Mira -decimos en casa o en el bar- por lo que ha contado fulana y la cara que ha puesto cuando tal, yo creo que ella, en tiempos, hizo tal cosa y le pasó tal otra. Horror. Nos miran como a dementes. No suele gustar a quienes nos acompañan ese vicio de descorrer telones con la mente, esa manía de fisgar entre bambalinas. Los secretos de los demás son la mejor garantía de que sean o nos parezcan secretos nuestros secretos. De lo más interesante de la vida no conviene hablar. El que habla quita máscaras y se quita un poco la suya, el que escucha teme ser desenmascarado. Nuestro mundo se divide entre los que se desdoblan y los que hacen de la doblez virtud y convicción.
Cabe que ahí resida la explicación de dos fenómenos. Uno, la inclinación a la literatura de estos que llamo pensantes desdoblados. En una buena novela la realidad de los personajes se nos expone en todas sus facetas y dimensiones, tanto más cuanto mejor es la obra. El buen aficionado a la novela no lo es porque en la truculencia posible de las historias y los personajes vea un ejercicio de fantasía creadora, sino porque ahí capta una fiel plasmación de la vida real, de la realidad de las vidas. Son las vidas de cada uno de los que nos rodean, y la propia, las que conforman una novela. El artista simplemente toma unos trozos al azar y les da empaque narrativo para que nos sirvan como muestra de cómo mirar. Leer novelas y relatos es el recurso mejor para de aprender a contemplar y para comprender a las personas que se cruzan por nuestra vida, y a nosotros mismos en primer lugar. Por eso, también, todo buen observador pensante y avezado sueña con plasmar un día sus descubrimientos imaginarios o una destilación de sus vivencias íntimas en una novela como es debido o en un puñado de relatos.
El otro fenómeno relacionado es la confianza entre amantes con relación clandestina bien consolidada. El secreto y la invisibilidad aportan la extraterritorialidad que permite buenas narraciones y pensamientos al viento. La convención de estar más allá de las convenciones, si llega a establecerse, aporta ese salto al otro lado, la posibilidad de hablar sin red y sin ataduras, la facilidad para escuchar o expresarse sin el estrangulamiento al que, en la vida reglada, queda sometido el analizar y el decir. También de aquí pueden salir algunas lecciones o, como mínimo, unas cuantas hipótesis de interés. Los celos ordinarios y la posesividad de pareja asentada no son tanto afán de apropiarse en exclusiva el cuerpo del otro, sino puro pánico a que el otro, nuestra pareja, tenga a quien decir lo que no dejamos que nos diga, y a que al escuchar a su cómplice y bucear en sus secretos y misterios, se pueda hacer una idea cabal de los nuestros. No son los cuerpos lo que más une a los buenos amantes, es el viaje en común a lo inconfesado y lo profundo lo que los ata en una alianza sutil y flexible que provoca celos, resquemor y miedo. Por eso se les condena.
Yo qué sé, me dio por pensar estas cosillas. Como es domingo...
El blog me ha ayudado mucho para entretenerme pensando en lugar de dejando las neuronas adormilarse hora tras hora. Es lo que más me gusta de mantener al día un blog. Saldrá bien o mal lo que aquí se escriba, ése es otro cantar, pero por lo menos me mantiene en vigilia. Cuando leo un periódico, por ejemplo, no sólo me inoculo información que pasa por allí, como el pez que abre su bocota para que le entre el plancton y luego se echa una siesta acuática. Antes también iba a todas partes en el coche con la radio puesta y ahora muchas veces la apago para darle al magín. Porque pensar es entretenido, mucho más entretenido que dejarse mecer por el ruido ambiental o coquetear con las musarañas.
Creo que si alguien le saca gusto a darle vueltas a las cosas en la cabeza, hasta cambia el modo de relacionarse con los otros. Seguro que hay personas que andan todo el día buscando compañía que les cuente cualquier menudencia, nada más que para no quedarse a solas con los pensamientos propios. Todos somos así a veces, aunque debe de ser la proporción lo que importa. También me parece que ver la tele en general sirve para eso, para mantenerse en blanco. Lo malo es que la tele te va tiñendo de negro, del negro de los hollines de nuestra cultura.
Muchos individuos se aburren enormemente cuando están a solas consigo mismos y tengo la impresión que eso ocurre o por incapacidad o por pereza. Si se debe a lo primero, olvídate, abandónate, relájate, eres un semoviente sin más seso que el que se le supone a una vaca mientras rumia. Los que hemos convivido con las vacas sabemos que cuando están rumiando les gusta mirar sin esfuerzo las cosas que pasan a su alrededor, sean trenes o procesiones. No parece que sea para sacar conclusiones, sino porque la calma la prefieren con movimiento al fondo de la escena. Las diferencias entre las vacas y muchos de nuestros conocidos son escasas y muy sutiles, pero siempre favorables a las vacas. Ellas se conforman con lo que pase alrededor, pero no andan a la caza desesperada de alguien que las entretenga.
El que se refugia en lo que pinte porque le da pereza pensar es un caso más triste. Probablemente la causa última es que teme el hipotético resultado de sus lucubraciones. Mira qué calamidad de pareja tengo, fíjate que poco estimulante es mi trabajo, mis cuñados me la están urdiendo, aquella vecina que un día me miró así quién sabe, ahí al lado están explotando vilmente a un amigo... Uf, dejémoslo y concentrémonos en las últimas declaraciones de Cristiano Ronaldo.
Alguien debería impartir unos buenos cursos sobre las ventajas de pensar; hasta del pensamiento como terapia. Lo primero es aprender a desdoblarse, a enloquecer un poco. Un ejemplo. Usted tiene una nueva comida familiar, mismamente la celebración de las bodas de oro de los abuelos. Toda la familia reunida, entrañable a tope. A lo mejor es la manera de pasar un día gratamente desocupado, al son de los dimes y diretes. A las vacas les encantaría. Pero también puede ser más divertido. Sólo hay que distanciarse, ver a los presentes como personajes de una obra de ficción y preguntarse cómo describiría el evento un buen novelista o cómo se contemplaría si fuera una obra de teatro. Es divertido así, y se aprende mucho. Ni te irritan los otros ni te das pena tú, pues vas captando lo que de pura representación tienen los eventos cotidianos y cuán previsibles son nuestros diálogos y gestos.
También la humildad te abre a insospechadas observaciones de tu entorno. Cada humano tiende a convencerse de que alrededor nunca ocurre nada interesante y de que las únicas anécdotas notables le pasaron a él en tiempos. Pero a nada que la vida de uno haya tenido sus sorpresas y sus sobresaltos, sus secretas vivencias y sus inconfesadas obsesiones, debe suponer que la gran mayoría de los otros están en las mismas. Pues pensemos. Pensemos, especulemos durante esa comida o aquella reunión qué secretos adornarán la biografía de la tía Esperanza o en si la mirada cómplice que fugazmente se cruzan las dos cuñadas no tendrá un trasfondo de película.
Lo malo es que tales imaginaciones, por muy fundadas que puedan llegar a parecernos, no podemos casi nunca compartirlas ni con los más íntimos; ni debemos. Los que damos muchas vueltas a las cosas a la busca de las novelas de variadas aventuras que a por doquier sin duda se tejen nos quedamos de piedra si un día compartimos hipótesis y convicciones con la pareja o el amigo. Mira -decimos en casa o en el bar- por lo que ha contado fulana y la cara que ha puesto cuando tal, yo creo que ella, en tiempos, hizo tal cosa y le pasó tal otra. Horror. Nos miran como a dementes. No suele gustar a quienes nos acompañan ese vicio de descorrer telones con la mente, esa manía de fisgar entre bambalinas. Los secretos de los demás son la mejor garantía de que sean o nos parezcan secretos nuestros secretos. De lo más interesante de la vida no conviene hablar. El que habla quita máscaras y se quita un poco la suya, el que escucha teme ser desenmascarado. Nuestro mundo se divide entre los que se desdoblan y los que hacen de la doblez virtud y convicción.
Cabe que ahí resida la explicación de dos fenómenos. Uno, la inclinación a la literatura de estos que llamo pensantes desdoblados. En una buena novela la realidad de los personajes se nos expone en todas sus facetas y dimensiones, tanto más cuanto mejor es la obra. El buen aficionado a la novela no lo es porque en la truculencia posible de las historias y los personajes vea un ejercicio de fantasía creadora, sino porque ahí capta una fiel plasmación de la vida real, de la realidad de las vidas. Son las vidas de cada uno de los que nos rodean, y la propia, las que conforman una novela. El artista simplemente toma unos trozos al azar y les da empaque narrativo para que nos sirvan como muestra de cómo mirar. Leer novelas y relatos es el recurso mejor para de aprender a contemplar y para comprender a las personas que se cruzan por nuestra vida, y a nosotros mismos en primer lugar. Por eso, también, todo buen observador pensante y avezado sueña con plasmar un día sus descubrimientos imaginarios o una destilación de sus vivencias íntimas en una novela como es debido o en un puñado de relatos.
El otro fenómeno relacionado es la confianza entre amantes con relación clandestina bien consolidada. El secreto y la invisibilidad aportan la extraterritorialidad que permite buenas narraciones y pensamientos al viento. La convención de estar más allá de las convenciones, si llega a establecerse, aporta ese salto al otro lado, la posibilidad de hablar sin red y sin ataduras, la facilidad para escuchar o expresarse sin el estrangulamiento al que, en la vida reglada, queda sometido el analizar y el decir. También de aquí pueden salir algunas lecciones o, como mínimo, unas cuantas hipótesis de interés. Los celos ordinarios y la posesividad de pareja asentada no son tanto afán de apropiarse en exclusiva el cuerpo del otro, sino puro pánico a que el otro, nuestra pareja, tenga a quien decir lo que no dejamos que nos diga, y a que al escuchar a su cómplice y bucear en sus secretos y misterios, se pueda hacer una idea cabal de los nuestros. No son los cuerpos lo que más une a los buenos amantes, es el viaje en común a lo inconfesado y lo profundo lo que los ata en una alianza sutil y flexible que provoca celos, resquemor y miedo. Por eso se les condena.
Yo qué sé, me dio por pensar estas cosillas. Como es domingo...
1 comentario:
Como Vd indica "No son los cuerpos lo que más une a los buenos amantes,..." , pero tampoco lo "inconfesado" ni nada trascendente. Yo en concreto, lo que me he encontrado por ahí es sexo, luego que más da lo que piense si tal vez no la vuelvas a ver hasta depués de dos años.
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