Cada día están los ánimos más caldeados con el tema de la propiedad intelectual y con la tajada que de todas partes, y hasta de Fuenteovejuna, quiere llevarse la SGAE. Yo, por si acaso, ya sólo en la intimidad tarareo la de Pajaritos y la de Fuisti al Carmín de la Pola, llevabes medies azules..., por si acaso se me presenta un inspector con la factura. Y las canciones a Elsa se las compongo yo mismo, para no estar en deuda con nadie más. La última es una muy bonita sobre una nación a la que los malos no dejaban autodeterminarse y entonces el Hombre del Saco fundó un partido independentista y se forró y tal. Quedó mona y muy apropiada para la edad. En cuanto me la oigan los del foulard, seguro que se convierte en himno de algún pueblo sin Estado y me llevo una pasta yo también.
Lo que son las cosas, se me vino a la cabeza el asunto de la propiedad intelectual al leer en la versión digital de todos los periódicos serios que miss universo, una tal Dayana Mendoza, se desnuda. Que se desnuda para que le hagan fotos para una revista, quiero decir, no para ir a la ducha en su casa o para rascarse la espalda a gusto. Y, claro, me puse a buscar por la red las imágenes en cuestión, pues ya se sabe que los calores estivales se prestan a los pasatiempos más disolutos. Ahí casi me pierdo, pues, para colmo, me puse a leer lo que la discreta mujer declara sobre su vida y sus gustos. Dice, mismamente, que para que un hombre conquiste su corazón (ya empezamos a marear la perdiz) “no tiene que ser un jugador de fútbol ni tampoco un actor, él solamente tiene que ser un hombre especial que sea muy genuino”. Así que llevo varias horas analizándome para ver qué tal ando de genuino.
Pero a lo que íbamos, a lo de la propiedad intelectual. Se considera que da lugar a tal cualquier obra artística o creativa de un sujeto, sean unas páginas con ripios, un programa informático para exterminar a los del equipo rival o unos brochazos que le asesta a un lienzo un tipo que vive en un loft en Nueva York y que se lo hace con la hucha del cerdito. Posiblemente también un plato de nueva cocina, siempre que lleve un nombre largo y esté rematado con una ramita de perejil ecológico. Pero yo, siempre por deformación profesional preocupado por los derechos del prójimo, me pregunto: ¿y qué pasa con las obras de arte de los cirujanos plásticos?
No lo digo por la señora Dayana, pues la revistilla que acabo de ver aclara que en las fotos de Maxim “deja ver los atributos que le dio la naturaleza”. Si se los dio la naturaleza, no hay caso, salvo que algún creyente atribulado quiera echar unos billetes en el cepillo de la parroquia para agradecerle a Dios tanto prodigio natural. Pero dicen las malas lenguas y todas nuestras esposas y novias que esas tías de las revistas están operadas de cabo a rabo. Así las desprestigian, creo. Aunque seguro que alguno se pone de inmediato a pensar en el cirujano mágico, no para pedirle la dirección y reservar hora para la parienta, ¡no!, sino porque podemos tener la impresión de que sus derechos quedan muy desprotegidos. Pues, en efecto, su obra va a ser disfrutada por las masas iletradas sin pagar un duro, o pagándoselo a la chica o al manager (qué bonito eufemismo), pero no al artista. ¿No deberían al menos dejar su firma discretamente colocada en uno de los senos, en las posaderas o en cualquier lugar en que haya acontecido la meritoria reparación? No digo de manera muy visible, pero yo qué sé, de modo que se vea levantando un poco o aproximando el ojo lo suficiente. Si hasta los canteros de las catedrales ponían su sello en alguna piedra cuando todavía no había nacido Tedy Bautista, a ver por qué no van a poder hacer lo mismo estos cinceladores de catedrales de carne. ¿Y el canon? ¿Por qué no se aplica un canon a cada pedazo de silicona que se compre donde se compren las siliconas esas, a fin de que se remunere en justicia a los doctores que trabajan para solaz del pueblo no machista y no gobernado por prejuicios de género?
Qué gran tema para una tesis doctoral de algún civilista lúbrico y qué bien se prestaría para su defensa con profusión de power-point y todo tipo de efectos audiovisuales. Hasta puntuaría más a la hora de acreditarse.
Lo que son las cosas, se me vino a la cabeza el asunto de la propiedad intelectual al leer en la versión digital de todos los periódicos serios que miss universo, una tal Dayana Mendoza, se desnuda. Que se desnuda para que le hagan fotos para una revista, quiero decir, no para ir a la ducha en su casa o para rascarse la espalda a gusto. Y, claro, me puse a buscar por la red las imágenes en cuestión, pues ya se sabe que los calores estivales se prestan a los pasatiempos más disolutos. Ahí casi me pierdo, pues, para colmo, me puse a leer lo que la discreta mujer declara sobre su vida y sus gustos. Dice, mismamente, que para que un hombre conquiste su corazón (ya empezamos a marear la perdiz) “no tiene que ser un jugador de fútbol ni tampoco un actor, él solamente tiene que ser un hombre especial que sea muy genuino”. Así que llevo varias horas analizándome para ver qué tal ando de genuino.
Pero a lo que íbamos, a lo de la propiedad intelectual. Se considera que da lugar a tal cualquier obra artística o creativa de un sujeto, sean unas páginas con ripios, un programa informático para exterminar a los del equipo rival o unos brochazos que le asesta a un lienzo un tipo que vive en un loft en Nueva York y que se lo hace con la hucha del cerdito. Posiblemente también un plato de nueva cocina, siempre que lleve un nombre largo y esté rematado con una ramita de perejil ecológico. Pero yo, siempre por deformación profesional preocupado por los derechos del prójimo, me pregunto: ¿y qué pasa con las obras de arte de los cirujanos plásticos?
No lo digo por la señora Dayana, pues la revistilla que acabo de ver aclara que en las fotos de Maxim “deja ver los atributos que le dio la naturaleza”. Si se los dio la naturaleza, no hay caso, salvo que algún creyente atribulado quiera echar unos billetes en el cepillo de la parroquia para agradecerle a Dios tanto prodigio natural. Pero dicen las malas lenguas y todas nuestras esposas y novias que esas tías de las revistas están operadas de cabo a rabo. Así las desprestigian, creo. Aunque seguro que alguno se pone de inmediato a pensar en el cirujano mágico, no para pedirle la dirección y reservar hora para la parienta, ¡no!, sino porque podemos tener la impresión de que sus derechos quedan muy desprotegidos. Pues, en efecto, su obra va a ser disfrutada por las masas iletradas sin pagar un duro, o pagándoselo a la chica o al manager (qué bonito eufemismo), pero no al artista. ¿No deberían al menos dejar su firma discretamente colocada en uno de los senos, en las posaderas o en cualquier lugar en que haya acontecido la meritoria reparación? No digo de manera muy visible, pero yo qué sé, de modo que se vea levantando un poco o aproximando el ojo lo suficiente. Si hasta los canteros de las catedrales ponían su sello en alguna piedra cuando todavía no había nacido Tedy Bautista, a ver por qué no van a poder hacer lo mismo estos cinceladores de catedrales de carne. ¿Y el canon? ¿Por qué no se aplica un canon a cada pedazo de silicona que se compre donde se compren las siliconas esas, a fin de que se remunere en justicia a los doctores que trabajan para solaz del pueblo no machista y no gobernado por prejuicios de género?
Qué gran tema para una tesis doctoral de algún civilista lúbrico y qué bien se prestaría para su defensa con profusión de power-point y todo tipo de efectos audiovisuales. Hasta puntuaría más a la hora de acreditarse.
4 comentarios:
Se le ha caído el pelo, soy comisionista a tiempo parcial de la SGAE y me voy corriendo; nada que ver con el tema de hoy; a dar cumplida cuenta del post para que el departamento de facturación de la sociedad citada expida la correspondiente minuta:
- Uso de la frase "propiedad intelectual" 1.000 euros, pues esta frase es propiedad intelectual de un señor de Wisconsin que la registró astutamente.
- Uso del nombre de "Tedy Bautista" 1.500 euros, propiedad de un mayorista de pescado de Ondarroa que se la ganó al mus al propio Tedy.
- Uso de la imagen de la primera maciza en orden de aparición: 3.000 euros, ya que la cedente maciza cedió los derechos de imagen al convento de las Hermanas Clarisas de Toro, tras la caida de moto que sufrió la hermosa joven, camino de Damasco.
- Uso de la imagen de la segunda aparición: 3.500 euros, los derechos de imagen de esa beldad me pertenecen, gracias a la liberalidad que ha tenido hacia mí esa Diosa de la Belleza, sospecho que con aviesas intenciones, pero no tiene nada que hacer: soy inconmovible.
Si esta benéfica ciudadana de verdad está operada de cabo a rabo, al cirujano hay que darle ovación, dos vueltas al ruedo y dos orejas (dos orejas y punto).
Ah, por cierto, que no decaiga...
Ante
Ese es el Derecho hecho arte, a saber, "pasar de presunto a prescribió."
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