(Publiado ayer en El Mundo de León)
Ahora que está de moda prohibir y que la represión resulta de lo más progresista, sugiero a las autoridades pertinentes que prohíban los termómetros callejeros, ésos que se colocan en las calles y las avenidas y que mantienen a la ciudadanía en el despiste y el debate permanente. Cuántas discusiones hogareñas se ahorrarían, cuántos estériles rifirrafes podrían evitarse si los dichosos cacharros se suprimieran o si, al menos, tuvieran al lado un letrero que pusiera: “Esto es un adorno, una disculpa para colgar anuncios. No se crea la temperatura que marca, pues estos aparatos no son fiables”.
No, no son fiables, porque los puñeteros marcadores de temperatura suelen estar colocados en lugares que el sol abrasa en verano y que la nieve o la helada cubren en invierno y, además, supongo que tampoco habrán sido construidos con la más refinada tecnología. De lo que no cabe duda es que esos chismes no informan, sino que desconciertan, y que están como las maracas de Machín, tarumbas del todo. Lo malo es que para la mayoría de la gente va a misa la temperatura que ahí figura, aunque sea inverosímil del todo y contradiga los datos ciertos de las estaciones meteorológicas más serias. Llega uno a casa después de haber visto que el indicador de su coche nuevo y carísimo marca veinticinco grados en el exterior, y se topa con su suegra, que le asegura que hace un momento se alcanzaron en León, en el mismísimo Ordoño, los cuarenta y ocho grados. ¿Y eso? Pues -dice muy seria y sin dar lugar a réplica posible- es lo que ponía el termómetro que hay donde Guzmán. Palabra de Dios... O, en invierno, los parroquianos comentan en el café que esa misma mañana se han rozado en Navatejera los treinta bajo cero, y todo porque se puso turulato el termómetro de encima de la farmacia. Pero ellos se lo creen, felices porque tales temperaturas imposibles dan que hablar y nos permiten sentirnos expertos en cambio climático y duchos en misterios y fenómenos paranormales.
Por mucho que a la gente le guste vivir engañada, lo de esos termómetros habría que controlarlo. ¿Qué diríamos si se plantara en las calles una pantalla que falseara los resultados de los partidos de liga o la edad de nuestras abuelas? Pues lo mismo.
No, no son fiables, porque los puñeteros marcadores de temperatura suelen estar colocados en lugares que el sol abrasa en verano y que la nieve o la helada cubren en invierno y, además, supongo que tampoco habrán sido construidos con la más refinada tecnología. De lo que no cabe duda es que esos chismes no informan, sino que desconciertan, y que están como las maracas de Machín, tarumbas del todo. Lo malo es que para la mayoría de la gente va a misa la temperatura que ahí figura, aunque sea inverosímil del todo y contradiga los datos ciertos de las estaciones meteorológicas más serias. Llega uno a casa después de haber visto que el indicador de su coche nuevo y carísimo marca veinticinco grados en el exterior, y se topa con su suegra, que le asegura que hace un momento se alcanzaron en León, en el mismísimo Ordoño, los cuarenta y ocho grados. ¿Y eso? Pues -dice muy seria y sin dar lugar a réplica posible- es lo que ponía el termómetro que hay donde Guzmán. Palabra de Dios... O, en invierno, los parroquianos comentan en el café que esa misma mañana se han rozado en Navatejera los treinta bajo cero, y todo porque se puso turulato el termómetro de encima de la farmacia. Pero ellos se lo creen, felices porque tales temperaturas imposibles dan que hablar y nos permiten sentirnos expertos en cambio climático y duchos en misterios y fenómenos paranormales.
Por mucho que a la gente le guste vivir engañada, lo de esos termómetros habría que controlarlo. ¿Qué diríamos si se plantara en las calles una pantalla que falseara los resultados de los partidos de liga o la edad de nuestras abuelas? Pues lo mismo.
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