Cifras multimillonarias de euros, cifras que producen alteraciones cardíacas a las personas mesuradas, circulan por España como dinero negro.
Ha sido siempre el negro color de luto, después venía el “alivio” que eran los grises, y todo estaba ligado a la tristeza por la desaparición de un ser querido. Sin embargo, cuando el dinero se viste de negro, lejos de afligir, parece que lleva alegría, es como si dijéramos más tintineante, más acariciador, pues que no está controlado por el inspector de hacienda. Es raro que el negro pase desapercibido porque es color que se advierte de lejos y por ello no se entiende muy bien por qué el dinero negro no hace señales inequívocas de que está, de que circula, de que pasa de mano en mano, ¿a qué viene pues que el dinero negro no se vea a distancia por quien debe saber de su existencia?
La noche es negra pero eso no es obstáculo para que todos la identifiquemos. En cuanto se presenta, encendemos la luz. ¿Por qué no se encienden las luces cuando hay dinero negro en circulación? Este es el misterio que convendría aclarar. Pues, si ello ocurriera, es decir si hubiera luces que lo iluminaran, el negro del dinero sería tan inofensivo como el negro de la noche contra la que disponemos de mil formas para conjurar su opresión ofuscadora.
Otra cuestión turbia es si el dinero negro nace o se hace. Dicho de otra forma, cuando sale de la ceca ¿es ya negro? ¿o sale blanco y lo ensucian las manos que lo palpan? No lo sé porque también es posible que salga con vocación de negro y en su tierna infancia sea ya denegrido y luego acabe mal. Como se ve, los problemas se entrelazan y no veo que los economistas nos aclaren gran cosa: se limitan a decirnos que hay mucho dinero negro en circulación.
Entendemos -y se da por supuesto- que eso es malo pero ¿y si por el contrario fuera el color de moda? Digo esto porque si en los escaparates se ve mucha ropa negra expuesta ¿no es posible que también entre las monedas y los billetes de banco se lleve el negro? “Chico, a mí los colores claros no me sientan nada de nada” diría un billete de quinientos euros a otro de cien. Y se vestiría de negro porque solo así se puede ir a los cócteles finos, a esos que acogen a los imputados por delitos urbanísticos que hoy son los señorones más acreditados de la sociedad y por ello los más demandados por las televisiones.
Y, oiga, esto del dinero negro ¿ha existido siempre o es invención moderna? Planteo este inquietante asunto porque en las coplas de Jorge Manrique no sale en la enumeración de esos bienes que se han esfumado y se han desvanecido o esas glorias que han ido a parar al mar y allí se ha perdido su rastro. Como tampoco la hay en las coplas que al dinero dedicó don Francisco de Quevedo, poderoso caballero, al contrario, en él se dice aquello de “Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado/, Pues de puro enamorado/ Anda continuo amarillo”. Adviértase: amarillo, sin que en ningún momento se trueque en negro a pesar de que viene de las Indias y es manoseado de forma ansiosa en las Españas de aquellos Austrias vestidos de negro.
O sea ¿cuando realmente empieza a ponerse negro el dinero? En tiempos de Espartero o de Dato ¿había dinero negro? En las novelas de época tampoco sale a pesar de que se apilen cochinadas en muchas de ellas pero el dinero siempre fue dinero sin más, incluso el que se pagaba a la meretriz en las novelas sicalípticas.
Por último, y lo que más despista: si hay dinero negro ¿es que lo hay blanco? ¿y verde? ¿y azulado? Que alguien con autoridad eche luz sobre este embrollo cromático, de momento negro como mirada zaína de corrupto.
Ha sido siempre el negro color de luto, después venía el “alivio” que eran los grises, y todo estaba ligado a la tristeza por la desaparición de un ser querido. Sin embargo, cuando el dinero se viste de negro, lejos de afligir, parece que lleva alegría, es como si dijéramos más tintineante, más acariciador, pues que no está controlado por el inspector de hacienda. Es raro que el negro pase desapercibido porque es color que se advierte de lejos y por ello no se entiende muy bien por qué el dinero negro no hace señales inequívocas de que está, de que circula, de que pasa de mano en mano, ¿a qué viene pues que el dinero negro no se vea a distancia por quien debe saber de su existencia?
La noche es negra pero eso no es obstáculo para que todos la identifiquemos. En cuanto se presenta, encendemos la luz. ¿Por qué no se encienden las luces cuando hay dinero negro en circulación? Este es el misterio que convendría aclarar. Pues, si ello ocurriera, es decir si hubiera luces que lo iluminaran, el negro del dinero sería tan inofensivo como el negro de la noche contra la que disponemos de mil formas para conjurar su opresión ofuscadora.
Otra cuestión turbia es si el dinero negro nace o se hace. Dicho de otra forma, cuando sale de la ceca ¿es ya negro? ¿o sale blanco y lo ensucian las manos que lo palpan? No lo sé porque también es posible que salga con vocación de negro y en su tierna infancia sea ya denegrido y luego acabe mal. Como se ve, los problemas se entrelazan y no veo que los economistas nos aclaren gran cosa: se limitan a decirnos que hay mucho dinero negro en circulación.
Entendemos -y se da por supuesto- que eso es malo pero ¿y si por el contrario fuera el color de moda? Digo esto porque si en los escaparates se ve mucha ropa negra expuesta ¿no es posible que también entre las monedas y los billetes de banco se lleve el negro? “Chico, a mí los colores claros no me sientan nada de nada” diría un billete de quinientos euros a otro de cien. Y se vestiría de negro porque solo así se puede ir a los cócteles finos, a esos que acogen a los imputados por delitos urbanísticos que hoy son los señorones más acreditados de la sociedad y por ello los más demandados por las televisiones.
Y, oiga, esto del dinero negro ¿ha existido siempre o es invención moderna? Planteo este inquietante asunto porque en las coplas de Jorge Manrique no sale en la enumeración de esos bienes que se han esfumado y se han desvanecido o esas glorias que han ido a parar al mar y allí se ha perdido su rastro. Como tampoco la hay en las coplas que al dinero dedicó don Francisco de Quevedo, poderoso caballero, al contrario, en él se dice aquello de “Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado/, Pues de puro enamorado/ Anda continuo amarillo”. Adviértase: amarillo, sin que en ningún momento se trueque en negro a pesar de que viene de las Indias y es manoseado de forma ansiosa en las Españas de aquellos Austrias vestidos de negro.
O sea ¿cuando realmente empieza a ponerse negro el dinero? En tiempos de Espartero o de Dato ¿había dinero negro? En las novelas de época tampoco sale a pesar de que se apilen cochinadas en muchas de ellas pero el dinero siempre fue dinero sin más, incluso el que se pagaba a la meretriz en las novelas sicalípticas.
Por último, y lo que más despista: si hay dinero negro ¿es que lo hay blanco? ¿y verde? ¿y azulado? Que alguien con autoridad eche luz sobre este embrollo cromático, de momento negro como mirada zaína de corrupto.
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